* Su
plumaje, lodoso y manchado de sangre * Y
será director de CFE * Los seguidores
callan * Los detractores se alarman * Víctor Carranza: mal gobierna y baila peor * Jesús Martínez, marcelista y suplente de
Amado Cruz Malpica * Héctor Yunes:
traición al PRI * Moches en la Comisión
de Derechos Humanos * Y Namiko ni en
cuenta
Mussio Cárdenas
Arellano | 02 agosto de 2018
Tribuna Libre.- Todo bien en el paraíso —el Mesías trepado en
el pedestal del poder, legitimado por el voto inmenso de sus fans, venerado
incluso por Trump— hasta que una sentencia del INE, la del fideicomiso
impulsado por Morena para los damnificados del sismo, y la bendición sobre el
salinista Manuel Bartlet, de pasado represor, reducen al Dios Peje a la
condición de un simulador más.
Al mes de quebrar al sistema en las urnas,
Andrés Manuel López Obrador reparte mandobles y replica al que disiente de él,
o de sus ocurrencias, o de sus excesos, o de sus absurdos.
Le llama “vil venganza” a la multa que se
ganó por crear un fideicomiso maquillado de legal, pero ilegal, pro ayuda a los
damnificados de los sismos de septiembre de 2017. Lo promovió él, lo impulsó
él, filmó un video en que con aires paternales insta a las buenas conciencias a
donar algo para quienes perdieron todo y del gobierno nada podían esperar.
Advertido de que un fideicomiso usando
prerrogativas para la operación de Morena o para la campaña presidencial sería
delito, López Obrador tomó el atajo de darle cariz privado. Así, la cúpula de
su partido —o sea, él— determinó su creación. Y echó a andar la maquinaria para
nutrir la cuenta bancaria con recursos que a la postre fueron depositados de la
manera más sospechosa y turbia, y por demás torpe, que a alguien en la gran
mafia del poder se le podría ocurrir.
Alguna fijación deben tener las huestes de
AMLO que a la hora de realizar los depósitos bancarios lo hicieron tipo
“carrusel”, como el PRI en las elecciones, cuando el fraude era su única forma
de arrebatar y retener el poder.
Y el carrusel del billete se volvió
morenista. Formados en la fila del banco, los morenos realizaban depósitos que
promediaban 50 mil pesos. Se retiraban de la ventanilla, salían de la
institución bancaria, retornaban minutos después y repetían la operación. Y
seguro imaginaron que las cámaras de video no registrarían la treta.
Así, el acopio de dinero alcanzó casi 70
millones de pesos. Y días después, mediante cheques de caja, otros operadores
de Morena realizaron los retiros que supuestamente se convertirían en el dinero
entregado a los damnificados de los sismos.
No era aún ganador de la elección y ya el
Instituto Nacional Electoral tenía la evidencia de que el fideicomiso “Por los
demás” transitaba por la ilegalidad. Y se cocinaba una multa fenomenal.
No lo tocó la Unidad de Transparencia del
órgano electoral en campaña para no dar pie a que el Dios Peje argumentara que
el INE se había confabulado para tumbarle su inminente triunfo. O sea, que no
soltara al tigre, a los anarquistas, a los demonios que al grito de “fraude,
fraude”, detonaran las escaramuzas con las que comenzara la agitación.
Y Andrés Manuel alcanzó la gloria,
inobjetable su triunfo, demoledor, con un 53 por ciento de los votos, producto
de la ira popular y el hartazgo, el reclamo de los pobres, de la soberbia del
priismo, la ceguera de un régimen que nunca olfateó, que no vio, que perdió el
oído, que no advirtió la magnitud de sus errores, la profundidad de su
corrupción, provocando mayor desigualdad, mayor olvido, el drama social.
Y como el Dios Peje le dijo al pueblo lo que
el pueblo deseaba escuchar, ganó.
Que si los gasolinazos, que si ganará la
mitad de lo que cobra Peña Nieto, que si no usará el avión presidencial, que si
la droga será legal, que si para combatir la violencia habrá amnistía para los
delincuentes menores —aunque los capos y los sicarios sigan en las mismas—, que
si pondrá orden en el Ejército, que si adelgazará al gobierno y se ahorrará una
lana combatiendo la corrupción.
Y pese a lo estéril de su discurso, el pueblo
se la compró.
Ya investido como virtual presidente de
México, el INE lo torció. O por lo menos exhibió que derecho, derecho, no es.
Oficializó una multa de 197 millones de pesos
por violaciones a la Ley Electoral, por las trampas con las que se operó el
fideicomiso, por el uso de recursos turbios en efectivo, asumiendo él, Rocío
Nahle, Marcelo Ebrard, Cuitláhuac García y el resto de la familia pejista que
eran ellos los que aportaban al fideicomiso.
