*No hay
sensación más desesperante y dolorosa que la de no poder respirar. Eso fue lo
que experimentaron cerca de 150 migrantes.
Agua Dulce, Ver. | 17 febrero de 2018
Tribuna Libre.- No hay sensación más desesperante y dolorosa
que la de no poder respirar. Eso fue lo que experimentaron cerca de 150
migrantes procedentes de Honduras, Guatemala y El Salvador, quienes estuvieron
al borde de la asfixia y que salieron de sus naciones para dirigirse hasta la
frontera de México con Estados Unidos para alcanzar mejores condiciones de
empleo y de vida.
El viaje comenzó el lunes desde la frontera
con Centroamérica hasta alcanzar los estados del sureste mexicano y para el
viernes a temprana hora, subieron a la caja blanca de un tractocamión de cabina
roja, con placas 59-AA-6B.
La unidad originalmente estaba habilitada
para transportar productos que necesitan refrigeración, por eso cuentan con una
especie de sistema de enfriamiento, sin embargo, este se descompuso y cuando
iban ingresando a Veracruz en la carretera Villahermosa–Coatzacoalcos (tramo
dentro del territorio de Agua Dulce) comenzó a faltar el aire.
Los más de cien viajeros, desesperados,
comenzaron a tratar de rasgar las paredes del camión con la ilusión de hacer un
boquete para aspirar aire fresco y quienes podían pegaban la nariz a las
pequeñas rendijas de la puerta para tomar un poco de oxígeno.
Con golpes en la puerta, cada vez más fuertes
y frenéticos para hacer ceder el seguro externo, finalmente los traficantes se
estacionaron en una gasolinera ubicada en la zona conocida como “el paralelo”.
A marrazos —herramienta que quedó tirada en
el lugar— los dos ‘polleros’ y un motorista que los custodiaba abrieron la
puerta de la caja y huyeron, abandonando el tráiler en el lugar, mientras que
los migrantes saltaron hacia la maleza para esconderse.
Justo cuando el camión se estaba vaciando,
arribó una patrulla de la Policía Estatal que se encontraba haciendo un
recorrido de rutina por la zona, por lo que auxiliaron sólo a 16 personas que
se quedaron sin huir, entre ellos 6 menores de edad y 4 jóvenes mujeres.
Los rescatados fueron atendidos por paramédicos
de Protección Civil de Agua Dulce así como de la Cruz Roja de Agua Dulce, pues
presentaban además de una crisis nerviosa, un fuerte cuadro de deshidratación.
Los 6 menores, las 4 mujeres y los 6 hombres
adultos fueron llevados hasta la base de operaciones de la Policía Estatal
Delegación XI en Las Choapas, en donde esperaron hasta que por la tarde fueron
atendidos por el Instituto Nacional de Migración para su traslado a la estación
migratoria de Acayucan.
Los viajeros se encontraban sumamente nerviosos
y asustados, no sólo por el episodio vivido, sino por la incertidumbre de su
futuro, pues quienes se quedaron a recibir ayuda por la deshidratación o el
hambre que padecían sabían que serán retornados a sus naciones, mientras que
más de cien migrantes se aventuró a seguir el camino hacia el norte y por sus
propios medios.
Un
milagro
Para Agustín Bonilla Díaz, de 45 años de
edad, la segunda vez que se aventuró en cruzar México casi resulta en una
tragedia. Originario de Honduras, narró que en esta ocasión pagó 6 mil dólares
—unos 111 mil pesos mexicanos— para viajar de forma ‘segura’ con su hijo de 9
años. ¿Su argumento para este viaje peligroso? “En nuestro país no tenemos
trabajo”, responde.
El entrevistado comentó que inició el viaje
el lunes y que por la mañana del viernes los metieron en el camión que casi se
convierte en su tumba debido a una falla en el sistema de refrigeración que
traía la caja.
“No hallábamos de dónde agarrar, golpeábamos
por todos lados, pero no querían abrir la puerta”, recuerda Agustín, parado al
pie de la caja en donde lucen regadas prendas de ropa y botellas de agua y
refresco.
En un acto de desesperación, cuenta que tomó
a su hijo menor y que lo acercó lo más que pudo a una de las esquinas del
contenedor, por donde se colaba una ínfima cantidad de aire, para evitar que
desfalleciera. De repente, el camión se detuvo, la puerta se abrió y una
bocanada de vida llenó sus pulmones.
Después de esta experiencia, muchos como él
no piensan volver a embarcarse en la aventura de llegar a cruzar la frontera
con Estados Unidos. “Unos minutos más y no la contamos, aquí nos hubiéramos
muerto”, acepta Agustín Bonilla al mirar a su pequeño, que yace sentado en el
pavimento. Cansado, triste, pero vivo, al final sólo sentencia: “Definitivamente
hoy Dios hizo un milagro con nosotros”.