Lenin
torres Antonio | 20 agosto de 2018
Tribuna Libre.- El hombre necesita que lo público, el
encuentro entre humanos, sea un acto de honestidad, de amistad, de humanidad,
de solidaridad; que sanemos de la enfermedad que ha lacerado la vida pública,
que nos ha puesto en peligro de muerte, que ha sepultado la civilidad, el
momento que alrededor del fuego comenzamos a diferenciarnos de las demás
especies vivas, a platicar y en esa plática encontrarnos, y supimos que éramos
algo especial, que teníamos voz, palabra, signos, que podríamos construir un mundo
más hospitalario y confortable, donde fuéramos felices sin que nos devoráramos,
sin apelar a un otro excluyendo a otros;
pero esa enfermedad yoica, el narciso que habita en nosotros enmudeciéndonos,
utilizando nuestros cuerpos para esclavizar incluso a quién hemos mentido que
los amábamos, la enfermedad del poder, que aun reconociendo que habita en
nosotros algún tiempo anterior pudimos domesticar, y hacerlo cómplice de la
construcción de éste mundo humano, que llamamos humanidad, porque sentíamos al
congénere, y comenzamos a llorar por su muerte, a arrullarlo al nacer,
tranquilizándolo del trauma del nacimiento, de esa impronta de ruidos, colores,
voces, texturas que asustaban ese pequeño cuerpo del sin palabra (in-fante),
nacido prematuramente, con débiles sentidos, con una infancia prolongada, y un
aprendizaje largo para hacerse con sí mismo, y juntos entre iguales poder ir
resolviendo desde esa indefensión, y con la ayuda de un cerebro grande, los
obstáculos que representaba sobrevivir en un principio, y posteriormente, el
vivir en sociedad.
Pero hubo un momento en que separamos el nomo
de la physis, que relativizamos el acuerdo entre los hombres, que dejamos de
sentir al otro como un igual que necesitamos para continuar, para vivir bien y
en paz, el hermano de sangre, el hermano de lucha, el hermano de fantasía, y
decidimos volver al imperio del más fuerte, ahora ya no era el arma la fuerza
física, sino la razón al servicio de la voluntad, al fin y al cabo, lo que
necesitábamos ya lo habíamos inventando, el lenguaje, la ley, los conceptos
culmen de la ilustración ahora puestos al servicio de una guerra entre
inteligencias perversas y mezquinas; la palabra dado como una honra, se eclipsó
con la palabra hipnótica de la mentira, y el hechizo del lenguaje nos volvió
unos extraños en nosotros mismos, la abstracción nos alejó de nosotros mismos,
cayendo en un vértigo narcótico de necesitar más palabras para describir a la
cosa, al ser, cuando antes era tan simple acercarnos a ella con un sonido que
nos acariciaba, un gesto, una señal, el poder de la mirada para hablar, para
expresarnos, para decir mucho sin siquiera abrir la boca, el simple susurro que
se deslizaba por los espacios que nos separaba, y que aparte de decirnos del
otro algo importante, era como un bálsamo de caricias y bondades, de
fraternidad; pero el ser se fue perdiendo entre más palabras, más signos, más
significantes, y comenzamos a desconfiar del otro, incluso de uno mismo, caímos
en la paranoia del desconocimiento del sí mismo de uno mismo, y todos nos
volvimos enemigos de todos, la mirada desconfiada y estética dejó paso a la
sonrisa como especie de mueca, al gesto ético que es más inmoral que moral
porque se alimentó de esos deseos perversos inconscientes que se reprimieron
sin nuestro consentimiento, en suma, que nunca pudimos cambiar nuestra
gramática y nos condenamos a un eterno sufrimiento prometeico, una vida sin
sentido, que exactamente se sostiene por un deseo sin objeto, una pulsión de
muerte que domina paulatinamente al principio de placer y realidad.
Cómo revertir esa espiral pulsión de muerte,
cómo escribir otra gramática, o cuando menos volver a recrear el acuerdo
humano, volviendo frescos y deseables nuestros conceptos de lo humano, si ni
siquiera el amor y la paz en que se tradujo el principio de placer la ha
detenido, y el Edipo se diluye dejando de ser el dispositivo para el
reconocimiento de la ley y el límite de lo permitido para no atentar a la
cohesión social, a la genética, y la selección natural; estar en la cima de las
especies vivas nos ha puesto en peligro, peleando contra fantasmas que tienen
la ventaja de no existir pero si tiene el poder de hacer mucho daño,
sostenernos con nuestra exclusividad de racionales y civilizados (pienso en un
mínimo de tener modales en la mesa) es ahora una contradicción, y el tiempo
corre en contra de nosotros mismos, ya no tenemos tiempos, porque la vorágine
pulsional de muerte nos alcanza por doquier, y la muerte toca con más
frecuencias nuestras puertas.
Mejor declarémonos imposibles, mejor
confesemos nuestra impotencia y soledad, el mundo humano está en un proceso de
expansión universal, la entropía nunca la pudimos contenerla, y las leyes
físicas son también humanas, pensamos que el nomo era diferente de la physis,
craso error que estamos pagando sus consecuencias, los puntos humanos se alejan
en un proceso de expansión universal en que cada punto humano se alejan del
otro punto humano y de los otros puntos
humanos, la entropía social se presentifica en que la historia del hombre es la
historia de sus guerras, incluso en lo singular, la historia de cada uno de
nosotros se presentifica en nuestras particulares guerras, nuestras luchas por
contener la pulsión sexual y violenta, el predominio de nuestro morbo por
encima de nuestra mirada estética y cándida, entendemos que es la felicidad por
los momentos de dolor y sufrimiento, el lado trágico predomina, la comedia es
un rictus de dolor y sufrimiento, de desesperación, la compulsión a la
repetición aumenta con un vértigo esquizofrénicos, las jaulas en que estamos
encerrados en este inmenso zoológico en que se ha convertido el mundo, son
insuficientes, catatónicos somos expectantes de nuestros deambulares erráticos
e insanos, solos y en guerra nos dirigimos al fin de los mundos posibles.
Agosto de 2018