José Miguel Cobián | 31 agosto de 2019
Tribuna Libre.- Todos los días leo críticas por los
resultados de las encuestas que muestran una aprobación arriba del 60% a la
actuación del presidente López Obrador.
Las muestras de desesperación son muy variadas, dependiendo del nivel de
afectación o indignación de quien expresa su opinión al respecto.
Entiendo que el bono de principio de sexenio,
el bono de la confianza del elector todavía sigue vigente. Basta comparar los porcentajes actuales, con
los que tenían sus antecesores, de Salinas a la fecha y podremos observar que
son similares, lo cual visto a toro pasado suena muy extraño, pues cada
presidente ha sufrido el juicio de la historia y hoy no podemos afirmar que los
sexenios de Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón,
Enrique Peña o Andrés López son igual de exitosos en su inicio de gobierno, y
mucho menos, que terminaron con una aprobación similar todos ellos, para
pronosticar una aprobación similar para el actual gobierno. De hecho la aprobación de Peña fue de las
peores el último día de su sexenio.
Quebrarse la cabeza todos los días, para
tratar de entender las razones, es un esfuerzo inútil. Tengo conocidos que incluso piensan que
ellos traen cargando una loza de mala suerte, pues no conciben que otros estén
tan optimistas respecto del sexenio. Hay
quienes piensan que la situación está mal en su ciudad, en su zona, en su área
económica, pero que el resto del país debe de estar en Jauja, pues mantener la
popularidad del presidente López arriba del 60% resulta por demás fuera de su propia realidad.
Sin embargo, quizá la explicación está por
otro lado, por el lado de la cultura, la forma de ser del mexicano. Baste recordar que somos muchos los que
simpatizamos con el cruz azul, que para quienes no son fanáticos del futbol no
significa nada la explicación y por eso procedo. El cruz azul es un equipo que tuvo sus grandes
glorias hace ya varias décadas, y a partir de esa fecha, quedó como un equipo
grande en el imaginario colectivo, pero en realidad bajó de nivel, y nunca lo
volvió a recuperar. Así llega
esporádicamente a semifinales o a finales, y siempre se queda en el ¨ya
merito¨. Sin embargo, todavía tiene
muchos fieles seguidores. El caso
extremo es el equipo Veracruz, el cual rompió récord mundial de partidos sin
ganar, y aún así, tiene a sus hinchas que lo defienden a capa y espada.
En el caso de AMLO y su gobierno, la
situación es similar. A unos más tarde y
a otros más temprano, nos llega el momento de la desilusión. Notamos que no se cumplen las expectativas
que se tenían al principio de su gobierno, y luego pasamos por el largo proceso
de negación. Trata uno de justificar
cada uno de los actos de gobierno, que si no fuera uno fan o hincha de Morena,
de inmediato serían rechazados.
Pero… ahora los realiza el ¨equipo¨ político de mis amores. Cuesta mucho trabajo reconocer una realidad
que no se corresponde con el mundo mágico en el que a los mexicanos nos gusta
vivir.
Recordemos que México es el paraíso del
realismo mágico, mismo que nos ha traído fama internacional gracias a películas
que lo utilizan una y otra vez, lo cual hace que para el resto del mundo,
México sea muy peculiar y particular, pues no hay otro país en dónde la
población disfrute vivir en un entorno en el cual se mezcla la realidad y la
fantasía, los hechos y los deseos de cada mexicano. Esos que son adquiridos al mayoreo, por una
gran parte de la población y que poco a poco, sufre el baño de realidad.
Digo sufre, porque el duro trabajo de
reconocer que me equivoqué al evaluar a los candidatos y sus políticas, a
quienes otorgué mi voto no es fácil. La
autocrítica no es una cualidad propia del mexicano. Incluso si no otorgué mi voto, me emocioné
con los primeros discursos, defendí la lucha contra la corrupción o algún otro
proyecto o programa anunciado por el nuevo gobierno.
¿Hoy
como puedo decirme a mi mismo y a los demás que me equivoqué? ¿Cómo puedo
aceptar que mi mundo mágico, en el cual los males de México se resolverían con
el combate a la corrupción?, era eso, un mundo mágico, imaginario, igual que el
mundo de Oz o la tierra media.
La realidad del mexicano es muy triste. Una realidad de inseguridad constante a lo
largo de su vida. Sin ahorros que ayuden
en una emergencia, sin seguridad jurídica, sin saber si salgo de mi casa a trabajar
o a estudiar y regresaré en la noche.
Sin mucha esperanza de un futuro mejor.
Y hoy incluso, con el fantasma de una crisis económica a mediano plazo.
Así, el mexicano prefiere vivir en un mundo
imaginario, en el cual, a quien le brinda su apoyo, aquél en quien confía, su
gran padre, el presidente López en este caso, es serio, formal, cumple las
expectativas, le mejorará la vida. El
mexicano sabe que por sí mismo, salvo escoger el camino criminal, le será muy
difícil lograr una movilidad social.
Sabe que no esta bien preparado para la competencia nacional e
internacional. Sabe que le pagarán poco,
sabe que hay afuera muchos que tratarán de abusar de él, en la vida diaria y en
los negocios. Por todo ello, espera la
solución desde el exterior. Incluso no
sabe como organizarse para mejorar su propia vida y su propio entorno, por ello
necesita de un tlatoani, a quien le otorga su lealtad.
Aceptar que el tlatoani sexenal le falló, es
complicado, es difícil. Salvo aquéllos
que desde el primer día habían entregado su lealtad a otro tlatoani, llámese
Anaya o Meade, e incluso muchos de ellos, al llegar AMLO, le entregaron su amor
incondicional.
Hoy, mañana y pasado, saberse traicionados en
ese amor incondicional. Reconocerse como engañados, aceptar que una vez más,
tenemos más de lo mismo, será un esfuerzo sobrehumano. Sobre todo, ante la
propia negación de la realidad, para continuar la vida en ese mundo mágico
donde el tlatoani se preocupa por mi y
resuelve mis problemas.
Poco a poco, la realidad se impone. Poco a
poco, a pesar del deseo inmenso de creer todo lo que se afirma en la mañanera, la realidad, la dura realidad nos
saca de nuevo de ese mundo mágico.
Así, que no hay que pensar mal de las
encuestas. Simplemente continúa la
negación. Es cuestión de tiempo para que
la realidad obligue a la mayoría, salvo a los más recalcitrantes a reconocer
que su mundo mágico sólo existe en el imaginario colectivo. Un mundo mágico hoy cuidado, creado y
dirigido por un genio de la propaganda, de nombre Epigmenio Ibarra.