* Líder
de la CNC y diputado del PRI *
Enfrentado al gobernador * Reventó el
juicio político a Winckler * Exigió
comparecer al secretario de Seguridad * “No exageren”, dice Cuitláhuac y van
200 feminicidios * Indira Rosales: un
año en la luna * Marcelo y sus
granujas * Víctor Rodríguez iría por el
Verde-Morena-PT * La diputada hot cake
Tribuna
Libre.- Tronante
el reclamo, aliado a la oposición, Juan Carlos Molina acusó amenazas en el
Congreso, presiones a diputados, la embestida del gobernador, y con su voto
reventó el juicio político al fiscal Jorge Winckler. Hoy está muerto.
Pasado por las armas, emboscado a las puertas
de su Rancho Santa Rosa, en la localidad Rancho del Padre, municipio de
Medellín, el líder campesino, acaudalado ganadero, fue sol y sombra en la vida
pública, amigo por igual de venerados y de lacras políticas, de virtuosos y
nefastos, leal a unos y traicionado por sus compadres hasta que la violencia
sin fin lo alcanzó.
Su muerte encarna el primer crimen político
de la 4T en Veracruz.
Desafió a Morena en el Congreso estatal, al
gobernador Cuitláhuac García, al secretario de Gobierno, Eric Patrocinio
Cisneros, y acusó amenazas y presiones.
Desafió a una mafia, la que trafica con
reses, el contrabando desde Centroamérica, un millón de animales sin control,
usando a Veracruz como paso hacia Estados Unidos.
Y ocurrió su ejecución.
Su cuerpo inerte yacía frente al volante de
su lujosa camioneta Ford Lobo. En su chaleco, los impactos; en el cuello y en
la mano derecha, rastros de sangre. Sobre el cristal izquierdo al menos ocho
orificios; en el parabrisas otros seis. En total, 22 casquillos calibres .45 y
9 milímetros. El auto tenía blindaje básico. Por ello, las balas alcanzaron la
humanidad del dirigente del PRI y le segaron la vida.
Hacia el mediodía, el sábado 9, el gobierno
de Cuitláhuac García quedó sellado. Ya hay un magnicidio en su haber.
Eran las 12:21 horas cuando Juan Carlos Molina,
a bordo de su vehículo, abandonaba el rancho. Anduvo unos metros y sintió la
muerte. Interceptado por los sicarios, recibió las descargas y entró la
estadística fatal.
Van 11 meses de la era Cuitláhuac y la
violencia vulnera a la clase política. Se lleva a uno de los líderes del
Partido Revolucionario Institucional, dirigente cañero, ganadero, cabeza de la
Confederación Nacional Campesina en Veracruz, sector priista al que ese día
habría de renunciar.
Por Juan Carlos Molina pasan historias que lo
dignifican, las más, y pasajes que lo demeritan. Y una insidia brutal en su
contra, encono, una versión filtrada y diseminada en las “benditas redes
sociales”, en las horas siguientes a su muerte, que lo ligaría con el grupo
criminal de Los Zetas.
Bronco, decidido, Juan Carlos Molina transitó
por los laberintos del poder con éxitos y vergüenzas, al frente de los cañeros
de La Gloria, apoyando al gremio y, simultáneamente, manchado por su cercanía
con Javier Duarte.
Con la bendición del ex gobernador accedió al
liderazgo de la CNC y su unción fue un desastre. Aquel día sintió la víscera de
Duarte, el desfase mental, los alcances del trastornado por el poder.
Héctor Yunes Landa, su compadre, había
proferido una expresión calculada y cáustica: atraparía —dijo— peces gordos que
pululaban por ahí. Duarte reaccionó. Llevó al evento de entronización de Juan
Carlos Molina en la CNC una caña de pescar y se la obsequió a Héctor Yunes.
Recomendó que sí, que pescara pero en El Estero, la zona residencial en que
habitan los Yunes azules, Miguel Ángel y sus hijos, los que finalmente lo
llevaron a prisión.
Rió la bufonada duartista mientras Héctor
Yunes volvía a su lugar con su caña en la mano y con el ridículo a cuestas. Y
del nuevo líder estatal del sector campesino nadie se acordó.
Ya en los tiempos de la Cuarteada
Transformación, Molina Palacios quiso ser coordinador de la bancada del PRI en
el Congreso de Veracruz. No pudo. Su compadre Héctor Yunes, el que acomodó a su
grupo en la lista de plurinominales, lo relegó. Impuso ahí a la ex senadora
Ericka Ayala Ríos, una lideresa magisterial de deplorable fama, utilizable y
cuando es necesario, desechable.
Semanas después, Molina Palacios dejó el
grupo y se declaró independiente. Y ahí se hizo sentir.
Ataviado con su inseparable sombrero, ubicado
detrás de los diputados del PAN, PRD y PT, se le escuchó rechazar los
dictámenes con que Morena, Cuitláhuac García, Cisneros y la bancada del partido
de López Obrador, intentaban deponer al fiscal del yunismo azul, Jorge Winckler
Ortiz.
