Aquiles Córdova
Morán | 30 mayo de 2014
Tribuna Libre.- El lunes 19
de mayo, en el correo electrónico de Antorcha, recibí un mensaje que llamó de
inmediato mi atención. Es el siguiente: “Señor Aquiles Córdova Morán: Cuando
tenía redactado el texto de mi colaboración del día de hoy para el periódico
Milenio tuve a la vista la publicación de usted intitulada <<¿Por qué el
mexicano siente más temor que aprecio por la ley y la justicia?>> Le
acompaño el contenido de la columna que suscribo en dicho diario, siendo mi
convicción personal. Le daré seguimiento al caso de Manuel Serrano Vallejo y me
hará muy feliz su regreso. Atentamente, Diego Fernández de Cevallos”. Leí con
atención concentrada el escrito, sabedor de la jerarquía intelectual y política
del remitente, y debo decir desde luego que me llenó de entusiasmo y gratitud
como pocas veces me ha ocurrido en la vida.
Quiero
ahora, además de agradecer públicamente al autor el noble gesto de solidaridad
con que nos obsequió, hacer algunos comentarios adicionales a su artículo que
considero indispensables. En primer lugar subrayar, para tranquilidad de
quienes se han apresurado a descalificar, condenar (e insultar incluso) al
autor de la columna en mención, por entender que su objetivo es defender a
Antorcha y a los antorchistas (que para ellos y los intereses que representan
son el enemigo más despreciable y temido y de ninguna manera merecedores de
comprensión y solidaridad), que eso no es así; que se trata de un grave error
de interpretación o, tal vez, de una increíble incapacidad para leer
correctamente un texto, pues el propósito del artículo está perfectamente claro
en el cuerpo del mismo. En efecto, dice allí don Diego: “Se sabe que a ese
grupo (al Movimiento Antorchista, ACM) se le acusa de un sinnúmero de despojos
de tierras y frecuentes actos violentos de desafío de particulares y de
gobiernos, pero eso es un asunto aparte. Si los antorchistas han cometido
delitos que se les persiga conforme a la ley pero sin atentar contra sus
derechos fundamentales”. Fernández de Cevallos, pues, se deslinda puntualmente
de la actividad general de los antorchistas, y de ese modo acota su solidaridad
única y exclusivamente al caso del secuestro de don Manuel Serrano Vallejo. Por
mi parte, debo decir que es exactamente así como entiendo el escrito, y que de
ningún modo pretendo ver en él, abusivamente, una coincidencia total con la
actividad global de nuestro Movimiento. Añado, además, que estoy totalmente de
acuerdo con el pronunciamiento sobre el trato que debe darse a las acusaciones
vertidas en contra nuestra. No se trata de una coincidencia forzada por las
circunstancias; es una profunda convicción legalista de parte nuestra que ha
quedado escrita cada vez que alguien nos acusa, sin ningún tipo de pruebas, de
los delitos que genéricamente enumera don Diego y otros más. En tales casos,
hemos exigido siempre al acusador que haga las correspondientes denuncias de
hechos y presentación de pruebas ante los tribunales competentes para que el
caso sea juzgado estrictamente conforme a derecho y no se quede en simple
guerra de lodo y excremento en las páginas de los medios. Nadie hasta hoy nos
ha tomado la palabra. Seguiremos esperando.
