A
propósito del nuevo Evangelio Epistemológico del Hombre
Lo
Imposible:
Lenin
Torres Antonio | 02 mayo de 2018
Tribuna Libre.- Todo lo escrito sobre el hombre es una gaya
de fe de la posibilidad de saber de él mismo, y además que ese saber es posible
trasmitirlo, y que éste cause efectos en la realidad humana, “un decir” que
necesariamente se valida en “lo dicho por el otro”.
No obstante, el saber de “ella”, congratula,
y más si es “gaya de fe”, puesto que lo primero que refleja es una voluntad
ciega que habla siempre de la historia de quienes la escriben, o cuando menos,
es el relato de un nacimiento fallido; porque se construye desde un saber que
no se sabe más que en un movimiento hacia sí mismo, para posterior, asumir su
ajenidad en un movimiento hacia sí mismo de sí mismo en un otro que lo niega.
Nos percatamos de nosotros sólo en un momento
posterior, al darnos cuenta que “no somos eso que creíamos ser”, y que la única
posibilidad de “ser uno mismo”, es asumiendo en nuestras manos la propia
muerte, negando con ello que se cumpla en lo sintético a priori el final de
nuestros huesos y la libertad de nuestras almas.
La Gran
Mentira:
“Conócete a ti mismo” es la irrupción del
logos como instrumento de conocimiento, es el entrampamiento del ser en el
signo, es la enajenación fáctica y la resurrección de Apolo, la razón
desmesurada, y el la impuesta del velo del lenguaje, o la mediación del signo
para acercarnos al ser, que paradójicamente, nos ha alejarnos del ser.
Y como denuncia Nietzsche, es el sendero en
que nos puso Sócrates, la inocencia perdida, la abstracción desmedida y la
gloria del logos, el abandono del cuerpo, y la emergencia de un sujeto
“completado” por la ciencia.
En contrapartida, epimeleia, el cuidado de
uno mismo, el desplazamiento de la mirada a la mirada del otro para permitir
sentirse, sentirnos, para no hablar tan sólo de uno mismo, para no anunciarse y
despedirse de una verdad o prótesis impuesta.
Rescatar al sujeto que ha transitado del “cuidado
de si” al conocimiento, una verdad intima, donde Dionisio dormitaba arriba de
un tigre, sin que esa embriagues significara perderse en el infinito, sino ser
lo infinito.
“El cuidado de si” no era usurado por la
temporalidad, en contra partida, “el conocimiento de si” era la historización
del sujeto, es el espacio determinado por lo posible, ya que la historia es
acumulación del lenguaje en una determinación fatal, porque no hay salida más
que en el no ser, que es la última verdad reconocida a fuerza.
Espíritu, psique versus mente,
comportamiento, conciencia, cognición, cerebro, incluso universo mecánico
versus universo orgánico, vivo; ciencia objetiva incapaz de transformar al
sujeto por medio de su propia verdad, intento de transformar objetos donde la
única verdad es el de la ciencia.
Nietzsche junto con Marx y Freud denuncian
los enmascaramientos del lenguaje y transforman la aparente “profundidad” en
mera superficie.
Un alto a quienes han tomado posición
negativa ante la vida.
“Aquella ecuación socrática
razón=virtud=felicidad, la más extravagante que ha existido, que tiene
particularmente contra sí todos los instintos de los antiguos helenos” El ocaso
de los Ídolo, 1998.
“Razón=virtud=felicidad significa
simplemente: debemos ser como Sócrates y levantar una luz permanente contra las
tinieblas; la luz de la razón. El hombre debe ser a toda costa claro, sereno,
perspicaz, ya que cada concesión a los instintos conduce a lo desconocido, a lo
inconsciente” Ibíd.
En suma, hay que combatir los instintos.
“Nadie era dueño de sí mismo, los instintos
se volvían unos contra otros” Ibíd.
“Extirpar (la sensualidad, el orgullo, el
afán de poder, la sed de venganza, la codicia). Pero extirpar las pasiones de
raíz equivale a extirpar la vida de raíz…” Ibíd.
¡Encontrar en la oscuridad y el temor a la
enfermedad los brillos de la vida!, por eso no debe espantarnos el sufrimiento
de Nietzsche, pues supo, como ningún otro, asumir su propia labilidad, su
insignificancia, su condición de enfermo-muerto. No por nada llega a predicar
que el cuerpo es la real persona, el cuerpo donde deja su huella la vida, donde
se oculta el ánimo, donde hay sabiduría, donde se reflejan nuestras glorias y
fracasos, donde se libran nuestras mejores batallas, hasta las intelectuales, donde
se vierte el llanto de nuestros seres queridos al final de nuestras vidas.
Principalmente el cuerpo enfermo. Es Foucault, quien nos recuerda que se hace
necesario:
Interrogar al cuerpo mismo del enfermo
mediante la lectura inmediata de los signos que se inscriben en su propia
espesura, y que obligan al médico a acercar su oído al cuerpo o a dar crédito
al sentido del tacto (…) [2]
(…) defiende el coraje de actuar y pensar de
acuerdo a lo que “sabemos”, es decir, de actuar de acuerdo al instinto, a pesar
y en contra del proceso de alienación que la sociedad opera sobre nosotros. Por
eso su moral no es una moral, sino más bien la destrucción de toda idea de
moral; la moral diseca al yo, lo vuelve olvidadizo de sí mismo, lo transforma
en un fragmento disecado de lo que él puede ser [3].
Lo que hasta ahora ha tomado en serio la
humanidad no es ni siquiera realidades, sino simples productos de la
imaginación, o, más exactamente, mentiras surgidas de los malos instintos de
los seres enfermos y nocivos en su sentido más profundo. Me refiero a conceptos
tales como: (…) con todo, se ha creído ver en ellos la grandeza, la <>
del ser humano (…) se ha aprendido a despreciar las cosas <>, es decir,
las cuestiones fundamentales de la propia vida [4].
Lo no-natural se agarra al cuerpo para darse
vida, para exponer su arbitrariedad. Urge un cambio de fuente, de la razón que
hacía ver al cuerpo desnaturalizado, al afecto que hace ver la razón
des-legitimada, impotente, como la sonrisa sin el rostro, como un anillo sin
dedos.
La insistencia de Nietzsche en hablar de
cuerpo, instinto, voluntad o afecto, tiene por objeto desplazar el discurso del
campo privativo de la razón a dimensiones afectivas y de la sensibilidad [5],
Reivindicación
de la fuente original.
Nietzsche se pregunta, “¿cómo se llega a ser
lo que se es?”, y comenta, “esa obra maestra en el arte de la auto conservación
que es el egoísmo”: ¿Cómo se llega a ser un hombre culpable, tener una mala
conciencia?, ¿Cómo se ha podido llegar a vivir en un engaño, creer en un mundo
aparente y en “el más allá”? ¿Por qué nos avergonzamos de nuestros cuerpos?,
¿Cómo hemos matado a Dios y en su lugar erigimos orgullosos la “nada” ?, ¿Es la
historia del hombre la historia de una ilusión? Todos en pos de nuestra
naturaleza egoísta, solitaria. La verdad es que
Esas pequeñeces –alimentación, lugar, clima,
esparcimiento, toda la casuística del egoísmo- son increíblemente más
importantes que todo lo que hasta hoy se ha venido considerando crucial [6].
