* La
reforma al Poder Judicial va * Así caiga la Bolsa y suba el dólar, AMLO no da
un paso atrás * La elección del 2 de junio sí fue referéndum * Obradorismo aplaude al que abraza a los
cárteles * Y aplaude la violencia y la
extorsión * Unos festejan la libertad de
expresión con una mordaza * Y hay quien
la festeja alzando la voz
Mussio Cárdenas Arellano / 12 junio 2024
Tribuna
Libre. –Su
voto vale. Y manda. Con la venia de 36 millones de electores, Andrés Manuel va
por la Suprema Corte y el Poder Judicial, por el INE, el Instituto de
Transparencia, la CNDH y todo lo que le estorba a la Cuarta Transformación.
Con el voto de 36 millones –el voto de pobres y
no pobres, el voto del fraude y el de los que votan por convicción–, el
morenismo usa el mandato de las urnas para concretar la destrucción del
prianismo y erige la nueva hegemonía, la dictadura del Peje, el maximato de
López Obrador.
Será un referéndum, dijo el Supremo Porro antes
de la elección del 2 de junio, y sí lo fue.
Fue referéndum y fue paliza. Fue el aval de 36
millones de mexicanos a su gobierno, el voto de la masa atolizada y el de los
que se dicen “pensantes”; de los que se venden por una pensión, los chairos del
bienestar, y también de los que sin recibir nada, ricos o no, lo hacen porque
no quieren la vuelta del PRIAN.
Morena gana la elección y el pueblo se decanta
hacia el mesías del pantano. Así sea un gobierno fallido, infestado de
corrupción, sin resultados, con carencias brutales, 36 millones de votos
validan el poder de Andrés Manuel y, a su vez, exhiben la indiferencia al
México real.
36 millones de votos a favor de Claudia
Sheinbaum es, también, mandato popular. Y un aplauso al caos, a la candidata
títere, a la candidata sin voluntad.
Es el aplauso a la violencia, a los 185 mil
asesinados en la era López Obrador. Es el aval a un gobierno que abraza a los
cárteles y relega la justicia; al Peje que libera a Ovidio, el hijo del Chapo
Guzmán; el aplauso al presidente que defiende los derechos humanos de los sicarios;
el aplauso al viajero frecuente a Badiraguato, cuna del ex líder del Cártel de
Sinaloa, hoy, por fortuna, en una cárcel de Estados Unidos.
Es un aplauso a la inacción del régimen frente
a la extorsión, al cobro de piso, a los que queman negocios o rafaguean
fachadas de casas de empresarios y matan sin piedad.
Son 36 millones de votos con que se aplaude el
militarismo, el enriquecimiento despiadado de los generales, los que orbitan en
torno al secretario Luis Crescencio Sandoval, los que dispensan y reparten
contratos de obra y convierten a la tropa en albañiles, en afanadores, en
peones de las locuras de López Obrador.
Los votos del triunfo, con todo y su tufo a
fraude, a la intromisión del presidente en el proceso electoral, el desvío de
recursos públicos en la campaña interna de Morena y en el proceso
constitucional, o el financiamiento del huachicol o los candidatos asesinatos
por el crimen organizado, son más que una victoria. Es la validación del caos.
Es el aplauso de la masa obradorista –pobres,
clase media, ricos– al desabasto de medicamentos, al drama de los niños con
cáncer que mueren por falta de medicinas en el sector público; es el voto con
que –vaya infamia– se aplaude al dolor de las víctimas.
¿Qué más valida el obradorismo con su voto? La
cancelación de las estancias infantiles, dejando a las madres trabajadoras sin
un lugar donde dejar a sus hijos mientras salen a ganarse la vida.
Y así el aval de 36 millones de mexicanos a
este desastre, el simulacro de gobierno encabezado por López Obrador.
La victoria de Morena se finca en el respaldo
de 36 millones de mexicanos a un gobierno fallido, sin resultados, mezquino y
podrido, al que no se le da construir sino destruir; que no es transformación
sino destrucción.
Pero la victoria es mandato. Y con el mandato
en las manos, y una mayoría calificada en la Cámara de Diputados –en el Senado
sólo le faltan dos escaños para ajustar las dos terceras partes que exige la
ley–, el porro de palacio nacional va por la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Es ese el delirio de López Obrador: destruir al
Poder Judicial que un día, siendo jefe de Gobierno del Distrito Federal, ordenó
su aprehensión, provocando su desafuero por desacato a un juez federal.
Así se sacudan los mercados financieros; así
caiga la Bolsa de Valores; así se desplomen las acciones de Banorte e Inbursa y
amaguen el Fondo Monetario internacional, Banco Mundial y Black Rock con
provocar un efecto devastador, el Peje sigue en lo suyo.
