*El
homicidio de Cándido Ríos evidenció fallas del Mecanismo de Protección a
Periodistas.
Hueyapan de Ocampo, Ver. |
24 agosto de 2017
Tribuna Libre.- La casa de Cándido Ríos Vázquez es similar a
una fortaleza, enrejados con alambre de púas, seis cámaras pendientes de cada
movimiento y chapas de seguridad en las puertas. Sin embargo, el Mecanismo
Federal de Protección a Periodistas omitió un lugar donde un reportero
veracruzano es vulnerable: la calle.
Se ignora si Ríos Vázquez al verse acorralado
por armas calibre 223 -usado por la mayoría de corporaciones policíacas- tuvo
tiempo de pedir auxilio con su botón de pánico. Lo único que refieren testigos
es que intentó ocultarse debajo de una camioneta y allí le acribillaron.
“¿De
qué sirven cámaras y celulares satelitales si no te van a cuidar la vida
afuera? A Cándido no le brindaron del todo la protección porque nunca vi una
autoridad en la puerta. ¿Quién le iba a cuidar las espaldas?”, se cuestiona
Hilda Nieves Martínez, al pie del féretro de su esposo.
En tanto, Roberto Campa Cifrián,
subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, reconoce
desde la capital de Veracruz, que el Mecanismo de Protección para Personas
Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, al cual estaba sujeto Ríos Vázquez,
“tiene que hacer un análisis y una autocrítica sobre la eficacia que tienen las
medidas”.
Eugenia recuerda mientras ofrece agua de
melón a los compañeros de Pabuche -como era apodado en el gremio- que el día de
su muerte, salió temprano para acompañar a unos pobladores de la Sierra de
Santa Marta, quienes le avisaron sobre un problema en su pueblo, y pedían su
ayuda.
Caía la tarde del martes cuando a Hilda le
anunciaron la noticia del reportero asesinado número 21 en Veracruz, se trataba
de Cándido. “Cuando lo alcancé en el hospital ya estaba muerto, dicen que los
tiros se los dieron en la espalda, pero tenía todo el pecho floreado; le
despedazaron su mano”, recuerda la mujer mientras la asisten con lienzos con
alcohol.
La viuda refiere que hasta hace apenas una
semana, Cándido recibió en su celular mensajes de texto de parte del exalcalde
de Hueyapan, Gaspar Gómez Jiménez “le decía que valía pura no sé qué”.
“Fue una constante las amenazas contra él por
todo lo que decía y publicaba. Él decía que más vale morir de pie que morir
arrodillado. Gaspar Gómez no aguantaba las críticas en su gobierno y Cándido no
sabía quedarse mudo ante las injusticias”, señaló Cecilio Pérez Cortés,
subdirector de El Diario de Acayucan, del cuál era colaborador el finado.
Hilda Nieves recuerda una del año 2012,
cuando policías municipales lo privaron de su libertad le propiciaron lesiones
en la pierna y en la cadera que lo obligaron a utilizar bastón.
“Lo
hicieron caminar sobre espinas y de tanto golpe le salió una hernia que ya
estaba por explotarle, finalmente lo abandonaron en un monte. Él era muy terco
y no iba al doctor, me decía que no pasaba nada”, relata la mujer.
Hilda Nieves se pronuncia incrédula ante las
primeras versiones de que la muerte de Cándido fue un daño colateral. “Ya lo
habían golpeado muchas veces, a veces le metían droga en su maletín, siempre
era Gaspar Gómez”, insiste.
“Él decía que le gustaba la profesión de
periodista pero yo le decía ‘eso es malo, te van a matar'. Pero nunca me hizo
caso. Le gustaba andar en problemas aunque no le pagaban”, abunda Hilda Nieves.
“Cándido era de los periodistas que sudan los
calcetines”
La paga de Cándido como reportero era
inusual, recibía 100 pesos diarios por sus notas que escribía sobre deportes,
política o policiaca. Sin embargo el sustento para su esposa lo obtenía a pie,
con un megáfono con el que promocionaba a diez pesos el periódico del día, el
cuál le salía gratis a manera de apoyo de parte de su medio.
A Pabuche se le oía chiflar todas las mañanas
por las calles de Hueyapan, sin importar las temperaturas que rayan en los 40
grados, ni que su caminar fuera renqueado desde que se convirtió en presa de
agresiones. Cuentas amigos cercanos que cuando la nota de ocho columnas llevaba
su crédito, Cándido se daba el lujo de vender el periódico hasta tres veces lo
real de su precio.
“Él hasta los últimos días denunció a los
funcionarios que desde siempre han saqueado a Hueyapan. Arengaba a su pueblo a
que defendiera lo suyo. Era un hombre sensible y defensor de causas. Realizó
muchas huelgas de hambre y hasta estuvo en la cárcel tres veces precisamente
por sus ideales”, reconoce Cecilio Pérez Cortés, subdirector de El Diario de
Acayucan.
De acuerdo con Pérez Cortés, Cándido inició
su carrera empírica como reportero en el municipio de Coatzacoalcos, donde
publicaba un semanario llamado El Cuarto Poder. A la muerte de su socio,
regresó a su lugar de origen y montó una hoja de papel llamada La Voz de
Hueyapan, en ese espacio “escribía lo que él llamaba tropelías y raterías de
los funcionarios, un periodismo combativo”.
Una de sus últimas coberturas de Pabuche, ya
en el Diario de Acayucan, fue sobre el saqueo al material pétreo del lecho del
río de su pueblo. “Cándido fue el único en la región que levantó la voz y
defendió su rio”, le reconoce Pérez Cortés.
“A Cándido le cortaron las alas”
La viuda de Cándido Ríos Vázquez finamente
expone sobre un féretro los últimos zapatos que llevó puestos. La parte de
arriba muestra la pasión del reportero por el oficio, se ven lustrados de la
punta al talón, con una sola mancha escarlata que se derramó de su pecho. En
tanto la suela refleja kilómetros andados, agujereadas.
“Cándido siempre lo veías trabajando, salía y
regresaba chiflando. Él defendía a personas cuando las metían a la cárcel
injustamente, a él lo buscaban cuando alguien estaba desaparecido, y ayudaba
enferma de la Sierra. Él veía como, pero apuraba a la gente para que hiciera su
trabajo”, reconocen los amigos del reportero.
Finalmente, Ninfa Ríos Vázquez, hermana de
Cándido comparte una reflexión que nació en la desgracia: “Como reportero creyó
que podía volar muy alto, dando su opinión sobre personas poderosas, sin
embargo, me da tristeza que a mi hermanito le hayan quebrantado las alas. Él no
le hacía daño a nadie”.