Héctor Yunes Landa / 23 de julio de 2012
Articulista invitado
Tribuna Libre.- En días recientes
concluyó el proceso político y legislativo para realizar la Reforma Política
que actualiza las reglas que rigen a nuestro sistema democrático. Significa un
avance notable para la consolidación de nuestras instituciones y de la
democracia mexicana.
Como es natural, hay opiniones diferentes y
algunos políticos y analistas han expresado que es insuficiente el avance y que
aún falta por hacer. No obstante, es indudable que lo alcanzado es producto del
consenso mayoritario de las fuerzas políticas y refleja la opinión de la gran
mayoría de mexicanos.
Cuando se cuestiona, por ejemplo, la
renuencia del PRI a aprobar la reelección inmediata en los cargos de Presidente
de la República y demás cargos de elección popular, se ha pretendido
desinformar a la ciudadanía, tratando de hacerle creer que nos oponemos por la
defensa de algún interés particular o intención poco clara. Por supuesto que no
es así.
Nuestra posición se sustenta en el hecho de
que la reelección ha sido un tema que históricamente ha suscitado la
reprobación de la sociedad, porque en el inconsciente colectivo aún perdura el
amargo recuerdo de la dictadura porfiriana de tres décadas. Además, con las
reglas del juego democrático vigentes existen condiciones ventajosas para quien
detenta el poder, de manera que puede servirse de éste para promover su
reelección de manera inequitativa, propiciando con ello una involución del
avance democrático alcanzado.
El problema para México parece situarse en
una dimensión más amplia. Durante muchos años nuestro ideal fue la normalidad
democrática propiciada por una transición que acabara con un sistema de partido
dominante y diera paso a un mayor equilibrio entre los participantes del
proceso político.
Sin embargo, nuestro avance democrático ha
propiciado una paradoja: mientras más equilibrado ha sido el peso de cada
fuerza política más difícil se ha tornado la relación entre los poderes del
Estado, más complicada ha sido la gobernabilidad y, peor aún, más difícil ha
sido lograr la eficacia en la gestión de gobierno. Según algunos estudiosos del
tema, esto es algo directamente relacionado con el grado de desarrollo
político, social y cultural de cada nación, además de que está en función de la
falta de consolidación de las instituciones.
Es obvio que cuando un partido político tiene
el predominio, por tener a su vez una mayor fuerza, la tarea de gobernar es
menos difícil, porque no tiene el freno ni la complejidad que representa una
oposición fuerte, en ocasiones paritaria o mayoritaria. Sin embargo, a menos que
esto sea resultado de una amplia preferencia electoral, no es lo deseable;
porque lo más conveniente para la sociedad es el sistema de frenos y
contrapesos que surge del proceso político democrático. Así lo ha demostrado la
historia.
Cuando uno se plantea, como expuso Norberto
Bobbio, la disyuntiva entre el gobierno autocrático, es decir de un solo hombre
o de unos cuantos, o el gobierno de muchos, es decir la democracia, debemos sin
duda elegir la Democracia como sistema político.
El reto es lograr el avance en un esquema
democrático. Lo ideal es el acuerdo político surgido de la deliberación y el
consenso entre los partidos, respondiendo éstos siempre al interés de la
sociedad. Cuando se logra la unidad respetando la diversidad, y se concluye en
un proyecto común surgido del supremo interés nacional, la democracia se
fortalece y adquiere una vigencia esplendorosa.
Hoy, el reto para nuestro país es consolidar
nuestras instituciones para evitar que la fragilidad sea causa de quebranto en
nuestra democracia. Es urgente seguir avanzando en la revisión no solo de
nuestra legislación electoral, sino también en los mecanismos que existen para
conducir el proceso político que soporta la tarea de gobernar y define la
gobernanza y por ende propicia la gobernabilidad.
El sistema presidencial, sustentado en el
predominio del Poder Ejecutivo, ha tenido sin duda una gran importancia en la
vida de México, pero es deseable que hoy sea revisado a la luz del nuevo
escenario existente en la nación. Es conveniente insistir en la búsqueda de
nuevas fórmulas que actualicen la relación entre los poderes de la Unión,
fortaleciendo la mecánica legislativa.
Asimismo, es deseable una revisión a fondo de
la técnica legislativa vigente en el Poder Legislativo, para hacer más ágil y eficiente
el proceso de discusión y aprobación de las reformas legales que necesita
México.
En suma, pienso que el avance obtenido es de
reconocerse, y que el trabajo de nuestros legisladores es una verdadera
aportación para la vida democrática de México.
Los cuestionamientos son válidos y deben ser
incorporados en el análisis y evaluación de lo alcanzado, sobre todo a la luz
del efecto que produzcan en nuestra democracia. El avance alcanzado no debe
ensalzarse, pero tampoco debe descalificarse. Es imprescindible tener en cuenta
que cada nación define las reglas del juego democrático al interior de su
propio sistema político con base en cuestiones históricas, políticas y sociales
específicas, y México está haciendo lo propio.
Deseo que en el futuro, la deliberación
política se desarrolle con madurez y rectitud de intenciones entre los partidos
y entre los políticos. Creo que la sociedad mexicana ya está cansada de pleitos
e intransigencias, por ello la Política enfrenta un gran descrédito y la
profesión de político está muy mal calificada.
Creo también que la clase política de México
enfrenta un gran déficit y no ha estado a la altura de lo que nuestro pueblo
demanda. Por eso es tarea urgente ponernos a trabajar con seriedad, con
responsabilidad y con mucho compromiso por México, en la reconstrucción de la
nación. Esta será la mejor forma y el mejor camino para que los mexicanos
recuperen su confianza en los políticos y fortalezcan su convicción y su
vocación en la Democracia, como el mejor sistema político inventado hasta hoy
por el hombre.