Aquiles
Córdova Morán | 27 abril de 2017
Tribuna Libre.- Tengo la impresión de que todos estamos enterados
del conflicto entre EE.UU. y Corea del Norte y temerosos por la creciente
tensión entre ambas naciones, tensión que a cada hora nos acerca más a una
guerra nuclear que, como dije en mi artículo anterior, barrería de la faz de la
tierra todo rastro de vida orgánica y de civilización. Lo que ya no es seguro
es que todos estemos bien informados sobre la verdadera causa del conflicto ni,
por tanto, de quiénes son los culpables de estar alimentando tan incalificable
crimen contra el género humano. Los medios de difusión occidentales, entre los
que se cuentan los mexicanos, difunden con una unanimidad sospechosa (que solo
puede explicarse si suponemos una misma fuente mundial de distribución de tales
“noticias”) que el problema radica en la irracionalidad de los líderes de Corea
del Norte, empecinados en continuar su propia carrera nuclear a pesar de la
prohibición expresa de la ONU, lo que los convierte en delincuentes
internacionales a los que hay que parar y castigar a como dé lugar.
Ahora bien, ¿es realmente así? Repasemos
brevemente algunos hechos recientes sobre el tema. Grosso modo, puede decirse
que la división de la península de Corea en dos repúblicas separadas y, en
esencia, antagónicas, es fruto de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Durante ese conflicto, la península coreana fue invadida por los japoneses,
entonces pertenecientes al llamado Eje Roma-Berlín-Tokio y, por tanto, aliado
de Hitler, y su liberación, detalles aparte, corrió a cargo del ejército
soviético que comenzó su obra por el norte y avanzó rápidamente hacia el sur.
Como en otros varios frentes, Estados Unidos no estuvo dispuesto a permitir una
Corea libre y unida bajo la tutela soviética y se apresuró a poner por obra su
propia “liberación” del sur. Como ambas potencias eran entonces “aliadas”, no
quisieron chocar entre sí y acudieron al recurso salomónico de dividir la
península en dos: el norte, con una organización socialista de su economía y de
su sociedad, y el sur, totalmente dominado por el gran capital. El acuerdo se
firmó en el último año de la guerra, en 1945.
Sin embargo, como han documentado los
historiadores del periodo, Estados Unidos, en el fondo, nunca estuvo de acuerdo
con la solución; su intención siempre ha sido conquistar toda la península coreana
para ampliar las operaciones de sus grandes monopolios y, ante todo, llevar su
amenaza nuclear a la frontera que Corea del Norte comparte con China y Rusia.
Como consecuencia (y prueba al mismo tiempo) de esta verdad, recordemos que la
“guerra de Corea”, que comenzó en 1950 y terminó con un armisticio firmado el
27 de julio de 1953, fue, de hecho y de derecho, una agresión norteamericana
contra Corea del Norte que buscaba consumar por la fuerza los propósitos antes
señalados. Estados Unidos alegó que se trataba de una “guerra de liberación”
contra la dictadura comunista, la misma vieja cantinela que seguimos oyendo
hoy, con ligeras variantes, en los casos de Libia, Egipto, Irak, Afganistán y
Siria. Pero hay algo más. Técnicamente, un armisticio no es la paz definitiva
sino un cese temporal de los combates por consentimiento mutuo que puede ser
roto en cualquier momento; es decir, que técnicamente también, la guerra sigue.
Esta es, precisamente, la situación actual entre Estados Unidos y Corea del Norte,
lo que equivale a decir que ambos países están técnicamente en guerra desde
julio de 1953. Ante los acontecimientos actuales, hay que saber por qué no se
ha firmado la paz definitiva; quién y por qué se opone a ello. Un experto
occidental, Jack A. Smith, asegura que, desde el fin de la guerra de Corea en
1953, el gobierno norcoreano ha hecho repetidos intentos de firmar la paz
definitiva con EE.UU. sobre la base de
los siguientes cuatro puntos: 1) un tratado de paz definitivo; 2) la
reunificación de las dos Coreas; 3) suspensión de las maniobras militares
conjuntas de Corea del Sur y EE.UU.; 4) negociaciones bilaterales directas
entre Washington y Pyongyang para acordar medidas equitativas que supriman las
tensiones en la península. La oferta esencial de los coreanos es, desde luego,
que de alcanzarse tales acuerdos, ellos pondrían fin de inmediato a su programa
nuclear y aceptarían una rigurosa supervisión de la Agencia Internacional de
Energía Nuclear (AIEN). El experto afirma que es Estados Unidos quien se niega
a firmar el tratado de paz, y asegura que Corea del Norte no quiere una guerra
con el Estado con más poder militar de la historia. Quiere un tratado de paz
(el subrayado es mío, ACM).