Insiste Nietzsche en el cambio de
perspectiva, porque también él demanda perspectivas, la suya: la restitución al
cuerpo de su dignidad. Por eso escribe:
Es de importancia decisiva en cuanto al
destino de los pueblos y de la humanidad, que la cultura sea comenzada en el
lugar debido –no en el alma-…: el lugar preciso es el cuerpo, el gesto, la
dieta, la fisiología, el resto es consecuencia [7].
Todo comenzó con el cristianismo, o si se
quiere ser justo, con la filosofía platónica, o… si se quiere ser mucho más
justo, con Sócrates,
Instinto y razón…la primacía de la razón
sobre los instintos…Sócrates y que ya mucho tiempo antes del cristianismo
escindió los espíritus… [8].
La inocencia el hombre la perdió no en el
pecado original, en la voluptuosidad de Eva, la tentación, ni el parricidio
perpetrado contra el padre de la horda primitiva, Dios padre, sino cuando
comenzó a hablar, por la boca penetró el veneno de la mala conciencia, la
ilusión, el mundo aparente, la moral. Permítaseme advertir que no hay que
olvidar que la “razón” e “instinto” no persiguen las mismas metas
Platón…quiso demostrar a sí mismo, empleando
toda su fuerza…que razón e instinto tienden de por sí a una única meta, al
bien, a <>; y desde Platón todos los teólogos y filósofos siguen la misma
senda, -es decir, en cosas de moral ha vencido hasta ahora el instinto, o
<>, como la llaman los cristianos, o <>, como lo llamo yo [9].
Hay, además, de ese desprecio a los
instintos, al mundo de lo sensible, en adición, a la vida;
(…) esa mentira a la que llaman “alma” o
“espíritu” para arruinar el cuerpo; (…) han difundido la idea de que la
sexualidad, condición previa de la vida, es algo impuro. En suma, la moral
puede ser, así, definida como la idiosincrasia del decadente, con la intención
oculta de vengarse de la vida, y eso se ha conseguido [10].
Esa mejor forma de vivir, aun cuando sea
“creer en la nada que no creer”, relevarse de sí, la enfermedad como un intento
de volver al ser de uno mismo que la construcción del adentro nos lo ha
arrebatado.
Un
Resumen Provisional:
Aterrados ante la idea de que no exista nada,
perdemos la gratitud de sostenernos cuando menos con esa nada, esa mentira, ese
simulacro, el sujeto determinado por la red de significantes, constitución de
un sujeto a partir de su confirmación en el otro; otro que tampoco queda exento
de esa mortal dependencia, de esa confirmación vital. En esa búsqueda inútil,
en esa felicidad exigua, el sujeto requiere de ese tesoro de significantes que
le dé el pase al reino de lo transmisible, en suma, que le permita lanzarse a
la vida, aun cuando en ese salto quede cada vez más cerca de su no-ser.
El sujeto en el origen incompleto se sumerge
en el lenguaje buscando encontrar el edén, esa cadena interminable de signos,
infructuosos sustitutos de la cosa, que nos deja permanentemente insatisfechos,
anhelando la primera experiencia de satisfacción, en un eterno suplicio,
condenado a la rueda de Ixionte, atado a la peña de Sísifo y sentenciados a la
angustia de Tántalo[11], prometeicos héroes de ficción, alternativa engañosa
que nos había prometido llevarnos al paraíso, la ciencia y su vasallo el logos.
Necios:
Volvemos repetidamente un eterno retorno,
nuestras acostumbradas visiones de la realidad, del mundo que queremos, de
deseo que se jacta de utilizar el saber para hacerse escuchar, para ser, nuestras
acostumbradas maneras de dejar nuestra impronta de confusiones y de miedos, la
inmensidad de impresiones que avasallan a nuestros tenues y limitados sentidos,
que hacen que nos agarremos hasta de la mentira o de la verdad privada de una
escucha de sordos. Así parece que el valor y el desprecio al cuerpo es la única
manera de salir del embrollo de nuestra existencia. Aunque al final de cuentas
no haya más destino que la transformación del cuerpo en polvo, en basura, en
tierra pisada, hecha huella donde renacerá algún día posterior las nuevas
instituciones ideales que harán que nos veamos otra vez diferentes y
exclusivos, siempre con la ilusión de que podamos ser más que animales. A fin
de cuentas, uno más de los tantos rostros de la pulsión.
El Primado
de la Voluntad:
Sin más, así ocurre la vida humana, presa del
deseo, del indestructible inconsciente, auspiciando una racionalidad carente de
voluntad, y las marcas en el cuerpo van alejándonos del vestigio de la
naturaleza humana. Nos hemos acostumbrado a convivir naturalmente con el
suicidó de la razón.
Decía Schopenhauer, el padre en común que
tuvieron tanto Freud como Nietzsche, cuando afirmaba: “el intelecto no se
entera de las decisiones de la voluntad más que a posteriori y empíricamente”
[12]. Voluntad, Ello [13], pulsión, conciencia, mala conciencia, Schopenhauer
es quien evidencia el primado de la voluntad, y la función servil del intelecto
–razón-. A Nietzsche y a Freud les vale, y la humanidad inconscientemente ha
erigido monumentos (vida propia inamovible) en su honor.
Esa concepción, es decir, la constatación de
que el intelecto está ahí para agradar a la voluntad, para justificarla, para
proporcionarles motivos [14]
Pues gracias a esa constatación de la
predisposición del intelecto de agradar a la voluntad, es como puede explicarse
la sumisión, la introyección, la interiorización, la alienación, el
congelamiento. Por ello, hay que reconocer que el
Intelecto como instrumento al servicio de la
voluntad: es el punto del que brota toda psicología, toda psicología de la
sospecha y del desenmascaramiento [15]
Exposición de un proceso, la alienación.
Las Condiciones Humanas del Sometimiento:
La naturaleza se ha impuesto la paradójica
tarea de generar un animal que pueda prometer, que pueda responder por sí mismo
y por la palabra dada, un ser que le es lícito hacer promesas.
Atribuirle una cualidad al hombre,
dispensarle la capacidad de recordar lo que dijo, y asumir con ello su autoría
y las consecuencias. Y con ese recuerdo construirle una prótesis para vivir,
una visión de la vida y de la realidad, el mundo del semblante, a este
respecto, Nietzsche dice:
Nosotros hemos creado una concepción que nos
permite vivir en un mundo, que nos permite percibir muchas cosas para poder
soportar el vivir en éste mundo [16].
