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noviembre 09, 2018

Crónicas Ausentes… A propósito de la culpa y su fracaso, y una posible regeneración



Lenin Torres Antonio | 09 noviembre de 2018
Tribuna Libre.- La política […] es un modo de vida, y, así, es también [o debería ser] una moral, una ética, solo que su fundamento no es el individuo sino el pueblo, sin pasar desapercibido, que la ética busca la felicidad de las personas, [y] la política la armonía de la sociedad. Paz, O. (1970) Posdata.

Nadie tiene la altura de un Estadista, porque se carece de congruencia, de convicciones, y como diría el poeta Sicilia, de sentir, de vivir en carne viva el sufrimiento de sus pueblos.
Texto Propio

Tiempos inmorales. Tiempos en el que corre libre la pulsión y los impulsos egoístas cubren los últimos terrenos de la civilidad humanizada. Tiempos de miedo, y lágrimas vertidas por nuestros seres queridos muertos o desaparecidos. Tiempos de desesperanza y de cortas visiones intelectuales. El fin del mejor de los mundos posibles se vislumbra cercano, y la muerte del hombre universal se hace evidente, el fin de las letras con que definíamos al hombre de la razón y la comunidad se percibe en la escasísima nueva bibliografía del "nuevo hombre" de la razón, y las cabezas humanas con altas sustancias de antidepresivos. A lo mucho, de vez en cuando, y cada día más espaciados, dejan caer los pensadores grotescas y sencillas consignas intelectuales hablando del hombre del vacío y de la nada.

El contubernio de la razón y el deseo queda como la única verdad, y el reducto donde refugiarse del sentimiento perdido de pertenencia. La pregunta por el sentido de la vida se pierde en vanaglorias incrédulas del placer del cuerpo, y los subterfugios del pensamiento para evadir su impotencia de pensarse desde otras coordenadas conceptuales.

Vemos cómo patéticamente los medios de comunicación prefieren las imágenes a las palabras, porque hace mucho tiempo dejaron de dar nuevas noticias, las malas son tan malas que preferimos no verlas, y las buenas son de sobra conocidas, que da pereza atenderlas, ya no tienen a quien alienar, ni el perfume de Chanel, ni el cuerpo voluptuosa de Lady Gaga, ni el Héroe trasnochado visitando cuba, ni la chica Almodóvar, ni el líder carismático, ni la guerra por el petróleo, ni la caricatura de las elecciones (2018), con nuestro nuevo Führer con todo el poder, podrá ocupar una portada que cambien la historia de México.

Pero continuamos usando palabras como ética, moral, decencia, pureza, amor, paz, razón, democracia, civilidad, acuerdo, derecho, ley, etc., las palabras que sostenían nuestro marco simbólico y daban sustancialidad a nuestra idea de mundo y sociedad, nuestras palabras mágicas que no nos salvan del naufragio. Pero detengámonos a hablar de una de esas palabras mágicas que arruinan el jolgorio de nuestro Dionisio, la palabra Ética, que la traemos arrastrando de burdel en burdel, y que sin percatarnos que sabemos qué significa nunca nos acordamos de ella, pero cómo recordarla si el intelecto está al servicio de la voluntad; que nuestro yo es un monarca que no puede evitar que nuestras pulsiones hablen y busquen objetos para envestirlos.

Pero cómo hacer que esas costumbres gobiernen nuestros apetitos, si costumbre no tiene el sentido de obligatoriedad o normatividad como en cierta forma lo concebía el mundo griego, hacer un hombre educado implicaría hacer que constituyera en su andamiaje espiritual la obligatoriedad, no necesitamos amenazar con el castigo para que sepamos que no debemos matar.
Es pertinente decir que los griegos crean el concepto de Paideia, refiriendo con ese concepto al hombre formado: su crianza, su instrucción, su educación, su ética, incluso, su estética, es decir, que la visión que tenía del hombre social ponía en juego en esa idea de hombre formado, la idea de un ser formado para lo social, para lo público, por eso era fundamental, no tan sólo proveer los conocimientos, marcos conceptuales, y moralidad, o sea la costumbre encaminada hacia lo bueno. Con el trasfondo de apreciar la dimensión moral (nomo) como se apreciaba la dimensión natural (physis), en el sentido de la inmutabilidad.