Así las cosas, es claro que el programa
nuclear de Corea del Norte no es solo puramente defensivo sino, además, algo
impuesto por la negativa norteamericana a firmar un tratado de paz que le
garantice su soberanía e independencia como nación. Dicho programa no amenaza
la seguridad ni los legítimos intereses de nadie, como lo prueba también la
breve historia de esta pequeña nación que nunca ha invadido a nadie ni
amenazado a nadie ni disparado jamás siquiera un cañonazo más allá de sus
fronteras, nada de lo cual, por cierto, puede decirse de Estados Unidos.
Pero entonces, ¿cuál es el verdadero fondo de
la tensión actual? La respuesta, desgraciadamente, no es nada tranquilizadora.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, el imperialismo norteamericano inició,
en forma más abierta y decidida, el proceso de expansión y de dominio que le es
consustancial, como a todo imperialismo antiguo o moderno, asumiéndose, con
cierta razón, como el único y verdadero ganador de la guerra. Y aunque el
“mundo libre” como totalidad le ofreció gran espacio para su desarrollo y
enriquecimiento, nunca renunció a su deseo de conquista del mundo entero. Esta
fue la verdadera razón de la “guerra fría”; no la “defensa del mundo libre”
contra la “amenaza comunista y atea”, como se dijo y repitió hasta el hartazgo
en su momento. Como ha escrito el historiador catalán Josep Fontana, no debió
llamarse “guerra fría” sino guerra sucia. Con el colapso del bloque socialista,
el imperialismo pensó que había caído el último obstáculo real que se oponía a
su dominio universal y se dispuso a tomar posesión de los restos del “imperio
soviético”. Pero se equivocó. Hoy se da cuenta que Rusia, China, India, Cuba,
Corea del Norte, Venezuela entre los principales, no están dispuestos a dejarse
engullir pasivamente por la voracidad pantagruélica del imperialismo norteamericano
y le han plantado cara justo cuando, como resultado natural de su acelerado
desarrollo unilateral, abusador e inequitativo, su elasticidad económica ha
llegado a su fin, es decir, que ya no tiene cómo ni dónde seguir
desarrollándose como hasta aquí. Conquistar la parte del mundo que aún se halla
sustraída a su dominio es, por tanto, una cuestión de vida o muerte. El
problema, pues, no es Corea del Norte, sino todo el Oriente del mundo, cercano
y lejano, por lo menos.
Para documentar esto último, copio algunas
frases de un interesante artículo publicado por el portal voltairenet.org con
fecha 18 de abril y firmado por “tres personalidades europeas”, según las llama
el propio portal. El artículo se titula “La OTAN amenaza nuestra seguridad” y
entre otras cosas dice:
“La OTAN está concentrando grandes cantidades
de efectivos y armamento a las puertas de Rusia. Queremos expresar nuestra
inquietud ante la propaganda que deforma la realidad sobre las amenazas que se
ciernen sobre la paz. Esa propaganda insidiosa inventa enemigos imaginarios
para justificar el excesivo aumento de los gastos militares, la conquista de
territorios o de «mercados», así como las acciones tendientes a apoderarse del
control del aprovisionamiento en recursos energéticos y a imponer
constantemente nuevas limitaciones a la democracia”. Luego de un punto y aparte
recalca: “¡No! ¡Rusia no es el agresor, ni tampoco amenaza a los países
bálticos, Polonia o Suecia!”. Y poco más abajo viene algo decisivo: “Olvidando
que en el momento de la reunificación alemana Estados Unidos había prometido a
los rusos que no extendería la OTAN hacia el Este, los occidentales empujaron
constantemente hacia atrás, cercaron y humillaron a los sucesivos dirigentes
rusos. Independientemente de lo que podamos pensar del régimen ruso, el
principal defecto de Vladimir Putin –y el de muchos países del mundo– a los
ojos de los occidentales, es que no se pliegan a los deseos hegemónicos de
occidente”. (Los subrayados son míos, ACM) ¿No está acaso suficientemente claro?
¡Basta ya de patrañas y de mentiras
mediáticas! ¡Desconfiemos de la prensa atada al carro del imperialismo! ¡Es
hora de que los pueblos del mundo abramos los ojos y nos dispongamos a todo
para defender nuestro derecho, nuestros países, nuestra vida y la del planeta
entero! Solo los pueblos organizados y conscientes pueden parar en seco el
apocalipsis nuclear que pretenden desatar sobre nuestras cabezas los grandes
monopolios, trusts y cárteles que se han adueñado de la riqueza y del poder
político en todo el mundo. ¡HOY! Mañana puede ser tarde.