El hombre fue hecho para “hacer promesas”, en
otras palabras, para responsabilizarse, para obedecer la ley –de Dios, del
Estado-, para creer; así como también fue hecho para obedecer. Así que:
(…) para que esto haya sido posible, ha sido
preciso que en el hombre se haya desarrollado cada vez más una facultad puesta
al servicio de un comportamiento predecible, regular, necesario, una facultad
opuesta a aquella capacidad de olvido y capaz de ponerla en suspenso: la
memoria [17]
Un olvido noble, jovial, alegre que hace que
todas las experiencias sean únicas y principales, pero tenía que crearse una
facultad contrapuesta, la memoria, que le permitiera recordar sus promesas, sus
palabras, hacerlo responsable de lo empeñado en su discurso. Mundo de la
necesidad, de la separación entre lo importante y lo accidental:
(…) para disponer así anticipadamente del
futuro, ¡cuánto debe haber aprendido antes el hombre a separar el
acontecimiento necesario del casual, (…) a saber establecer con seguridad lo
que es el fin y lo que es el medio para el fin, a saber, en general a calcular,
volverse regular, necesario, poder responderse a sí mismo de su propia
representación, para finalmente poder responder de sí como futuro a la manera
como lo hace quien promete! [18]
Ese saberse dueño de la palabra, sentirse
responsable, dueño de la perspectiva, ese estar en condición de un futuro,
estar de pie, y mirar la lejanía y hacerla suya, le proporciona al hombre lo
que llama Nietzsche, “instinto de dominio” [19], o conciencia. Esto no es más
que la pura pulsión, el ello, el inocente impulso, la cara con miles de
rostros.
El Inconsciente Sabio:
Volvamos hacer presente a Schopenhauer, en
cuanto a la evasión de la voluntad, del ello, por no dejarse capturar por el
concepto, incluso podíamos decir que construye él mismo el concepto, la idea.
Por eso vemos en la actualidad, que, en el espectáculo de cine y televisión, la
información llega a la comprensión sin someterse necesariamente a la modulación
de la reflexión y, con la mayor frecuencia, sin exponerse siquiera a ella.
Imagen que le define su ser, su identidad.
Genealogía: Eros y Thanathos:
Quizás sea necesario reconstruir la
genealogía de la vida humana, y buscar la esperanza, cuando menos, en lo que
haga oposición a la pulsión de muerte que sobrevivió en nosotros desde la
génesis de la vida humana, Eros.
Hemos partido de la oralidad, del mito, que
devino en lo escrito, en la captura por el concepto. Después, vino el signo y
el acercamiento a pensamientos abstractos, así inmovilizamos la imagen y los
hechos.
Paulatinamente se fue construyendo el saber
del hombre, transito de lo escuchado, al visto y graficado, y los porteadores
de ese tránsito, pasaron de los cánticos a la discusión retórica, hasta que al
fin apareció el logos, el signo.
Pero ese camino no dejo de tener un
entrecruces, y se fuera del mito al logos, y viceversa, que se sirviera de la
imagen para hablar de razones generales, y que el saber se resumiera tanto en
lo logo del mito, como de lo mítico del logo. Sólo así podíamos justificar el
contubernio del que sólo hablaba (Sócrates) con el que sólo escribía (Platón),
sólo así podíamos entender de plano el mito del logos.
En el diálogo hecho texto, pudimos aun
percatarnos de las discusiones, los personajes, el mensaje, el acertijo, el ser
que se asomaba, la noción que implicaba, y fundamentalmente, una noción del
hombre, que siempre terminaba siendo un íntimo del amor, Eros. Pero no tan sólo
nos dimos cuenta de que un dios cargaba con toda la responsabilidad, sino
también lo que de él descubría y definía al lector, lo que se transparentaba.
Fue así como vimos a un sujeto que cargaba un dios en sus extrañas, el deseo,
sí, el mismísimo Eros, y todas sus consecuencias, sus vericuetos, sus malas
compañías: Thánatos.
En principio se sabía que Eros era simple
deseo, simple pulsión, unión, y que debería tender hacia el bien, según el
propio Platón lo anunciaba desde las alturas del saber, del bien. Pero aún no
nos habíamos percatado de que ese destino pisaría terrenos difusos hasta
toparse con la nada, con el no ser, con la imposibilidad de la continuidad del
ser, de terminar el vía crucis de lo siempre provisional y lo carente
constitutivo.
Pero ese fin conllevaba la oportunidad de la
eternidad, de la posibilidad de la inmortalidad, en esa descendencia que
siempre hace que el ser se empeñe en seguir siendo, procreación oportuna y
salvadora. Se repite la constante del ser, ser en el otro, otro que mantiene en
su presencia la existencia del otro, y
en ese deseo que se desliza buscando anclarse para ser completo y feliz, amante
amado, amado amante, no por nada nos reconocemos más que en esa dependencia que
esclaviza nuestras intenciones y nos hace unos eternos trágicos, encuentro de
dos faltas, de dos carencias, que siempre tienen la ilusión de que han
encontrado el uno en el otro la aversión por la oscuridad, el otro en el uno,
la simpatía por la ciudades luminosas.
Eros versus Thánatos, pues sólo en esa
experiencia final de satisfacción el sujeto completa la búsqueda, no por nada
el conocimiento es paranoico, pues la búsqueda se vuelve frenético, sin paz, en
guerra. Pero no desesperemos, pues hay algo que decir a favor de Eros, el Amor,
el lazo afectivo, la buena intención, la propensión hacia el bienestar, hacía
el bien. Cuando menos es recurrente creer que es así, y que la vida no es un
sufrir, sufrir, la cruz, la cruz. Aunque tengamos que aceptar que somos sujetos
escindidos, incompletos. Inscripción del individuo en la sujeción, en la
subjetividad. Esa relación frustrada de “dar lo que no se tiene”, no es
fortuita ni mucho menos ociosa, hay siempre creatividad hasta en la pérdida,
hasta en la imposibilidad. Pues en esas sustituciones de objetos, de deseos
provisionales que nos acercan, cuando menos nos dan la esperanza de que algún
día la meta se cumpla, de que estemos completos, el hombre crea y se recrea en
lo hecho, en el hacer de esos momentos los paraísos momentáneos que nada le
piden al paraíso celestial, quién no ha perdido la cabeza y hasta otras muchas
cosas por el frenesí de un amor, de una caricia, o cuando menos, de una
ilusión. Pero cuidado, no apostemos todo a la primera, hay que saber que con
mucha facilidad se deja de sentir esa emoción de totalidad, y la ajenidad nos
ronda por doquier. Paradójicamente, no hay puesta en acto de un sujeto sin la
posibilidad de que para que sea tal, tiene que no realizarse, es decir, estar
en carencia, el sujeto es, en cuanto posibilidad de estar, un ser nunca
completo. Así, el sujeto conocido por tener la posibilidad de conocer al otro,
viene a diluirse en que para que eso ocurra, necesita ser reconocido por el
otro, pues no es suficiente que mire si no es mirado. Intersubjetividad que nos
sitúa enfrente los unos con los otros siendo unos perfectos extraños,
imposibles.
Una Esperanza Frustrada: una culpa alicaída e
inoperante.
Siempre pensando ilusamente que nos libramos
del deseo incómodo y violento, terco, y pedante, que incluso el paso a la
realidad humana, conlleva la instauración del principio de realidad sobre el
principio de placer, sin embargo, nunca lo suplanta ni lo domina, la
ontogénesis sobre la filogénesis, lo individual sobre lo social, sobre la
cultura.
Terminamos tarareando la canción de Joaquín
Sabina:
“A ti te estoy hablando a ti, que nunca
sigues mis consejos, a ti te estoy gritando a ti que estás metido en mi
pellejo, a ti que estás llorando ahí, al otro lado del espejo, a ti que no te
debo más el empujo que anoche me llevó a escribir está (nuestra) canción”.
