José Miguel Cobián | 01 enero
de 2014
Tribuna Libre.- Durante el 2013 hubo un par de
acontecimientos políticos que me asombraron. Pocas veces en el país se puede
observar una operación política de tal magnitud, en un caso exitosa y en el
otro caso se puede decir que también exitosa, analizando los detalles finos del
asunto. Una a nivel nacional y la otra a nivel mucho más local.
La más impresionante fue la operación política
del nuevo régimen. Mientras sus detractores y enemigos se han dedicado a
propalar la especie de que el presidente Peña Nieto es poco menos que un
incapaz o débil mental, la realidad se ha encargado de demostrar otra cosa muy diferente. Incluso esa imagen
que sus enemigos le han creado de ¨tonto¨ le ha favorecido, pues sus logros han
pasado desapercibidos y pocos mexicanos se han dado cuenta de la trascendencia
de la transformación lograda en el país a tan sólo un año de gobierno.
Desde tiempos de Diaz Ordaz, (pues desde allí
me alcanza la memoria personal), no he visto jamás que se operen cambios tan
radicales para México en tan corto plazo.
Incluso el tratado de Libre Comercio de Salinas no fue manejado con
tanta maestría. Todos los proyectos de
reforma que se propuso llevar a cabo la nueva administración, los ha
logrado. La reforma de la ley federal
del trabajo, la reforma a la ley laboral de los maestros, el descabezamiento
del SNTE, la sumisión del PAN y el PRD, la abyecta sumisión de los líderes
empresariales de CONCANACO, CONCAMIN, CANACINTRA, COPARMEX, CCE, y demás
cúpulas. La reforma fiscal, la reforma energética y su aprobación vía fast
track en las legislaturas estatales. El total apoyo de los líderes religiosos,
no sólo de la iglesia católica, sino de las demás religiones que algo
representan en el país. El acostumbrado e incondicional apoyo de las fuerzas
armadas. Y hasta la distracción generada por la CNTE y por MORENA, todo ha
favorecido al régimen para llevar a cabo, puntualmente y al pie de la letra sus
proyectos para el primer año de gobierno.
Si leemos la historia, a nivel internacional, muy pocos gobiernos en los
últimos cien años, en cualquier parte del mundo en donde haya democracia han
logrado lo que el gobierno de Enrique Peña Nieto. Podremos estar a favor o en contra de sus
reformas, pero de que ha logrado lo que ha querido, no hay la menor duda.
El
otro asunto es a nivel local. En dos municipios, Córdoba y Fortín se dieron
resultados electorales para la presidencia municipal totalmente
inesperados. En Fortín, después de la
administración de César Torrecilla, pocos daban por buena la posibilidad de que
otra vez ganara el PRI, y lo logró con un candidato que jamás había participado
en política como Armel Cid, pero con carisma y que genera confianza en el
electorado. Eso y los acostumbrados
manejos que todos conocemos de la política mexicana. Sin embargo, haya sido como haya sido, fue un
logro impresionante, para la comuna que el primero de enero comenzó a despachar
los destinos de ese municipio.
En
el caso de Córdoba, pasó algo parecido.
Un candidato extraído de la iniciativa privada, con carisma y aceptación
pero también desconocido para el votante, hizo lo que pocos esperaban. Cuando Salvador Abella resultó candidato muy
pocos le daban la mínima probabilidad de hacer un papel mínimamente decoroso.
Se esperaba una apabullante derrota ante ese tsunami electoral que es Tomás
Ríos. Incluso, desde las alturas se
operó para dividir a su partido, para sacar un candidato como Juan Carlos
Castro, que muchos esperaban ganaría o quedaría en segundo lugar, relegando a
Salvador a un deshonroso tercer lugar. Y
sin embargo, a pesar de partir casi de cero en cuanto a conocimiento público,
Salvador hizo una campaña ganadora, a tal grado que contra todo pronóstico, dio
la pelea al seguro ganador, y quedó en el municipio, incluso por arriba de la
votación del fenómeno electoral que siempre ha sido Paco Portilla. En esa campaña aún perdiendo la elección,
Salvador y su equipo demostraron que si hubieran comenzado antes, o hubieran
sido más largos los tiempos de campaña, la elección hubiera estado mucho más
cerrada. Ganó quien (se sabía) tenía que
ganar, pues Tomás y Hugo hicieron una mejor mancuerna que Paco y Salvador, pero
el resultado está para estudiarse en libros de texto de política local. Tomás siempre conservó su aura de excelente
presidente municipal y Hugo no traía ningún desgaste político; ambos conocidos
por la ciudadanía y aunque los jóvenes no tenían mucho recuerdo de ellos, su
leyenda les antecedió en el conocimiento público, una leyenda de buenos
servidores públicos. Por el contrario Salvador tuvo que remontar el ser poco
conocido en la ciudad, y el hacer mancuerna con Paco Portilla, que siendo excelente
político, traía ya un desgaste muy fuerte tanto con la ciudadanía como con los
militantes de su propio partido, efectos ambos que jugaron fuerte el día de la
elección.