México, D.F. | 24 julio de 2013
Tribuna Libre.- Jesús Lemus Barajas estuvo en el lugar equivocado
en el momento equivocado. Y pagó un precio demasiado alto. El aguerrido
director de un periódico local en La Piedad, Michoacán, tuvo frente a sus ojos
un historia que no podía desperdiciar: en su región se daba la famosa guerra
contra el narco que el presidente Calderón consideró esencial para salvar a
México del caos. Investigando historias oscuras del narco y las fuerzas de
seguridad, no se dio cuenta que seguir las pistas de la barbarie acarrea rudas
consecuencias.
Un comando armado se lo llevó a un centro ilegal de
detención en Guanajuato y tras un semana de torturas apareció ante las cámaras
de TV como supuesto jefe de la Familia Michoacana. Huelga decir que los
secuestradores y torturadores eran militares y que su secuestro no terminó en
muerte porque llegaron reportes rápidos de su desaparición y se evitó el
previsible final.
Pero igual le inventaron a Jesús Lemus todos los
cargos habidos y por haber. Pasó tres años en el penal de máxima seguridad de
Puente Grande, Jalisco, donde decidió que no se dejaría llevar por la depresión
y el terror. Lo consiguió de la única forma que un compañero de gremio puede
hacerlo: recuperando el espíritu del periodismo y aprovechando las ventajas de
un entorno brutal.
La consecuencia de su acto de honor fue un libro
que publica Grijalbo y se titula Los Malditos. Crónica negra desde Puente
Grande que es una colección de entrevistas con el top ten de los delincuentes
ahí encerrados y un relato del horror que vio y vivió. Tras 36 meses en el
infierno carcelario Jesús Lemus salió en
libertad. Todo su caso fue pura falacia. Sin trabajo y deshecho, tenía al menos
un libro en ciernes que daría sentido a su experiencia.
Sobrevivir
para que otros lleguen a saber.
Y el libro ya está en todas las librerías. Su
testimonio es solo un botón de muestra pero confirma, en grado extremo, el
nivel de brutalidad que se dio en la administración de Felipe Calderón Hinojosa
cuando un presidente desesperado por conseguir legitimidad concedió al ejército
mexicano, la PFP y la Marina barra libre para convertir a los civiles
-molestos, sospechosos o críticos- en blanco directo de la guerra sucia.
Sin ley, sin garantías jurídicas ni habeas corpus,
el camino al salvajismo quedó abierta. El juego mortal entre los cárteles y el
estado abrió la espita para que todas las vidas cayeran en manos de la
barbarie. Una barbarie que se cebó especialmente en personas como Jesús Lemus
que intentaron contar lo que estaba pasando en los inicios de guerra contra el
narco.
Sirva esta historia que él mismo ha relatado a
varios medios para romper los cínicos prejuicios que tantos acataron sobre las
víctimas del calderonato: los muertos, los torturados, los encarcelados algo
hicieron para terminar tan mal.
Pues no: igual que altos funcionarios y militares
acusados por testigos protegidos resultaron inocentes, civiles injustamente encarcelados tampoco
tuvieron culpa alguna. Solo la mala suerte que gente con poder quisieran
desaparecerlos.
Pasen y lean…
Sin pruebas me acusaron de narco: Lemus / La redacción
“Los Malditos, crónica negra de una cárcel de
exterminio” (Random House Mondadori) será presentado el 16 de julio en México y
es el resultado de los tres años y cinco días que Lemus pasó encerrado en el
penal de máxima seguridad de Puente Grande (oeste).
Recluido desde 2008 en una zona de aislamiento del
penal, Lemus logró ingeniárselas para escribir en el día lo que algunos
célebres delincuentes y vecinos de celda le contaban entre susurros por la
noche.
Mario Aburto, asesino en 1994 del entonces candidato
presidencial del PRI Luis Donaldo Colosio; Álvaro Darío Valdez, ‘El Dubi’,
miembro de la sanguinaria banda de los Narcosatánicos, y Daniel Arizmendi,
apodado ‘El Mochaorejas’ porque gustaba de cortar orejas a sus víctimas de
secuestro, son parte de la lista de personajes que conoció Lemus, que prefiere
no dar muchos detalles de sus retratos.
En una entrevista con la AFP, el periodista relata
cómo sacaba de la cárcel los textos escritos en las raciones de papel sanitario
a las que tenía derecho diariamente. Las tiras de papel las doblaba en pequeñas
piezas que escondía y después entregaba a su esposa en las visitas conyugales
para que se las llevara metidas dentro de los zapatos.
Lemus reconoce que esa vocación de reportero fue lo
único que lo alentó a seguir viviendo en esos oscuros años, en los que se
convirtió en el único caso conocido de un periodista encarcelado en México por
narcotráfico cuando el país vivía azotado por la lucha frontal antidrogas del
gobierno de Felipe Calderón (2006-2012).
En mayo de 2008, cuando fue detenido, Lemus era
director de El Tiempo, un periódico local del municipio de La Piedad en el
estado de Michoacán (oeste), donde Felipe Calderón había iniciado su despliegue
militar contra el narcotráfico, que generó una ola de violencia en la que más
de 70.000 personas fueron asesinadas durante su mandato.
El periodista investigaba entonces las redes que
había tejido uno de los cárteles entre Michoacán y el vecino estado de
Guanajuato (centro) cuando un comandante de la policía, que había sido una de
sus mejores fuentes, lo entregó a policías vestidos de civil.
“Me esposaron, me pusieron una capucha y me
secuestraron dos días en un lugar desconocido a manos de policías. Ahí sufrí la
tortura que yo ni siquiera me imaginaba que existía”, recuerda este periodista
especializado en asuntos policiacos.
La bolsa de plástico en la cabeza para asfixiarlo,
los toques eléctricos en los testículos y las golpizas con tablas, entre otros
suplicios, no lograron hacerlo firmar una declaración para reconocer ser parte
de un cártel, pero después aceptó declarar que fue detenido junto a dos hombres
que resultaron ser narcotraficantes.
El periodista fue sentenciado a 20 años de prisión
por promoción del narcotráfico y al poco tiempo fue enviado a Puente Grande,
donde los primeros seis meses permaneció en una pequeña celda en la que casi
siempre lo mantenían desnudo.
Todas las noches lo sacaban a un patio donde lo
hacían rodar por el suelo con chorros de agua a presión. “Me ponían unas
palizas que mejor no te platico”, explica el comunicador, de 46 años, que tuvo
que hacerse cargo de su defensa porque dos de sus abogados fueron asesinados.
Finalmente, una juez federal aceptó su apelación en
mayo de 2011 y lo puso en libertad.
El periodista recuerda que su diario, que cerró
tras su detención, había criticado sistemáticamente a la administración local y
a los “amigos del expresidente Felipe Calderón”, originario de Michoacán.
El reportero ahora no puede volver a La Piedad y
sobrevive con dificultad en Morelia, capital estatal, sin poder ejercer su
labor periodística.
En Reporteros sin Fronteras “consideramos que es un
caso inédito. No tenemos registrado ningún otro caso de un periodista que haya
sido detenido tres años” y acusado de colaborar con el narcotráfico, dijo a la
AFP Balbina Flores, corresponsal de la ONG de origen francés, que enmarca el
caso en la vulnerabilidad de la prensa en México. (lajornadadeoriente.com.mx)