José Miguel Cobián | 07 abril 2022
Tribuna
Libre.- En
las democracias modernas, la autoridad de quienes gobiernan emana de un pacto
con la población de cada país, estado o municipio, en la cual, los habitantes
reconocen y aceptan la autoridad otorgada, a cambio de un cumplimiento de
obligaciones por parte de los gobernantes. En principio la obligación de
proteger el territorio y a sus habitantes de cualquier enemigo externo o
interno (delincuentes). En segundo
lugar, administrar justicia, es decir, regular, vigilar y emitir juicios en
cuanto a los posibles conflictos que se puedan generar entre las relaciones de
cualquier índole entre los gobernados. A
cambio de esa seguridad física y jurídica es que los gobernados otorgan
autoridad y presupuesto a los gobernantes, que a lo largo de la historia han
adquirido nuevas obligaciones como la búsqueda del estado de bienestar,
otorgando servicios médicos y apoyos económicos a la población más vulnerable
que de ellos carece, o la educación laica y gratuita, etc
Cuando el presidente López dice y repite una
y otra vez que hay que cuidar la investidura presidencial, tiene toda la razón.
Un presidente pueden ocupar la silla del águila, puede haber obtenido el mayor
número de votos en su elección y sin embargo, perder legitimidad cuando el
pueblo comienza a rechazarlo. Esa
pérdida de legitimidad se convierte en pérdida de confianza y de poder
político. Lo cual a la larga, lleva al
fracaso de cualquier plan y proyecto del gobernante en turno.
Desde el inicio de su gestión, el presidente
ha decidido perder legitimidad con ciertos sectores de la población. Decidió no
gobernar para todos los mexicanos, sino para sí mismo y su grupo, haciendo toda
una historia (hoy se le llama narrativa) que hace creer a muchos mexicanos que
gobierna para el pueblo. Pueblo es una
palabra que aparece infinidad de veces en su discurso, solo que al escuchar y
entender a qué se refiere, entendemos que en lugar de la palabra pueblo podría
utilizar la frase ¨mi voluntad¨, o
simplemente ¨yo¨. Pues el presidente se
asume como servidor del pueblo, representante del pueblo y realizador de lo que
el pueblo desea, pero en realidad es servidor se sí mismo, representa su propia
voluntad y realiza lo que él quiere
El pueblo entendido como algo abstracto que
de entrada abarca a todos los mexicanos, no le dice que hacer y cuando el
pueblo no está de acuerdo con las decisiones del presidente, éste decide que
quienes no están de acuerdo con él dejan automáticamente de ser parte del
pueblo, ese pueblo callado, sumiso, y aplaudidor que es para el que afirma
gobernar, pero sólo es un cómplice silencioso y muy necesitado, sin voz ni voto
de lo bueno o malo que decida el presidente.
De sus acciones, se ha derivado que más y más
mexicanos que apoyaron al presidente a ganar la elección, hoy se sientan defraudados.
Consideren que el presidente y que su gobierno dejaron de representarlos, de
ahí que pierda legitimidad el gobierno.
Ecologistas, madres trabajadoras, enfermos y sus familias, productores
del campo, clases medias, académicos, estudiantes, investigadores, todo el
sector salud, liberales, mujeres, la verdadera izquierda, pacifistas,
ambientalistas, mundo del arte, y un sinfín de sectores de la población
consideran que el presidente y los miembros de su gabinete dejaron de
representarlos, dejaron de ser legítimos gobernantes, dejaron de cumplir su
pacto con la sociedad mexicana.
Por ello en un país de tan escasos valores
cívicos, la reacción natural es una rebelión civil de baja intensidad, en
principio ignorando todos los planes y proyectos del gobierno. Cómo si no
existieran. Negándose a participar, o
participando de muy mala gana (cuando no queda otra opción) en actos de
gobierno. Rechazando y repudiando a
secretarios de estado, gobernadores, alcaldes, diputados, senadores, y
funcionarios en general. Perdiendo el
respeto a jueces y fiscalías, despreciando a la guardia nacional, al ejército y
a la policía, equiparándolos con delincuentes corruptos, por su inacción para
defender a la sociedad (aunque sólo cumplan órdenes de quién les paga con nuestros
impuestos).
El resultado es un avance de la
ingobernabilidad, pues no sólo los grupos delincuenciales favorecidos por el
régimen de morena, sino la sociedad en general dejan de obedecer a un gobierno
que considera no legítimo, simple y llanamente porque no los representa. Todos sabemos que el gobierno es legítimo por
los votos en las urnas, pero es una legitimidad que se respalda con acciones
día con día. Cuando un gobernante, sea
presidente de la república, gobernador o alcade, deja de gobernar para todos.
Cuando en lugar de acciones de gobierno, ofrece millones de palabras, de esas
que se las lleva el viento, tarde o temprano pierde legitimidad.
El pueblo espera eficiencia, beneficios
tangibles, más allá de dádivas a un cierto porcentaje de mexicanos. Seguridad, crecimiento económico y empleo,
salud, educación, justicia, libertad. Es
lo básico que un gobierno debe de cumplir para ser querido por el pueblo. La realidad, es la peor enemiga de la
retórica, de la propaganda y la narrativa gubernamental, porque esa está
presente las 24 horas del día en la vida de cada mexicano. Pueden engañar a algunos durante tres años,
pero no pueden engañar toda la vida a todos los mexicanos. He ahí el origen del
desencanto y de la pérdida de legitimidad y confianza.
Gobernar causa un desgaste en la simpatía del
pueblo, no gobernar acelera ese desgaste, lo que provoca una rebelión civil de
baja intensidad, pero con mucha fuerza.
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@jmcmex
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