A
propósito de un errante en su propio pueblo
Tribuna
Libre.- Días
y noches tormentosos, dolores intensos, fatiga, inapetencia, llantos de
desesperación, insomnio, impotencia, consciencia de la muerte que se acerca
cada vez más, y sin poder hacer nada para detenerla; quizás la última batalla
perdida de las muchas que vivía Alejo, para los “amigos”, que por cierto
ausentes en esas horas fatales, “el sombras”. Hasta ahora no sé a ciencia
ciertas por qué ese apodo, quizás por su piel oscura, quizás por su vida sin
brillo, quizás por estar siempre ensimismado, quizás por su pobreza, quizás
porque siempre pasaba desapercibido; recuerdo todavía que en una ocasión los
“amigos ausentes”, en una fiesta del pueblo no se dieron cuenta de él hasta
casi terminar la juerga, al salir de la casa que habían tomado como cantina,
iban caminando juntos y justo antes de dispersarse para irse cada quien a su
casa, voltearon unísonos todos y dijeron como sorprendidos, dirigiéndose al
bulto de carne que tenían enfrente, ¿tú quién eres?, y al percatarse que era
“el sombras”, sin esperar que articulara alguna respuesta, todos se alejaron de
la sombra, perdón, del “sombras”.
Todos empezó en su trabajo como ayudante de
albañil durante un colado de una casa en
construcción, “el sombras”como muchísimos más de su pueblo, ser “ayudante de
albañil” era a lo sumo a lo que podían aspirar, él no era la excepción ni el
milagro de la superación ni la fortuna. Al echarse la lata de mescla al hombro
sintió un fuerte dolor en el bajo vientre que lo dobló completamente y le hizo
caer al suelo, sin ser atendido o socorrido por sus compañeros y patrón, el
maestro albañil le dijo que se fuera que ya estaba cansado de sus teatritos
para no trabajar, y con expresiones misóginas le dijo que “él necesitaba
ayudantes de albañil machitos no niñitas”.
A duras penas se puso de pie, y encorvado se
dirigió a su casa, que por cierto no estaba muy cerca de la obra en
construcción, tenía que caminar unos buenos kilómetros, casi falleciendo llegó
a su “dulce” morada, un jacal harapiento a punto de derrumbarse, ahí vivía con
su madre, un anciana con una profunda tristeza en su rostro, que se encontraba,
en el momento que llegó Alejo, lavando los trastes, al ver a su hijo entrar en
esas condiciones y con ese rostro desfalleciente, rauda dejó su quehacer y
prestó ayuda a su querido hijo, le ayudo a entrar y lo acomodó en un catre como
toda abnegada madrecita, que por cierto de las que poco a poco se están
escaseando, y sustituidas por madres castrantes y fálicas, quienes prefieren
mirarse a sí mismas, y a los otros como espejos para continuar mirándose a sí
mismas; ésta era como las de antes, piadosa cristiana, quienes encuentran en su
pena la única posibilidad de la salvación.
Isabelita cariñosamente le preguntó que le
pasaba, Alejo a duras penas le pudo contar su odisea y dolencia, Isabel
inmediatamente se dirigió a la farmacia del pueblo, que como siempre, es la
tienda del pueblo, donde pueden encontrar alguno que otro analgésico y
antigripal, “los cura todo” de los pobres, sustitutos del alcohol y el abanico,
“reflejo de la modernidad”, incluso causante de la pérdida del uso de los
remedios caseros, que en muchos casos fueron más afectivos para curar algunas
dolencias, pero Isabelita sólo alcanzó a pensar en ir a la tienda para traer un
paracetamol.