Se dice que fueron los sofistas quienes se opusieron a esta unidad, y en cierta forma, castraron la naturaleza humana, relegando el nomo, o sea, el mundo moral a una creación humana, y por lo tanto relativa. El deber ser, y hacer corrieron desde ese momento por sendas separadas. Queda pues darse cuenta que "las costumbres que integran lo que se denomina moralidad de un pueblo o de una época no son simples reiteraciones de determinadas formas de conducta, sino práctica a las que se hallan unida la convicción existente en quienes las realizan, de que lo normal, lo acostumbrado es al propio tiempo, lo obligatorio y debido", es pues "un urgente retorno a la physis del nomo: a propósito del orden social".

La pregunta obligada que se hace después de preguntar a cualquier persona si sabe lo que es ética, es, si sabes lo que es ética por qué no actúas éticamente, por qué no somos capaces de mantener conductas moralmente correctas, por qué podemos matar, robar, y no sentir culpa es pues el concepto de culpa el mecanismo humano que nos permite recuperar nuestra condición humana de seres morales a expensa de un represión de nuestras pulsiones, toda la naturaleza indómita y salvaje del hombre queda empequeñecida cuando los instintos fueron reprimidos, confinados a la oscuridad, por obra de la cultura, que se sirvió de la mala conciencia, la culpa. Sobre una constante represión se construyó la cultura, la sociedad. Por ello Nietzsche dice que el sentido de toda cultura consiste en hacer del hombre un animal manso y civilizado, y para ello tiene que reprimir todos sus instintos, ocultarlos, sublimarlos, construirle cómodas celdas, la razón, inteligencia, en suma, hacerle prótesis. Así que "(...) todos los instintos que no se desahogan hacia fuera se vuelven hacia dentro –esto es lo que yo llamo la interiorización del hombre; únicamente con esto se desarrolla en él lo que más tarde se denomina su "alma"–. Todo el mundo interior, originariamente delgado, como encerrado entre dos pieles fue separándose y creciendo, fue adquiriendo profundidad, anchura, altura, en la medida en que el desahogo del hombre hacia fuera fue quedando inhibido (Nietzsche)". Freud describe la culpa como la tensión que existe entre la conciencia moral el superyó, y lo pulsional, y esto como efecto de la renuncia a lo pulsional que demanda la cultura y la moral al sujeto. El estado de culpabilidad es el sentimiento de haber hecho algo que no se debe, algo "malo", institucionalización e interiorización de los preceptos morales, de lo que es "bueno" y "malo". En Freud es el superyó –conciencia moral– quien determina la norma moral, subrogados de las identificaciones primarias, en Nietzsche es lo que deviene con "la deuda contraída con los antepasados" y el ideal ascético. El psiquismo del hombre opera en una situación conflictual, de renuncias, tendencias y pulsiones contrapuestas. La estructura que determina ese estado conflictual es el Edipo freudiano.