“En contra de los dos dictámenes —dijo al
concluir la sesión del 22 de febrero pasado— y de las amenazas que le están
haciendo a todos nuestros compañeros diputados”.
Terció el diputado y líder del Partido
Encuentro Social en Veracruz, Gonzalo Guízar Valladares:
“Lo que dice el diputado Molina es muy
cierto. También hacemos responsable de cualquier suceso que le pase a
cualquiera de los diputados presentes, de nuestra integridad física, a nuestras
familias, a nuestros seres queridos, al secretario de Gobierno de Veracruz
(Eric Cisneros). Lo hacemos responsable. Ya basta de extorsiones, de amenazas.
Eso lo hacemos a nombre de aquellos que ya han recibido esos comentarios tan
lamentables para la vida política”.
Eric Cisneros, el número 2, acusado de amenazar
a diputados.
El 3 de mayo nuevamente sacudió al Congreso
de Veracruz. Morena se había enfrascado en pleitos de arrabal, sus legisladores
enconados, los de Huerta contra los de Eric, el gobernador maniobrando para
votar de nuevo la Cuenta Pública 2018 y la inseguridad, la violencia, el
secuestro, el feminicidio en su máximo nivel. Y Molina los pulverizó:
“Allá afuera —sentenció— hay un desmadre
total en nuestro Estado. Allá afuera la gente está esperando nuestros
resultados.
“Pidamos a los secretarios que vengan al
Congreso. Es una pena que hay secretarios (del gobierno de Cuitláhuac García)
que no nos contestan una llamada a los diputados. No nos reciben así sean de
Morena, sean del PAN, del PRI, del Verde, de Movimiento Ciudadano. Los señores
secretarios se creen los dueños absolutos de Veracruz y hasta al mismo
gobernador engañan con sus informes”.
Su demanda fue a más. Los quería ahí, en el
Congreso, como manda la ley.
“Tenemos que llamarlos a comparecer aquí;
ellos tienen que rendir cuentas al gobernador y al estado de Veracruz. Tenemos
que hacernos respetar como Congreso del Estado”.
Surtió al secretario de Infraestructura y
Obras Públicas, Elio Hernández Gutiérrez, quien por más de un mes no le tomaba
el teléfono.
Y puso en la mira al secretario de Seguridad
Pública, Hugo Gutiérrez Maldonado:
“Tenemos un secretario de Seguridad Pública
que no ha dado a conocer su estrategia para la seguridad. Van seis meses de
este gobierno y no tenemos estrategia para la seguridad”.
Y Morena trabado en sus pleitos, sus bandos
en pugna, Patrocinio Cisneros acusado por un diputado de su partido de
malversar recursos y dar señales de enriquecimiento, mientras el gobernador
marcha sin brújula, al garete, sin rumbo.
“Yo les aseguro —sentenció Molina— que Veracruz
no aguanta seis meses más con estos pleitos”.
Seis meses después ocurre el magnicidio. Y
sobre la memoria del diputado Molina, el lodo de las “benditas redes sociales”,
las cuentas creadas para denostarlo, el tufo a chairiza, el ataque embozado
acusando un ajuste del grupo criminal Los Zetas. Así de podrida la 4T.
Veracruz pasa el infierno de la delincuencia.
Su territorio es único en el país. Conecta al sur con el norte. Sirve de
corredor al narco, al tráfico de indocumentados, a la trata de blancas, al
secuestro y la extorsión. Y al contrabando de reses.
Alzó la voz Juan Carlos Molina y ese punto lo
denunció. Diría el 13 de octubre que al menos un millón de cabezas de ganado
llegan a México desde Centroamérica. Trasponen la frontera por Chiapas, ilegalmente,
sin control alguno. Y todo con el contubernio oficial.
Molina fue más allá: las empresas
engordadoras son las que compran a precio ínfimo para revender el producto en
Estados Unidos. Pero su origen, traslado, venta y reventa viola la ley.
Espinoso el tema, lo llevó a confrontarse con
gente afín, sus compadres, sus amigos o quienes imaginó —y erró— estarían con
él.
Molina se vio aislado. Escuchó reclamos y
halló en sus amigos cómplices del tráfico de ganado. Supo así que había tocado
una fibra sensible, el negocio del crimen organizado y a quienes los protegen
en las esferas de poder.
Su muerte es un magnicidio. Se da en la
estridencia de sus palabras, en las amenazas por el caso Winckler, en las
presiones del secretario Cisneros, el “desmadre total” que dijo hay en
Veracruz, en la exigencia de hacer comparecer a los secretarios del gabinete
del gobernador, la denuncia por el tráfico de cabezas de ganado desde
Centroamérica.
Su crimen sacude a Veracruz.
Y todo apunta a palacio.