De regreso, que por cierto, la tienda tampoco
estaba a la vuelta de la esquina, Isabelita tuvo que caminar varias cuadras, y
ya con el paracetamol envuelto con su manitas arrugaditas y descarnadas por las
jornadas intensas de “lavar ajeno” , cuidaba el paracetamol con tal devoción
como si trajera a la mismísima virgencita de Guadalupe en sus manos, al llegar
a casa se lo dio de inmediato a Alejo, y éste tiritando de frío y arropado con
una sábana delgada, lo tomó como aquel que tomaba la última bocanada de aire
antes de ahogarse, pasaron unos minutos, y la capsula de paracetamol comenzó a
hacer su efecto, y Alejo se quedó profundamente dormido.
Estoy hablando que era un lunes, inició de
semana, y para Alejo eso era fatal pues todavía faltaba días para cobrar su
raya (salario), que en ésta desafortunadamente ocasión nunca llegaría. Su
trabajo de “ayudante de albañil” era eventual y no incluía seguro médico,
ningún tipo de seguridad social ni prestaciones laborales, ni mucho menos
solidaridad, pues su patrón nunca lo vino a ver durante su viacrucis pese a que
“el sombras” se refería a él con mucha familiaridad, parece que era el amante
de su tía Gertrudis, Don Octaviano era el clásico galán pueblerino con esposa e
hijos y amantes fijas, y las ocasionales que reclutaba en sus frecuentes
jolgorios.
El pueblo de Alejo pertenece a un municipio
de un área metropolitana llamada Xallapan, son 7 municipios y alrededor de más
de 595,043 persona la habitan. Una zona geográfica de una belleza natural
inusual, y con una gastronomía exquisita; formaba parte del camino de la
conquista, y en los pasados siglos, lugar de descanso por su clima húmedo y
fresco para los potentados, y actualmente, sede de los poderes laicos y religiosos.
Pese a las bondades mundanas y divinas esa
zona metropolitana luce paupérrima y empobrecida, sin desarrollo social,
económico y cultural desde hace mucho tiempo; vive actualmente una época
apocalíptica de lucha por el poder político y delincuencial, que ha provocado
que hace mucho tiempo dejara de ser un lugar seguro y alegre. Ensimismado y
paranoicos deambula su población buscando encontrar en cada desconocido una
posible amenaza para su subsistencia y bienestar, y salvo en la zona llamada pomposamente
histórica y las colonias exclusivas de los acomodados y potentados:
empresarios, políticos, intelectuales de tercera, y uno que otro colado , se
pueden percibir los cuerpos seguridad vigilando el orden y la decencia.
Pasada la media noche, Alejo se despierta
sudando y de nuevo sintiendo un fuerte dolor en el mismo lugar del cuerpo,
intenta auparse sin lograrlo, y prefiriedo aguantarse el dolor y gritar con tal
de no molestar a su querida madrecita, se retuerce en su camastro, hasta lograr
una posición que le permita sobrellevar su calvario. Los recuerdos de su vida
humana sobrevinieron entre lágrimas de impotencia y desamparo, y una que otra
vez no se daba cuenta que hablaba musitando palabras altisonantes, queriendo
con ello cambiar su realidad, y poder tener otra oportunidad de ser feliz,
estar sano y darle a su madrecita satisfacciones que nunca se las había dado,
como cuando era pequeño y le prometió que cuando fuera adulto y trabajara le
haría una casa con un inmenso jardín y un baño adentro de la casa, pues toda su
vida habían hecho sus necesidades fisiológicas en un baño que estaba al fondo
del patio, sin luz, sin techo, tan solo eran tres paredes y un colcha que
servía de puerta y una taza de baño rota, así que hasta ir al baño era un auténtico
calvario y más de noche.
No sabía que los temas actuales eran sobre la
delincuencia organizada, la extradición y enjuiciamiento en Estados Unidos del
Chapo, la rebelión de sus hijos en Sinaloa, el golpe de estado en Bolivia, la
muerte de la familia LeBarón en Chihuahua, el Asilo de Evo, la lucha comercial
de Estados Unidos contra China, y si los supiera eso no le importaba, pues
sabía perfectamente que eso no le cambiaría su destino y su sufrimiento, que
estaba en un país con un inmenso abismos entre la inmensa mayoría pobre, y los
poco ricos y afortunados, un país avasallado por la colonización, por el hecho
de vivir cerca del principal país promotor y conductor del neoliberalismo
salvaje que tiene al mundo en una profunda injusticia social, y por la orfandad
traumática edipica de su gente.
