Aquiles Córdova Morán | 27
septiembre de 2013
Tribuna Libre.- Los
Antorchistas hemos insistido en que nuestra lucha en general, y en el Estado de
México en particular, no busca ni ha conseguido nunca otra cosa (siempre y en
todas partes a cuentagotas), que resolver algunas de las necesidades y
carencias más evidentes e intolerables de una buena mayoría de la población nacional,
aunque la pertinaz y feroz campaña mediática diga otra cosa. Esto en el corto
plazo. A plazo mayor, hemos dicho que peleamos por una mejor distribución de la
renta nacional y por una reorientación drástica del gasto social en favor de
los que menos tienen, para paliar la tremenda injusticia social en que vivimos.
Y no hay manera de ocultar esta verdad. El CONEVAL, p. ej., en su informe más
reciente, dice que ocho de cada diez mexicanos, esto es, el 80% del total de la
población, padece algún tipo de pobreza, y otras fuentes aceptan que unos 17
millones viven en pobreza alimentaria, es decir, que no tienen asegurada
siquiera la comida del día siguiente. Las cifras del empleo tampoco son
mejores, pues al 5% de desempleo abierto (más o menos), habría que sumar un 35%
del ambulantaje, lo que arrojaría que el 40% de la PEA, aproximadamente, carece
de empleo formal. Están, además, el nivel de los salarios, el incremento en los
precios de los productos alimenticios y de primera necesidad, el de otros indicadores
como la energía doméstica, el déficit de vivienda, de salud, educación,
servicios básicos, comunicación, transporte, descanso y recreo entre otros.
La
pobreza, pues, no la inventó el Antorchismo; pero sí es un hecho que somos,
quizá, el organismo de carácter político-social que más énfasis pone, tanto en
su discurso como en su quehacer cotidiano, en la denuncia abierta de esta
situación, de los peligros que entraña para la estabilidad social, en la
exigencia de que se atiendan y resuelvan las manifestaciones más agudas e
inmediatas de la pobreza y en que se lleven a cabo las reformas necesarias,
tanto en el modelo económico vigente como en la manera de ejercer el gasto
público, para atacar las causas profundas y no sólo los síntomas superficiales de
la desigualdad. Y son esta postura y esta práctica, casi con seguridad, las
causas de la irritación en contra nuestra de quienes ejercen el poder político
y el dinero público; es esto lo que les parece una inadmisible intromisión de
gente descalificada en asuntos que consideran de su exclusiva competencia,
intromisión que entorpece el “libre ejercicio del poder”, sin rendir cuentas a
nadie, a que todo gobernante aspira. Les parece, además, un peligroso ataque a
la concepción del poder como dominio absoluto e incontestado sobre los demás, y
fuente de honores, privilegios y enriquecimiento personal y “de equipo”. Esta
molestia alcanza también, seguramente, a poderosos grupos económicos, que
siempre están detrás del poder político con el fin de asegurar y acrecentar su
influencia social y su poder económico.
Para
todos ellos el enemigo a vencer es el Antorchismo. Así se entiende mejor el
odio que le dispensan los medios, casi sin excepciones y desde siempre, como lo
atestiguan los sucesos de las últimas semanas. En efecto, hace meses que los
antorchistas no pisan las calles del Distrito Federal en una protesta masiva; y
siempre que lo han hecho, por convicción y por razones de principio, evitan
pintarrajear y dañar inmuebles del tipo que sean, cerrar vialidades importantes
intencionalmente, sitiar oficinas públicas e impedir la entrada y salida de
empleados y ciudadanos en general, intentar derribar vallas metálicas colocadas
para obstruir su paso y provocar o aceptar enfrentamientos a golpes con la
policía. Repito que esto ha sido así desde siempre, pero ahora mismo se puede
constatar en los eventos de protesta que hemos tenido que realizar en ciudades
como Toluca, Puebla, Guanajuato, Tepic, Xalapa, etc., para no recurrir a
ejemplos más remotos que, por lo mismo, pudieran suscitar dudas en quienes no
siguen nuestra trayectoria. Y sin embargo, no hay medio ni periodista que, al
hablar de la lucha del magisterio en el D. F., Oaxaca o Guerrero, no nos saque
a colación tirándonos de los cabellos, no nos ponga como ejemplo de
“vandalismo”, de chantaje y de prepotencia desafiante hacia los poderes
públicos y como depredadores del patrimonio de la ciudad y de los derechos de
terceros. Al final, terminan todos olvidando el asunto central de su trabajo
para centrar sus ataques, sus “críticas” y sus “denuncias” en el antorchismo y
clamando “castigo ejemplar” para sus líderes. Lo dicho: el “enemigo” a vencer
es Antorcha.
