José Miguel Cobián | 28 diciembre de 2015
Tribuna Libre.- De todas mis publicaciones, creo que esta será la más socialmente
incorrecta, pues va en contra de las costumbres de la época navideña, y a favor
de ser más auténticos en hechos y menos en palabras.
Tal parece que en nuestra
cultura mexicana, dejamos todas las responsabilidades a Dios. Las frases
propias de la época expresando todo tipo de buenos deseos, implican que
nosotros ya cumplimos al desearle algo bueno al prójimo, y no tenemos mayor
responsabilidad en que nuestros deseos se conviertan en realidad. Tal parece
que tan sólo con expresarlos se cumplirán, o simplemente nos permiten eludir
nuestra responsabilidad social, con el prójimo.
Así, el único responsable de que se cumplan o no es quien dirige el mundo,
es decir Dios. Si se cumplen es ¨porque Dios quiere¨, y si no, pues porque Él
no quiso.
Tengo muchos años preguntándome la razón de las peregrinaciones en las
festividades religiosas, en particular las del 12 de diciembre. Pues en lo
personal siempre he considerado que si consideramos a la Virgen nuestra madre,
entonces no analizamos lo que realmente desea nuestra madre para sus
hijos. Estoy seguro de que prefiere que
visitemos al enfermo, demos de comer a nuestro hermano hambriento, demos de
beber al sediento, vistamos al desnudo, socorramos a los presos, demos posada
al forastero y enterremos a los muertos, además de enseñar al que no sabe, dar
buenos consejos, corregir a quien esta en error, perdonar las injurias,
consolar al triste, sufrir con paciencia las molestias de nuestro prójimo y
rogar a Dios por los vivos y por los muertos.
Es decir, a cualquier madre le gustaría que entre sus hijos reinaran
las obras corporales y espirituales de misericordia. Sin embargo, el pueblo de México gasta tiempo
en preparar y embellecer los vehículos que irán en procesión. Gasta tiempo y
dinero en arreglos para la Virgen, sobre todo flores, y se olvida de sus
hermanos. Se olvida de que para una madre, el amor entre hermanos es lo más
valioso, y si esto no existe, lo demás no vale nada.
Lo mismo sucede con los buenos deseos de navidad. ¨Que Dios te bendiga¨, ¨Que Dios te ayude¨,
¨Que Dios te sane¨, etc. Valen mucho
cuando van acompañados con obras, es decir con el apoyo para lograr la
bendición de Dios, es decir que tenga mejor suerte en la vida la persona; o
convertirse en el instrumento para que Dios ayude a quien así le deseamos la
ayuda; o auxiliar al enfermo para que logre la cura (si esta es posible). Pero si sólo son frases por la época, la
única utilidad que tienen es la de que suenen bien en oídos de quien las
recibe.
Hace poco me encontraba en medio de una discusión en la que algunos
afirmaban que la oración era todo lo que se necesitaba para lograr algo,
mientras que otros opinábamos que estaba bien orar, pero que las mejores
oraciones son las que se realizan en los hechos. Y poníamos un ejemplo extremo:
¨Una persona está en lo alto de una escalera y de repente se cae de ella,
fracturándose la tibia derecha. En ese
momento llega una persona, que se hinca y eleva una oración por el accidentado,
e inmediatamente después se retira. Mientras que llega otra y comienza a
ayudarlo, lo inmoviliza y llama a la cruz roja¨. La pregunta que nos hacíamos era ¿Quién de los
dos hizo la Voluntad de Dios en su hermano accidentado? ¿El que oró y se
retiró? Ó ¿El que en los hechos hizo algo por el accidentado?.
Tal parece que nuestra instrucción religiosa viene directamente de las
tradiciones griegas, esas que implican estar adorando y elevando loas a Dios,
para que éste nos preste atención y nos cumpla las peticiones. Recordemos que cada ciudad griega tenía su
propio dios protector, y cuando había guerras entre dichas ciudades, se
consideraba que los dioses intervenían, razón por la cual el dios más poderoso
hacía ganar a su ciudad. Y para hacer poderoso al dios respectivo, había que
realizar sacrificios, festivales, y grandes actos de adoración y loas. Como si la energía positiva generada con las
oraciones y actos de fe, fortaleciera a cada dios. Lo grave es que en las religiones
monoteístas, se considera que Dios Es, independientemente de sus fieles, y no
necesita alimentar su ego con energía generada en las oraciones y
alabanzas.
Quizá el sincretismo generado de la mezcla de catolicismo con las
religiones precolombinas, generó esa percepción de la divinidad en los
mexicanos, y por ello, en lugar de actuar, realizamos otro tipo de actos de
culto, por demás inútiles pero tradicionales.
El odio entre mexicanos se percibe en la intolerancia en todo tipo de
actos, tanto en la vida real como opiniones en el mundo virtual. A ese odio debemos de anteponer el amor, por
México y entre los mexicanos, antes de que el odio triunfe. Las consecuencias
de ese avance del desinterés y el desamor lo vemos todos los días en la
violencia manifiesta en nuestra sociedad.
Pero para ello, debemos entender que no basta con orar, y que ciertas
manifestaciones de culto debieran de ser sustituidas por actos de amor, de esos
que debieran de verse todos los días en una sociedad dónde más del 90% de sus
habitantes se considera seguidor de las enseñanzas de un profeta que nació hace
2015 años y cuyo único mandamiento fue ¨Amaos los unos a los otros¨. Esa única regla debería notarse, y
lamentablemente, en México no se nota.