Casi al amanecer logró conciliar el sueño, y
se quedó de nuevo profundamente dormido, parecía un retoño recién nacido, hasta
daba la impresión que estuviera sano y en plena forma, su rostro lo atravesaba
un rayo de luz que se filtraba por las rendijas de la ventana de madera, que le
hacía parecer un monarca árabe, con su nariz aguileña, retaba a cualquiera que
dijera que no estaba orgulloso de ser un ser humano afortunado tan sólo por
estar vivo, la verdad estaba al interior de su cuerpo, el mal crecía y se
alimentaba del colapso de su sistema inmune, ese dolor en el bajo vientre era
tan sólo la punta del iceberg, lo terrible de su salud estaba oculto y haciendo
estragos.
Isabel se levantaba, como es su costumbre,
temprano, y lo primero que hizo en esta ocasión fue ir a ver a su vástago, que,
por cierto, era el único que había procreado con un tipo que tan pronto la
embarazó la abandonó a su suerte, esto quiere decir que Alejo creció sin padre,
con una madre que por más que quiso no pudo darle otro destino que el que tenía
de carencias. Al entrar a la habitación lo encuentra profundamente dormido, así
que sale a puntillas tratando de hacer el menor ruido posible, y se dirige al
área de lavado, que no piensen que era un área con lavadora y secadora, sino
simplemente con una “batea de concreto para lavar ropa”, donde se amontonaba un
buen tanto de ropa sucia de la vecina, quien, por su trabajo de noche, no podía
lavarla, así que mejor le pagaba por ese trabajo literalmente unos pesos a doña
Isabelita.
Pasado el mediodía Isabel decide ir a
despertar a Alejo, y ofrecerle lo que tiene para comer, que son unos frijolitos
y un par de tortillas, encuentra a su hijo con los ojos bien abiertos sin
pestañar, como sumido en una profunda reflexión filosófica o un éxtasis
místico, ni uno ni otro, Alejo se estaba ahogando con su propia saliva, con
esfuerzo logró que tosiera y que comiera algo. Le dijo que tendría que ir a ver
al médico, pero la clínica médica social del pueblo estaba, pero sin medicinas
ni médico, así que desistieron los dos de ese primer intento de ser atendido
por un profesional de la medicina, y mejor optó Isabelita por ir por otro par
de cápsulas de paracetamol, y volver a dárselas a su vástago.
Así llegó la noche de ese día, y Alejo cada
vez más pálido y demacrado, se notaba que empeoraba su situación y que el final
feliz no estaba cerca ni siquiera se podría vislumbrar, volvió a intentar
dormir, y como sabía que diametralmente como crecía su dolencia era el crecimiento
del sufrimiento de madrecita al verlo en esa situación, optó porque cada vez
que se acercaba su madre a él, fingía dormir profundamente y que no tenía
ningún dolor, aun cuando por dentro deseara retorcerse y gritar por el dolor de
su vientre. Así llegó el momento en que los ronquidos de Isabel le indicaron
que ya no era necesario que disimulara, y Alejo dejó salir todo su sufrimiento,
se retorció del dolor intenso que sentía y reprimiendo no gritar tan fuerte
para no despertar a su madrecita, maldecía el día que había nacido. Ahora
sufría, y recordó que toda su vida había sufrido, que no había recuerdo gratos
y felices, sólo penurias y carencias, sólo soledad y tristeza, salvo “las
borracheras fiadas” (las que podía lograr arrimándose a “sus amigos” y aprovechando
su condición de “sombra”), que lo dopaba
y era un buen antídoto contra el dolor de la vida, no había encontrado otra
forma de evadir la realidad, y sabía que no era el único, aunque ese
pensamiento no le quitaba nada de sus sufrimiento, pues era su sufrimiento, su
levedad, su viacrucis, su historia, su destino, era su historia que no podía
compartir ni sentir con nada ni nadie. No sé por qué no aprovechó esa condición
de pasar desapercibido, incluso hacerla una virtud, de sentirse orgulloso de ser
un don nadie, de descararse y enfrentar la vida sin prejuicio, de ser un
conocedor, incluso un profesional de la “sombra”, un héroe. Llegó un momento
que se desmayó por el intenso dolor, al estar casi al borde del camastro se
desplomó y cayó al suelo, e hizo un ruido suficiente para despertar a su
querida madrecita. Quien al ir a su cuarto y verlo tirado, lanzó gritos de
dolor y lamento, sin que esto le impidiera auxiliarlo, lo levantó como pudo y
tiernamente lo volvió a costar en su catre, le profirió paños de agua fría,
besos y caricias maternas, lloró ríos, e impotente pensó que había muerto.
