José
Miguel Cobián | 03 enero de 2018
Tribuna Libre.- Todos comenzamos el año con anhelos,
propósitos y preocupaciones muy particulares. Unos cuantos se preocupan por el
futuro de la especie humana, más allá de los intereses particulares, de aldea,
de estado o de país… Y resulta que un
tema que poco se toca pero despierta grandes pasiones es el del control de la
natalidad. Ese tema que se envuelve
también en el mismo papel de regalo que los derechos de la mujer sobre su
propio cuerpo, el uso de todo tipo de métodos anticonceptivos, desde los que se
sabe que funcionan hasta los mitos usados por sociedades y culturas primitivas. Entrando también en el tema de la religión,
las discusiones de cuándo se considera humano un producto en el vientre de la
madre –que si al momento de la concepción, que si a los tres meses, que si
cuando es viable fuera del vientre, etc.-
Curiosamente la respuesta la proporciona otra
ciencia, una ciencia exacta: Las matemáticas.
Pero antes de llegar a ese momento, habrá que realizar algunas
consideraciones.
Originalmente el homo sapiens, sufría de
condiciones muy adversas para reproducirse.
Como el resto de los animales, tenía una alta tasa de mortalidad
infantil, elevado riesgo de enfermedades y accidentes sin cura natural, y los
riesgos propios de que cualquier miembro de la especie que sufriera un
accidente o enfermedad grave, e incluso
incapacidad por edad avanzada, difícilmente podría sobrevivir, lo cual mantuvo
el índice de crecimiento de la especie en cotas muy controladas, que a pesar de
su expansión por todo el planeta, le permitió crecimientos muy moderados,
apoyados por las grandes epidemias, guerras y desastres naturales que ayudaban
también a reducir la población de los miembros de la especie. Así, las hembras de la especie podían tener
todos los descendientes que pudieran parir, sin el riesgo de sobre poblar el
planeta.
Sin embargo, un día llegó la revolución
científica que ayudó a combatir enfermedades al por mayor y redujo brutalmente
la mortalidad infantil y senil.
Posteriormente los seres humanos inventaron el estado benefactor, ese
que se hace cargo de los más débiles de la sociedad más allá de las propias
capacidades o de las de sus familiares para sostenerlos. Este estado benefactor produjo un incremento
exponencial en el número de miembros de la especie que pueblan el planeta. Al haber más parejas, nacen más
descendientes, lo cual se convierte en un círculo virtuoso o vicioso (según se
vea) lo cual provoca un incremento aún más acelerado de la población. Pero esto no es nuevo, Malthus ya lo había
analizado hace algunos ayeres.
Poco a poco, el incremento de la población se
vio compensado con un incremento en el saber científico y en la productividad
de la tierra, lo cual trajo una era de bienestar y sobreproducción de
alimentos, de tal forma que había más recursos para alimentar a una población
siempre creciente. Esto ha permitido a
los detractores de las teorías que anuncian un apocalipsis por sobrepoblación,
convencer a más personas de que no hay ningún problema en que la especie humana
siga incrementando su número.
Sólo que hay un límite, más allá del cual,
los nuevos seres humanos que lleguen a habitar el planeta sufrirán de manera
indecible, y estos años dorados de sobreproducción de alimentos serán
recordados por las nuevas generaciones, como el paraíso perdido, pues mientras
la población aumenta y aumenta, llegará un momento en que de continuar con la
tasa actual, no habrá espacio en los continentes, salvo para estar de pie, sin
movernos, uno junto al otro. Lo cual
obviamente no pasará, pues antes, morirán muchísimos por inanición. Antes de eso, se verá una reducción de la
propia población debido a la imposibilidad de otorgar salud a las grandes
masas, y antes aún, incremento de la violencia debido a la imposibilidad de
educar a las oleadas de nuevos estudiantes que día a día saturarán las aulas. Los servicios públicos se verán colapsados,
y veremos un regreso a las edades más oscuras. No hay remedio, es inevitable, las
matemáticas no fallan, y el crecimiento sigue y sigue sin un límite. Por lo tanto, más temprano que tarde, veremos
que los gobiernos se ven obligados a limitar el número de hijos por
pareja. Si no es que antes, algunas
epidemias y mutaciones en las enfermedades que afectan a la especie, proliferan
debido a mutaciones y a la posibilidad de replicarse en tantos huéspedes
hacinados como los que habitan en las grandes ciudades del planeta.
Paradojas del destino, las religiones que hoy
luchan en contra del control natal, serán la causa del sufrimiento y la muerte
de miles de millones de personas. Las
religiones que hoy promueven el bien y el amor, serán la causa del mal y el
dolor de miles de millones.
Curiosamente en la mayoría de las jerarquías religiosas hay personajes
con capacidad para comprender el futuro al que nos acercamos rápidamente como
especie (un lapso de 500 años), pero se valora más el beneficio inmediato que
el riesgo a largo plazo, considerando que un cambio de dogma resulta muy
complicado y costoso para quienes ciegamente confían en lo aprendido, eso que
servía en el pasado pero ya no sirve en el futuro.
Lo mismo sucede con los gobiernos. Si son conservadores, influenciados por
alguna religión de las tres mil que existen en el planeta, y su creencia
religiosa implica ¨recibir todos los hijos que Dios mande¨, o su conveniencia
política implica no enfrentar esas creencias religiosas, entonces no harán
nada, llevando a sus países a la sobrepoblación y al sufrimiento de muchos para
beneficio de unos pocos.
Sin poder evitarlo, las matemáticas indican
que si la especie quiere sobrevivir los próximos mil años, tendrá que aplicar
control natal. La paradoja es
interesante. No lo veremos nosotros,
pero el triunfo del control natal está asegurado a largo plazo, ya sea aceptado
o simplemente por la desaparición de la especie, pues los mecanismos naturales
para evitar la sobrepoblación ya no operan gracias al avance de la ciencia.
La otra opción es comenzar a colonizar la
galaxia a la brevedad. Algo que no se
percibe como solución antes de 500 años, debido a la brecha de conocimiento
científico y tecnológico, particularmente la imposibilidad actual de superar la
velocidad de la luz, para acortar las enormes distancias interestelares, que
implican viajes mucho más largos que el período de una vida humana, y los
costos que implicaría enviar mil o dos mil millones de personas a colonizar otros
mundos, para aliviar por una generación la presión que esa tierra sobrepoblada
del futuro cercano traerá sobre la supervivencia de la especie humana.
Como siempre, la naturaleza encuentra
mecanismos autoreguladores, e incluso, la plaga humana será regulada, ya sea
por voluntad propia, rompiendo dogmas y creencias útiles en otras épocas, o por
la simple realidad que se impone por encima de cualquier visión distorsionada
del presente y del futuro.