José Miguel Cobián | 05
Diciembre de 2014
Tribuna Libre.- Esta historia puede ser verídica o no, pero
refleja perfectamente lo que el mexicano tiene que hacer para lograr lo que
considera justicia.
Un par de amigos o conocidos hacen un
negocio, y de repente uno de los dos trata de obtener alguna ventaja adicional
respecto del trato original. Quizá el primero comienza a robar en la sociedad
que ambos crearon, y mientras el otro no se da cuenta todo va tranquilo. Quizá uno le impide el paso al otro en un
camino que acordaron sería servidumbre de paso. Quizá simplemente uno le prestó dinero al
otro, y éste último decide no pagarle.
El
caso es que la víctima no tiene a quien acudir.
Sabe que si presenta una denuncia ante el ministerio público, tendrá que
gastar dinero en mordidas, y en abogados, y que a fin de cuentas resulta muy
incierto el resultado. En el mejor de
los casos, llegar a tribunales implica también el riesgo de que el juez sea
comprado por la otra parte, con el fin de obtener un laudo a su favor, a pesar
de que el abuso, la tranza, el robo estén legítimamente comprobados. ¿Qué opciones le quedan a la víctima?
Aquí hago un paréntesis y recuerdo que hace
poco, escribí al respecto de que la procuraduría de justicia de Veracruz (y la
de cualquier estado del país) es uno de los mayores estímulos para delinquir,
gracias a su absoluta incompetencia e inoperancia. Esto aplica también para los tribunales, pues
salvo raras y honrosas excepciones, cuando se trata de pleitos entre
particulares, casi siempre la justicia, el laudo del juez, está en venta, o
tarda tanto tiempo en llegar, que cuando llega ya no resulta útil en la
búsqueda de justicia. Así, el estímulo
para delinquir es mucho, pues incluso en delitos de fuero común y de fuero
federal, los criminales rara vez son detenidos, y cuando lo son, saben que
tienen muchas posibilidades de salir libres.
Volviendo a la historia original. La víctima,
el mexicano promedio, ese personaje decente que intenta caminar por la vida sin
dañar a nadie, pero que también espera no ser víctima de nadie, ese bonachón,
cumplido ciudadano se enfrenta a una serie de alternativas, todas las cuales no
resultan razonables ni lógicas, y sólo el nivel de su desesperación o de
búsqueda de justicia (que alguien definió como la venganza de la sociedad ante
actos que contra ella atenten), es lo que determinará el camino a seguir.
La primera opción que tiene la víctima es quedarse
callada y sufrir el abuso en silencio, ante su conocimiento de que en México no
hay ni ha habido desde el triunfo de la revolución ni procuración ni
impartición de justicia, salvo para una élite que la puede pagar, y a quien
protege. Esta opción genera una enorme frustración y resentimiento, no sólo
contra el victimario, sino también contra un gobierno que no cumple su parte
del contrato social, y de allí, ese resentimiento queda a flor de piel,
dispuesto a explotar contra quien sea, -incluso contra otras víctimas-, a la
primera oportunidad o pretexto.
La segunda opción que tiene la víctima de
cualquier delito, es la de presentar su denuncia, tener la satisfacción –y
catarsis- de haber denunciado ante la autoridad a su victimario, y la posterior
frustración a largo plazo, ante el hecho de no obtiene lo que busca. Ni citas,
ni careos, ni investigación, y mucho menos un juicio justo.
Todo lo anterior incrementa su resentimiento,
en particular en contra del gobierno y del sistema, pero al final, se refleja
en su comportamiento como ente social, lo cual hace que la víctima corra el
riesgo de convertirse en un individuo con conductas antisociales de cualquier
índole.
La
tercera opción que tiene el buen ciudadano común y corriente, conocedor del sistema
es obtener la justicia por su propia mano.
Ya sea en buena lid, incluso provocando o invitando a un duelo entre las
partes, en el cual una de las dos morirá, y la otra obtendrá lo que considera
que es justo, o continuará la lucha con el resto de los familiares que
sobrevivan al primer asesinado, generando una cadena de muertes entre familias,
hasta que ambas prácticamente se extingan.
Puede también golpear, amenazar o buscar cualquier solución extra
judicial violenta o de chantaje, con el fin de resolver el asunto. Pero sabe que no puede acudir a los órganos
de gobierno, porque no sirven para nada.
De una manera simple y sencilla, intenté
haber explicado la razón de tantos asesinatos en las noticias diarias de
cualquier región del país. Claro que
también hay asesinatos y muertes por otro tipo de rencillas, e incluso en
nuestros tiempos, por la rivalidad entre bandas del crimen organizado. Pero buena parte de las muertes, lesiones,
etc. Que suceden en México pueden ligarse directamente a las procuradurías y al
poder judicial, que ante su inoperancia no le dejan al ciudadano otra opción
para lograr la justicia que aplicarla por su propia mano. Sobre todo cuando el abuso se da del poderoso
contra el débil, del rico contra el pobre, del abogado contra el ignorante de
las leyes, etc., es decir, cuando hay un agravante de mayor poder o
conocimiento entre el victimario y la víctima.
Lamentablemente, cuando el presidente Peña
discursó su decálogo, sólo se orientó a los crímenes realizados por bandas y
grupos, sin considerar que los mexicanos esperamos justicia en todos los
ámbitos, y por ello, debió de enfocar la solución también hacia ese grupo de
criminales incrustados en las procuradurías y en los poderes judiciales de los
estados, que o son incompetentes e ineficientes, o están abrumados por tanto
trabajo y tan escasos recursos, materiales, humanos y tecnológicos de que
disponen, o que realizan pingües negocios al poner en venta tanto la
procuración como la impartición de justicia.
En esta columna seguiremos insistiendo en que
el combate a la impunidad, la cero tolerancia y hoy también, la investigación
por parte del congreso, del asunto de la casa de Sierra Gorda de la esposa del
presidente, son asuntos prioritarios para iniciar un verdadero cambio en el
país, ese es el primer paso para lograr un México más justo y digno de ser
llamado país civilizado, en lugar del hazmerreír, remedo de república bananera
en que lo han convertido los gobernantes, y lo hemos convertido los ciudadanos… ¿Por qué será tan difícil encontrar un poco
de amor a la patria?