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diciembre 26, 2017

El barco de Meade

Alejandro Páez Varela | 26 diciembre de 2017
Tribuna Libre.- José Antonio Meade ha mandado señales claras de lealtad. Nadie se lo podría reclamar. El grupo político más encumbrado de México, que es el que lo llevó a la candidatura presidencial, puede estar tranquilo. La buena noticia para los miembros del clan es que el cinco veces Secretario de Estado no titubea en decirse uno de ellos. La mala es que esa lealtad puede costarles, a él y a los dueños del barco, todo: Meade se está haciendo cargo de la pésima fama de Enrique Peña Nieto, el Presiente peor calificado en la historia; y carga además con el encono que ha reunido Luis Videgaray dentro de la administración federal y dentro del PRI. Y si pierde, es el barco entero el que se hunde. Van juntos, desde ahora, en todo.

Por el momento, digamos, la buena noticia es muy buena porque no era fácil escoger a un incondicional que a la hora de la hora no lo fuera tanto; uno que por pragmatismo, ya con la candidatura en las manos, les diera la espalda. Hace unas semanas me dijo un político que conoce los círculos de Presidencia: “Imagínate qué tan leal debe serles Meade para que consideren distante a [Miguel Ángel] Osorio Chong. Imagínate hasta dónde llega su compromiso con el Presidente, que incluso el Secretario de Gobernación les pareció riesgoso”. Sí, Osorio, que es uno de ellos, no fue convincente.

Esa lealtad de Meade, sin embargo, puede estar relacionada no sólo con la lealtad a secas, que de por sí ya era peligrosa (por la mala fama que arastra) para los objetivos del grupo. Son muchos, y cada vez más, los que sospechan que esa lealtad esconde complicidad. ¿Cómplice de qué, Meade? Cómplice de casi todo. Ha estado cerca de gran parte de los escándalos de corrupción por sus distintas carteras dentro de la administración federal. Se le vincula con varios de los ex gobernadores en desgracia, por ejemplo, porque muchas de esas operaciones turbias se dieron cuando él era Secretario de Hacienda.

Y mientras Meade trata de dejarle claro al grupo político que lo eligió que no representa riesgo, se amarra con más ganas al mástil de un barco que se hunde. Y es un barco que ya va mar adentro, y entonces Meade ha quedado encerrado con gente –primero– que no es de él, como los Eruviel Ávila y otros operadores; y, segundo, con la peor calaña del priismo, que son los que han ganado elecciones en el pasado y los que hará todo para cumplir en esta elección también.

Es cierto que Ricardo Anaya se ha echado al lomo a “Los Chuchos” y a un PRD que ya era, de por sí, los restos de un movimiento que algunas vez aspiró al poder y ahora sólo quiere mantener sus cuotas. Y es cierto que Andrés Manuel López Obrador ha hecho alianzas con muchos indeseables y no sólo del PES: estado por estado, ha juntado a gente que contradice su discurso de “pureza”. Pero Anaya y AMLO pueden perfectamente sobreponerse a esos que les pueden generar votos; a la hora de formar gobierno, ni uno ni el otro tienen por qué cargar a sus aliados electorales.

El problema es que, sin el grupo de poder que lo hizo candidato y que conducirá su campaña, Meade es prácticamente nada. Puede jalar a los Ernesto Cordero y los Javier Lozano, sí, para no depender sólo del PRI. Pero es igual que Anaya haciendo Secretario a alguien como Jesús Ortega, o AMLO llevándose al gabinete al presidente del PES. No lo harán. Anaya tiene un PAN robusto en sus manos, AMLO tiene a un Morena bastante maduro para que le ayude; los dos tienen sus propias ideas y sus equipos de incondicionales que tienen peso por sí mismos. Pero Meade básicamente es un externo dentro del partido que lo postula, y no puede deshacerse de los innombrables del PRI y del Gobierno federal porque sin ellos no hay nada. Solo no puede aspirar a ganar. Sin ellos, simplemente no gobierna.

Como digo, Meade va en un barco del que ya no puede bajarse (y a juzgar por la sonrisa que no se borra, creo que tampoco quiere bajarse). Es más: primero lo bajen a él, porque ese barco no es suyo (ya saben, otra vez están fuertes los rumores de que “lo renuncian”, como cada seis años).

En el barco prestado de Meade van todos esos a los que el país, según él, “le debe tanto”: Carlos Salinas y Javier Duarte, Carlos Romero Deschamps y Enrique Peña Nieto, Luis Videgaray y Elba Esther Gordillo, César Duarte y Roberto Borge, Fidel Herrera y Manlio Fabio Beltrones, Emilio Gamboa Patrón y Miguel Ángel Osorio Chong y la lista es inagotable. Meade cargará con ellos porque cargará con ellos, y punto: ellos también cargan con él. No hay una “alianza electoral” aquí. No se pueden dejar en el camino o bajarse del barco porque el barco es de ellos, y él es el capitán invitado. Meade no los puede dejar fuera del gobierno, si es que gana, o expulsarlos del partido: al menos durante unos buenos años, ni el gobierno (si gana) ni el partido serán de él.


Es con ellos, pues, hasta el fondo. Y en el fondo la noche es negra y el mar está picado. Meade va amarrado al mástil del peor PRI en muchas generaciones. Y podría naufragar él, y con él, naufragar todos. 

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