* Los sicarios lo hostigaron y luego fueron por
él * En el DF, en un café, recibió otro amago * Javier Duarte, señalado
* Del plato de Duarte a la protesta * El diputado Ahued desnuda al
Congreso * El predio de los Vidal * Grupo Ortiz se quedó con calles
y área verde * Otro lío para el alcalde.
Mussio Cárdenas Arellano | 05 agosto de 2015
Tribuna Libre.- A regañadientes se
fue Rubén Espinosa de Veracruz. Creyó en el exilio, en la distancia, en que
perdido entre la mancha urbana del DF le permitiría disuadir a los sicarios y a
los patrones de los sicarios, duartistas o no duartistas, bermudistas o no
bermudistas, y así diluir su sentencia de muerte. Pero el exilio falló.
Murió a manos de
chacales, pasado por la tortura, con un tiro de gracia, presumiblemente
colgado, en un departamento de la colonia Narvarte donde horas antes departía
con amigas y amigos, con Nadia Vera Pérez, activista social, con dos mujeres
más y luego la empleada doméstica que encontraron una final sangriento y
brutal.
Dejó Veracruz por
el asedio y las amenazas. Se fue por el clima de hostigamiento creado por el
gobernador Javier Duarte contra la prensa crítica, por sus constantes
reproches, por los amagos velados de agresión, represión o acción judicial.
Se fue después de
sentirse como aquel que tiene el arma en la sien o la daga en la espalda, por
el discurso duartista que denostaba la labor reporteril y las críticas contra
su gobierno, fundamentadas en el saqueo y la quiebra financiera, por el fracaso
de la seguridad, por la entrega del territorio veracruzano al narcotráfico.
Fotoperiodista
activo, parte de AVC, corresponsal y colaborador de la revista Proceso y de la
agencia Cuartoscuro, Rubén Espinosa tuvo su propio calvario. Sufrió represión,
golpes, el insulto, la amenaza, el embate policíaco, el ataque de las fuerzas
al servicio del secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez Zurita, en
aquel episodio de Plaza Lerdo, la madrugada del 13 de septiembre de 2013,
cuando hubo desalojo, el escenario limpio, a modo, para el grito de Javier
Duarte, el Grito desafinado de la Independencia.
Ese día lo
agredieron los esbirros del duartismo. Le quitaron su equipo fotográfico. Fue
obligado a formatear la memoria de su cámara y ver perdidas las imágenes del
zafarrancho, del uso de armas tácticas, de bastones eléctricos, de toletes para
aplastar movimiento magisterial.
Rubén Espinosa
Becerril denunció el atropello. Luego explicaría que el gobierno de Veracruz le
solicitó desistirse de la acción penal, retirar la denuncia. No lo hizo. La
mantuvo y la escaló a instancias nacionales, al mecanismo de protección a
periodistas del gobierno federal.
Muerto Rubén
Espinosa, dice ahora la Fiscalía General de Veracruz que no hay registro de
denuncia alguna por parte del fotorreportero. No en sus archivos; sí en la
instancia federal, que ha confirmado que la reactivará y el dará curso.
Junio fue un mes
decisivo en su vida. Dio seguimiento a las protestas por la agresión a ocho
estudiantes de la Universidad Veracruzana, molidos a golpes cuando un grupo
parapolicíaco, los muchachos de Bermúdez, irrumpieron en el domicilio de uno de
ellos, en Xalapa, sobre la calle Herón Proal, cerca de la Unidad de Humanidades
y del PRI estatal, y los atacaron con machetes, palos con clavos, bates de
beisbol y armas largas.
En las calles, los
estudiantes reclamaron la represión. Gritaban que agredir a uno era agredir a
la comunidad universitaria en general. Rubén Espinosa captaba con su lente la
protesta. Dejaba evidencia que no solo eran alumnos de la UV, sino activistas
sociales, defensores de derechos humanos, ambientalistas, militantes de
partidos de izquierda.
Identificó también
a agentes vestidos de civil que participaron en una conferencia de prensa,
convocada por el Partido del Trabajo, donde fue denunciado el espionaje de la
Secretaría de Seguridad Pública del gobierno veracruzano a activistas sociales.
Los tildaba de “anarquistas” y de “incómodos”. Algunos de los señalados tenían
vínculos con los universitarios agredidos la madrugada del 5 de junio.
Luego vendría la
represión y el hostigamiento. Día y noche era vigilado. Al salir de su hogar ya
lo esperaban. Lo seguían a todas partes. Después se le acercarían. Le dirían
que se hiciera a un lado. Le esbozarían que estaba en sus manos. Tendría
contacto cara a cara, cercanísima la distancia, al alcance de los sicarios.
Entonces se fue de
Veracruz. “Me caga”, dijo cuando refirió que no poder salir era la muerte, que
no tener libertad lo incomodaba, que no sabía cuando podría regresar.
Creyó en el
exilio. Se trasladó al Distrito Federal. De allá era y allá retomó su camino.