El acto de civilidad implica la ilusión de
domeñar la pulsión, la libido. La Bildung, formación, cultura, educación,
anhelo ilustrado.
Una Esperanza Metodológica:
No ha muerto la pregunta por el ser humano.
No ha muerto, y necesita un urgente enfrentamiento que implique inclusión
no-exclusión, lo subjetivo también es real. La naturaleza humana no se ha
agotado en sus definiciones, por el contrario, posee una actualidad candente, y
se necesita propiciar un nuevo debate, que responda a cómo es que se llega a
ser eso que llamamos “persona humana”.
Re-fundar la noción del hombre, ampliar la
definición de hombre, más allá de animal racional, animal del lenguaje, animal
que construye, además, animal que huye, es el camino idóneo que reafirma la
diferencia dentro de la identidad, la multiplicidad dentro de unidad, el
devenir dentro del ser del no-ser.
Es una labor de dar luz, y a esa labor nos
tenemos que incorporar, de desvelamiento, de descrédito de nuestras verdades
absolutas, de evidenciar la intentona de esa supuesta renunciar a ese estadio
precoz en que se era uno con el otro, que nos pide el privilegio de acceder a
la cultura, al estar los unos frente a los otros, la historia de una triste
separación, de una perversión, de un hacernos adultos de pronto, nuestra
historia, historias de un domeñar frustrado, porque, así como al jinete, si
quiere permanecer sobre el caballo, a menudo no le queda otro remedio que
conducirlo adonde éste quiere ir, también el yo suele trasponer en acción la
voluntad del ello como si fuera la suya propia, de identidad, de diferenciaciones,
de un adentro, de un afuera.
La crítica nietzscheana a los postulados del
pensamiento occidental (reflexión moderna), principalmente, la que hace a la
moral, nos hace sentir de cerca, en carne viva, aún con sufrimiento, que hay
algo de verdad en eso que desvela como mala conciencia, que hay algo de verdad
en eso que describe como desviación y encapsulamiento del cuerpo -los
instintos- por lo social, y que hemos pagado con mucha sangre para estar ahora
juntos, unos con otros, todos con ninguno: sucumbiendo a la reflexión, sin
voluntad.
Así también, el sumergirnos en la
metapsicología freudiana, que nos habla de los secretos del
<>, de la psique humana, que nos hace escuchar los síntomas
(signos desatendidos) de un río subterráneo (el inconsciente) que discurre en
libertad y dirige la mayor parte de nuestras acciones, sin siquiera tomarnos en
cuenta, dejar de sentirnos inocentes y no poder ya apreciarnos despreocupados
al perdonarnos por el equívoco, ya no poder jamás decir, <<¡perdón, lo siento,
me equivoque!>>, al nombrar con otro nombre del suyo al ser amado que
tantos veces le dijimos que ocupaba todo nuestro corazón, sentirnos culpables
por desear y no tener más opción que transgredir y sufrir la vigilancia de un
interior –el superyó- que no deja de ser cruel y severo para imponer la
decencia, la moral, desde la indecencia e inmoral de su origen. Estos
pensamientos parece que provienen de autores que se conocen de hace mucho
tiempo, que comparten ideas que se hermanan, que interponen denuncias en
conjunto, que desenmascaran a dúo. Posiciones que se entrecruzan, que se
alimentan, que hablan de las mismas cosas con discursos diferentes, pero con
vocablos comunes.
El tema que nos ocupa obligó dirigir la
mirada a los lugares en que estuvieron cerca Nietzsche y Freud, casi tan cerca
que pudimos confundir sus pasos, tanto que estuvimos a punto de errar en el
reconocimiento de las primicias, pero eso no sucedió, puesto que el
psicoanálisis –la arqueología- freudiano -Die Traumdeutung (1900)- nació cuando
sucumbió el genealogista Nietzsche (1900).
Nietzsche y Freud comparten ante todo una
teoría de la sociedad, una respuesta a la pregunta sobre “cómo el hombre llega
a ser lo que es”. Y el hombre que descubren, es el hombre moral, el de la
culpa, el de la mala conciencia, el enfermo, el sujeto escindido, barrado,
reino del inconsciente. Encontramos que la culpa (“deuda”) viene a constituir
un concepto fundamental para entender sus teorías de la sociedad y del
individuo.
El termino principal para entender la culpa
tanto en Nietzsche como en Freud es el de interiorización, “introyección”, el
proceso por el cual
El sujeto hace pasar, en forma fantaseada,
del <> al <> objetos, y cualidades
inherentes a estos objetos [20],
procesos descritos por la clínica
psicoanalítica, pero que sorprendentemente, es similar a lo que Nietzsche
describe como la vuelta hacia sí del instinto [21], que tiene como resultado un
ser oprimido por la cultura, la interiorización de la norma moral, el “deber
ser”, a partir de una deuda imaginaria e inconmensurable con los antepasados,
dioses, sociedad.
Tanto en Nietzsche como Freud la conciencia
moral descrita como sentimiento de culpa, reconocimiento interior de la ley, es
verdadera culpa, sentimiento de culpa, cuando es interiorizada. Así podemos
constatar que tanto Nietzsche como Freud comparten un dato esencial del
mecanismo de introyección, a saber, la “fantasmatización” del temor a la
pérdida o al castigo, temor que excede la magnitud de la amenaza real. Es
decir, la construcción a nivel imaginario de figuras poderosas, capaces de
infringir castigos y penas, representados por el Dios de la moral o los
antepasados en Nietzsche, en Freud, por el superyó –padres muertos,
idealizados-, y los padres o autoridades en lo real, los cuales debemos
obedecer como instancias que determinan lo que es permitido.
Hay que decir que tanto en Nietzsche como en
Freud se establece en el trasfondo de sus teorías sobre la culpa y sus teorías
del hombre, una relación de poder. En otras palabras, un juego de poder en el
interior del sujeto, entre lo pulsional y la norma –la prohibición-, aunque en
la mayoría de los casos se ha impuesto en ese juego de poder, el poder de la
culpabilidad, que es el reconocimiento de límites y significantes inhibidores,
aunque (también hay que decirlo), lo pulsional -mociones sexuales y agresivas-,
lo instintiva se las ingenia para satisfacerse, de la pulsión domeñada, en su
enfrentamiento con la norma, con la conciencia moral, provoca una tensión
–arrepentimiento ante la falta cometida- que es lo que propiamente se denomina
“sentimiento de culpa”, culpa verdadera.
La introyección viene a ser el mecanismo que
coloca en el interior del sujeto un mundo fantaseado (pero con soportes
ubicables en la realidad como es el caso de los padres -en Freud- como soportes
del súper/yo) de la obligación y la responsabilidad.
Hay, tanto en Nietzsche como en Freud, dos
momentos puntuales para llegar a un verdadero sentimiento de culpabilidad: en Nietzsche hay, en el curso hacia la
verdadera culpa, una etapa que podríamos denominar simple deuda o “culpa
material”, y otra, la auténtica interiorización de la “culpabilidad” o
auténtica culpa moral; en Freud, podemos percibir como lo señala Melanie Klein,
dos momentos en el proceso estructural hacia al auténtico sentimiento de culpa,
el que podríamos denominar culpa patológica o “persecutoria”, y otra culpa
normal o “depresiva”, y estos momentos se pueden observar en el atravesamiento
que hace el sujeto por el Edipo.
