* Torturado, baleado, colgado * Era
corresponsal de Proceso, Cuartoscuro y AVC * Dejó Veracruz hostigado por
la policía represora * La hipótesis del crimen político * Exigen
investigar el móvil de su trabajo periodístico * “No quiero que pase lo
que a los estudiantes de la UV” * “Fue Duarte”
Mussio Cárdenas Arellano | 04 agosto de 2015
Tribuna Libre.- Hostigado,
golpeado, espiado, Rubén Espinosa se fue de Veracruz lanzando pestes, salvando
su vida, lejos de los sicarios autorizados, lejos de Javier Duarte. Burló a la
mano criminal sin imaginar que esa mano criminal lo alcanzaría en su refugio,
en el DF. Hoy está muerto.
Brutal, su muerte
estremece. Hiere a un gremio, el de prensa, en el que Rubén Espinosa hacía
fotoperiodismo, vinculado estrechamente a los movimientos sociales, a la protesta,
a la denuncia contra el duartismo, al activismo social, a diario su
descripción en imágenes del Veracruz harto de corrupción y atropello, de
injusticia e impunidad.
Lo hallaron con
huellas de tortura, dos impactos de bala, amordazado con cinta industrial,
cinta plateada, colgado.
“El cuerpo de
Rubén estaba muy golpeado de la cara, presumiblemente torturado y con dos
impactos de bala, reveló su hermana a sus compañeros y amigos fotoperiodistas.
Trascendió que se le halló pendiendo de una cuerda”, relata Nantzin Saldaña del
portal 24 Horas.
Había cuatro
cuerpos más. Uno era de Jesenia Quiroz Alfaro, de 19 años de edad. Otro era de
Nadia Vera, originaria de Chiapas, egresada de la Universidad Veracruzana,
antropóloga social, miembro del Movimiento #YoSoy132 y activista social. Era
amiga de Rubén Espinosa aunque algunas versiones citan que era su pareja
sentimental.
Dantesca escena,
sangriento escenario, en el departamento 401 de Luz Saviñón 1909, colonia
Narvarte, delegación Benito Juárez, zona de clase media alta, tranquila, muy
cercana a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes del gobierno federal.
Ahí se hallaban
los cinco cadáveres. Los encuentra una de las jóvenes que habitaban el lugar.
Salió a trabajar y al volver abrió la puerta y se topó con el primer cuerpo.
Horrorizada, temerosa, se alejó. Dio aviso a la policía.
De Rubén Manuel
Espinosa Becerril se le supo con vida hasta el jueves 30. Hubo reunión en ese
domicilio y ahí pernoctó. A eso de las 2:30 de la tarde, el viernes 31, envió
un mensaje a un amigo. Supuestamente se dirigía a su hogar. Sin embargo, no
llegó.
A las 19:30, una
de las habitantes del departamento de Luz Saviñón encontró los cuerpos sin
vida. Llegó la policía. Notificó al Ministerio Público. Esa noche trascendió lo
del quíntuple homicidio, viral en las redes sociales, pero no se identificó a
nadie.
Una hermana de
Rubén Espinosa, inquieta por no saber de él, llamó a un amigo que había estado
en la reunión del jueves 30. Era sábado 1 de agosto. Ambos fueron al lugar. Vieron
el edificio acordonado y supieron de la tragedia. Horas después lo vieron.
Yacía sobre una plancha en el Servicio Médico Forense, el cuerpo de Rubén
agredido, torturado, baleado, la expresión de la barbarie en su humanidad.
Ya para entonces
trascendía la masacre. Rubén Espinosa se convertía en el catorceavo periodista
veracruzano o que realizaba su trabajo periodístico en Veracruz, asesinado
durante el régimen duartista.
Presa de la
vorágine, la prensa crítica de Veracruz alertaba al mediodía del sábado 1 de la
ausencia de Rubén Espinosa. “Está desaparecido el corresponsal de Proceso, AVC
y Cuartoscuro”, difundían. Mantenían esa línea en su información, en sus
portales, en sus redes sociales, mientras en corto se agolpaban las versiones
funestas.
Pedía la familia
no dar por cierta versión de la muerte del reportero gráfico hasta confirmar.
Sin embargo, a esa hora la agrupación defensora de la libertad de expresión
Artículo 19 confirmaba el desenlace fatal.