Puede que
haya quien se pregunte: y si no defiende a los antorchistas, ¿qué o a quién
defiende Diego Fernández de Cevallos? Él mismo nos lo dice con precisión en su
escrito: “Cuando seamos capaces de sufrir como propio el dolor de los demás
seremos verdaderamente humanos; evitaremos el dolor evitable y apoyaremos… (la)
lucha contra los delitos de mayor impacto social”. Y renglones abajo señala:
“Pocas veces nos hallamos unidos en defensa de la verdad, del derecho y de la
justicia, como bienes y valores superiores que merecen ser defendidos para
garantizar el orden, la paz y el progreso;...” Es decir, que don Diego defiende
la solidaridad humana, la responsabilidad colectiva para atacar los males
sociales, valores como la verdad, el derecho y la justicia, porque piensa que
de todo ello brotarán el orden, la paz y el progreso para todos. En una
palabra, el autor rompe una lanza por principios básicos, por ideales y metas
elevados y nobles cuya vigencia y observancia nos ayudarán a construir una
sociedad ordenada, pacífica y en progreso constante. Y es en esto precisamente
en lo que reside la lección de congruencia, de humanismo y de rectitud moral e
intelectual que Diego Fernández de Cevallos nos da a todos los mexicanos,
lección que, ciertamente, mucho necesitamos, pues él mismo se encarga de
retratarnos en pocas palabras cuál es nuestra situación actual en este terreno
cuando escribe: “Hasta hoy, por desgracia, las personas y los grupos suelen
defender solamente lo suyo y a los suyos, mirando con indiferencia –o aun con
agrado– la lesión injusta en agravio de otros”.
Y no cabe
duda de que así es. Pudiéramos buscar en el pasado ejemplos de semejante
egoísmo, sectarismo de grupo y defensa parcial y sesgada en el uso y aplicación
de los valores que menciona el autor, y los hallaríamos a manos llenas; pero la
esclavitud del espacio periodístico nos obliga a ceñirnos al caso actual, al
secuestro de don Manuel Serrano Vallejo. ¿Ha leído u oído usted, amigo lector o
lectora, algún otro pronunciamiento parecido al de Diego Fernández de Cevallos
en torno a dicho secuestro? ¿Conoce usted a alguna otra exigencia de respeto al
derecho a la vida, a la libertad y a la recta justicia del secuestrado o de sus
compañeros de organización? Estoy seguro de que no, a pesar de que hay grupos,
partidos y personalidades que, ya sea por el cargo que ostentan, por la función
que desempeñan o porque han sido heridos por el secuestro y asesinato de un hijo,
de un hermano o de un pariente cercano, estarían legal y moralmente obligadas a
pronunciarse sobre el caso. Me refiero a medios, noticiarios y comunicadores; a
las personalidades más conocidas y prestigiosas de la izquierda; a las
organizaciones no gubernamentales y a los familiares de secuestrados famosos
que se han erigido en denunciantes, defensores y hasta en buscadores oficiosos
de los secuestrados; al flamante fiscal antisecuestros, nombrado
específicamente para perseguir este delito. Ninguno de ellos ha dicho esta boca
es mía; todos guardan prudente (o puede que hasta alegre y cómplice, como
sugiere don Diego) silencio ante el nefando crimen, y todo porque se trata de
un antorchista, es decir, a su juicio, de un torvo infractor de la ley. ¿Y los
principios, y los ideales, y el humanismo y la solidaridad desinteresada con
los desgraciados? ¿A dónde se fue todo eso? ¡He aquí por qué es excepcional el
pronunciamiento de Diego Fernández de Cevallos!
Vale la
pena, pues, sumarse a la proposición que él mismo destaca en su escrito: “México
será grande el día que valgan lo mismo la vida de un cardenal, de un candidato,
de un soldado y de un campesino.” Y
de un humilde vendedor de periódicos, digo yo, aunque se apellide Serrano
Vallejo y no Martí, Wallace o Sicilia. Más alentadora me resulta la promesa
final de la nota que don Diego me dirige: “Le daré seguimiento al caso de
Manuel Serrano Vallejo y me hará muy feliz su regreso”. ¡Qué extraño parece, a
primera vista, que esto lo diga un hombre tachado de conservador y derechista
en vez de un eminente revolucionario de izquierda, v.gr., don Andrés Manuel
López Obrador, don Cuauhtémoc Cárdenas, o algún intelectual como don Héctor
Aguilar Camín o doña Elena Poniatowska. Pero la lección ya está allí, y a Diego
Fernández de Cevallos debemos agradecer los antorchistas el habernos probado
que, a pesar de ser muy escasos, los hombres y mujeres de ideales y de
principios auténticos existen, y que gracias a ellos, no estamos tan solos: ¡su
poderosa voz nos acompaña!