* Un
reportero en el filo de la muerte *
Libro contra la mordaza * Cuando el
narco aprieta * Y el periodista lo
desafía * Ursúa deja CAEV * Se profundiza la investigación * Zeus y el montaje * Video muestra cómo fue la aprehensión * Mariela truena en Patrimonio
Mussio cárdenas
Arellano | 27 octubre de 2017
Jacinto Romero Flores
Tribuna Libre.- Frente a la muerte, al amago del sicario,
Ignacio Carvajal tienta a su suerte hilando relatos de vidas truncadas y
violencia sin fin, del silencio forzado, la información matizada y el desafío
del que se resiste a callar.
“¿Cuándo llegará mi turno?”, se cuestiona el
sagaz reportero cuyas historias retratan la brutalidad de los cárteles, la
corrupción oficial, el dolor de las víctimas y el riesgo de los periodistas por
buscar la verdad.
Su voz, como las de otros 21 periodistas en
diversos rincones de México, se condensa en Romper el Silencio, libro que
recoge el testimonio de este pull de profesionales de la información, unos ante
el fenómeno del narcotráfico, la imposición de su línea a los medios de
comunicación, la presión a quienes escriben, las ligas de los malosos con el
círculo de poder.
Otros hacen énfasis en la arbitrariedad del
político y la tentación por acallar, la incomodidad que genera el texto
crítico, la voz que por demoledora es contundente, el relato que muestra la
rapacidad del que nace para gobernar.
Con el apoyo de Periodistas de a Pie, Romper
el Silencio se conforma con la experiencia periodística de Nacho Carvajal, jefe
de información del periódico Liberal del Sur y reportero de Blog Expediente,
así como de Lucy Sosa, Ángeles Mariscal, Ismael Bojórquez, Luis Alberto Medina,
Martha Izquierdo, Maricarmen Aguilar Franco, Kowanin Silva, Laura Sánchez Ley,
Gerardo Romo Arias, Pedro Canché, Modesto Peralta Delgado, Patricia Mayorga,
Carlos Manuel Juárez, Jesús Guerrero, Margena de la O, Darwin Franco Migues,
Dalia Martínez, Martín Durán, Melva Frutos, Sergio Ocampo Arista y Norma
Trujillo Báez, de La Jornada Veracruz.
De la visión Nacho Carvajal, de su entrega
“Intoxicado”, se extraen algunos fragmentos, pasajes de su vida profesional en
la zona conurbada Veracruz-Boca del Río y en el sur, el detrás de cámaras de la
noticia que cubrió, las penurias frente al poder de los violentos, su ira, su
demencia, su impunidad.
Un día, por ejemplo, constató que el narco lo
sabe todo, el quién y el dónde, y cómo pegar:
En Veracruz la mafia te mata o te desaparece,
pero si eres periodista primero busca tu “amistad” por la buena o por la mala.
Conmigo fue al revés y primero me tocó regaño. Esa tarde el personero me hizo
recordar ese mal rato:
“Hijo de tu puta madre, ¿no habíamos dicho
que esa nota no se iba a manejar?”, me escupía la voz al otro lado del radio.
No era la primera amenaza, pero esta vez tuvo
toda mi atención cuando escuché mi domicilio, las placas de mi coche y la
señales de la ropa que usaba esa tarde. “Mira, cabrón, a ver cómo le haces,
pero quiero que bajes esa madre, pero ya, si no...”, y se escuchó el sonido de
la pistola subiendo el tiro a la recámara.
Otro día, que la Navidad es la Navidad, y que
hasta a los narcos les disgusta matar y destazar en tan relevante ocasión.
Ipso facto le marqué a mi editor y le comenté
el problema: que me tenían vigilado y que muy seguramente a ellos también, le
pasé al costo cada una de las mentadas de madre y amenazas de hacernos cachitos
para lanzarnos al canal de La Zamorana.
En un parpadeo bajó la nota y el tipo me
volvió a marcar. Más relajado, incluso, alegre, “gracias, mijo, gracias por el
favor, mira, la verdad, que uno no los entiende a ustedes, pinches reporteritos
hijos de la chingada, si se les dice que eso no, pues no, hagan caso,
cabrones”.