Este proceso hacia la verdadera culpa que
constituye el paso del “afuera” hacia el “adentro”, en suma, la introyección,
va a situar al hombre en un conflicto entre su deseo y la prohibición, entre su
instinto y “la moral”, en otras palabras, conflicto de fuerzas, mecanismos
activos-reactivos, descripción de una enfermedad de la conciencia, “la mala
conciencia”, dará un paso atrás –decadencia- de la cultura, para la necesaria
“emancipación del sujeto”, (según Nietzsche); según Freud, condición necesaria
para el desarrollo de la cultura[22].
“Al igual que Freud, Nietzsche piensa que la
conciencia es la región del yo afectada por el mundo externo” [23], puesto que
la conciencia de culpa, es el resultado de la interiorización de elementos
externos que vienen a constituir la deuda material, el temor y las
identificaciones con los padres, autoridades, acreedores, que luego se
inmortalizarán en el interior del sujeto. En otros términos, “anchura y
profundidad” [24] al cuerpo, creando lo que podríamos llamar el “contenido
espiritual del hombre”: pensar, creer, querer, odiar, en suma, reflexionar, y
siempre en un déficit, paradójicamente, la muerte como motor de la vida, el no
ser en el ser.
Nietzsche señala que “el concepto de culpa
procede del muy material concepto -tener deudas- (schulden)” [25], y que ésta
no era más que el efecto de la relación entre “deudor y acreedor”, simple
resultado de una relación contractual, así que el sujeto deudor al contraer la
deuda otorgaba poder al acreedor, para que en caso de no restituirle la deuda
pudiese ejercer el poder y someterlo a una pena, a un castigo. Pero si
observamos, esa relación entre acreedor y deudor era una relación entre los que
tenían y los que no tenían, entre el fuerte y el débil, así que la aplicación
de la pena contenía el equívoco de que se establecía una equivalencia entre el
castigo –el dolor- y el perjuicio. Para Nietzsche esa pena se circunscribía a
la manera como los padres castigan a sus hijos, por cólera de un perjuicio
sufrido, la cual se desfoga sobre el causante, pensando que había compensación
en el castigo a la falta. El resultado era que el penado, el deudor, el
culpable de la deuda material, no tenía verdadera culpa, en el sentido de
remordimiento por la trasgresión, de tensión entre el “deber ser” y la
conciencia, o sea el instinto; por el contrario, Nietzsche afirma que “la pena
endurece y vuelve frío, concentra, exacerba el sentimiento de extrañeza,
robustece la fuerza de resistencia” [26], ¡cuál culpa en el malhechor! Vemos
que en la culpa material solamente hay un efecto de temor de ser dañado, de ser
castigado por el acreedor –la autoridad, el fuerte-, así el deudor busca
simplemente evitar la agresividad morbosa del acreedor ante el incumplimiento
de la deuda. No hay todavía interiorización, pero sí la figura fundamental de
la moral que es la de “deuda”, “falta material”, que implicaba la noción de
obligación, aquella obligación de pagar la deuda que contraía todo deudor con
el acreedor, ámbito del derecho. Hubo una traslación del ámbito personal al
ámbito social, así que su naturaleza de “animal tasador en sí” y esa necesidad
del hombre de tasar, de intercambiar, de hacer contratos, de adquirir deudas, y
por ende obligaciones, es trasladada al contorno de la relación que establece
una comunidad con sus miembros, pero ahora no hay un acreedor sólo a quien
pagar la deuda, ahora es a la comunidad entera la que actúa como acreedora y
demanda sacrificios y pagos por los sacrificios y las obras que realizaron los
antepasados, y por los beneficios de vivir en lo social. Con el tiempo la
deuda, en la medida en que crece el poder de las estirpes –los antepasados-, la
comunidad misma, es como crece la deuda contraída con ella, la deuda se vuelve
impagable. También hay que decir que los antepasados fueron adquiriendo tal
poder hasta devenir en dioses. Ahora la deuda es no con una persona sino con
Dioses, con la comunidad.
Ahora bien, se introyectaron las normas
prohibitivas y el sentimiento de inconmensurabilidad de la deuda contraída,
tanto como el ideal asceta, imagen de Dios, (con el advenimiento del Dios cristiano),
que es el Dios máximo a que hasta ahora se ha llegado, lo que ha implicado en
la tierra la manifestación del máximum del sentimiento de culpa. Además, hay
que decir que la argucia del cristianismo de exculparnos falsamente con la
muerte de Jesucristo, acarreó al hombre más culpa. La mala conciencia nos hizo
decir: “es culpa mía”.
Estas fases hacia la verdadera culpa implican
dos formas de responsabilidad, una con la simple deuda, y otra con la
culpabilidad, así que
(…) una tiene por origen, a la actitud de la
cultura; es sólo el medio de esta actividad, desarrolla el sentido externo del
dolor, debe de desaparecer el producto para dar sitio a la hermosa
irresponsabilidad; en la otra todo es reactivo: tiene por origen la acusación
del resentimiento, se incorpora a la cultura y la desvía de su sentido, provoca
un cambio de dirección del resentimiento que ya no busca culpable en el
exterior, se eterniza al mismo tiempo que interioriza el dolor [27].
En una hay la posibilidad del pago con la
consecuente posibilidad de volver a endeudarse, de volver a disfrutar de
nuestra naturaleza, en la otra, no hay posibilidad de pago, así que el dolor se
hace permanente, es más, el dolor –la penitencia- se instituye como una vía
para la exculpación en la otra vida, pues en ésta es imposible pagar la deuda.
La mala conciencia, escribe, Nietzsche ocurre “(…) cuando el hombre se encontró
definitivamente encerrado en el sortilegio de la sociedad y de la paz”. [28]
Toda la naturaleza indómita y salvaje del
hombre queda empequeñecida cuando los instintos fueron reprimidos, confinados a
la oscuridad, por obra de la cultura, que se sirvió de la mala conciencia, la
culpa. Sobre una constante represión se construyó la cultura, la sociedad. Por
ello Nietzsche dice que el sentido de toda cultura consiste en hacer del hombre
un animal manso y civilizado [29], y para ello tiene que reprimir todos sus
instintos, ocultarlos, sublimarlos, construirle cómodas celdas, la razón, inteligencia,
en suma, hacerle prótesis. Así que
(…) todos los instintos que no se desahogan
hacia fuera se vuelven hacia dentro –esto es lo que yo llamo la interiorización
del hombre; únicamente con esto se desarrolla en él lo que más tarde se
denomina su “alma”. Todo el mundo interior, originariamente delgado, como
encerrado entre dos pieles, fue separándose y creciendo, fue adquiriendo
profundidad, anchura, altura, en la medida en que el desahogo del hombre hacia
fuera fue quedando inhibido [30].
Salto de lo cuantitativo a lo cualitativo, de
la simple deuda material a la mala conciencia.
