Aquiles Córdova Morán | 04 enero de 2013
Tribuna Libre.- La figura del “chivo
expiatorio”, aunque no todos conocen su origen bíblico, es casi del dominio
público, pues no hay nadie (o muy pocos) que ignore su sentido, es decir, lo
que significa este símbolo en el argot popular. Se emplea, en efecto, en
aquellos casos en que se cargan todas las culpas y se acusa como causante y
culpable único de un delito, problema o accidente a una persona que, por alguna
razón obvia y transparente para todos, no puede o no pudo ser la autora del
mismo por inteligente, malvada o poderosa que se la suponga. Se trata de un
falso autor, de un culpable “prefabricado” al que se le imputa una
responsabilidad con el único propósito de proteger al o a los verdaderos
malhechores, o bien para encubrir la ineficacia o la falta de voluntad para
llegar al fondo del asunto, por parte de los responsables de la investigación.
La sensación del “chivo
expiatorio” me viene a las mientes cada vez que veo, oigo o leo a los
“expertos” en el tema educativo, dándose vuelo en sus “análisis”, con aires de
gran sabiduría e infalibilidad, buscando convencernos a todos de que la crisis
de la educación nacional tiene una única causa y, por tanto, un solo y absoluto
culpable: la presidenta vitalicia del Sindicato Nacional de los Trabajadores de
la Educación (SNTE), profesora Elba Esther Gordillo Morales, y su gran
influencia (intromisión ilegítima) en el aparato administrativo y en la
política educativa del país. Y tal sensación se me vuelve certeza cuando estas
afirmaciones las escucho en boca de los tahúres y malabaristas de la izquierda
presupuestívora, quienes descargan todo su odio, mezquindad y capacidad de
injuria en contra de quien ha sido el principal obstáculo para sus viejas y muy
conocidas ambiciones de adueñarse del control absoluto del magisterio nacional
para sus propios fines políticos. Cuando esto ocurre, ya no me queda duda de
que los duros ataques a la profesora Gordillo Morales, las graves acusaciones y
“denuncias” en su contra, tienen muy poco que ver con los intereses educativos
de la nación y mucho que ver, en cambio, con maniobras políticas que pretenden
defenestrarla para ocupar su lugar. Estamos, creo, ante un caso típico de chivo
expiatorio.
Nadie duda (al menos eso
creo) que el liderazgo de la profesora Gordillo es un liderazgo de tipo caciquil,
que se sostiene al frente del magisterio gracias a la gran corrupción con que
opera en materia de asignación de plazas, ubicación de los docentes y cargos en
el aparato educativo y administrativo, en el reparto de promociones, ascensos y
beneficios pecuniarios; gracias también, además, a la creación y funcionamiento
de un fuerte equipo de personal liberado de su función profesional, para
dedicarlo de tiempo completo a labores de control, represión y todo tipo de
“actividades electorales”, allí donde se requiera y cada vez que sea necesario,
lo que da a la profesora Gordillo un gran poder de negociación a todos los
niveles de gobierno; y, finalmente, gracias a la absoluta falta de verdadera
democracia y transparencia en la elección de los representantes y de los
líderes sindicales, desde la más modesta delegación sindical o centro de
trabajo hasta la suprema cúpula sindical del magisterio, lo que presupone un
sometimiento total y una obediencia ciega de la base magisterial nacida de la
corrupción mencionada, de la manipulación descarada de las asambleas en cada
nivel, de las amenazas y represalias que se reparten a granel en cada periodo
de renovación sindical. Tampoco duda nadie (creo) de que la profesora Gordillo
es autoritaria, soberbia, prepotente, represora, experta en chicanas
electoreras para sacar adelante a los suyos, y que ha amasado una gran fortuna
a base de prevaricar con las cuotas sindicales.
Y a pesar de todo esto, es
falso, unilateral y superficial el discurso que la convierte en culpable única
del desastre educativo y que, interesadamente, concluye que el remedio seguro
(y fácil, además) a tal desastre, estriba en quitarla de en medio para abrirle
paso a la reforma educativa del Presidente de la república, Enrique Peña Nieto.
¿Por qué es falso este discurso del simplismo y del interés? Porque hace a un
lado el hecho de que la corrupción, la manipulación del personal administrativo
y docente por parte del sindicato (es decir, su abusiva intromisión en asuntos
que están más allá de su legítimo papel de defensor de los intereses gremiales
de los maestros), el porrismo y su uso represivo y electorero, el escandaloso
enriquecimiento de los líderes, etcétera, son casi exactamente los mismos
(mutatis mutandis) que ocurren en todo el sindicalismo mexicano, un
sindicalismo pervertido y pro patronal que no pudo haber nacido de modo
espontáneo y que tampoco hubiera podido sostenerse y perdurar sin el apoyo
decidido, sin la promoción, alimentación y sostenimiento (legal y pecuniario)
del propio aparato gubernamental.
Vistas así las cosas,
resulta evidente que el SNTE y su líder histórica no son la causa, sino la
consecuencia de una política nacional que prohijó este tipo de
sindicalismo con el claro propósito de
apoyarse en él para “ganar elecciones” y ejercer el poder de la manera más
tersa posible, mediante el férreo control de las luchas obreras. De donde
resulta claro que el remedio no puede consistir en remover a un líder
“corrupto” para poner en su lugar un líder “honesto y democrático”, dejando intacta,
al mismo tiempo, toda la estructura que no sólo permite, sino que exige
necesariamente ese tipo de líderes. Quien se ponga al frente de una estructura
así terminará fatalmente en lo mismo que la profesora Gordillo, por muy
“revolucionario” y “de izquierda” que se diga. El remedio de fondo estriba en
una legislación laboral que no se ocupe sólo de la rentabilidad de las
empresas, sino que restituya al sindicalismo su función originaria de
herramienta para la defensa de los derechos laborales del trabajador; que
prohíba y sancione, al mismo tiempo, el abuso y la intromisión de esas
organizaciones gremiales en actividades ajenas a su función legítima,
cualesquiera que sean; que garantice una democracia auténtica y eficaz en la
elección de los líderes y la puntual rendición de cuentas de éstos sobre las
cuotas sindicales y que respete escrupulosamente los derechos sindicales como
el de huelga y el de contratación colectiva como parte esencial de la función
de todo sindicato.
Y olvidémonos de los “chivos
expiatorios”. Éstos se extinguirán solos cuando la base sindical pueda elegir
líderes dignos, honrados y luchadores. Tratar de suplirla en esta tarea por la
acción del Gobierno, en vez de darle condiciones para que lo lleve a cabo por
sí misma, sólo provocará una sucesión interminable de pseudo líderes ávidos de
dinero y de poder. El sacrificio de “chivos expiatorios” es una maniobra
política que nunca compone nada. Y si no, recordemos el famoso “quinazo”;
¿acaso eso curó a Pemex? Todo México sabe que allí las cosas andan igual o peor
que antes.