Aquiles
Córdova Morán / 27 de abril de 2012
Tribuna
Libre.- Creo que, a estas alturas,
la opinión pública y las autoridades del Estado de México relacionadas con el problema,
están suficientemente informadas de lo que ocurre en el ámbito del transporte
público urbano de ese estado, incluyendo la guerra mediática que han desatado
en contra de “sus enemigos” los jefes del pulpo camionero que encabeza el señor
Axel García y socios,cuya única importancia verdadera reside, no en la calidad
de sus “argumentos” ni en la veracidad de sus acusaciones, sino en su lenguaje
agresivo y virulento que es claro “aviso previo” de que el paso siguiente será
el atentado directo en contra de la integridad
física y la vida misma de sus adversarios. Y naturalmente que todo mundo está
enterado, también, de la respuesta que los agredidos y amenazados, entre ellos
la fuerza popular y los dirigentes históricos del Movimiento Antorchista
mexiquense, se han visto obligados a instrumentar en uso de su derecho a la
legítima defensa.
Teniendo en mente sobre todo esto último, considero
innecesario insistir en la refutación de los ataques, calumnias, injurias y
amenazas de los zares del transporte urbano mexiquense, o meterme a demostrar la
total falta de respaldo fehaciente de sus incriminaciones irresponsables, cosa
que ya han hecho sobradamente mis compañeros. No obstante, creo mi deber
ineludible hacer pública mi solidaridad personal, y la del antorchismo nacional
que represento, con los antorchistas del Estado de México, hoy tan gravemente
amenazados e impunemente injuriados por el poderoso “gang” de Axel García y sus padrinos (y socios) políticos, y en
particular con quienes corren el peligro mayor: la diputada Maricela Serrano
Hernández y el biólogo Jesús Tolentino Román Bojórquez, ambos corazón y cerebro
del antorchismo mexiquense. Trataré de cumplir mi propósito de la manera más
racional que la situación me permita, y daré mi punto de vista sobre el problema
en los términos más desapasionados, objetivos y veraces a mi alcance, buscando
hacerlos entendibles y atendibles por el Gobernador del estado, sus
funcionarios y la ciudadanía afectada por la violenta arremetida del pulpo
camionero.
Creo sinceramente que la guerra de liquidación
emprendida por el referido “gang” en contra
de sus propios trabajadores insumisos, de Antorcha, de sus líderes y de sus
competidores de Zumpango, está irremediablemente condenada al fracaso, aun en
el nada deseable caso de que se decidieran, en un arranque de desesperación
suicida, a eliminar físicamente a quienes acusan arbitrariamente de sus
problemas. Y eso por dos razones esenciales y, a mi juicio, irrebatibles. La primera
es la equivocación rotunda de pensar que el descontento y el progresivo
desmoronamiento de su otrora monolítico e inexpugnable imperio camionero, es el
resultado de la labor de zapa que vienen haciendo en su contra “gentes
extrañas” a sus dominios, es decir, en culpar de todo, ya sea a un grupo rival
que anhela quedarse como dueño absoluto del negocio; ya sea a la “ambición
política” de los antorchistas, que andarían buscando acrecentar su membrecía mediante
el recurso de “robarle las gallinas”; o ya sea, finalmente, a la acción
combinada de ambos “enemigos”. Y es fácil comprobar tan garrafal error de
apreciación: bastaría preguntarse dónde, cuándo y cómo, esos “enemigos” se han
podido introducir en sus dominios para echarle la gente encima; dónde, cuándo y
quién ha visto a Tolentino, a Maricela o a cualquier dirigente antorchista,
arengar a su gente incitándola a rebelarse en contra del monopolio que los
ahoga. La respuesta obvia es que eso no ha ocurrido nunca, en ningún lugar y de
ninguna manera; que, por tanto, no hay más alternativa que aceptar que las
causas del descontento son de carácter intrínseco, son la consecuencia natural e
inevitable de los abusos de todo tipo (legal, personal, laboral, económico,
etc.) a que desde siempre han tenido sometidos a los verdaderos prestadores del
servicio, a los trabajadores del volante. En pocas palabras: que los únicos y
verdaderos culpables del problema son los mismos dueños (y casi exclusivos beneficiarios)
del monopolio, que no se han dado cuenta de que el país está cambiando, de que
la nación está en efervescencia y exige mejor trato y mejores condiciones de
vida para las mayorías trabajadoras. Si, en vez de andar buscando chivos
expiatorios, esos señores comenzaran por revisar y recortarse su propio rabo,
ya demasiado largo, estarían en el camino de modernizar su negocio y darle a su
liderazgo la estabilidad reclamada por las actuales circunstancias. Deberían
saber que nunca fue solución para ningún problema, grande o pequeño, el recurso,
fácil pero tonto, de echar las culpas propias sobre espaldas ajenas.
La segunda razón es de carácter estructural.
Sucede que nuestra economía, firme creyente y más firme practicante aún del libre
mercado, obediente por tanto a la “ley” de la “utilidad marginal” para
determinar los “precios de equilibrio” de bienes y servicios, exige como
condición indispensable para bien funcionar que los compradores, al elegir sus
preferencias, obedezcan sólo a su propia voluntad, libre y soberanamente ejercida,
sin ninguna influencia externa que la distorsione, y que la oferta se integre
con satisfactores que compitan entre sí en igualdad de condiciones, es decir, reclama
como imprescindible la llamada “competencia perfecta”. Esto excluye, por
principio, al monopolio. Es verdad que la competencia perfecta no se da en
ninguna parte del planeta; pero es cierto también que las economías más
desarrolladas han definido con precisión dónde, en qué ramas de la actividad
económica y por qué razones resulta posible, y a veces necesario, tolerar un
monopolio. Y en un mundo de tan precarios equilibrios políticos como el nuestro,
donde la paz y la estabilidad de los países se mantiene a duras penas a la
vista de la manifiesta incapacidad del “modelo” para distribuir, “por sí mismo”
y de manera equitativa, la renta nacional, los monopolios en actividades cuyos
bienes y servicios sean de consumo masivo no pueden ser objeto de la tolerancia
mencionada. Un monopolio que encarezca artificialmente los satisfactores
populares, es más subversivo y peligroso en nuestros días que todos los discursos
radicales en contra del capital, e, incluso, que la propia guerrilla.
Y uno de tales satisfactores es, justamente,
el transporte público. Por eso, el pulpo de Axel García y socios está condenado;
y no por Antorcha ni por los transportistas de Zumpango, sino por su incompatibilidad
absoluta con la modernización económica del país. Su disyuntiva de hierro es
renovarse, moderarse o morir; y si hoy el Dr. Eruviel Ávila no lo ve así, el
futuro presidente sí tendrá que encarar el reto si quiere hacer de México un
país moderno, productivo, equitativo y triunfador. Tales metas se excluyen
radicalmente con dinosaurios económicos y políticos como el pulpo camionero de
Axel García y socios, y habrá que elegir entre estos y la ruta de progreso que
el país reclama.