Fuera como fuera, así haya tenido carácter de
fideicomiso privado, López Obrador lo usó para ganar imagen, adeptos y votos.
Eso es delito. Y así logre revertir la multa en el Tribunal Electoral del Poder
Judicial de la Federación, el escándalo lo vulnera, lo erosiona, le abolla la
corona de santidad.
Diría Héctor de Mauleón, el partido de los
honestos, multado por deshonestidad.
Aquello es nada frente a la condena airada
por el encumbramiento de Manuel Bartlett Díaz en la Comisión Federal de
Electricidad, un nido de corrupción, la caja chica del régimen en que pocos
reparan y donde se tejen mil historias de saqueo y atraco.
De los fangos emerge Bartlett con su plumaje
sucio, manchado, teñido de rojo por la sangre de los buenos que se atravesaron
en el camino de la democracia, los Gil y los Ovando, y los cientos de
simpatizantes más, los mártires de lo que sería el perredismo, vapuleado,
reprimido en los días en que su caudillo, Cuauhtémoc Cárdenas, se encaminaba a
disputar, y ganar, y ver robada la Presidencia de México; en los días que otro
personaje, Andrés Manuel Obrador, decidió permanecer en el PRI.
Cuelgan en el medallero de Bartlett los
pendones del fraude electoral de 1988; la amenaza a Julio Scherer y Vicente
Leñero por el reportaje que se armaba en Proceso sobre el abuso de poder del
entonces secretario de Gobernación, que por la fuerza hizo traer a México a dos
sobrinos, María Teresa y Juan Carter Bartlett, desde Venezuela, cuando ambos se
hallaban a gusto profesando su fe en una secta religiosa; o el crimen del
periodista Manuel Buendía Téllez girón, columnista de Excélsior, autor de Red
Privada, abatido la noche del 30 de mayo de 1984 a manos de un agente de la
Dirección Federal de Seguridad, Rafael Moro Ávila Camacho, por orden de su
jefe, el titular de la DFS, José Antonio Zorrilla Pérez, pupilo de Fernando
Gutiérrez Barrios, el ex gobernador de Veracruz.
Duro, de ademanes tajantes, rudo en su
aspecto, Manuel Bartlett pasó por la Secretaría de Gobernación con Miguel de la
Madrid y por la de Educación con Carlos Salinas de Gortari, premiado por la
caída del sistema electoral. Fue gobernador de Puebla, exhibiendo su mano recia
y su puño duro, llevando a muchos a prisión.
Y años después, cancelados los espacios en el
PRI, repudiado por aquellos a los que jodió, migró a la izquierda, a la que tiempo
atrás pateó y denostó, hostigó y persiguió cuando el poder se le daba a granel.
Hoy son sus compañeros de partido en Morena.
1988 significó el robo del siglo para la
izquierda mexicana. 1991 fue el año en que se reparó el agravio. El sistema
cedió la capital del imperio, la jefatura de Gobierno del Distrito Federal, y
Cuauhtémoc Cárdenas por fin pudo reinar. Y tras él llegó Andrés Manuel López
Obrador. Y de ahí El Peje saltó a la presidencia nacional del PRD, nutriendo su
ego, la obsesión mesiánica de ser otro Juárez, otro Madero, otro Lázaro
Cárdenas, hasta que en su tercer intento, robado en 2006, desdeñado en 2012,
por fin, este 1 de julio, lo logró.
Bartlett es impresentable. Es como ácido en
la herida. No hay bálsamo ni agua bendita que lo pueda purificar. Suma el
rechazo de millones que recuerdan los rasgos de su tiranía, la estampa del
déspota y el alcance de sus excesos.
Llevarlo a la dirección de la Comisión
Federal de Electricidad hace sonar alarmas. ¿Qué le pasa al Peje? Sacude a los
suyos, a sus adeptos, a sus detractores, a quienes lo ensalzaron y a quienes lo
repudiaron en campaña, en la elección y en los días de la cruda electoral.
“Había opciones mejores”, reclama sutilmente
Tatiana Clouthier, la coordinadora de la campaña. “Yo repudio su nombramiento y
su ser político”, receta el actor Gael García Bernal.
Otros, asiduos a la mofa y vituperio, callan.
Unos más, como Attolini, un parlanchín que en 2012 pasó del activismo
obradorista a las filas de Televisa, tildado de traidor al Movimiento 132 y hoy
declarado pejista, intentan justificar la entronización del dinosaurio infame.
Y López Obrador, como Salinas, ni los ve ni
los oye.
Terco, como se autodefine, pudo reclutar a la
mafia del poder y aún así no perdió seguidores. Su discurso ha versado en que
el PRIAN acabó con México y sumió a los mexicanos en la pobreza. Pero luego los
exorciza, los convierte, los expía, los santifica, los redime para terminar
llevándolos al altar de la patria. A esa patraña unos la llaman pragmatismo;
otros cinismo.