Freud describe la culpa como la tensión que
existe entre la conciencia moral “el superyó”, y lo pulsional, y esto como
efecto de la renuncia a lo pulsional que demanda la cultura y la moral al
sujeto. El estado de culpabilidad es el sentimiento de haber hecho algo que “no
se debe”, algo “malo”, institucionalización e interiorización de los preceptos
morales, de lo que es “bueno” y “malo”. En Freud es el superyó –conciencia
moral- quien determina la norma moral,
subrogados de las identificaciones primarias, en Nietzsche es lo que deviene
con “la deuda contraída con los antepasados” y el ideal ascético. El psiquismo
del hombre opera en una situación conflictual, de renuncias, tendencias y
pulsiones contrapuestas. La estructura que determina ese estado conflictual es
el Edipo freudiano.
Así vemos que los primeros vínculos o
identificaciones tempranas vienen a constituir la herencia de prohibición que
ejercita luego el superyó. El atravesamiento por el complejo edípico desemboca
en la interiorización de códigos de prohibición, subrogados de
identificaciones. Pero para que esta interiorización ocurra, el sujeto en su
temprana infancia debe atravesar todo un pasadizo de posiciones,
identificaciones y contrapuestas pulsiones.
Ya se había hablado de la culpa situada en la
ambivalencia de sentimientos ante la figura paterna, ante ese sentimiento de
culpa que provoca el deseo de hacer daño a una figura amada, admirada y odiada
a la vez. Por ello sosteníamos análogamente que, “en una época temprana el niño
desarrolla una investidura de objeto hacia la madre, del padre se apodera por
identificación. Ambos vínculos marchan un tiempo uno junto al otro, hasta que
por refuerzos de los deseos sexuales hacia la madre –pulsión-, y por la
percepción de que el padre es un obstáculo para estos deseos, nace el complejo
de Edipo. La identificación-padre cobra una tonalidad hostil, se trueca el
deseo de eliminar al padre para sustituirlo junto a la madre. A partir de ahí,
la relación con el padre es ambivalente” [31], pero ante la amenaza de
castración, el niño abandona el Edipo y se instituye el superyó como heredero
del complejo de Edipo. De esta suerte, “como resultado más universal de la fase
sexual gobernada por el complejo de Edipo, se puede suponer una sedimentación
en el yo, que consiste en el establecimiento de estas dos identificaciones
(padre-madre), unificadas de alguna manera entre sí. Esta alteración del yo
recibe su posición especial: se enfrenta al otro contenido del yo como ideal
del yo o superyó” [32].
Podemos situar una relación intermedia antes
de la emergencia del superyó, como la instancia psíquica que ejercerá como
conciencia moral, y a la cual se opondrá a las pulsiones reales o imaginaria
–puesto que para el superyó vale para enjuiciar al sujeto, tanto “hacer” que
“querer hacer”.
Este momento de la culpa ocurre cuando el
padre es una amenaza real, cuando se está ante un padre que puede castigar
realmente, aun antes de reconocerlo como ideal, o quizás, paralelamente, en el
mismo momento que vamos admirándolo vamos temiendo su poder y odiándolo, no tan
sólo por poseer a la madre, sino por poder con nosotros. El momento es de
difícil percepción, máximo que el atravesamiento por el Edipo ocurre en los
primeros años de vida. Así que la culpa viene hacer simplemente la “falta
material”, el perjuicio, el miedo al poder del padre real, la travesura vuelta
falta. La tensión de ser descubierto por la autoridad, todavía hay una
inocencia, todavía no se puede distinguir y mucho menos saber sobre lo bueno y
malo, en el sentido ético, proto ética. Es, como dice Nietzsche, simplemente el
perjuicio que se puede cometer al padre, y el temor a su agresión, como cuando
se le pega al bebé por meter sus dedos a la boca. Relación entre el fuerte y
débil, y estamos hablando de debilidad física, de indefensión por parte del
niño, de la dependencia, de la urgencia de protección y el papel de la mirada
que nos indica lo qué no se puede hacer, pero que para aprender el lenguaje del
ojo hay que recibir algunos palos, construcción de los elementos mínimos de
nuestra subjetividad, estructura psíquica que abreva en las fuentes de la
prehistoria.
El segundo momento de la culpa es el instante
en que ubicamos el temor adentro, en que el superyó cobra total independencia y
autonomía, asume su papel de conciencia moral con todos los subrogados de esas
identificaciones primarias, y las secundarias, donde se cuelan otros “padres”,
tanto individuales como sociales, las instituciones sociales, educativas,
iglesia, etc.
Es en el momento que podemos hablar que el
sujeto arriba al mundo de la obligación, cuando sublima sus pulsiones, y dirige
sus metas pulsionales al arte, al pensar, a la enfermedad, etc. Es cuando
plenamente el superyó le pide cuentas al sujeto de sus mociones sexuales y
agresivas. Cuando lo descubre haciendo o pensando lo indebido. Función del
superyó, de domeñador, que garantiza el desarrollo de la cultura, y ubica el
progreso de la civilización como la meta de cada uno de los miembros de la
comunidad, pese a que no haya dentro de sus planes nada que garantice la
felicidad a los hombres, la plena satisfacción de sus metas pulsionales. Igual
que en Nietzsche, la culpa viene a ser un instrumento eficaz de la cultura para
la alienación.
También en Freud hay una deuda contraída con
la humanidad, por el asesinato del padre primigenio, hay una culpa de un Dios,
de un antepasado divinizado que demanda más sacrificios y pago de la deuda. De
esta manera, hablar de la culpa de la especie es ocuparnos también del Edipo,
pues en
(…) el complejo de Edipo, pone en juego la
institución familiar y, más en general, el fenómeno social de la autoridad (…)
y encontrar en la norma prohibitiva del incesto y en la norma a secas, la
garantía sociológica del Complejo de Edipo [33].
El complejo de Edipo social es un momento
fundador de nuestras instituciones, de nuestras relaciones interpersonales,
intersubjetivas, de nuestra cultura, un lugar en donde se inicia la tragedia
del hombre y cada Edipo individual extrae su justificación. Al fin y al cabo,
cada uno somos los herederos del sentimiento ambivalente hacia el padre, de la
culpa, y del deseo incestuoso hacia la madre. Hablar de la culpa de la especie
es establecer un duelo por la muerte del padre, es observar no intención sino
el hecho del asesinato, es ubicar el primer acto “malo”, es volver a hablar de
deseos incestuoso, de amor-odio, es develar retroactivamente el destino
universal del hombre.
