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diciembre 30, 2011

La involución de AMLO

Tribuna Libre / Aquiles Córdova Morán
Muchos medios y comentaristas políticos han publicado ya, a estas alturas, información abundante sobre reuniones “discretas” con grupos empresariales donde se habrían hecho pronunciamientos que se evitan en público; sobre discursos públicos que llevan el mensaje de una “nueva imagen” y de una nueva postura política distinta a la conocida hasta hoy; sobre viajes al extranjero con igual o parecido propósito; etc., del candidato presidencial de las “izquierdas”, Andrés Manuel López Obrador. Se trata, según algunos, de convencer a propios y extraños de que el más veterano y el más radical de los aspirantes a la Presidencia de la República ha tenido la inteligencia y la flexibilidad suficientes para aprovechar las lecciones del pasado y para adoptar, en consecuencia, una posición más “moderada”, más acorde con una izquierda “moderna” y, por tanto, más “aceptable” para las élites del dinero, de dentro y de fuera del país. Puede haber muchos argumentos, algunos ciertos, en contra de esta visión de las cosas. Por ejemplo, que las informaciones sobre los encuentros privados con empresarios son falsas o tendenciosas; que los pronunciamientos públicos se descontextualizan y se retuercen para que digan lo que conviene a los críticos; que los viajes al extranjero han sido reseñados de manera maliciosa, buscando socavar la confianza de los mexicanos en la firmeza y honestidad del candidato, y, finalmente y en una palabra, que todo es una sucia guerra mediática para inhibir los cambios indispensables en el proyecto de AMLO y obligarlo a encasillarse en un estereotipo de político cerril y tozudo que ya demostró su ineficacia en el pasado y que sólo le garantiza una derrota segura.   

Por lo que a los antorchistas respecta, puedo afirmar con toda limpieza que no alimentamos el menor prejuicio en contra de las aspiraciones presidenciales de López Obrador, a pesar de que existen pruebas escritas de que él sí nos ha atacado sin motivo válido; que no tenemos ninguna razón, ni legal ni política, para temer su triunfo y que, por lo mismo, tampoco tenemos interés en dar por demostradas las insinuaciones de apostasía que se le lanzan. Y es necesario dejar esto bien claro, porque el comentario que hago a continuación pudiera entenderse en este sentido, no obstante que para el buen entendedor estará claro que mi opinión no necesita, para ser válida, de aceptar por adelantado las opiniones adversas de que hablo; pero sí resulta necesario comenzar por reconocerlas, si no como verdades probadas, sí como algo posible, y hasta probable, bajo ciertas circunstancias.  

¿Y por qué son posibles? Primero, porque, mutatis mutandi, eso es lo que ha venido ocurriendo ante nuestros ojos en varios e importantes países de América Latina y hasta en alguno de Europa. Allí donde los pueblos, hartos y decepcionados de los manejos y de los resultados de los gobiernos abiertamente identificados con el capital, el mercado, los intereses norteamericanos y las oligarquías locales, buscan y exigen a gritos un cambio verdadero, que realmente mejore su dura suerte y, acertadamente, vuelven los ojos hacia la izquierda, la sabiduría de las clases dominantes (encabezadas y asesoradas por la norteamericana) que es mucha y que ha sido probada reiteradamente en los muchos años que llevan gobernando al mundo, les ha aconsejado no oponer una resistencia frontal a la preferencia popular porque, como ha quedado demostrado más de una vez, eso sólo consigue radicalizar a la masa, que se lanza a tomar el poder por la fuerza. Por tanto, siguen otro camino: apoyan a los líderes de izquierda en su deseo de llegar al poder “por vía democrática”, previo acuerdo, eso sí, de que respetarán sus intereses fundamentales y de que buscarán el “desarrollo” dentro de los cauces de la economía de libre mercado y de libre empresa. Como suele decirse, les permiten “jugar al toro, pero sentaditos”. Lo demás es cuestión de tiempo: dejan que el gobierno “de izquierda” se desprestigie por no poder cumplir ninguno de los ofrecimientos básicos hechos a la masa popular y luego, tranquilamente, por el mismo “camino democrático”, hacen que la derecha vuelva al poder, pero ahora con el aplauso y el apoyo del mismo pueblo. Ahí están, para ilustrar el procedimiento, España, Chile, Brasil, Perú y para allá van  Bolivia, Ecuador y Nicaragua.

 Los creo probables, en segundo lugar, porque es claro que AMLO y seguidores ya probaron en carne propia que, “por vía democrática”, es imposible llegar al poder sin el respaldo de al menos una parte importante de los señores del dinero y de sus poderosos padrinos del norte; y que ambas fuerzas no se chupan el dedo y no se despistan con cambios cosméticos; que exigen “adecuaciones” de fondo y, además, plenas garantías de que los compromisos se cumplirán al pie de la letra. Y en tercer y último lugar, creo probable el viraje de AMLO porque es posible que se haya convencido de que las exigencias de las grupos de poder son ineludibles, puesto que no son más que la férrea materialización de la ley fundamental de toda democracia, aquélla que justifica el elogio de sus panegiristas que la llaman “la forma más perfecta de gobierno inventada por el hombre hasta hoy”. Esa ley estriba en que la democracia no está pensada ni diseñada para  permitir y propiciar los cambios que en algún momento pueda demandar el pueblo trabajador, sino precisamente para lo contrario, para garantizar la permanencia y estabilidad del statu quo y de las riendas del poder en manos de las clases dominadoras y privilegiadas. Pero, todo eso, “con el consentimiento y participación” de las víctimas. Una maravilla de invento, ciertamente.
El error de AMLO, si alguno existe, es uno sólo y es el mismo que han cometido sus pares de América Latina y de España: querer hacer un cambio de fondo en la situación de los pobres y marginados valiéndose del instrumento con que sus opresores los mantienen sumisos y contentos; haber comenzado su lucha por el final, por buscar el poder antes de haber cambiado la correlación de fuerzas, organizando y concientizando a las mayorías oprimidas y conquistando, con ellas, reformas de fondo a la democracia en uso, reformas que permitan, de algún modo y manera, el cambio progresivo que se ha trazado como meta. Eso sería todo, pero con eso basta.

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