Aquiles Córdova Morán | 30
julio de 2015
Tribuna Libre.- El jueves 23 de julio de los corrientes, se
manifestaron en la ciudad de México 150 mil antorchistas (esta vez los medios
nos ahorraron las acusaciones e injurias de costumbre, cosa que agradecemos, y
se limitaron a rebajar ridículamente la cifra de los manifestantes; pero eran,
repito, 150 mil personas, como seguramente saben bien las autoridades
interesadas) para reiterar públicamente, una vez más, añejas demandas cuya
solución se aplaza una y otra vez, a pesar de que altas instancias ejecutivas
del país les han dado seguridades, incluso por escrito y debidamente firmadas,
de que tales peticiones serán resueltas en plazos precisos. Se trata de
cuestiones tales como apoyos a la vivienda; auxilios a campesinos pobres que
todavía luchan denodadamente por cultivar sus parcelas y producir alimentos
para el país y para sus familias; aplicación de la reforma educativa en varias
escuelas de Michoacán, para garantizar la educación de calidad que los padres
de familia exigen para sus pequeños hijos y la liberación de recursos por parte
de la Secretaría de Hacienda para obras cuyos proyectos ejecutivos han sido ya
aprobados por la instancia correspondiente.
Pero una de estas demandas, la más larga e
inexplicablemente pospuesta con nulo respeto por el derecho y al dolor de la
familia agraviada, es la que hoy quiero resaltar, sin por ello dejar de lado
las otras ya mencionadas: me refiero al secuestro y asesinato de don Manuel
Serrano Vallejo, padre de la diputada federal electa Maricela Serrano
Hernández, que el próximo 6 de octubre cumplirá dos años de haberse perpetrado.
Tal como la familia y quien esto escribe hemos venido denunciando
reiteradamente, lo único cierto y creíble que hasta hoy se nos ha dicho de don
Manuel es que fue asesinado por sus secuestradores; pero ni los supuestos
“autores materiales” detenidos, ni las circunstancias en que se dice ocurrieron
el plagio y el asesinato, ni los endebles motivos que se atribuyen a los
plagiarios para tan abominable crimen, concuerdan entre sí ni resisten el más
mínimo examen, ya no digamos por expertos, sino incluso por cualquier mente
sana y sin ningún interés de enturbiar las aguas y encubrir a los verdaderos
responsables. Y a la falta de solidez, seriedad y profesionalismo de las
“investigaciones”, hay que sumar el muchísimo tiempo que la autoridad se tomó
para dar a conocer la verdad a la familia, cuando sabemos bien que conocían la
verdad casi desde el instante mismo en que ocurrió el asesinato; el silencio de
los medios, que ignoraron el hecho desde el principio y en forma casi unánime y
absoluta, como si se hubieran puesto de acuerdo entre sí; y, finalmente, el
nulo interés y cero solidaridad que despertó en instancias y personalidades cuya
razón de existir, dicen, es el combate al secuestro, por ejemplo, la Fiscalía
Antisecuestros u organizaciones civiles como las que encabeza la señora Isabel
Miranda de Wallace o el señor Alejandro Martí. Todo sugiere que hubo una
poderosa y única consigna para ahogar el suceso en un profundo y espeso
silencio.
Pero lo más indignante y doloroso, lo que más
ha lastimado e irritado al antorchismo nacional y a la familia Serrano
Hernández, es la serie de mentiras, maniobras, disculpas, falsas búsquedas
donde de antemano se sabe que no se encontrará nada, etc., todo orquestado para
posponer al infinito la entrega de los restos de don Manuel, restos que su
viuda, sus hijos y sus compañeros exigimos, como último y único acto de
justicia que es posible ya ante el hecho irreversible de su brutal sacrificio.