Más al rato, lo vio recobrar la consciencia,
le dijo que iba a buscar ayuda para llevarlo al Centro de Altos Conocimientos
de Salud Médica (ALCOSAM) a Xallapan, el único centro de especialidades para
atender a ese buen número de habitantes de la zona metropolitana, ¿se
acuerdan?, con más de 595,043 habitantes. Esto era un vil y absurdo
despropósito post colonial, post revolucionario, post moderno, post civilizado,
que era absurdo y cruel que un “Estado Democrático” no hubiera podido construir
y habilitar Áreas Médicas suficientes para sus habitantes de esa zona
metropolitana, lograr con sus municipios un trabajo conjunto por mejorar las
condiciones de vida de sus pueblos, aprovechar sus bondades seculares y
divinas. Pero eso no importa ahora, lo cierto que era la única opción de Alejo
para “salvar su vida”.
La pobre Isabelita salió despavorida a buscar
ayuda para llevar a Xallapan al moribundo Alejo, su único hijo, su primogénito
a quien parecía que Dios se lo pedía en sacrificio para demostrar su fe, Isabel
igual que Abraham buscó desesperada la señal de su salvación, sin encontrarla
al tocar puerta tras puertas de los vecinos sin que una se abriera, al final
decidió, presa de su angustia, ir a ver al tipo que la embarazó y quien la
abandonó a su suerte, y con ello selló el destino de Alejo. Aún vivía en el
pueblo, con otra familia y con otros hijos, llegó a la puerta de su casa y sin
dudarlo tocó con fuerza, después de varios intentos de ser escuchada, salió
tropezando y aun dormido un hijo de Pablo, aunque todo el mundo sabía del
desliz de Pablo con Isabel, su hijo hizo como si no la conociera, y le preguntó
lo que quería, Isabel también haciendo que no los conocía, le pidió que le
dijera a su padre que necesitaba que le ayudara porque su hijo se estaba
muriendo. Por cierto, acudía a Pablo porque era de los pocos que tenía un coche
en el pueblo. Pasó unos segundos, cuando al fondo se veía la silueta de Pablo
dirigirse a la puerta de la entrada, raudo y sin titubeos, le dijo a Isabel que
se moviera para ir a buscar a Alejo. Isabel incrédula le obedeció.
Llegaron a la casucha de Isabel e inmediato
Pablo se metió a buscar a Alejo, lo acomodo en los asientos de atrás del carro
y se enfilaron a la Ciudad Capital, en el trayecto parecía que todo volvía a la
calma, y que como cualquier familia feliz se veía a Isabel a un lado de Pablo,
y atrás a su pequeño hijo Alejo. Pero no era así, Pablo directo le dijo a
Isabel que ese viaje se lo iba a pagar, Pablo era el mismo descarado e
insensible de siempre, no le importaba ni Isabel y su sufrimiento, ni Alejo y
sus dolores.