Se desliza la
hipótesis del crimen político. Javier Duarte es el centro de la sospecha,
acusado abiertamente, señalado de ordenar la muerte de Rubén Espinosa,
implicado en la voz de los que marchan y protestan, de los que toman el Ángel
de la Independencia, la representación del gobierno de Veracruz en el DF, Plaza
Lerdo en Xalapa, los que encaran al gordobés en Córdoba, en Veracruz, en
Coatzacoalcos. “Fue Duarte”, expresan. “Gobierno
duartista asesino de periodistas”, reclaman. “Javier Duarte Estado asesino”,
exclaman.
No halla cómo
contener la Procuraduría de la capital el embate de la prensa y la certeza de
que Rubén Espinosa lo ultimaron por su trabajo periodístico y por su activismo
social, perseguido y hostigado por el gobierno duartista, golpeado por una
policía con instintos criminales, la de Arturo Bermúdez, la de Javier Duarte,
la que usa toletes y bastones eléctricos para enfrentar el derecho de los
veracruzanos a manifestarse y a hablar con libertad.
Rubén Espinosa
sintió la mano del poder el 13 de septiembre de 2013. Cubría el plantón de maestros
en Plaza Lerdo, en Xalapa. Trascendía que habría desalojo. Y así fue. De
madrugada llegaron los robocop de Javier Duarte. Arremetieron contra todos.
Pegaban, pateaban, usaban los escudos como arma, soltaban la descarga
eléctrica.
Rubén iba captando
la desmedida fuerza del desgobierno duartista. Sus imágenes se acumulaban en el
equipo fotográfico. De pronto la policía lo detuvo, lo encapsuló, le obligó a
formatear la memoria de la cámara, a no dejar huella. Y luego lo agredieron.
Siguió en lo suyo.
Cubría protestas, que son a diario en Xalapa, por incapacidad, por
valemadrismo, por negligencia del gobierno. Una de ellas tuvo que ver con la
agresión a ocho alumnos de la Universidad Veracruzana, la madrugada del 5 de
junio, cuando un grupo parapolicíaco, entrenado en la Academia El Lencero, como
fue exhibido de inmediato en las páginas del diario Notiver, arremetió contra
ellos.
Los vapuleó con
bates de beisbol, palos, macanas, bastones eléctricos y hasta un arma larga.
Iban encapuchados, aunque uno de lo agresores llevaba el rostro descubierto,
fácil de identificar.
Rubén Espinosa
participó en otro episodio altamente corrosivo para el gobernador de Veracruz:
la recolocación de la placa con la que la prensa denomina Plaza Regina Martínez
a la Plaza Lerdo. Alude a la corresponsal de Proceso, asesinada el 28 de abril
de 2012, en su casa, en Xalapa, cuyo crimen aún permanece impune, fabricados
los culpables, uno libre y otro al que le violaron sus derechos y por lo cual
ya no puede ser juzgado por ese delito.
Lo de los
estudiantes de la UV y la recolocación de la placa en la Plaza Regina Martínez
marcaron su salida de Veracruz. Así se planteó en este espacio, el 17 de junio:
“ ‘El pasado
miércoles, tres hombres corpulentos, con actitud sospechosa y sin retirar sus
miradas intimidatorias, me tomaron fotografías en las afueras de mi casa, ellos
iban acompañados de un taxi… un sujeto, con bermudas blancas, playera azul de
un equipo de futbol y zapatos de vestir, hizo movimientos corporales con toda
la intención de que yo me percatara de que me estaban tomando fotografías’.
“Ya los había
visto afuera de su casa. Los vio por la mañana pero ‘no presté tanta atención’.
“Posteriormente,
tras cubrir el diálogo entre estudiantes y directivos de la Universidad Veracruzana,
luego de la agresión que sufrieran los ocho alumnos, la madrugada del viernes
5, caminaba sobre la avenida Xalapeños Ilustres. Otros sujetos de ‘complexión
delgada pero musculosa’ le hicieron saber que tenía que ‘quitarme del camino’
si no quería ser agredido.
“ ‘Algunos metros
más adelante, al pasar por las instalaciones de la Policía Auxiliar, otros dos
tipos, morenos, de cabello corto, corte tipo militar, que se encontraban en la
parada de autobuses, afuera de una carnicería, me siguieron.
Uno avisó al otro
con el codo, me señaló con la mirada y de nueva cuenta no dejaron de seguir mi
trayecto a lo que me resguardé en una tienda de artículos para bebé que se
encuentra a contraesquina de la carnicería, los tipos cruzaron la calle, uno de
ellos volteó, me retó con la mirada por última vez y se retiraron del lugar’,
dijo Rubén Espinosa.