Vivió casi ocho años en Veracruz, pero el clima de hostigamiento gestado por
Javier Duarte y sus sicarios, le obligaron a dejar la entidad.
Se fue. Iba sin
recursos, según relatan las crónicas que se han escrito a raíz de su muerte.
Acudía a eventos, a protestas, a marchas en las calles, cuyas gráficas
difundían los medios para los que trabajaba.
Se imaginó libre
en el exilio. Sólo lo imaginó. Existe una referencia que apunta a que un día,
mientras se hallaba en un café, un individuo se le acercó y le dijo, así,
directo, sin mayores preámbulos, que era Rubén Espinosa, el periodista que
había tenido que salir de Veracruz.
Lo tenían ubicado.
Los sicarios iban por él. Sólo sería cuestión de esperar.
Su cuerpo apareció
sin vida, con huellas de golpes, con dos balazos, uno de ellos el tiro de
gracia, en la recámara del departamento 401 de la calle Luz Saviñón, en la
colonia Narvarte, delegación Benito Juárez, en el DF, el viernes 31 de julio.
Fue martirizado,
como si los sicarios hubieran ido a terminar el trabajo que habían comenzado en
Veracruz, cercándolo, amedrentándolo, hablándole cara a cara, diciéndole los
malvivientes que se hiciera a un lado, el dedo sobre los labios, la mirada que
retaba.
Fueron por él
cuando todo el gremio suponía que el exilio era la mejor carta de seguridad. Lo
hallaron junto a Nadie Vera, su amiga, supuestamente su pareja sentimental;
junto a Jesenia Quiroz Alfaro, una joven de 19 años, maquillista; junto a
Nicole, presuntamente colombiana; junto a Alejandra, la señora que se encargaba
del aseo en el departamento.
El exilió falló.
Los medios nacionales e internacionales lo reprueban. Aseguran que la ciudad de
México ya no sirve para perderse entre la mancha humana.
Ningún exilio
funciona si no hay un mecanismo de protección. Supuestamente Rubén Espinosa no
se acogió a él. Sólo salió de Veracruz, suponiendo que aquellos a quienes había
agraviado con sus fotografías, Javier Duarte, Arturo Bermúdez Zurita, lo
dejarían en paz.
Al exilio se fue
Andrés Timoteo, autor de Texto Irreverente, una de las columnas más punzantes
del periódico Notiver. Vive en Francia. Salió de Veracruz poco después del
crimen de Regina Martínez, su amiga y colega con quien convivió por años. Una
versión sostiene que el siguiente periodista ejecutado sería Andrés Timoteo.
Miguel Ángel López
Solana dejó Veracruz horas después que sus padres, Miguel Ángel López Velasco,
columnista de Notiver, especialista en nota policíaca, y Agustina Solana,
fueron acribillados en su hogar. Ahí murió su hermano Misael, quien era
fotorreportero de Notiver.
Miguel Ángel López
Solana se trasladó al DF. Lo cobijó el diario La Jornada. Luego viajaría a
Estados Unidos donde se mantiene bajo resguardo. Ahí se le concedió el asilo
por razones de seguridad.
Exiliados, 32
periodistas han tenido que salir de Veracruz alertados que el crimen organizado
los tiene incluidos en una lista negra. Algunos de ellos retornaron bajo su
propio riesgo. Guillermo Luna Varela se fue amenazado. Regresó y el crimen
organizado lo asesinó y desmembró una semana después del asesinato de Regina
Martínez. Apareció embolsado junto con Gabriel Huge y Esteban Rodríguez, ambos
periodistas.
El exilio funciona
bajo condiciones de confidencialidad. No se puede andar en áreas públicas, al
alcance de cualquiera.
Es efectivo el
exilio cuando la víctima queda lejos del victimario, del agresor, del sicario,
del gobernante que no soporta la crítica, de los delincuentes que operan al
amparo de la impunidad oficial. No es efectivo si sólo se deja una entidad y se
vuelve a la rutina a unos kilómetros de donde se corría el riesgo.
Quienes salieron
de México alcanzaron mayor seguridad. Quienes se fueron de Veracruz y
reiniciaron sus actividades en el DF, en Oaxaca, en Puebla, en el norte o sur
del país, en el occidente, siguen en la mira de sus verdugos.
A Rubén Espinosa
lo cazaron. Un día lo abordó un tipo en un café. Le dijo quién era y que había
salido de Veracruz. Lo tenían ubicado. Su exilio nunca fue tal. Y si lo fue,
falló.
Hoy crece la
indignación. Se alzan las voces que acusan al gobernador de Veracruz del
quíntuple homicidio, de su fobia contra Proceso, contra Rubén, contra Regina
Martínez, la corresponsal asesinada en Xalapa, el 28 de abril de 2012.
El exilio, pues,
falló.
Archivo muerto
¿Periodistas?
¿Quiénes? ¿Esos que se sientan en la misma mesa y tragan en el mismo plato del
gobernador y que luego se duelen que otros periodistas, ellos sí de a de veras,
como Rubén Espinosa, como Regina Martínez, como Moisés Sánchez, con la denuncia
en una imagen, en un reportaje, en una nota, han sido asesinados por criticar
al duartismo y al estado de caos al que Javier Duarte ha llevado a Veracruz?