Parece obvio que el objetivo de esta comedia de enredos, falsedades y promesas
incumplidas, es entretener y aburrir a
la familia y a los compañeros de don Manuel, a la espera de que el tiempo
desdibuje su recuerdo y cumpla su papel lenitivo sobre el dolor de todos
nosotros por su pérdida y, como consecuencia, nos lleve a renunciar a la lucha
por recuperar su cadáver o lo que quede de él. Pero implica algo más y más
grave todavía: sugiere con fuerza que hay gente muy poderosa detrás de todo
esto, misma que protege y encubre a los verdaderos secuestradores y asesinos;
que los motivos, las circunstancias y los detenidos hasta hoy no son los que se
nos ha dicho, y que los verdaderos culpables están a buen resguardo, muy lejos
del alcance de la justicia que demanda la familia Serrano Hernández y el
antorchismo nacional, en espera de nuevos motivos y oportunidades para repetir
su hazaña cuando se haga necesario.
En México forma ya parte de la cultura, y
hasta de la picaresca nacional, el tópico de que la justicia sólo se aplica a
quien carece de cualquier posibilidad o recurso para defenderse con éxito o
para comprar una sentencia absolutoria. Que sólo sobre este tipo de gente se
cumple con creces la consabida amenaza de dejar caer “todo el peso de la ley”
sobre la cabeza de quien se atreve a violarla. En cualquier otro caso, la
justicia se compra y se vende al mejor postor sin recato alguno; y cuando el
caso presenta pronunciados perfiles políticos, ya se puede ir despidiendo la
víctima de la esperanza de que con un “buen abogado”, con un bufete jurídico
“de prestigio”, o con recurso legal correctamente elaborado e interpuesto ante
los tribunales en tiempo y forma, podrá lograr que se le haga justicia “pronta
y expedita”. Todo será inútil: se le cerrarán todas las puertas y todos los
oídos; rebotarán contra el muro de la indiferencia y del contubernio entre los
poderosos todas las leyes y todos los recursos que ensaye, por oportunos,
legítimos y bien fundamentados que estén. En estos casos (aunque no son los
únicos) es dónde se pone en evidencia la naturaleza ficticia, el carácter de
pura propaganda ideológica para encubrir o maquillar la “austera verdad”, como
diría el poeta, de la tan llevada y traída división
de poderes, y en particular, la falsa “independencia del poder judicial”
frente al Ejecutivo.
Esto no debería sorprender a nadie; pero
desgraciadamente hay mucha gente que sigue creyendo en la democracia y en los
“valores” que ella engendra y tutela en teoría, como una justicia igual para
todos. No debería causar sorpresa porque hoy el planeta entero sabe que México
es uno de los países más desiguales del mundo en materia de reparto de la renta
nacional, lo cual significa (como dicen la OCDE, la CEPAL o la OXFAM) que la
riqueza se concentra, escandalosa y aceleradamente, en un grupo cada vez más
pequeño de personas y familias que, por razón natural, se agrupan y organizan
como clase dominante de toda la sociedad para mantener, acrecentar y defender
su fortuna. Y para conseguir esto, no hay camino más seguro y eficaz que
controlar el poder político de la nación, que “secuestrar” (OXFAM) y manipular
la democracia, el gobierno y toda la política en provecho propio. Por tanto,
concluyo yo, es inevitable que en tales condiciones, la división de poderes, la independencia de los tres poderes entre sí,
se torne en una pura ficción, en un puro discurso demagógico e ideologizante
para consumo de las masas pobres e ignorantes. Habrá formalmente tres poderes,
cada uno con su estructura, con funciones bien definidas, con sus titulares y
cuerpo de funcionarios; pero detrás de ellos, en la sombra y a veces no tanto,
hay un solo poder verdadero, una única casta poderosa que es la que realmente
manda y toma las decisiones importantes para la vida nacional. Es decir, como
ocurre con la Santísima Trinidad (dicho sea con todo respeto), habrá tres
personas, tres poderes distintos, pero un solo poder verdadero: el que ejercen
de facto los dueños de la riqueza nacional. Así se explica que, en casos de
cierto impacto político como el secuestro y asesinato de don Manuel Serrano
Vallejo, demandar justicia al poder judicial olvidándose de los demás, sea lo
mismo que clamar en el desierto o que quejarse con Poncio por los crímenes de
Pilatos. ¿Qué hacer, entonces? Seguir luchando sin descanso, sin desmayos de
ninguna clase, porque como dijo Trotski alguna vez, ya no importa tanto ganar
justicia para la gente, sino ganar a la gente para una lucha, larga y difícil
pero segura, en favor de una verdadera justicia para todos.