Ángel Rafael Martínez Alarcón | 31 marzo de 2017
Tribuna Libre.- El primero de marzo de 1854,
un grupo de políticos y hacendados en el hoy estado de Guerrero, proclaman el Plan de Ayutla; signado por Juan
Álvarez. Entre los años de 1854 a 1867, trece largos años de la lucha de dos
proyectos de nación. En un primer momento fue
expulsar de la presidencia de la República al General Antonio López de Santa Anna. Quien desde 1833 hasta
1855, gobernó el país durante once ocasiones, sumando todos los años no dan
seis cortos años.
El conflicto político se
agudiza al prestarse un nuevo proyecto de Constitución de corte liberal,
afectando los intereses de la Iglesia Católica Apostólica y Romana. La
aprobación de la Constitución del cinco de febrero de 1857 .La renuncia de
Ignacio Comonfort como presidente de la República, que dio paso a Benito Juárez
García asumir la titularidad del poder ejecutivo federal de una manera
dictatorial por espacio de quince años, hasta su muerte en el año de 1872.
En estos años de luchas
internas entre los liberales y conservadores, las potencias europeas no dejaron
de ambicionar el territorio nacional, en particular el reino de Francia. Así en
la primavera de 1862, las tropas del emperador Napoleón III, el cinco de mayo
del año antes señalado sufriendo una derrota militar en los Fuertes de Puebla,
siendo el héroe el joven General Ignacio Zaragoza, a lado del militar oaxaqueño
Porfirio Díaz.
El bando conservador y su
aliado natural la jerarquía católica, van a busca de un príncipe europeo; el
emperador Napoleón III, los remite a la casa gobernante de los Habsburgo. En
1864, se inicia el segundo imperio mexicano, al frente el archiduque
Maximiliano de Habsburgo y Carlota. Hay que recordar que el virreinato de la
Nueva España, durante dos siglos fueron los gobernantes. En esos momentos
Juárez encabezaba la República itinerante, y lucha entre ambos bandos fue
encarnizada. El segundo imperio dejó de recibir los apoyos morales y materiales
procedentes de Europa, para el año de 1867.
La victoria en la toma de la
ciudad de Puebla o mejor conocida como la batalla del 2 de abril de 1867, tiene
varios significados, uno de los primeros fue romper el cerco del ejército
invasor y lograr la captura del emperador usurpador de Maximiliano,
el triunfo del proyecto liberal al mando de Benito Juárez. También
permitió la revalorización política de la figura del General Porfirio Díaz, naciéndole su interés para
participar en candidato a la Presidencia de la República, provocando una
ruptura con Juárez, así el
oaxaqueño general se convirtió el primer
gran peligro para México. Luego de varios intentos de ocupar la presidencia de
la república, y con varios planes político-militar, en 1876, logró su objetivo
de ser presidente de México, entre los años de 1876-1880 y 1884 a 1911.
Durante todo el porfirista,
la fiesta nacional por excelencia fue el dos de abril, así las grandes
celebración para el Presidente de la República, fue hacer eco de la reconquista
de la independencia nacional, las grandes inauguraciones de edificios públicos,
desfiles, los bailes para de la elite
gobernante, inauguraciones de las escuelas.
En las memorias del General
Porfirio Díaz, escribió:
A las 3 menos 15 minutos de
la mañana del 2 de abril, rompí el fuego en brecha sobre las trincheras del
Carmen y cuando estuvieron agotadas las municiones de artillería que no eran
muchas, ordené el movimiento de la primera columna de ataque falso. Está marchó
vigorosamente sobre la trinchera del Carmen, siendo recibida desde que el
enemigo pudo sentir su movimiento, con vivo fuego a metralla y retrocedió en
desorden y con fuertes pérdidas, como unos cien metros antes de llegar a la
trinchera, pues su ataque era largo y en llanura limpia. Destaqué
inmediatamente a la segunda columna que llegó hasta la contraescarpa y fue
también rechazada, y luego la tercera que avanzó algo más, pues no solamente
llegó a la contraescarpa, sino que intentó pasar el foso y dejó algunos
cadáveres dentro de él, y fue también rechazada.
En estos momentos, mediante
un toque convenido de clarín, mandé encender el lienzo preparado entre las dos
torres del cerro de San Juan, que significaba la orden de asalto general y que
ninguno podía dejar de ver, puesto que estaba en la cúspide del mismo cerro.
El escrupuloso silencio en
que habían permanecido toda la noche nuestras líneas de aproche, fue
interrumpido por un fuego general, tanto de las columnas asaltantes, como de
los defensores de las trincheras y de los coronamientos que el enemigo tenía en
los edificios altos y balcones, que formaban un canal de fuego por donde los
asaltantes tenían que pasar antes de tocar una trinchera.
Yo había reunido un gran
número de Jefes y Oficiales que sucesivamente se me habían ido presentando y
que no teniendo servicio que darles los había armado y formado con ellos una
Legión de Honor, pero a media noche de la víspera del ataque los dividí
previamente en grupos de a cinco hombres, armados todos con mosquetes cortos y
ordené a cada Jefe de grupo que se posesionaran de las escaleras que habían
abandonado en la parte de la ciudad que ocupábamos nosotros y que habían
pertenecido al servicio del alumbrado público, para que en los momentos en que
las columnas iniciaran sus respectivos ataques, estos grupos, escalando los
balcones de todas las manzanas que estuvieran encerradas entre dos ataques y
por las azoteas o por las horadaciones, vinieran a introducir el desorden entre
los edificios de dichas manzanas que a la sazón debían estar preocupadas en las
defensas de sus respectivas trincheras.
Distribuí otra parte de esa
misma Legión de Honor, en grupos de cuatro personas cada uno, y designé a cada
grupo una manzana para que colocado un oficial en cada esquina, por donde ya
hubieran pasado las columnas de asalto, hicieran el servicio de policía para
evitar los desmanes que la tropa vencedora intentara cometer en la ciudad. La
señal para el movimiento de esos grupos sería el paso de las columnas.
El fuego vivísimo de
fusilería y de cañón no duraría en todo su vigor, arriba de diez minutos, y a
los quince minutos ya no quedaban defendiéndose más que las torres de Catedral,
y las alturas de San Agustín y del Carmen.
Las columnas rechazadas por
el Carmen, volvieron de nuevo a la carga y penetraron por el mismo punto por
donde habían sido rechazadas, cuando el ataque se hizo general en toda la
ciudad. Cf. http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1020003000/1020003000_MA.PDF