* Con motivo del fallecimiento del Comandante de América,
Fidel Castro Ruz, reproducimos el presente artículo, escrito por el Ing.
Aquiles Córdova Morán, Secretario General del Movimiento Antorchista, y
publicado en el diario nacional Rumbo de México, la revista de análisis
político Buzos de la noticia, y de varios medios del país, en el mes de febrero
de 2008.
Aquiles Córdova Morán | 29 noviembre de
2016
Tribuna Libre.- Finalmente venció el tiempo.
El que fuera por casi cincuenta años el líder indiscutible del pueblo y de la
Revolución Cubana; el Presidente del Consejo de Estado y de Ministros, el
Comandante en Jefe del gran ejército revolucionario de Cuba, renunció
voluntariamente a esos cargos cuyo peso y responsabilidad requieren hombros de
cíclope para poder llevarlos con acierto y por tanto tiempo. Renunció Fidel
Castro. Lo hizo, como todo en su vida, movido por un profundo sentido de
responsabilidad, modestia y lealtad hacia su pueblo; consciente de que sus
fuerzas, menguadas por una grave enfermedad consecuencia de tantos años de
desgaste y de lucha titánica, ya no le permiten llevar en sus manos las riendas
de la gesta libertaria que le tocó continuar después de Céspedes, de Gómez, de
los Maceo, de Martí y de tantos otros, hasta la verdadera independencia de su
patria. Su ausencia levantó de inmediato, como no podía ser menos, una gran
polvareda política a escala planetaria. Se han reavivado las lenguas y las
plumas que, desde siempre o desde que descubrieron que la Revolución Cubana era
autentica y no una de aquellas que “cambian algo para que todo siga igual”,
según la clásica frase de Lampedusa, no han cesado de acusarlo de todo lo
imaginable, de llamarlo tirano, dictador, asesino, verdugo de su pueblo y
enemigo público número uno del género humano. También han tomado nuevos bríos
las frustradas Casandras que llevan años prediciendo la caída del régimen al
primer problema que advierten en la isla y, con mayor razón aún, según ellos,
ante la ausencia (definitiva o no) de
Fidel.
Pero no hay mal que por bien
no venga. El retiro del líder histórico de Cuba es una oportunidad inmejorable
para demostrar lo equivocados que han estado siempre, todos aquellos que, por
convicción o por conveniencia, han negado el apoyo popular a la Revolución y al
régimen derivado de ella, afirmando que ambos se sostienen gracias a la falta
total de libertades, al terror y a las bayonetas. Si en la presente coyuntura,
que ciertamente es una prueba de fuego para el liderazgo y el pueblo cubanos,
la Revolución se sostiene y sigue su marcha ascendente, ello será una prueba
irrefutable de que no es Fidel, ni Raúl ni nadie en lo personal, quien la
sostiene, la defiende y la impulsa, sino la inmensa mayoría de la nación. Yo
estoy convencido de que así será, porque sé que el cubano medio no es el
esclavo agachón que espera la libertad de mano ajena, como lo pintan sus
detractores, sino un pueblo valiente y digno pero, sobre todo, culto y
consciente, que sabe perfectamente qué es su Revolución, en qué consiste, qué
busca y qué quiere para todos los pobres de Cuba y del mundo y, además, que
sabe medir y apreciar lo que tiene justamente en los momentos en que por todo
el planeta, por todo el “mundo libre” sin excepción, se extienden, como mancha
de aceite sobre el agua, el hambre, la miseria, la ignorancia y las
enfermedades, haciendo presa de los desamparados. El cubano sabe (con
excepciones reconocidas, que las hay) que a cambio de la educación gratuita
para todos y a todos los niveles; de los servicios de salud de primerísima
calidad; de la alimentación nutritiva y
suficiente para todos los niños; del trabajo digno y productivo para quien no
quiera ser un parásito social; sus “salvadores”, sus “libertadores” al estilo
americano, sólo les pueden ofrecer “libertad”, “democracia”, “derechos humanos”
e “igualdad de oportunidades para todos”, es decir, hueca palabrería en vez de
verdadero y tangible bienestar. Todo cubano juicioso y noble, entiende muy bien
que esas “libertades” y “derechos” no le han servido de nada a las grandes
masas trabajadoras del mundo; saben que a pesar de ellas, suponiendo que fueran
verdad, el empobrecimiento de la gente es cada día mayor, que la injusticia, la
miseria, el hambre y las enfermedades se ríen de tales derechos, pasan sobre
ellos y avanzan como un tsunami mortal e imparable sobre los más desprotegidos.
Por eso, no echarán abajo su Revolución, no cambiarán el oro de sus
realizaciones por las cuentas de vidrio de las intangibles “libertades” que les
prometen los heraldos del capital, aunque falte Fidel temporal o
definitivamente.
La Revolución firme y
victoriosa sin Fidel, mostrará otra cosa: la falsedad de todas las acusaciones,
invectivas y calumnias que se han lanzado en su contra. Quedará fuera de duda
que todo el lodo que le han arrojado sus detractores, no es más que el desahogo
natural de quien no conoce armas más limpias para defender su causa, ni dispone
de mejores argumentos para demostrar que le asiste la razón, que el lenguaje
excrementicio y los ataques “ad hominem”. Fidel Castro es hoy la inteligencia
política más grande que existe sobre la tierra. Su capacidad de previsión
prodigiosa, su memoria gigantesca que casi abarca toda la historia de la
humanidad, su agudeza mental que sabe desenredar los más intrincados nudos de
la política nacional e internacional de Cuba y orientarse con seguridad en los
problemas más difíciles y abstrusos de la teoría y de la práctica
contemporáneas, hacen de él uno de esos genios que el pueblo suele forjar cada
cien o doscientos años, para que lo guíen en sus horas más difíciles. Pero lo
que más lo hace descollar por encima de las mejores cabezas de su siglo, es que
todas estas potencias gigantescas de su voluntad y de su mente, están puestas
al servicio de los más humildes de la tierra. Puede que haya inteligencias
iguales a la suya, penetración de futuro que compita con la de él; habilidad
política por lo menos igual de certera y efectiva, pero, ¿dónde están esos
cerebros? Creando inventos para incrementar las ganancias del capital;
resolviendo problemas complejos para garantizarle la supremacía económica,
política y militar a su respectiva burguesía; creando armas poderosísimas para
matar más gente de un solo disparo. Fidel, en cambio, lo entregó todo para que
los niños coman bien y se eduquen, para que los trabajadores tengan trabajo,
vivienda, servicios y acceso a la medicina de mayor calidad, para que la
cultura sea patrimonio de todos y no sólo de quienes puedan pagarla. ¿Cuántos
en su lugar han hecho lo mismo? Por eso afirmo, sin temor a equivocarme, que
es, hoy por hoy, el más grande ejemplar vivo de la especie humana, el modelo de
lo que debe ser el hombre, todos los hombres, en un futuro que ojalá no esté ya
tan lejano.