“Sus temores
tienen un por qué. Rubén Espinosa fue uno de los periodistas que se percataron
que en la conferencia de prensa del Partido del Trabajo, en Xalapa, había tipos
armados. Vestían de blanco. Dialogaban con los ‘orejas’ del gobierno.
“Ahí reveló el PT
que el gobierno de Veracruz tenía una lista de estudiantes, activistas,
defensores de derechos humanos, ambientalistas, militantes de partidos
políticos, catalogados como ‘incómodos’.
“Filtrado al PT,
el documento se denomina ‘Balance Electoral 2015’. Lo elaboró o pasó por la
Secretaría de Seguridad Pública del gobierno veracruzano y en ella se tilda a
los ‘incomodos’ de ‘anarquistas’ y ‘desestabilizadores de elecciones’.
“Rubén Espinosa
participó en la colocación, por segunda vez, de la placa con el nombre de Plaza
Regina, en Plaza Lerdo, frente al palacio de gobierno, en Xalapa. Una vez la
pusieron, fue retirada, la volvieron a colocar y acaba de desaparecer, obvia la
irritación del gobernador, obvia la afrenta, obvia la repulsa porque el crimen
de la periodista Regina Martínez Pérez, corresponsal de Proceso en Veracruz,
fue un antes y un después para Javier Duarte.
“Ese 9 de junio,
Rubén Espinosa participó en la recolocación de la placa. A su lado y de frente
tenía a ‘orejas’ del gobierno. Con ellos había pseudoperiodistas infiltrados,
uno de ellos que se hacía pasar por reportero de Imagen del Golfo, desmentido
luego por el propio portal.
“A Rubén Espinosa,
como a otros periodistas, le tomaron fotografías. Y después comenzó el asedio,
hostigado, con la amenaza constante”.
Cuando se fue de
Veracruz, externó su enfado. “Me molesta, me caga estar así, aislado, con
miedo, no poder chambear a gusto, pero prefiero salirme, antes que me pase lo
que a los estudiantes”, dijo.
Lo de él fue peor.
No lo apalearon, lo mataron. Pasó por una sesión de tortura, maniatado,
golpeado, colgado y finalmente con dos impactos en el cuerpo, uno de ellos el
tiro de gracia, según la versión del procurador capitalino, Rodolfo Ríos Garza.
Su muerte atrapó a
Javier Duarte. Lo increpa Veracruz, salvo los beneficiarios de su desgobierno.
Lo acusa la prensa libre, la intelectualidad, los activistas sociales, los
defensores de derechos humanos. Le gritan que detrás del crimen está él, Javier
Duarte de Ochoa.
Por represor, por
agresor, por violador de la ley, la prensa nacional e internacional señala la
responsabilidad de Javier Duarte en el crimen de Rubén Espinosa. El País, de
España; Jorge Ramos, de Univisión; Proceso, La Jornada, El Universal, Raymundo
Rivapalacio, Julio Hernández López, Jenaro Villamil, decenas de comunicadores
le imputan que es culpable.
Rafael Rodríguez
Castañeda, director de Proceso, exige que se tome como principal línea de
investigación el trabajo periodístico de Rubén Espinosa.
Carga el
gobernador de Veracruz con el peso de sus errores, por su fobia a la prensa
crítica, por el desdén a todo señalamiento, por su torpe afán de creer que la
realidad es como se la pintan sus aduladores, los bufones del elogio, los
textoservidores que le cuestan una millonada al erario y que no sirven para
recomponerle la imagen.
Javier Duarte
tiene una policía violenta, incapaz de abatir la delincuencia pero
extremadamente agresiva con la sociedad. Su punto culminante lo alcanza cuando
agrede a los periodistas críticos, a quienes cubren la protesta, a quienes
registran con sus cámaras la irritación popular y el repudio a un remedo de
dictador, al fan de Francisco Franco. Así era Rubén Espinosa.
Lo grave es que
Rubén Espinosa creyó en el exilio. Salió de Veracruz, se acogió a la protección
que da el DF. Hacía su vida tranquila, añorando volver a suelo jarocho, cuando
la mano criminal, que suponía había dejado atrás, lo alcanzó.
Si Javier Duarte
tuviera vergüenza habría renunciado. Pero no la tiene.
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