Acuden al llamado del gobernador por amor al chayote, por la dádiva, por evitar
el riesgo de perder las canonjías y las prebendas. Los menos van para cubrir la
nota, registrar el discurso, captar al gordobés en una gráfica, redactar y a
ver si su medio les publica la realidad del desarticulado gobernador de
Veracruz y su mundo de fantasía política, la prosperidad a la que sólo tuvo
acceso la familia feliz, o sea, los truhanes y los pillos que han gobernado con
él. ¿Cuántos de los que lloran y lamentan la ejecución de Rubén Espinosa,
torturado y ultimado con el tiro de gracia en el exilio que se suponía le garantizaba
seguridad en el DF, son los mismos serviles que aplauden a rabiar los discursos
de la ilusión. Escuchan a Javier Duarte. Lo elogian. Le roban una foto en
grupo, una selfie, un instante. Untan su cuerpo con el bálsamo de la demagogia.
Y luego lloran por los periodistas asesinados. No jodan. Esos no son
periodistas... Con Ricardo Ahued siempre hay nota. Sube a tribuna el
diputado priísta, razona su posición, reclama unas veces entre líneas, otras
duro y sin piedad, increpa y desecha la orden. Sorprende y no, el ex alcalde de
Xalapa. Ya antes se ha abstenido de aprobar las aberraciones que envía el
gobernador Javier Duarte al Congreso de Veracruz. O de plano las vota en
contra. Reprobó la reclasificación de valores catastrales, solicitada por 22
municipios, porque no le enviaron la información para estudiarla, y porque el
predial habrá de afectar la economía de los contribuyentes, incluidos muchos de
la tercera edad. Habló de voracidad económica. “No podemos seguir
legislando así compañeros, porque mañana nos la van a cobrar afuera los
ciudadanos y más ahorita con un tema en donde a la gente no le alcanza para
pagar, donde los pensionados tienen que pagar predial”, dijo Ricardo Ahued
Bardahuil. Reclamó que no le hayan entregado las actas de cabildo de los 22
municipios con sus respectivas tablas que establecen cuáles serán los valores
catastrales en 2015 y cuál será el valor en 2016. Votó en contra Ricardo Ahued
en uno más de sus actos de congruencia. Se enfrentó a la borregada priísta y a
los pseudopositores que todo le avalan a Javier Duarte. Hubo mayoriteo pero aún
perdiendo, Ricardo Ahued exhibió que los priístas votan a ciegas, serviles, sin
reparar en el daño que le provocan al pueblo. Entre los 22 municipios que
tendrán nuevos valores catastrales, están Xalapa y Coatzacoalcos. Ahued desnuda
otra vez al Congreso de Veracruz... Otro conflicto por tierras. Denuncian los
herederos de Mario Vidal Rivera despojo de una fracción de terreno en la
colonia Ampliación López Mateos. Suscrito por Irasema Marinca Vidal Aguirre,
apoderada de la familia, un oficio dirigido al alcalde Joaquín Caballero
Rosiñol establece que la empresa Grupo Ortiz se aposentó sobre su predio de mil
521 metros cuadrados, adquirido a Corett en 1983, pero que también se agenció
parte de las calles Palmas y Gardenias, así como áreas verdes. Implica el caso
al líder transportista Ramón Ortiz Cisneros, de la CTM, célebre por su protesta
contra el gobierno de Veracruz por un adeudo de 10 millones de pesos en la obra
del túnel sumergido de Coatzacoalcos. Amén de la demanda civil que interpondrá
la familia Vidal Aguirre, al alcalde Joaquín Caballero le toca el rescate de
las vialidades y el área verde. En el oficio, Irasema Marinca Vidal Aguirre
esboza términos como incumplimiento del deber legal, responsabilidad,
obligación. “El Sr. Ramón Ortiz Cisneros, de Grupo Ortiz, se ha aprovechado de
la inoperatividad municipal —y quisiera pensar que no existe negligencia o
complicidad— además de las responsabilidades en que incurra usted Señor
Presidente municipal por omisión y/o incumplimiento de un deber, y así se ha
apoderado de manera flagrante de la vía pública. Eso, ingeniero Joaquín
Caballero, es sumamente grave”, refiere el documento. Le demanda la entrega del
acuerdo de cabildo en que se haya solicitado al Congreso de Veracruz la
autorización para donar o vender áreas verdes y vialidades; si no hubo venta o
donación de las áreas verdes y vialidades, proceder judicialmente contra Ramón
Ortiz; identificar al notario público que pudiera haber validado el despojo a
los bienes municipales, y cancelar cualquier registro en Catastro haciendo
efectivo el que acredita a Mario Vidal como comprador ante Corett y a sus
herederos como titulares del predio. Uno conflicto más por la tenencia de la
tierra. Menudo lío para el alcalde...
twitter:
@mussiocardenas