Tribuna Libre.- Esta semana fue noticia en todos los medios
de comunicación la toma de posesión de Cuauhtémoc Blanco como Gobernador de
Morelos, y sobre todo algunos nombramientos controversiales que hizo para su
gabinete.
Se volvió a desatar una discusión que mucho
se ha tenido en México los últimos años: ¿cómo es posible que alguien así
llegue a Gobernador? ¿Cómo es posible que los partidos nos pongan ese tipo de
candidatos?
La discusión está equivocada al poner todo el
peso de la culpa en los partidos y el sistema. Definitivamente, Blanco no tiene
ni las más básicas aptitudes para estar en el servicio público. Pero no podemos
negar que su llegada a la política fue avalada, buscada e impulsada por la
sociedad. ¿Los partidos lo impusieron? No, la gente mayoritariamente lo eligió,
primero como Alcalde y ahora como Gobernador.
Claramente hemos visto muchos candidatos
incompetentes para competir y ejercer diversos cargos públicos, pero la
pregunta no debe ser ¿por qué los pusieron los partidos? La pregunta debe ser
¿por qué como sociedad estamos promoviendo y eligiendo a esos candidatos?
La premisa es muy básica. Si uno piensa en
una empresa, al preguntarnos cuál es su objetivo o negocio la respuesta es
sencilla: tener la mayor cantidad posible de ventas para maximizar sus ingresos
y utilidades.
Si hacemos la misma pregunta para partidos y
candidatos la respuesta es igual de fácil: su principal “negocio” u objetivo es
obtener la mayor cantidad de votos posible para alcanzar los diversos cargos
públicos que les permiten mantenerse en el poder.
¿Cómo se logra la mayor cantidad de votos? Con
candidatos y campañas adecuadas al electorado por el cual se está compitiendo.
Por lo tanto, quien pone los incentivos y las condiciones para decidir quiénes
serán esos candidatos y cómo serán las campañas son los votantes objetivo, no
solo los partidos.
Lo que hemos visto con la llegada de la
competencia electoral a México, es que cuando los partidos se dedican a hacer
campañas propositivas, serias, sin denostaciones ni escándalos, con candidatos
preparados para el cargo, muy seguido pierden la elección.
Cuando las campañas son de espectáculo, con
candidatos controversiales, señalamientos contra los otros candidatos,
propuestas inviables, e incluso con ofensas, muy seguido ganan la elección.
¿Podemos decir que eso es culpa de los partidos o los candidatos? No. Al menos
no únicamente.
Ejemplos como el de Blanco hay muchos. Pasó
con Vicente Fox en 2000, un candidato claramente no apto para la Presidencia de
la República, pero que con lenguaje florido y ofensivo ganó bajo la única
premisa de “sacar al PRI de Los Pinos”, sin importar que eso implicara un mal
Gobierno.
Lo vimos en 2012 con Peña Nieto. Un candidato
joven y fotogénico, con “ideas frescas” y modernas. Buena parte de sus votantes
lo eligieron porque “era guapo”. Poco pareció importar en ese momento lo mal
Gobernador que había sido, su clara ignorancia sobre los asuntos nacionales, y
su forma de pensar tan obsoleta y antigua, más aún que la de los llamados
“dinosaurios”.
Tenemos al único Gobernador independiente del
país, y uno de los más rupestres. En Nuevo León debe ser caso de estudio.
Primer estado que realmente pierde el PRI por un enojo social sin precedentes
por la corrupción de Rodrigo Medina (recién exonerado por su amistad con Peña).
Los nuevoleoneses exigían candidatos serios y
maduros. El PRI ofende al estado designando a Ivonne Álvarez, política
inexperta y muy cercana a Medina y a Emilio Gamboa, cuyo único logro era ser
presentadora polémica de un programa grupero de televisión. Eso generó una
reacción social de enojo nunca antes vista en el estado.
Ante esto, el PAN designa a quien era su
mejor carta: Felipe Cantú. Hombre serio, preparado y respetado, totalmente
opuesto a Álvarez. El gran error de Cantú fue hacer una campaña tímida, sin
ataques a Medina ni a Álvarez. La gente buscaba sangre, y eligió al Bronco,
bajo la única promesa de campaña de meter a Medina a la cárcel. Hoy, Nuevo León
sufre las consecuencias.
Ejemplos así hay de sobra. Javier Duarte en
Veracruz, y posteriormente a Miguel Ángel Yunes, cuando en su momento pudieron
elegir a Cuitláhuac García, pero su campaña era demasiado “light”. O a Roberto
Borge en Quintana Roo. O a Padrés en Sonora. O a Mayer y D´Alessio para
Diputados, el último por cierto ganó a pesar de ausentarse un mes de su propia
campaña.
La sociedad mexicana parece haber entendido
que su voto cuenta y puede generar la diferencia. Se ha visto a nivel local, y
el 1 de julio se vio de manera apabullante a nivel federal. Sin embargo, la
sociedad no ha entendido que ha sido cómplice pasiva de la crisis del sistema
político.
Con el profundo cambio que podría implicar la
elección del 1 de julio, es momento de que como sociedad entendamos que somos
nosotros quienes podemos determinar el actuar de los partidos políticos. Pero
para ello, debemos ser mucho más informados y participativos.
¿Queremos que los incentivos que como
sociedad pongamos al sistema político sigan generando Cuahtémocs, Foxes, Peñas,
Broncos, Duartes, Medinas y Mayers? ¿O queremos una nueva camada de
funcionarios y políticos de altura, que afronten los profundos retos de nuestro
país?
Debemos redirigir nuestros esfuerzos. No se
trata sólo de criticar a los partidos y al sistema. Hoy más que nunca, se trata
de mejorar como sociedad y asumir nuestro papel en la gobernabilidad
democrática de México. Mientras no cambiemos, no cambiará el sistema político.
Cambiémosle los incentivos para que ellos cambien su “modelo de negocio”.
¡Urge!