La verdadera culpa, ahora tiene una
ubicación, un momento real, aunque sea mítico. Freud describe cómo ese
parricidio fue perpetrado por hijos que amaban y admiraban a su padre -Dios,
Jesucristo-, pero que también querían tener accesos a los frutos prohibidos que
el padre disfrutaba, y que cuidaba celosa y agresivamente. Así que, ante la
consumación del asesinato, les sobrevino sentimientos encontrados
–ambivalentes-, odio y amor hacia el padre, es ahí donde Freud ubica el origen
de la culpa universal. Una pregunta queda resuelta con esta explicación de la
filogénesis de la culpa: ¿quién fue primero, la renuncia o la prohibición? La
respuesta es que hubo una primera renuncia -real- y a partir de ahí la
prohibición –la conciencia moral- fue demandando más y más renuncias. Las
mociones agresivas y sexuales fueron violentamente agredidas, obligadas a la
no-satisfacción, en un primer momento de la culpa, ya que la propia violencia
era utilizada para provocar la renuncia, lo que hacía el padre de la Horda
primitiva con sus hijos, y en un segundo momento, ya interiorizada la
prohibición, la renuncia se efectuaba no con violencia, pero sí con rencor, con
malestar, con extrañeza, con enfermedad, con violencia interna. No deja de
parecernos que tanto Nietzsche como Freud describen el proceso de la culpa como
el tránsito hacia la enfermedad. Pues, toda vida que no es vivida muere, toda
pulsión que no es satisfecha deviene como enfermedad, como obra de arte, o
culpa. El instinto que no se desahoga se vuelve contra sí mismo, deviene como
moral de esclavo, como decadente, como resentimiento, como mala conciencia, en
suma, como desconocimiento de sí mismo, como malestar.
El Último Fragmento (La Desfragmentación
Final), La Cruda Realidad:
Hoy día deseamos como nunca lenguajear sobre
los espacio y determinar el lugar y la naturaleza que ocupan los actores,
insistir en los mitos constitutivos, y convocar a los dioses, y al gran dios:
La Ciencia, El Estado, La Ley, El Gran Otro, Las Otredades, La Razón, ÉL, que
sigan dando cuenta de nuestra peculiar realidad en este mundo, que nos salven
de la vorágine pulsional, que nos devuelvan la unidad perdida y recuperemos
nuestra hermosura de los brazos de los mil rostros esquizofrénicos en que hemos
convertido el armonioso binomio cuerpo-alma, que nos vuelvan a convencer que el
paraíso existe, y que el infierno es una entelequia sin valor, que el amor es
el reducto hegeliano que posibilita el lazo social.
Faltan más letras, la realidad se vuelve
indescriptible, la angustia por no saber a qué le tememos, por no saber qué
somos, posibilitan el hombre insustancial que resuma nuestras historias de lo
que creímos ser.
Continuamos creyendo en el Estado Democrático
como la más refinada forma de organizar la vida en la ciudad, la cosa pública,
en el Estado de Derecho que administra y regula el castigo y la potestad de
ejercer la violencia, en La Civilidad Abstracta del hombre social-contractual
que es capaz de reprimir su libido en harás del bien común, y organizar los
espacios donde sea posible que todos seamos iguales, en la Razón como la
facultad que ilumina todo nuestros oscuras noches y dudas, en el Gran Dios que,
parafraseando a Freud, nos hace “unos caminantes que al cantar en la oscuridad
negamos nuestros miedo, pero no por ello vemos más claro”. No obstante, que una
y otra vez, la realidad nos escupe a la cara: que hay un agotamiento del Estado
Democrático, incapaz de hacer que nos corresponsabilicemos de nuestros espacios
públicos, que el uno y el otro se hagan una sola, que el Estado de Derecho no
sea capaz de garantizarnos convivencia pacífica, que existan otros capaces de
ejercer la violencia y formar otros Estados de Derecho, que el ejercicio de
gobernar no resulte la tentación que haga flaquear al más pintado moralista,
que el Proceso Civilizatorio se resuma sólo en modales de cómo decirle al otro
que soy el que tiene el poder, y formas refinadas de organizar el escenario,
los espacios, donde el más fuerte someta al débil, que La Razón solo ilumina el
camino de los que ostentan el poder mediático y ahora virtual, que Dios sólo
sirve para consolarnos en el lecho de la muerte, y que los creyentes son unos
vulgares dobles caras.
Hace más de dos mil años que seguimos
circulando en la conceptualización de la naturaleza humana descrita por Platón,
sus diálogos se han agotado y no nos hemos dado cuenta. Hoy no podemos apelar a
ese pasado glorioso, ni siquiera nuestros pensadores sobre cuestiones humanas y
mundanas, pueden decir más, el hombre ha muerto, y su futuro se debate por un
lado en revitalizar su evangelio humanista a ultranza, o esperar a otro Platón
que nos rescate de las sombras de las cavernas.
Lo macro resulta perverso, lo micro
primitivo, los procesos globalizadores se han topado con lo mismo que veníamos
huyendo, de la avaricia del tirano y caciques de los pueblos, las instituciones
supranacionales son una caricatura que los Estados Unidos se las pasa por los
huevos cada vez que quiere, lo que más le preocupa a la ONU es que el Imperio
le retiré la onerosa cuota voluntaria para que continué legitimando este mundo
global de derecho.
Hace un tiempo, se propuso que reorientemos
hacia el municipio ese proceso global, y con gran razón, pues, lo que importan
son los municipios no las naciones, pues en estos pequeños cúmulos de espacio
descansa la tierra que pisamos, el folklor de nuestras identidades, no es
azaroso que la palabra folklor encuentra ligazón con el Volk alemán, el pueblo,
entendido como el sentimiento de la gente que comparte un origen, y quizás,
allí se encuentre la posibilidad de compartir algo con unos cuantos y también
la factibilidad de relacionarnos con los otros pueblo, en un choque agónico de
identidades/identificaciones, la
respuesta también está en la demografía.
El vacío paulatinamente se está convirtiendo
en silencio, es ahora la “era del silencio”, parece ahora lejano del “hombre de
la nada” definido por Nietzsche, quien al menos tenía “esa nada”, que construía
su peculiar idea de mundo, donde los espacio eran lengujeados para soportar la
extrañeza, el malestar que nos enunció Freud. Ante el silencio, ahora nos
refugiamos en nosotros mismo, nos ensimismamos erigiendo nuestros cuerpos en un
templo, éste último reducto, también se colapsa.
¿Hay acaso otro lugar que nos devuelva a
nuestro sueño en vigilia, que haga que otra vez nos veamos exclusivos seres?,
la caída de la unidad humana es predecible, y una convocatoria se hace urgente,
la respuesta a la pregunta ¿qué somos? se hace esperar, y demanda inteligencia,
astucia y terquedad. No es fácil la tarea que le dejamos a las nuevas
generaciones, impotentes ¿Sólo nos resta desearles suerte? O ¿debemos seguir
esperando que la locución latina, “homo homini lupus”, sea contradicha por un
novedoso y ahora si eterno contrato social?
Penetrar en el enigma, siendo algunas veces
Edipo, compartimos con él la misma encrucijada estructural, de ser seres
atrapados en una interminable pregunta que no se responde más que la disolución
del enigma, hombres:
“Animales que se pusieron en pie, que liberaron
sus manos. Y cuya vida recorre un singular curso, una trayectoria peculiar que
se inicia en el desvalimiento de una larga infancia, desde un nacimiento
prematuro, para conquistar nuestra difícil condición y prolongarla
patéticamente en la vejez, apoyada por múltiples báculos, frente a la
certidumbre final de la muerte, que atenaza a los” [34].
¿Lo mejor es no preguntarse, y dejar que la
corriente de la vida nos lleve a donde más le plazca, aun cuando sabemos a
donde desemboca el río?
