* Las preguntas sobran y nadie las responde.
Xalapa, Ver. | 22 diciembre 2025
Tribuna
Libre.- Alguien, dentro del
gobierno de Veracruz, creyó que podía hacerse rico administrando el dinero
ajeno y apostó a que nadie levantaría la voz. Se equivocó.
Durante
años, los trabajadores de la salud recibieron su bono navideño en efectivo,
como corresponde a una prestación laboral. Pero de pronto, sin consulta, sin
explicación y sin consenso, la administración de Rocío Nahle decidió
transformar el dinero en monederos electrónicos, utilizables únicamente en un
supermercado específico y en un par de empresas más. Casualidad, dicen algunos;
negocio redondo, dirían otros.
El
detalle que ensucia la decisión es que el corporativo beneficiado no es
cualquier empresa: opera un sistema de “beneficios” que devuelve hasta el 10%
del consumo canalizado a quien firma el convenio. Traducido al español:
mientras los trabajadores gastan su bono donde se les ordena, alguien recibe un
reintegro millonario, limpio, discreto y perfectamente maquillado.
Las
cifras son demoledoras. En SESVER hay cerca de 19 mil trabajadores, cada uno
con un bono aproximado de 14 mil pesos. El total ronda los 266 millones de
pesos. El 10% de eso equivale a 26 millones. Veintiséis millones que no
regresarían a los trabajadores, sino a quien decidieron convertir una
prestación laboral en un negocio privado.
Las
preguntas sobran y nadie las responde:
¿Quién
firmó el convenio?
¿Quién
se quedaría con el reintegro?
¿En
qué bolsillo terminarían esos millones?
La
gobernadora salió a decir que todo fue “conforme a derecho” y que el problema
se debió a información contradictoria en los sobres entregados por la empresa
proveedora. Pero la realidad se vio en las calles: trabajadores molestos,
indignados y conscientes de que los estaban usando como engranes de un negocio
ajeno a su bienestar.
La
presión social hizo lo que la conciencia no: el gobierno dio marcha atrás y
Rocío Nahle anunció que los vales podrían cambiarse por efectivo. No fue
justicia, fue contención de daños. No escucharon a los trabajadores; escucharon
el ruido.
El
plan se cayó antes de completarse. Y cuando un negocio fracasa, lo que queda es
el olor. En este caso, huele a simulación, y cuando hay millones de pesos de
por medio, la simulación huele peligrosamente a corrupción.

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