David Marcial Pérez | 14 octubre 2025
Tribuna
Libre.- Primero asesinaron a su hijo Gerardo a balazos en la calle. Luego,
cuatro años después, unos hombres vestidos de policías entraron por la noche en
la casa y se llevaron a su hijo Miguel. Es entonces cuando decidió juntarse con
otras madres para buscar a su hijo. Se convirtió en una Antígona mexicana. Las
conexiones entre la tragedia griega -donde Antígona desafía al rey de Tebas
para poder enterrar a su hermano- y el agujero negro de los desaparecidos lleva
tiempo resonando en la literatura mexicana. La poeta Sara Uribe publicó hace ya
más de una década un fabuloso experimento mezclando el texto original con
historias reales a partir de su experiencia en un colectivo de buscadoras.
Una de
las protagonistas dice casi como prólogo: “No quería ser Antígona, pero me
tocó”. Lo podría haber dicho también la madre de Gerardo y Miguel, o cualquiera
de los familiares que en México están desafiando al poder: al del Estado, que
les dice ”se fue con una mujer, ya aparecerá, sin cuerpo no hay delito”. Y al
del crimen, que les dice ”no grites, no busques, no pienses. Nos van a matar a
todos”. Su gesto ético, su valentía y dignidad, inspiran otra manera de estar
en el mundo, otro México donde en el centro está la vida y no la resignación y
la banalización de ante la muerte.
“Yo
solamente le llamo a las autoridades, le llamo a las personas que me lo tienen,
que tengan piedad y misericordia”. Estas sí son palabras de la madre Gerardo y
Miguel, que se llama Eva, pero que podrían salir también de la boca de la
Antígona del poema, arquetipo de la piedad de una hermana frente a la crueldad
del rey. Mi compañera Beatriz Guillén fue a entrevistar a Eva a su casa, en un
barrio humilde de Guanajuato, para contar a través de su historia el problema
de los desaparecidos en ese Estado próspero y conservador que lidera las encuestas
de los lugares con más asesinatos y más fosas clandestinas. Solo en el último
año se han registrado más de 1000 personas desaparecidas.
La
tragedia de Eva Vázquez ha ido creciendo con el tiempo. El 2023, la Fiscalía
estatal le entregó el cráneo de su hijo Miguel. Lo encontraron en un pueblo
cercano metido en una bolsa negra. Dicen que no hallaron el resto del cuerpo.
Tardaron más de un año en avisar a su madre. Ella igual siguió con el colectivo
de buscadores, ayudando a otros familiares. Cómo diría Antígona: “para no
olvidar que todos los cuerpos sin nombre son nuestros cuerpos perdidos”.
En
junio de este año, otro grupo de hombres volvió a entrar en su casa y asesinó a
otro de sus hijos. Lo mataron mientras Eva y su esposo, Francisco, estaban en la
planta de abajo, con la cara contra el piso, las manos enredadas en la espalda,
amenazados con una pistola. Antes de marcharse, los hombres se llevaron también
a su marido Francisco.
Ahora
Eva busca también a su esposo desaparecido, que además formaba parte del
colectivo de familiares en búsqueda. Como el rey de Tebas, las autoridades
parecen negarle el derecho a la justicia, al menos a encontrar y enterrar a su
marido. Eva le contó a mi compañera Beatriz que lo único que ha hecho la
Fiscalía del Estado es dificultar la búsqueda, tratando de evitar incluso dar
una copia de la carpeta de investigación a la familia. Las instituciones están,
como poco, saturadas. En el panteón forense de la Fiscalía de Guanajuato había
hasta agosto del año pasado 929 cuerpos, casi todos sin identificar todavía.
Es uno
de los grandes pendientes en la política de seguridad del Gobierno. La
presidenta Claudia Sheinbaum celebra la reducción de homicidios en el país
durante su primer año de mandato, un 30% menos. Además se han arrestado a más
de 30.000 personas y decomisado miles de armas y de toneladas de drogas.
Sheinbaum insiste en que la estrategia funciona. Pero hay una cifra que se le
resiste: la de los 133.000 desaparecidos en el país. Un número que crece sin
freno en el país de las Antígonas.

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