Así se dispare el dólar frente al peso y tenga Claudia
Sheinbaum que matizar –por unos días, luego reculó– y haya tenido que salir
Rogelio de la O a decir que se queda por un tiempo en la Secretaría de
Hacienda, y lancen señalen de que la reforma al Poder Judicial será consensada
en parlamento abierto, López Obrador está en lo suyo: destruir a la Suprema
Corte de Justicia de la Nación y cooptar al Poder Judicial.
El mandato lo tiene. Y sabiendo lo terco que
es, López Obrador convertirá a la Suprema Corte en un puñado de incondicionales
y acabará con la división de poderes. Para eso reclamó el voto y que el Plan C
fuera una realidad.
Su reunión con Claudia Sheinbaum es puro
maquillaje. Dice la calca de AMLO que se escuchará a abogados, analistas,
académicos, incluso integrantes del Poder Judicial actual. Es maquillaje. Así
se “consensó” la creación de la Guardia Nacional, ofreciendo que sería de
carácter civil y terminó siendo militar. Se hará la voluntad de López Obrador.
Si el Supremo Porro tiene palabra, en
septiembre, su último mes de gobierno, saldrán las reformas que harán que
jueces, magistrados y ministros sean “electos” por el pueblo. Ajá. Serán
jueces, magistrados y ministros incondicionales del Peje y su círculo de poder.
Luego vendrán las reformas que cooptan al INE y
al Tribunal Electoral; desaparecerán los plurinominales pero se votará por
listas estatales de candidatos, que AMLO, faltaba más, palomeará.
Ya no habrá más Instituto Nacional de
Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI),
ni Comisión Nacional de Derechos Humanos, ni otros organismos autónomos que,
dice el mesías del pantano, no le sirven a México, pero sí a la clase
adinerada, a los banqueros, al empresariado, a la élite del PRIAN.
“El Poder Judicial está secuestrado –dice el
Peje–, está tomado, está al servicio de una minoría. Ellos lo saben muy bien.
Es hasta vergonzoso. Hay ministros que son como empleados de las grandes
corporaciones”.
Y ante el desplome de la Bolsa, la caída del
superpeso frente al dólar y el amago de una crisis financiera y la esperanza de
que se pudiera replegar, Andrés Manuel reitera:
“La justicia está por encima de los mercados”.
Y tres días después, una vez que domesticó a
Claudia Sheinbaum, la ex candidata presidencial salió a decir que la reforma
judicial va, matizada, consultada, pero va. Se impuso el jefe. Se hincó la que
supuestamente va a gobernar.
El tema es perverso. Andrés Manuel impulsó un
Plan C que implica destruir al Poder Judicial, controlar la Suprema Corte de la
Nación, cooptar al INE, anular la CNDH, matar al INAI y ahora debe cumplir. Así
será.
Y que la nación, si puede, se lo demande.
POSDATA
Todos felices el Día de la Libertad de
Expresión, pero todos callan cuando la violencia, los levantados, los
desaparecidos, deben ser noticia. Hasta el éxtasis celebran los “periodistas”
el 7 de junio, un festejo que nace de un agravio, cuando el régimen priista
instituyó la sumisión del gremio. Congregaba el presidente y acudían los
industriales del periodismo, la élite de la prensa, los dueños de los medios, a
agradecer que los dejara existir. Loas y aplausos al sátrapa sexenal que les
vendía el papel de sus periódicos, o les otorga concesiones de radio y
televisión. Loas y aplausos al presidente por dizque respetar el derecho a la
libertad de expresión, que es derecho constitucional. Ya en estos tiempos, la
abyección sigue igual. Hay libertad para informar lo inocuo. Se escribe lo
trivial, la fantasía de un Coatzacoalcos pujante, el despegue a punto de
iniciar mientras Coatzacoalcos mantiene el rostro del asco en sus calles, el
olvido; es La Habana del Golfo, la de los edificios en ruinas en el malecón
costero, los hoteles de paredes grafiteadas, de techos caídos y varillas
oxidadas. Y algo peor. La línea del alcalde a la prensa y a los periodistas con
el collar puesto, es no abordar lo medular, la violencia en Coatzacoalcos, los
muertos destazados, los desaparecidos cuyo destino fue la fosa clandestina. Que
se hable de todo pero de eso no. La estadística, según el dictado, no se puede
manchar. La estadística debe mostrar que el delito va a la baja, aunque el
delito esté en su mayor nivel. Y el periodista vive su dilema interno: recibir
la dádiva o decir la verdad. Y concluye: la verdad puede esperar. Así, en
Coatzacoalcos y todo Veracruz. Es el reino de la mordaza. Eso sí, el 7 de junio
se les ve alzar la copa, entonar el brindis, bailar como endiablado y cantar
hasta que el sol comience a rayar. Unos, los más, festejan la libertad de
expresión callando; otros, alzando la voz…