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Amigas, amigos:
Ciudad de México. | 02 sep. 2024
Tribuna
Libre.- Hoy
rindo ante ustedes y ante el pueblo y la nación mi último informe de gobierno y
lo hago más convencido que nunca de que lo mejor de México es su pueblo,
heredero de civilizaciones que florecieron desde mucho antes de la llegada de
los invasores europeos. Gracias a la raíz de esas culturas prehispánicas de ese
México profundo, las mexicanas y los mexicanos de hoy son, en su inmensa
mayoría, trabajadores, solidarios y honestos. El legado de principios buenos
que se transmitieron de generación en generación y que no han desaparecido –a
pesar de la opresión, el clasismo y el racismo–, es lo que nos distingue y
sitúa como un país de virtudes y grandeza.
De esa raíz y de ese tronco proviene también la singular y espléndida historia política de México.
No olvidemos que los padres de nuestra
patria, Hidalgo y Morelos, no sólo lucharon por la Independencia, sino también
por la abolición de la esclavitud y en contra de la desigualdad; Juárez
estableció el Estado laico y entre 1910 y 1917 nuestro país protagonizó la
primera revolución social del siglo XX.
Aquí los hermanos Flores Magón lucharon por
los derechos de los trabajadores; aquí se levantaron en armas el revolucionario
del pueblo, Francisco Villa, y el más auténtico defensor de los campesinos,
Emiliano Zapata, en demanda de libertad, tierra y justicia. ¿Cuántos
demócratas, lo digo con respeto, en el mundo, cuántos demócratas sinceros han
existido como Francisco I. Madero? ¿Cuántos presidentes han profesado tanto
amor al pueblo pobre como el general Lázaro Cárdenas del Río?
De eso estamos hechos los mexicanos; somos
herederos de un pasado grandioso y de una historia excepcional y fecunda.
Ello explica en buena medida por qué no nos
tomó mucho tiempo revertir la decadencia que se produjo con la política neoliberal
o neoporfirista y cómo pudimos, relativamente pronto, fincar las bases para
iniciar una etapa nueva que ya se conoce e identifica como la Cuarta
Transformación de la vida pública de México.
Aun cuando no desdeñamos las ideas y las
obras de los grandes pensadores y políticos en la historia del mundo, siempre
nos hemos inspirado en quienes han luchado por las causas humanistas y
patrióticas en nuestro país.
Supimos que Hidalgo decía, hace más de 200
años, que el único dios de los oligarcas era el dinero; conocimos los
Sentimientos de la Nación de Morelos que recomendaba “elevar el salario del
peón” y “educar al hijo del campesino igual que al hijo del más rico hacendado”
y proponía crear tribunales para proteger al débil de los abusos que comete el
fuerte; nos aprendimos de memoria las sabias palabras de Juárez, díganme si no,
de que “con el pueblo todo, sin el pueblo nada”; seguimos el precepto de
Ricardo Flores Magón de que “sólo el pueblo puede salvar al pueblo”; no
olvidamos cuando a Zapata le ofrecieron un rancho, un latifundio y contestó que
él no había entrado a la Revolución para hacerse hacendado; escuchamos que el
claridoso de Villa opinaba que el país debía ser gobernado por alguien que
realmente quisiera a su gente y a su tierra y que compartiera la riqueza y el
progreso; cómo ignorar el lema del Apóstol de la Democracia, Francisco I.
Madero, “sufragio efectivo, no reelección”, o la sentencia de Lázaro Cárdenas
según la cual “gobierno o individuo que entrega los recursos naturales a empresas
extranjeras, traiciona a la patria”.
Con este ideario comenzamos nuestro gobierno
hace casi seis años. Lo primero que hicimos fue reformar nuestra Constitución,
hasta donde se pudo, y promover leyes para frenar la política antipopular,
entreguista y corrupta que se había impuesto y legalizado por el predominio de
un poder oligárquico con apariencia de democracia.
Todavía el 5 de febrero de este año,
presentamos al Congreso 20 reformas constitucionales para restituirle a la
Carta Magna el sentido revolucionario y popular que tuvo desde su redacción
original, en 1917.
Estas iniciativas son, a todas luces,
distintas y contrapuestas a las reformas que se aprobaron durante los 36 años
del nefasto periodo neoliberal, cuando no se pensaba en beneficiar al pueblo
sino en ajustar el marco legal para facilitar el despojo y la entrega de bienes
del pueblo y de la nación a una minoría rapaz.
Ahora afortunadamente estamos viviendo en una
auténtica democracia, construyendo una patria nueva, enaltecida, fraterna.
Y aquí empiezo a puntualizar lo que hemos hecho
entre todas y todos, y desde abajo:
Mientras en los sexenios de Calderón y Peña
cada mes se empobrecían 100 mil personas, en nuestro gobierno, por el
contrario, cada mes salen de la pobreza 100 mil mexicanos.
De 2018 a 2022, según el INEGI, salieron de
la pobreza 5 millones 100 mil personas; es decir, el 5.6 por ciento. Algo que
no sucedía en más de 30 años. Inclusive, hace unos meses, el Banco Mundial dio
a conocer que del 2018 al 2023, la pobreza en México pasó de 34.3 millones de
personas a 24.7; es decir, en 5 años, 9.5 millones de mexicanos salieron de la
pobreza.
En tiempos de Calderón, según cifras
oficiales, un rico ganaba en promedio 35 veces más que un pobre; ahora la
diferencia ha disminuido a 15 veces.
El salario mínimo ha aumentado más del 100
por ciento, en términos reales, como no había ocurrido en los últimos 40 años.
Hemos restituido tierras y aguas a los
pueblos originarios, como lo hicimos con los pueblos yaquis a quienes les
devolvimos 45 mil hectáreas y les construimos un acueducto y un distrito de
riego.
Todos los adultos mayores del país reciben
una pensión de 6 mil pesos bimestrales.
Un millón 482 mil personas con discapacidad
son apoyadas con 3 mil 100 pesos bimestrales.
Se otorgaron 10 millones 878 mil 500 becas para
estudiantes de preescolar, primaria y secundaria.
Todos los estudiantes de preparatoria en
escuelas públicas están becados.
Un millón 32 mil 895 estudiantes
universitarios de familias pobres han recibido una beca educativa. Este 2024 el
monto bimestral de esa beca ha sido de 5 mil 600 pesos.
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