Ángel Rafael Martínez Alarcón | 26 octubre de 2012
Tribuna Libre.- Uno se puede equivocar, como es muy
frecuente. Porque sólo Dios conoce los corazones. Pero según todos los
indicios, la Iglesia de Xalapa cuenta con un nuevo santo: el Padre Alberto de
Jesús Zamora Salicrup, muerto en Roma el veintitrés de octubre de este año
2012.
El Padre Alberto Zamora fue uno de los
alumnos más destacados de la Facultad de Derecho de la Universidad Veracruzana
(UV). Al terminar el cuarto año, luego de consultar al Padre Juan Manuel Martin
del Campo entró en el Seminario de Xalapa, donde inmediatamente sobresalió
entre todos sus compañeros. Fue enviado a Roma para hacer los estudios de
Teología, en la Pontificia Universidad Gregoriana.
En aquellos años estuvo tocado por la
“Teología de la Liberación”, eran los años siguientes a la gran “contestación”
del 68, y los mismos seminaristas vivían en una permanente agitación. Alberto
Zamora organizó la primera –y quizá única- huelga que ha habido en la
Universidad Pontificia de Roma. Su crítica y rechazo de los maestros era
incisiva y persistente.
De ese periodo nos queda un artículo que
publicó en la revista Servir: “Teología Mexicana y Liberación. Perspectivas del
primer congreso nacional de teología. Análisis del congreso. La búsqueda de una
teología mexicana. El largo recorrido de la teología en México” (Servir, 1972).
Pero luego hubo un cambio radical en su vida.
Se sometió a las llamadas “Catequesis” del Camino Neocatecumenal y desde
entonces entendió que su vida no tenía más sentido que anunciar a Jesucristo
muerto y resucitado por nuestra salvación. Teniéndolo todo lo dejó todo para
consagrarse a evangelizar. Fue otro san Pablo, a quien siguió casi al pie de la
letra: “pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no
con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación
de la cruz es locura para los que se pierden, más para los que se salvan –para
nosotros- es fuerza de Dios. Porque dice la Escritura: Destruiré la sabiduría
de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes ¿Dónde está el
sabio? ¿Dónde está el docto? (1 Cor 1, 17- 20a).
Alberto Zamora no quiso ser tenido por sabio,
ni por inteligente. Y lo era en grado sumo. Pero no servía para dar clases o
para estar al frente de una parroquia con la continuidad y estabilidad que la
vida propiamente pastoral supone. Lo suyo era anunciar, proclamar. Su
radicalismo le causó no pocas incomprensiones y menosprecios que él llevaba con
toda calma. Nunca habló mal de sus adversarios o contradictores.
En los últimos años parece haber tenido una
mayor comprensión de que la inteligencia, su inteligencia, era también un don
de Dios que debía estar al servicio de la Iglesia. Se hizo más comprensivo y
tolerante con los otros carismas y ministerios de sus compañeros. Y redactó una
tesis para obtener el doctorado en Teología que fue aprobada summa cum laude en
la misma Universidad que le había visto como adversario intolerante. La tesis
está publicada en una revista de teología y su título es: “¿Quién celebra la
Eucaristía? La respuesta de teólogos testigos del acontecimiento conciliar”
(Catechumenium no. 6 Julio-Diciembre 2005); “El sujeto de la Eucaristía en las
Escrituras ¿Quién celebra la Eucaristía?” (Ibídem no. 11 Enero-Julio 2008);
“¿Quién celebra la Eucaristía en los primeros siglos de la Iglesia?” (Ibíd. no.
13 Enero- Julio 2009).
Estamos ante el caso de una inteligencia
deslumbrante tocada por la luz de Cristo como san Pablo en el camino de
Damasco: “por causa de Cristo lo he perdido todo y todo lo considero por
basura, a cambio de ganarlo a él, y encontrarme unido a él, no con la justicia
mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe en Cristo… (Fil 3,
8-9).
Lo propio de los llamados “Santos” es una
determinación radical que va más allá de los fieles ordinarios y que los
constituye en modelos y ejemplares para todas las comunidades. Santo,
ciertamente, sólo es Dios; más aún, él es el Santo de los Santos, o el tres
veces Santo, -porque en hebreo el superlativo se forma mediante el genitivo
plural o mediante la repetición-. Santos son también todos los que están en
Cristo, pero Santos de manera especial son aquellos cuya radicalidad nos
sorprende y llena de admiración. En este último sentido creemos que Alberto de
Jesús Zamora Salicrup era un Santo de Dios, en el sentido específico, en el
tercer sentido.