Archivo muerto
“No exageren”, ataja el gobernador. Sí hay
feminicidio pero no tanto. Sí, va Veracruz, el Veracruz que Cuitláhuac García
mal gobierna, en primer lugar nacional pero no jodan, “no exageren”, vamos
bien, bien, requetebién. Una reportera lo acorrala: “Seguimos en el número uno,
a las mujeres nos están matando en Veracruz”. Y el Cuit, falaz como es, refuta:
“No, o sea, no; no exageren. El problema es grave, lo estamos atendiendo y
vamos en eso; estamos en esa ruta, eso es lo bueno, es lo bueno”. Su sentencia
es célebre: “no exageren”. Ah, bueno. Méndigas féminas que les da por dejarse
matar, por dejarse ultrajar, por dejarse mutilar, por terminar su vida
violentamente y algunas embolsadas. Pero no hay que exagerar, según este
trepanado cerebral. Veracruz, de enero a junio de 2019, registró 98
feminicidios, duplicando la cifra de los ocurridos en el Estado de México, que
fue de 42, según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de
Seguridad Pública. En los meses siguientes el récord creció a 131 casos. Uno de
cada cinco eventos ocurren en Veracruz. Y en las últimas semanas han sucedido
cinco crímenes brutales, dos en el puerto jarocho, uno en Boca del Río, uno en
Las Choapas, uno más en Coscomatepec con el hallazgo de una dama incinerada y
embolsada, y otro más en Coatzacoalcos. Hoy el registro extraoficial es de 200
feminicidios en Veracruz, con nombre, lugar y escenario fatal, mientras el
Instituto Veracruzano de la Mujer se tira un embuste más infame que el del
gobernador. El feminicidio, dice, va en descenso. Y la fiscal carnala, doña
Juana Gallo, doña Verónica Hernández Giadáns, oculta la estadística y trata de
maquillar esta barbarie de dimensiones colosales. Y el insensato Cuitláhuac, se
suelta la lengua con un aberrante “no exageren”. Mejor que no se la estire… Año
infame el de la senadora. Saliva y más saliva, discurso y cuento, usando el
púlpito de la Cámara Alta para la estridencia y el lucimiento que al final la
lleva al paraíso de la nada. Un año vegetando la senadora Indira Rosales San Román,
panista del cuño de los Yunes azules, sin un sólo logro medianamente digno y
desoída, ignorada, en el tema crucial: la seguridad. Rinde su informe con un
inmenso boquete moral: pidió la comparecencia del gobernador Cuitláhuac García
para explicar su estrategia para combatir la violencia y se quedó esperando.
Usó Indira Rosales la tribuna senatorial para apretar al gobernador morenista y
el ahijado del Dios Peje no la fumó. Cumple un año así, con el verbo en los
labios y cero efectividad. Si acaso se le recordará por otro episodio infame:
regalarle un peluche de Pinocho al secretario de Seguridad Pública y Protección
Ciudadana, Alfonso Durazo Montaño, en su comparecencia en el Senado. La pura
corrientez. Y esa es la que pretende ser alcaldesa de Veracruz. Senadora sin
lustre, mediocre, de un partido, el PAN, que se pulveriza por los enconos y las
luchas intestinas, la ambición… Hará un mes —domicilio conocido, trago a
discreción y música—, hubo cónclave verde. Marcelo y sus granujas, la pandilla
con la que saqueó y endeudó dos veces al ayuntamiento de Coatzacoalcos, inició
la vuelta al poder. Sus operadores, sus allegados, los fieles y los que timaron
distancia o rompieron con el ex alcalde de Coatzacoalcos y que ahora vuelven a
orbitar en torno a Marcelo Montiel Montiel. Entre esa runfla, uno que vivía en
la orfandad política, Víctor Rodríguez Gallegos, al que le endulza el oído con
una postulación por el Partido Verde, secundado por Morena, Partido del Trabajo
y Encuentro Social. Meses atrás Víctor Rodríguez —“El negro que no se raja”—
destazaba a Marcelo Montiel con adjetivos hirientes, puyas y resentimiento, la
radiografía del sátrapa, su entrega al duartismo, usando a todos y sacando
provecho personal. Auguraba Rodríguez que estaría en la boleta electoral de
2021. Y lo estará. Ya hay pacto del marcelismo —uno más— con Rocío Nahle, la
secretaria de Energía del gobierno federal. Hay obras que le dispensa el
alcalde Víctor Manuel Carranza, alias El Iguano. Lo que es la osadía. Marcelo
saca ventaja con Nahle y simultáneamente traba otro acuerdo con el dueño de
Movimiento Ciudadano, el senador Dante Delgado Rannauro. O sea, gana por
partida doble, pasándole encima a la militancia de Morena, a los de MC y a
Carlos Vasconcelos, quien teniendo al marcelismo enfrente ni va a baranda va a
tocar… ¿Quién es esa política que gusta ser llamada la “diputada hot cake” por
aquello de que gusta de que le unten miel en la piel? Una pista: tiene sus
encuentros cercanos del tercer tipo en un céntrico hotel de la ciudad…