Bartlett, dice el Peje Mesías, ha luchado por
el rescate de la industria eléctrica en los últimos 15 años. Sí, y también por
la democratización de los medios de comunicación, y se ha opuesto a las leyes
que controlan la publicidad oficial. Y fuera de eso, no tiene nada más que
agregar.
Esa ha sido la máscara de Bartlett, el rostro
con el que López Obrador justifica el agravio y lo vende como el tirano que nos
dará luz.
Ya ni pensar qué otras locuras hará el Dios
Peje.
Archivo muerto
Mal gobierna Víctor Carranza, y por si
faltara, tiene ínfulas de bailarín. Se le ve danzando en un video que registra
pormenores de un evento cultural, el del 107 aniversario de la elevación de
Coatzacoalcos al rango de ciudad, y lo mismo zapatea el alcalde que se tira al
suelo, y se contorsiona, y cabecea, simulando el comportamiento de una iguana.
Arranca aplausos. Genera vítores. Y en las redes sociales hay quienes lo colman
de elogios y hay quienes le tunden con todo. Alcalde-iguana, habría que
entender Víctor Manuel Carranza Rosaldo que Coatzacoalcos no está para el
relax, con sus muertos y secuestrados, la ola de violencia que sigue azotando
al sur de Veracruz, que se resolverá —ajá— cuando llegue Cuitláhuac García al
poder en la entidad y Andrés Manuel López Obrador a Palacio Nacional.
Alcalde-iguana, Víctor Carranza no da una con la obra pública pero qué tal
fragua negocios para los Quintanilla, o cumple con las dádivas al Clan de la
Succión, vía cerca de 2 millones de publicidad para el negocio de los Robles,
el mini Diario del Istmo y otras firmas fantasma del consorcio… Así nomás, y
sin mucho alardear, Jesús Martínez ya es diputado local por Coatzacoalcos. Va
en la fórmula de Amado Cruz Malpica, uno propietario, Chuy suplente, al
Congreso de Veracruz. Sorpresa, pues, para los que dudaban de sus ligas con
Amado Cruz Malpica, y también de las que tiene con dos priistas de cepa, Miguel
Ángel Luna Modesto y Galdino Cerecedo Márquez, enlaces de prensa de Marcelo
Montiel y Marco César Theurel Cotero, respectivamente. Su tiempo lo distribuye
en el negocio de drones de Galdino, los eventos de comunicación política de
Luna Modesto y sus tareas nada gratas en la Dirección de Comunicación Social en
el ayuntamiento de Coatzacoalcos, donde los colegas acusan que lo suyo, lo
suyo, es espiar. Así, sin mayor esfuerzo, gracias al efecto Peje que hizo ganar
hasta a las Tanias, a las Medeles, a las Jessicas y a los Gonzalos, los que
políticamente no existen y los que arrastran el desprestigio, Jesús Martínez se
ubica a un paso de acceder al Congreso de Veracruz si por alguna razón Amado
Cruz Malpica tuviera que abdicar al cargo de legislador… Vituperado, vapuleado,
nada duele tanto al PRI como la traición de los suyos. Con tal de frenar al
yunismo azul, fidelistas y duartistas operaron a favor de Morena. Le arrimaron
votos. Le dieron su resto para asegurar que Cuitláhuac García Jiménez,
candidato morenista, alcanzara el gobierno de Veracruz. Y así, llevaron a una
estrepitosa derrota a Pepe Yunes Zorrilla, un escenario devastador, un episodio
humillante. Punta de lanza de esa traición, Héctor Yunes Landa sacrificó al
candidato que debió proyectar, José Antonio Meade, el frustrado aspirante
presidencial priista. Ganó Héctor y perdieron los priistas. Él, con sus tres
candidatos plurinominales, Juan Carlos Molina, Erika Ayala y Jorge Moreno
Salinas, y ahora con su hija Andrea Yunes Yunes, derrotada en la contienda por
la diputación de Boca del Río pero inscrita en el número uno de la pluri del
Partido Verde Ecologista de México, el partido del hijo de Fidel Herrera
Beltrán. Cuatro diputaciones locales para Héctor Yunes, y la diputación federal
plurinominal para el originario de Soledad de Doblado, que arrastra el repudio
del priismo. De ahí las mentadas y los reclamos, la ira y los señalamientos de
traidor. Ganó curules y perdió el ínfimo respeto que el priismo trasnochado le
podía tener… ¿Quién es ese alto funcionario de la Comisión Estatal de Derechos
Humanos que por estampar su firma en diversos trámites se deja pedir hasta 100
mil pesos? Hay sólida evidencia de las trampas del ombudsman, un rufián con
poder. ¿Lo sabe Namiko Matsumoto, su jefa inmediata? Quizá sí. Y si lo sabe, lo
consiente. Y si lo consiente eso es corrupción...