¿Cómo puede hacer un ser humano tanto daño a otros? Pareciera ser una pregunta que sale sobrando. Que ya obtuvo una respuesta, tanto de Nietzsche como de Freud, y que, pese a que podríamos volver a explicar una y otra vez que el hombre está preso de su naturaleza pulsional agresiva, salvaje, que el ser humano es cruel, que goza con hacer sufrir, –homo homini lupus–, no obstante, una y otra vez se volvería a preguntar sorprendido, ante cualquier hecho violento que se presenciase: ¿cómo puede hacer un ser humano tanto daño a otro? Hay, por un lado, la reacción de no reconocernos en el violento, y raudos expresamos nuestra no familiaridad con él, levantamos los brazos al cielo, pediremos que eso no vuelva ocurrir. Cuando nos dicen que la culpa viene a constituir un dispositivo de domeñamiento, de administración de las mociones tanto sexuales como agresivas, utilizada por la cultura y la sociedad, expresamos nuestra convicción de que habrá una relación de interdependencia entre la culpa y la violencia, así que a más culpa menos violencia. Lo que pasa es que hay menos culpa, y por eso se ha incrementado la violencia, así que lo que falta es hacer que el hombre tenga más culpa, así que hay que incrementar la culpa, busquemos que el hombre sea más culpable, esa es la solución. Pero no será que la culpa nunca ha servido para tales fines, y a la mejor hasta puede ser cómplice de la naturaleza salvaje del hombre, o es tan ingenua que pensó que realmente podría domesticar al hombre y fracasó. El instinto sale cuando quiere, que no seamos seres engañados, que haya una astucia de la sinrazón, del instinto, y hasta la pulsión enseñó a reflexionar a la reflexión, enseñó a pensar al pensar. La teoría analítica nos lleva a la conclusión que no hay restitución de la falta, que no hay aniquilación de la pulsión, que sólo hay sustituciones y desplazamientos, metáforas y metonimias, que siempre hay cumplimiento parcial de deseo. Así que la misma culpa es un cumplimiento de deseo.

Decía Nabert citado por Ricoeur, pensando que: "(...) en esa conciencia de culpa se manifiesta, en primer lugar, la unidad profunda de los dos éxtasis temporales del pasado y del futuro; los impulsos prospectivos de todo propósito de cargar de retrospección; a su vez, la contemplación dolorosa del pasado se incorpora a través del remordimiento a la certeza de una posible regeneración".  Pero esa regeneración tiene que ver con una profunda represión de los instintos primarios y la reconstrucción de nuestra subjetividad.

¿Podremos sentar en el diván a la raza mexicana? Reconstruir su subjetividad cuando el terapeuta es el político, quién lucha permanentemente contra sus deseos y su narciso, contra sus pulsiones agresivas y sexuales, y principalmente contra sus compulsiones de poder, y en lo muchos casos cae vencido ante ese que deslumbra, sujeta, apuntala, y enceguece.

Es innegable que algo pasa con lo social, con todo eso que llamamos cohesión social o comunidad.

Lo filogenético se muestra vulnerable ante lo ontogenético –su impronta pulsional violenta– basta echar un vistazo a los medios de comunicación y observar lo ocurrido con la experiencia de vivir juntos, uno frente al otro, y ver que las explicaciones simplistas, la desigualdad social, la lucha entre pobres y ricos, la carencia de valores, son insuficientes para dar cuenta de ello.

Traigo a colación una entrevista que el periodista Jacobo G. García  hace al líder de “Los Aztecas” en la cárcel de Ciudad Juárez, publicada por el periódico español, en Internet, El Mundo, se desprenden conceptos que hay que analizar y tener presente:

¿Cómo se ha llegado a la situación actual? “Ahora se mata a los hijos, a la familia y se le corta la cabeza. Es un grado muy alto de violencia y ya no es por poder, por influencias o por negocio, se mata por gusto”. (Líder de los Aztecas)

¿Por gusto? “Sí, la mitad de las muertes en las calles son ya por gusto.  Hay gente cansada y enrabietada y cualquiera tiene un arma”. (Líder de los Aztecas)

Matar por gusto tiene que ver con una patología social, ya no hay reglas, no hay mediación de poder, ni riquezas, ni valores que distingan, simplemente es por gusto. Ante esto, el marco simbólico se cae y queda la caída violenta, el acto criminal.

Por eso he insistido que más que una reingeniería, modernización, reconciliación, o de la política, lo que necesitamos una clínica de lo social.

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