Continuó:
“Mañana es 24, ¿a poco no crees tú que me
gustaría estar con mi familia pasando la fecha a todo dar, disfrutando y
echando una chela, pero vea, tengo que andar resolviendo estas pendejadas que
hacen. De esos que matamos, ni se preocupen, son escoria, no valen la pena
tenerlos en la sociedad. Son Zetas mugrosos a los que hay que darles piso
porque están haciendo daño. Ando haciendo una buena labor, y ustedes salen con
sus mamadas de escribirlo. ¡Cómo les gusta chingar la madre!, ya, cabrón,
sácate a chingar tu madre, pásatela chido, no sea pendejo y no ande publicando
mamaditas.
Cerca de 10 minutos escuchando la voz de un
desconocido que primero me quería despedazar y luego me contó lo frustrante que
resultaba matar en vísperas de Noche Buena. Di por canceladas mis vacaciones.
Si me iban a matar sería por cosas mías, no de otros. Las preguntas y
cuestionamientos comenzaron a asaltarme. ¿Cómo tenían mi número de radio?,
¿cómo sabían tanto de mí, de periodistas que había conocido?
Y en otro momento Nacho Carvajal les dijo que
sí, que le bajaría a su información, pero rechazando el billete:
—A los compañeros ya los conoces. Yo creo que
ya sabes quiénes somos. Se trata de una nueva administración, una empresa que
no viene a pelearse con ustedes ni a darles malos tratos. Queremos dejar eso
atrás —me decía el enviado.
—No queremos publicidad, no más de la cuenta.
Las cosas van a seguir pasando. Pero algunas creo que no nos gustaría verlas en
los periódicos. A eso queremos que nos ayuden y por eso los andamos visitando.
En la mano portaba un folder, de ella se
asomaba una lista con varios nombres tachados, casi todos conocidos.
—Tú no tienes que hacer nada, sólo olvídate
de lo que ocurra en Veracruz y Boca del Río.
—Sí, mire, le doy las gracias por resolver
esto personalmente, pues luego hay compas que se toman atribuciones y andan
cobrando por uno, y uno sin saber en qué listas anda su nombre. Eso se
agradece. Yo le digo, acá, con todo respeto, no me lo tome a mal, gracias por
el ofrecimiento.
—Si cree que le puedo generar problemas
—seguí— eso no va pasar, ni se va acordar de mí. Me olvido de Veracruz y Boca
del Río, como dice. No me voy a pelear con ustedes por una nota, pero el
dinero, por favor, eso si, lo dejamos a un lado. Les saldré barato.
Por decreto, en el duartismo, la violencia se
esfumó. Cuenta Ignacio Carvajal cómo halló el gobierno de Javier Duarte la
fórmula mágica para lograr la paz. Nadie moría por hechos de sangre. Aunque así
fuera, no se podía informa así. Así fuera una ejecución, nadie podía morir por
la acción de los malosos. Refiere:
¿Qué pasó en Veracruz y Boca del Río durante
esos años, que coinciden con la llegada de Javier Duarte al gobierno del
estado, de Arturo Bermúdez a la Secretaría de Seguridad Pública, y de mandos de
la Marina a puestos clave en áreas de seguridad? No hay forma de contarlo sin
voltear a las secciones de nota roja. Las personas comenzaron a morir por
montones en las condiciones más absurdas, la mayoría por robos o accidentes.
Eso tenían que decir las notas para no incomodar.
No había ejecutados ni ajustes de cuentas,
menos levantones, aunque siguieran ocurriendo. De pronto las personas
comenzaron a evaporarse. Desaparecían por todos lados mujeres, adolescentes,
hombres en edad laboral, aunque la mayoría de víctimas eran jóvenes de los 18 a
los 35 años.
Y los que eran llevados por la fuerza posteriormente
recibían la correspondiente dosis de descrédito atribuyendo fuentes que los
vinculaban con hechos ilícitos o con los Zetas.
En esos días, y buscando tener el menos
contacto posible con los voceros de la delincuencia, si uno sabía de un hecho
de violencia ocurrido en la región durante la noche o madrugada, por las
mañanas echaba un ojo a los diarios locales, si lo reportaban era señal de que
se podía escribir. Si no, ni modo, otra nota más al cajón de la censura.
