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María no imaginó que un recuerdo, algún día
le serviría como prueba genética para reconocer a uno de sus hijos entre
cadáveres de una fosa.
Xalapa, Ver. | 18 octubre de 2017
Tribuna Libre.- María del Carmen no imaginó que un recuerdo
de sus hijos Felipe y Mario Piña Martínez algún día le serviría como prueba
genética para reconocer a uno de ellos en medio de 47 cadáveres que fueron
hallados en una fosa clandestina de la comunidad de Arbolillo, en Veracruz.
Expertos genetistas le aseguran que, un
cordón umbilical, que hace 23 años fue el conducto de vida entre ella y Felipe
Diego -su hijo el menor- le habría dado
el 99.9 por ciento de certeza sobre su muerte, la cual se consumó en una playa
del municipio de Alvarado, en la costa del Golfo de México.
A María del Carmen y a otras 25 madres les
notificaron sobre la identificación de sus hijos, quienes fueron exhumados
junto a otros 274 cadáveres -300 en total- de las fosas de Arbolillo y Colinas
de Santa Fe, esta última ubicada a 15 minutos del Puerto de Veracruz.
Felipe Diego fue visto por última vez el 11
de diciembre de 2016 -ya en la administración de Miguel Ángel Yunes Linares-.
Comió en su casa, donde hasta ese día vivió con su hermano y con su madre. Más
tarde, alrededor de las 14 horas, se reunió con su pareja Maribel Valdivia
Hernández, de 32 años de edad.
Felipe y Maribel, quienes recientemente se
habían comprometido como esposos, acudieron a una boda en el municipio de
Veracruz. De acuerdo con María del Carmen, Mario, el hermano mayor, habría
quedado de recogerlos en su taxi en algún punto de la ciudad. Sin embargo, el
rastro de los tres se esfumó.
La madre pasó la noche en vela en espera de
noticias. Al ver que ninguno llegaba a su domicilio, ni respondían sus
teléfonos denunció los reportó como desaparecidos en el ministerio público de
Veracruz. Las noticias que no quería ver ni oír llegarían pronto a María del
Carmen.
Con base en las investigaciones asentadas en
la carpeta de investigación UIPJ/DXVII/FIV/3140/2016, el taxi que era propiedad
de Mario, el número 241, fue encontrado sobre la calle Matamoros, al norte de
Veracruz, a la altura del centro comercial Chedraui. No había tripulantes.
“Yo estuve en el peritaje, porque luego lo
más fácil es sembrarles armas. Le pregunté al ministerial, pero me dijo que el
carro está limpio de violencia, de armas, y de droga”, recuerda María quien hoy
mitiga su ansiedad con cigarrillos mentolados.
Felipe, Mario y Maribel fueron trasladados en
contra de su voluntad del puerto de Veracruz hasta Alvarado. Los criminales
recorrieron una distancia de 66 kilómetros pasando por los municipios de
Veracruz, Boca del Río y Medellín de Bravo, hoy territorio considerado un
bastión panista.
El delito se cometió sin contratiempos para
los plagiarios, que el camino a la fecha es resguardado por elementos de la
Policía Federal y Fuerza Civil, al ser una de las rutas predilectas del
gobernador, por donde acostumbra a correr y hasta pasear a su perro Toto.
El destino final de Felipe, Mario y Maribel
fue la comunidad de Arbolillo, en la parte trasera de un rancho, al pie de una
laguna que desemboca en el Golfo de México. Sus cuerpos no perdieron el tejido
fibroso, gracias, quizá, a que la fosa clandestina donde fueron arrojados yacía
en medio de árboles de follase voluminoso.
La identificación de Felipe Diego y Maribel
Pasaron los meses y María del Carmen se unió
a las filas del colectivo de familiares de desaparecidos Solecito Veracruz.
Participó en marchas junto a padres y madres con el mismo mal hasta que las
respuestas para ella llegaron en agosto de 2017.
Tras el hallazgo de las fosas de Arbolillo,
el 17 de marzo de 2017, María del Carmen solicitó a las autoridades fotografías
recabadas en ese lugar. De esa manera se enteró de la muerte de su nuera,
Maribel Valdivia Hernández.
En un catálogo de piezas humanas, María del
Carmen ubicó un brazo diminuto que se le hizo familiar. En la extremidad había
tatuadas unas iniciales a la altura de la muñeca. “Evidentemente era mi nuera.
Yo di aviso a su hermano y me hice la idea de que mis hijos también allí fueron
a dar”, refiere.
La madre no quitó la vista de las noticias
sobre los cadáveres hallados en Arbolillo y entregó a las autoridades todo lo
que tenía de sus hijos, ropa sucia que habían usado días recientes de su
desaparición para dar con algún cabello y los cordones umbilicales de ambos.
En los primeros días de octubre fue
notificada que, entre los restos de 47 personas se comprobó la muerte de Felipe
Diego Piña Martínez. Sobre Mario, su hijo mayor, María sigue en espera que la
verdad se escarbe de las arenas veracruzanas.
Mario y Felipe víctimas del desempleo y la
inseguridad
Hasta antes del recorte presupuestal de
Petróleos Mexicanos (PEMEX) Mario y Felipe Diego zarpaban al mar abierto de
Playa del Carmen, Quintana Roo. Allí trabajaron durante varios años como
petroleros, pero las bravas del despido los devolvió al suelo jarocho.
Con el finiquito que recibieron Mario compró
un vehículo de agencia, que más tarde lo adaptó para el negocio del servicio
público en la zona conurbada de Veracruz-Boca del Río. El uno y el otro se
alternaban en el oficio cada 12 horas y tocaban base en el domicilio de su
madre, en la colonia Lomas del Coyol.
“Vivíamos los tres con lo que se ganaba del
taxi”, resume María del Carmen la modesta vida que compartía con sus dos hijos.
El salario diario animó a Felipe Diego a pedirle matrimonio a su novia Maribel,
quien hasta antes de desaparecer se graduó en la licenciatura de Administración
de Empresas y se empleaba en la agencia de créditos Ven por Más.
“No es
porque sean mis hijos, porque todas las mamás podemos hablar hermosuras de
ellos, pero teníamos una comunicación muy bonita. Ninguno tenía antecedentes penales”,
recalca la madre en una especie de escudo contra la revictimización, que en
Veracruz se propaga como gripe en las redes sociales.
A María del Carmen se le dibuja un semblante
desencajado. Por una parte, asegura, está en paz por las noticias que llegaron
a ella sobre Felipe Diego, no obstante, permanece en sigilo administrándose
pastillas que le receta el psiquiatra hasta que se entere de qué pasó con
Mario.
Sin despegarse del filtro, del tercer cigarro
que fuma en 15 minutos de entrevista, la madre refiere que esto es algo
enloquecedor; insiste: "Yo lo que quiero es encontrarlos a los dos,
recuperarlos. Y descansar”.