El poblado donde vivía Alejo pertenece al
municipio de Zacuitla, y está relativamente cerca de Xallapan, es un poblado de
máximo 100 casas, con una pequeña capilla donde se venera a su santo patrón San
Eulogio, unas cuantas tiendas de abarrotes, un descampado que es utilizado como
Unidad Deportiva, donde se libran feroces batallas de béisbol, y literalmente
batallas campales de todos contra todos después de los festejos con aguardiente
ya sea si se gana o se pierde. El trayecto hacia Xallapan, primero exige llegar a Zacuitla, se da sobre
un camino con grandes curvas y declives, que poco a poco que se baja se hacen
más pronunciados, durante el trayecto se pasa un riachuelo, que afortunadamente
por la temporada de sequía, se encontraba casi seco, era tan sólo un hilo de
agua que mojaba ligeramente las desgastadas llantas del carro de Pablo. De
Zacuitla a Xallapan las une una carretera con infinidad de curvas, de día bajar
por esa carretera es un goce, despejado el día se puede ver todo el valle de la
Ciudad Capital, el trayecto no dura más que unos 30 minutos con la carretera
despejada, y como era de noche fue el tiempo que demoraron en llegar al
“bendito” ALCOSAM.
Toda la amabilidad de Pablo se esfumó al
llegar a Emergencias, sacó como si fuera un bulto a Alejo y lo dejó en la
entrada, y a Isabel sin voltear a verla, ni siquiera le dirigió alguna palabra
de aliento y esperanza, se subió a su carro y se retiró indiferente del lugar,
como diciéndole a Isabel, ¡eso es tu problema!, como cuando la abandonó al
embarazarla de Alejo.
Isabel hizo lo que pudo para abrirse un
espacio entre los demás bultos que dormitados y gimiendo de dolor abarrotaban
la entrada de urgencia del nosocomio, y acomodó lo mejor que pudo a su pequeño
Alejito. Después se fue a la recepción para pedir que atendieran a su querido
hijo, en mor a la verdad, todos esos enfermos en espera de ser atendidos eran
urgentes igual que Alejo. La mujer que registraba a los caídos en la batalla de
la vida, indiferente al dolor, o acostumbrada al dolor y a los olores
nauseabundos que despedían los pasillos y las paredes del nosocomio, se dirigió
a Isabel y le arrojó una hoja con una infinidad de formularios para llenar,
nombre completo, CURP, domicilio, edad, INE, tipo de sangre, número de seguro
popular, etcétera, etcétera. Isabel a penas se mantenía de pie, no sabiendo
muchos de los datos solicitados, y deseando que esto fuera un mal sueño, una
pesadilla de las que estaba acostumbrada, esperando despertar y seguir su
rutina cotidiana sin otro exabrupto. Pero no, la voz de la mujer la hizo
despertar, que era cierto esa demanda burocrática, e incluso necesaria y parte de
la sanación de Alejo.
Como pudo llenó el formulario, incluso con
datos inventados. Se lo entregó a la mujer y ésta le espetó que esperara a que
la llamaran. De mientras Alejo no se movía, tan sólo emitía un pequeño y
constante gemido suficiente para percatarse Isabel que vivía. Había pasado casi
tres días del inicio del calvario de Alejo, su enfrentamiento contra Aqueronte
se presagiaba derrota, se ve que su cuerpo sucumbía al mal que le aquejaba y su
alma estaba a punto de abandonarlo, y sin piedad buscar otro cuerpo que hacer
prisionero y marcarlo de penas y escasas glorias.
Esa parte del nombrado nosocomio ocupaba dos
piezas rectangulares de unos 15 metros aproximadamente cada espacio, la sala de
espera que también la componía la parte de la entrada, y el área de urgencias
dividida por cortinas, y separaciones arbitrarias, juntando enfermos de todo
tipo, mujeres a punto de parir, niños y personas accidentadas, o enfermas de
sinnúmeros de infecciones y dolencias. El personal médico, los instrumentos y medicamentos
que se ve que eran insuficientes para atender a los ríos de enfermos que
seguían llegando. Las camillas de los enfermos hasta en rincones insospechados
eran acomodados para esperar ser atendidos. Estar en el área de afuera y de
adentro era lo mismo, era un espectáculo apocalíptico, con batas a media
abotonar, vómitos, excrementos, material de curación por doquier. A veces los
pacientes se les atravesaban el pensamiento que era mejor morir más tranquilo
en su propia casa, por muy humilde que fuese, con sus propios olores, con los
suyos, con sus imágenes y recuerdos, que morir y sufrir ahí, en ese pandemonio.