Un día supo a qué le llaman que “te zumben
las balas”. Literalmente así lo vivió en el puerto de Veracruz:
“Eh, debemos meternos a la casa, ahí vienen
los refuerzos”, le dije a una pareja que aparentemente eran dueños de la
vivienda y que presenciaban las diligencias de los soldados. Yo entré corriendo
y ellos detrás de mí con las balas zumbando por la cabeza. “Ora sí, putos, ahí
les va la...”, gritaban los sicarios embravecidos desde las tres camionetas.
Tirados en la sala, la pareja joven y yo
buscamos refugio en la cocina, cerca de un muro donde rebotaban las balas.
Aunque no veíamos la acción, se notaba que los soldados iban perdiendo el
segundo enfrentamiento, y sólo resistían. Gritaban y se daban ánimos mientras
las descargas del lado de los sicarios cada vez eran más intensas. El sonido de
esos rifles de asalto hacían imaginar que el infierno se abría bajo los pies.
Yo tomé mi radio y avisé a los compañeros que
se regresaran, que se había encendido de nuevo. “¿Dónde estás?, salte de ahí,
me gritaban cuando oían el estruendo de las balas por mi línea.
“Ni modo compas, fue un gusto trabajar con
ustedes, yo creo que de esta no salgo”, les decía. La pareja de desconocidos se
puso mucho más nerviosa, y comenzaron a rezar. Ella me pidió mi teléfono para
informar a su familia y avisar que no se acercaran.
Desde la cocina, donde me guarecía, se oían
los gritos desesperados de mujeres y niños que habían quedado atrapados en un
restaurante aledaño. Se rompían botellas y explosiones de granadas.
“Ni modo, hasta aquí llegué, a estos pobres
soldados seguro les van a ganar y luego vendrán por nosotros”, pensaba. Los
compañeros no dejaban de mandarme mensajes de paciencia.
A los 15 minutos de enfrentamiento irrumpió
un ruido más intenso. El batir de las hélices y los cañonazos de una barret
calibre .50 del helicóptero de la Marina sobrevolaba con refuerzos a los
soldados. En menos de un minuto se oyeron los gritos “fuga-fuga-fuga” y el
rechinar de llantas. Se escucharon aplausos y gritos de júbilo del lado de los
militares.
Llegó a Coatzacoalcos y se estrenó con el levantón
a Goyo Jiménez:
En el nuevo empleo, como jefe de información
en el diario Liberal del Sur, tenía que conocer a mis compañeros y
colaboradores. Ese 5 de febrero me iba a entrevistar con quien era el
corresponsal en Villa de Allende, Gregorio Jiménez de la Cruz. Cuando llegué a
su casa, avisado de que un comando armado lo había secuestrado, noté la miseria
en la que vivía y a unos elementos de la policía haciendo preguntas tontas en
vez de salir a buscarle. Su esposa intentaba llamar al secretario de Gobierno
para pedirle ayuda. Seis días después su cuerpo decapitado apareció en una fosa
clandestina.
Una vez más la violencia me alcanzaba, mucho
más impactante, y causaba un sentimiento de abandono que desde entonces me
lleva a preguntarme: ¿Cuándo llegará mi turno? Más aún en este Veracruz donde
no está claro por qué son asesinados los periodistas: si por escribir de la
violencia que incomoda al gobernante y a los cárteles, por tener relaciones
peligrosas, por ceder al dinero prohibido…
Y sí, ¿cuándo llegará el turno de los que
desafían al silencio y la mordaza, al emisario del narco, al que impone con una
mentada y aturde con un llamado a morir? ¿Cuándo?
Su voz —la de Nacho Carvajal— es una. Otros
21 periodistas hablan de su misión entre espinas, entre la plata y el plomo, la
invitación a callar o callar, el desafío de los que más allá del amago y la
presión, siguen su ruta, su destino, su compromiso con la verdad.
Nacho Carvajal coquetea con la muerte. Y la
muerte no lo quiere tomar. Lo asedian sus emisarios, con la amenaza en los
labios, la sutileza del violento, la sentencia de la que hay que huir.
Y no deja de preguntar: “¿cuándo llegará mi
turno?”.