Pero la pregunta persiste, más ahora que
estamos enfrente de aquella -pulsión- que no ha logrado domeñar la
racionalidad, la añorada “civilización”. Se erige una pregunta sarcástica con
una respuesta sabida, que no se quiere pronunciar mucho menos pensar: ¿Quién es
el animal dotado de tales poderes, que amenaza con destruirse a sí mismo y
aniquilar al par la vida sobre la tierra? Incontrolable Golem, que, sin ser
visto ronda por todos los rincones del mundo, enturbiando la aparente vida
tranquila del ciudadano, alejándonos del amor al prójimo, y condenándonos a la
espera sacrificada para la obtención de una vida eterna, bella, buena y cierta.
Se olvida de cuchichiarnos al oído para invitarnos a renacer, si queremos
salvarnos, salvar la vida, ésta y no la otra: la carne, su dolor, su textura,
su droga, su límite; y el alma, su ilusión, su no-existencia, su calor, el
útero espiritual, y así, aunque no seamos judíos, protegernos.
La caída no es tan sola epistemológica, sino
real, porque devela al ser en el no-ser.
En suma, como cultura, arquetipo que circula
y se recrea en la conciencia de un sujeto colectivo, la moral, la razón, son de
lo social, se recrean en la esclavitud de los otros cuerpos, aumentando el
grosor de la piel, asumiendo el concepto como forma de vida. El hombre no puede
ocultarse bajo esa vestimenta, y tarde o temprano, es él mismo, el de siempre,
el que en la locura se presenta solo, mejor dicho, consigo mismo. El que
necesita retirarse de vez en cuando a las montañas, y volver para emprender una
vez más el intento de dejar su marca en los demás; círculo vicioso de la
indiferencia, lucha por la unicidad, ser el gran Uno, el omnipotente que desde
su solipsismo se vanagloria de su existencia, aun cuando solamente en los demás
pueda encontrarse y ser.
Estos tiempos, donde al igual que una escena
de la película Apocalypto, se recrea la muerte del otro como un sacrificio a
los dioses, y perplejos vemos correr la sangre y el caer de los cuerpos
separados de sus cabezas por doquier, donde “el bueno” y “el malo” intercambia
posiciones, y nos recuperamos de la transvaloración que hicieron los esclavos,
dejando al descubierto que simplemente “bueno” es el poderoso y “malo” el
débil.
El advenimiento de la nueva era está en un
tiempo por venir, y como consuelo debemos agotar al máximo la fe en la idea de
mundo que construimos y al igual que las cruzadas debemos volver a nuestros
lugares sagrados y defenderlos estoicamente, e iniciar una evangelización
política y ética casa por casa, escuela por escuela, barrio por barrio, ciudad
por ciudad, país por país; cuerpo por cuerpo, alma por alma, esperando volver a
creer en nuestras mentiras, o solamente quemamos nuestras letras, nuestras
vasijas, nuestras casas, nuestras instituciones, nuestros saberes, y
esperáramos la salida del Nuevo Sol.
Un Intento de una Epistemología del Hombre:
El delirio del poder que acompaña el
apuntalamiento narcisista de todo individuo despojada del “sentir el otro”,
ensombrece el sentido común, y se clausura toda acción solidaria, y hace que
sólo una perspectiva se imponga por encima de la observación plural que desde
los sentidos se van construyendo, ideas y pensamientos, sentimientos y deseos.
El paso de nuestro cuerpo por los senderos,
calles, espacios, registran en un movimiento del espíritu desde adentro, desde
afuera, el sentido de pertenencia, y la idea que acoge nuestras vidas; es
imposible detener esa marcha desvariada, salvo que se corte de tajo con un
golpe represor al cuerpo o bien con un ejercicio de repetición infinita que haga
que solamente se perciba el mundo con una única idea.
Nada surge de la nada, todo es el resultado
de esa concatenación de desvaríos pautados, que se detienen en el tiempo, y que
dejan la huella temporal necesaria que alumbre provisionalmente nuestras vidas,
solamente el mismo tiempo a regañadientes las vuelve a borrar. Cuando esa pauta
detiene nuestra naturaleza pluri-sensorial, no tarda en hacernos sentir
incomodos y la vuelta al origen nos vuelve a votar a esa infinita esperanza de
completitud, que solo se cumple en el “no ser”, eufemísticamente mejor decir
“la muerte”.
Una Canción de Cuna:
Vivimos tiempos oscuros, los presagios
apocalípticos se cumplen a pie de letra: desordenes, violencia, inestabilidad
ecológica, silencio.
Tiempos en que el sexo ha dejado ser el
narcótico que nos salvaba de vez en cuando, y nuestros niños ha perdido toda
referencia ideal, sus héroes de antaño, Superman, Batman, la mujer maravilla,
etc., ha perdido poderes, y la figura paterna luce débil y pobre.
Tiempos que demandan nuevas letras para
hablar de la naturaleza humana.
Tiempos en que la pulsión busca
esquizofrénica algún lugar para aparcar, y respirar segura que tiene un nuevo
rostro.
No podemos continuar ilusos, la vanagloria de
la configuración de lo público ha fracasado, el estar los unos frente a los
otros, o es una ilusión, o simplemente, tarde que temprano eliminas al otro
simbólicamente o realmente.
No hay tiempo, o el castigo divino-natural
nos alcanza sin abrazarnos, o los últimos tiempos de nuestras vidas la vivimos
alegres y creyendo de nuevo.
La gaya poesía
Vocablos, reyertas, encuentros, sorpresas,
dolor.
El fin se acerca, escucho los pasos del mal,
del chamuco; la hora de la resurrección se filtra por todos lados de nuestra
guarida, de nuestro refugio: ¡nuestro cuerpo!
El reino de la paz y del amor fenece, con
ello, el caos reivindica su ley.
Vuelan las cabezas, los suspiros se
suspenden, los besos se extravían en los remolinos de dolor, en los quejidos de
los pobres desventurados que creyeron en la felicidad, en la perpetuidad.
Habla el azteca carnívoro.
La sed de sangre demanda sacrificios para
apaciguar el renacimiento de los dioses, quienes nos prestaron el tiempo y un
tiempo de eternidad, quienes hicieron a las criaturas humanas su ausencia y
presencia.
Vuelve el silencio, la duda.
La moral de la compasión escapa por los aires
y se pierde en la blanca noche, quien se alegra de ser toda negra.
Parió la Noche a la tribu de los sueños y
junto a ella a Tánatos, el dios demonio más temido, más inconsciente, esperaba
que al nacer la liberará de las sombras, en lugar de esa liberación en su
nombre se han cometido los crímenes más sanguinarios, y la noche se hace más
noche; reina la lluvia, el infortunio, la dureza y la locura; nadie quiere
saber de aquello que nos completa y nos olvida en su inolvidable olvido.
¿Dónde quedó la reina de los ojos de paz y caderas
amplias, regazo que nos protege y nos confirma, sonrisa que daba la gracia a
cada mañana?
Habla el eco de una sombra y su viajero que
presagia la desilusión como alegría:
¡Vuelvan al caos!
¡Laméntense de haber nacido!
¡Vean los colores por última vez!
¡Mañana el mundo sórdido volverá a dar su
infinita última vuelta, la claridad del fondo de los soles desaparecerá!
¡Vendan sus almas!
¡Entierran a sus hijos para protegerlos de la
luz!
¡Amen la tierra y coman carroña!