Pero la esperanza de ser salvado amortiguaba y alejaba esos pensamientos.
Después de un buen tiempo, Isabel escuchó su
nombre, y se acercó al mostrador de la recepción de urgencias del nosocomio.
Unos jóvenes enfermeros con una maltrecha silla de rueda se le aceraron tan
pronto identificaron a Isabel. Y sentaron al moribundo Alejo. Lo pasaron a la
otra sala, ahí otro joven médico, que quizás hacia su residencia se les acercó
y le preguntó a Isabel qué le pasaba a Alejo, ella le conto lo que pudo. El
joven médico se alejó hacia otra parte de la sala de emergencias, y abordó a
otro paciente.
Alejo recobró un poco la conciencia, y pudo
ver donde se encontraba, a un lado una camilla con un hombre casi desnudo que
no se movía, del otro lado otra camilla con una señora a punto de dar a luz,
más adelante del pasillo otras tres camillas con personas enfermas o
accidentadas, arriba una luz intensa que parecía que estaba en una sala de
interrogatorios y torturas. Cerró los ojos, el dolor bajo del vientre no
cesaba, y ahora ni siquiera se quejaba, sus pensamientos se ausentaron y se
quedó con la mente en blanco.
Isabel como una buena madre al pie del cañón,
junto a su hijo, pese a ser muy tímida, en esos momentos saco fuerzas de
flaqueza y se atrevió a pedirle a un médico que pasaba junto a ellos, que
atendiera a su hijo, que su Alejito se estaba muriendo. El médico
instintivamente se detuvo y tomó el abrazo de Alejo para tomarle el pulso, y
gritando increpó al encargado de esa parte del área de urgencias que atendiera
a Alejo, que estaba entrando en parada cordiorrespiratoria. Como arte de magia
un enjambre de enfermeras y médicos se arremolinaron alrededor del enfermo, y
lo pasaron a una cama y comenzaron a reanimarlo. Mientras uno le ventilaba con
un aparato en la boca y nariz, otro le daba masajes en el pecho, y otra
enfermera le aplicaba unas inyecciones de no sé qué sustancias. Hasta que
lograron reanimarlo, lento pero su corazón volvió a palpitar y tener ritmo. Le
extrajeron sangre, que enviaron a laboratorio, el análisis arrojó que Alejo
estaba anémico y bajo de defensas, las radiografías reflejaron que sus órganos
internos estaban bien, aunque una parte oscura del bajo vientre indicaba algo
anómalo, le hicieron una biopsia y salió que Alejo tenía cáncer en estado
avanzado y que, por su mala alimentación, falta de atención médica,
desatenciones en general, las cosas pintaban muy mal, no le daban más que
poquísimo tiempo de vida.
Isabel apesadumbrada tomó fuertemente la mano
de Alejo y se la llevó al pecho, como queriendo amamantarlo, darle vida con su
elixir de vida, meterlo al vientre materno y salvarlo. Alejo no duro vivo más
que un par de días, murió a las 12 horas del día jueves 19 de noviembre de
2019, Isabel sola no tardó también en sucumbir de tristeza e inapetencia, y
murió al año siguiente.
Alejo pudo vivir más, de eso estoy seguro,
con el cuidado de nosotros mismos, protegiéndonos mutuamente, Alejo e Isabel
son muertos que no debieron morir.
Lupus est homo homini, non homo,
quomqualissit non novit (Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando
desconoce quién es el otro).
Noviembre de 2019.