Archivo muerto
Golondrinas en CAEV. Se va Jorge Cuauhtémoc
Ursúa Zenteno de la Subdirección de Administración y Finanzas, cesado de manera
fulminante desde Xalapa, en la sede del yunismo azul. Con él caerán sus
allegados, los operadores del cobro bajo el agua, las chicas del teléfono en
mano y los reventones, los coyotes que consiguen descuentos y condonaciones, y
hasta los pistoleros inscritos en nómina, cuyo trabajo consiste en pasearse por
horas en los patios de la Comisión Municipal de Agua y Saneamiento o CAEV
Coatzacoalcos. Contraloría de CAEV auditará “a fondo” las finanzas y pagará con
cárcel quien haya robado. Irritó el tema de la renta de las unidades Vactor,
cubriendo pagos por servicio incompleto. Eso es fraude. Se va Ursúa, el
comisario de dos sociedades mercantiles del ex director de CAEV Coatzacoalcos,
Rafael Abreu Ponce. Ursúa es contratista de Pemex, representante de la empresa
Oil Trade Mex, S.A. de C.V. en licitaciones para el suministro de partes para
el Complejo Procesador de Gas Burgos y otras áreas de la ex paraestatal. Y se
van sus allegados… Zeus la va librando. Un video tumba la versión oficial de la
aprehensión, la temeridad con la que supuestamente conducía la camioneta
Durango, la existencia de armas y droga. Por más de 30 minutos, el video
muestra el vehículo estacionado en la colonia Benito Juárez. A su lado pasa una
camioneta de la Policía Estatal, la cual da vuelta en “U” y regresa hasta
colocarse detrás de la Durango color negro. Minutos después arriba el auto
Camaro, tripulado por Sergio Murga Sosa, alias Zeus. Desciende del vehículo,
cruza la calle y dialoga con los policías. Luego se dirige a una tienda y
regresa con un refresco en la mano. Los elementos realizan la revisión de la
Durango. Vuelven a dialogar. Quieren la factura y los documentos del blindaje.
Expresa que el blindaje es de fábrica y por lo tanto no está obligado a mostrar
documentos que avalen ese servicio. Le piden que avise al propietario del auto
que se presente. Murga Sosa les explica que está fuera de Coatzacoalcos. Le
dicen que los tiene que acompañar. Toma el volante mientras uno de ellos sube a
la camioneta. No hay indicios de que esté detenido, ni sometido, ni esposado.
Horas después, su suerte cambia. Según el reporte policíaco llevaba una
ametralladora AK47, conocida como cuerno de chivo, un pistola escuadra 9 mm, 50
sobres con hierba seca color verde con apariencia de marihuana —que no hallaron
en la revisión inicial— y 47 mil pesos en efectivo. Consta todo en la causa
penal 321/17/JdoControl, que lleva el juez Rubén Reyes Rodríguez, aquel que
dejó libre bajo fianza al “Sicario”, Zeferino Armenta Delgado, de la banda de
Hernán Martínez Zavaleta, alias Comandante H, y 20 minutos después un comando
lo ejecutó. Zeus fue detenido el domingo 22, consignado ante la Fiscalía
General de Veracruz, liberado con una fianza de 10 mil pesos sin que hasta el
miércoles 25 por la noche se le haya imputado delito federal alguno. No es el
promotor deportivo Sergio Murga, amigo del director municipal del deporte,
Silviano Delgado, el objetivo de esta imputación con tufo a montaje —las
drogas, las armas—, que el video echa por tierra. El asunto va más allá. Una
hipótesis versa sobre una vieja riña, siendo Zeus Murga elemento policíaco, con
un comandante al que dejó como Santo Cristo; la otra, la otra, es una bomba…
Nadie ve a Mariela Ortiz. Y ya se sabe por qué. Súbitamente dejó de ser
delegada de Patrimonio del Estado en el sur, damnificada por factores que
tienen que ver con la violencia, las bandas, el yunismo azul y sus rivales.
Duró apenas cuatro meses y días. Tomó posesión el 7 de junio, luego de la
elección municipal que el PAN-PRD perdió estrepitosamente ante Morena, que ganó
la alcaldía de Coatzacoalcos, y el PRI se llevó el segundo lugar. Mariela ya ni
se para por Patrimonio y ahí sólo dicen que irá a formalizar la llegada de un
nuevo delegado…