El
ensañamiento de los medios es suyo sólo en parte; la porción mayor es inducida,
ordenada y pagada por quienes se duelen de nuestra denuncia y nuestra lucha.
Allí está para probarlo el gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila
Villegas, que no sólo ha lanzado a lo mejor y más aguerrido de su jauría
mediática en contra del antorchismo mexiquense y de sus líderes, el diputado
Jesús Tolentino Román y los presidentes municipales de Chimalhuacán e
Ixtapaluca, sino que él mismo y sus funcionarios (o sus protegidos como Axel
García Aguilera), descargan contra Antorcha todo su poder, sus influencias y su
malicia para frenar su lucha, negar solución a sus peticiones y amedrentar a la
gente, sin detenerse ante maniobras fuera de la ley y claramente constitutivas
de delito. Asesinatos de modestos transportistas y sus abogados, allanamiento
de domicilios de dirigentes y de estudiantes hijos de aquéllos, terrorismo
verbal a través del teléfono y las “redes”, siembra de cadáveres con mensajes
sangrientos son algunos de los “refinados” métodos empleados en esta guerra de
exterminio. Pero, ¿todo esto sólo porque el antorchismo mexiquense demanda el
cumplimiento de compromisos firmados por el gobernador Ávila Villegas, varios
de ellos con el aval de la Secretaría de Gobernación? Sí, eso es todo. Pero es
mucho, pues se trata de destinar dinero a obras para los pobres y de defender
el derecho de trabajadores del transporte a independizarse de la explotación y
la dictadura patronal de Axel García y “su equipo”. Se toca, pues, el punto más
sensible de toda esa gente: el bolsillo. Y la respuesta no se ha hecho esperar.
Es
claro que la guerra desbocada del Dr. Ávila Villegas no es sólo suya. Sería
demasiado arriesgado y el señor no parece ser un suicida en política. Todo
indica, pues, que detrás de él están fuerzas políticas y económicas más
poderosas, mismas que han llegado a la curiosa conclusión de que el peligro
para su dominación no es la pobreza generalizada, sino el Movimiento
Antorchista; algo así como decir que la culpa de la fiebre no es el agente
infeccioso, sino el termómetro que la registra, y que el remedio es, por tanto,
romper el termómetro. Creyendo que el desarrollo de Antorcha se debe a las
“muchas” demandas que le han resuelto y que la prestigian con sus bases,
concluyen que liquidarla es tan sencillo como “cerrarle completamente la
llave”: ¡Cero soluciones de aquí en adelante! Y aquí está la gran lección para
el Antorchismo Nacional: Es un error increíble, casi infantil, de los
estrategas oficiales, pensar que Antorcha ha crecido por la “generosa” solución
a sus reclamos y no como consecuencia obligada de la pobreza nacional. Pero
esta es la verdad, y, por tanto, si la pobreza sigue creciendo, Antorcha debe
crecer de manera proporcional y a igual velocidad por lo menos. Esta es la
lección política de la estrategia eruvielista, y es también la tarea actual del
Antorchismo Nacional. Y si a esto se añade que el “gotero” se cierra
totalmente, es decir, si se clausuran las pequeñas e insuficientes válvulas de
escape que hasta hoy funcionaban, la consecuencia será mayor agudización de la
pobreza y mayor inconformidad social. Antorcha debe crecer, entonces, más
aceleradamente todavía. La política de “cero soluciones” es un tiro en el pie o
un poco más arriba, y los antorchistas estamos obligados a entenderlo,
aprovecharlo y demostrar que es así: que acabar con Antorcha sólo puede
lograrse de una manera: acabando con la pobreza y la injusticia social.