Aquiles Córdova Morán | 11
septiembre de 2015
Tribuna Libre.- El sábado 29 de agosto, a eso de las 9:30 de
la noche, dejó de existir un hombre asaz extraordinario, el doctor Juan Manuel
Celis Ponce. Era médico egresado de la UNAM, con especialidad en la prestigiosa
institución conocida como “Escuela Médico Militar” que ha dado, y sigue dando,
algunos de los más destacados profesionales de la medicina de nuestro país, esa
ciencia y arte a la vez, cuyo objetivo es el cuidado de la salud y, por tanto,
la conservación de la vida humana por el mayor tiempo posible y con la mejor
calidad que las circunstancias particulares de cada quien permitan. Después de
concluir sus estudios de medicina general, se especializó en el tratamiento de
las enfermedades del corazón, es decir, era un especialista en cardiología.
Conocí al doctor Juan Manuel Celis Ponce hace
muchos años, cuando él, en la plenitud de su vida y de sus facultades, ejercía
su profesión en una pequeña clínica ubicada en la comunidad de Tepexpan,
municipio de Acolman, Estado de México, a la par que atendía su consultorio
privado en Texcoco, municipio muy cercano al primero, y yo cursaba los últimos
años de mi carrera en la hoy Universidad de Chapingo. Pude darme cuenta desde
entonces que ese hombre, ese profesionista dedicado a aliviar el dolor humano,
no hacía de su profesión una sanguijuela para extraer el jugo vial de sus
clientes y de ese modo hacerse rico lo más rápido que le fuera posible; que no
era su objetivo principal amasar una fortuna que le permitiera alcanzar un
destacado estatus social y que le garantizara una vejez tranquila y libre de
apremios económicos. ¿Que cómo lo supe? Muy sencillo: porque era fácil ver que
el grueso de su clientela no provenía de los estratos de más altos ingresos,
sino precisamente de los menos favorecidos en este aspecto, de los que menos
ingresos obtienen y menos oportunidades encuentran para acceder a la medicina
de calidad y al alcance de sus magros bolsillos.
Tampoco era difícil darse cuenta de que el
doctor Celis era un profesional muy respetado entre los de su gremio en Texcoco
y Tepexpan, el área donde ejercía sus conocimientos, ni que gozaba de gran
reputación entre sus pacientes, presentes y pasados, por su saber, por su extraordinario ojo
clínico que le permitía diagnosticar con rapidez y certeza la enfermedad de sus
clientes y recetar, por tanto, el tratamiento correcto, y por su destreza como
cirujano, arte mediante el cual salvó numerosas vidas a lo largo de la suya,
noble y fructífera. Y a pesar de todo ello, el precio de sus consultas era
realmente modesto; los presupuestos de hospitalización y atención especializada
que ofrecía a sus pacientes bastante moderado y con servicios de muy buena
calidad, todo con la intención evidente de que pudiera ser cubierto con los
reducidos ingresos de las clases populares. Como consecuencia natural de esta
política, el doctor Juan Manuel Celis Ponce nunca fue un hombre rico, aunque su
trabajo le permitió poner a su familia al abrigo de privaciones exageradas y
dar a sus hijos la educación que cada uno de ellos demandó. Este resultado
final fue, y es hoy, la máxima e irrefutable prueba del humanismo y la honradez
con que ejerció la medicina y a los que me he referido renglones arriba.
Sin embargo, aunque mi conocimiento de este
hombre extraordinario data de la época que he dicho, mi amistad y trato más
cercano con él y con su querida esposa, Sarita Aguirre (hoy viuda de Celis),
tuvo que esperar todavía varios años. Tal acercamiento, que tanto me enriqueció
espiritualmente y tanto me ha ayudado a sobrellevar las angustias y penalidades
propias del camino que he elegido en la vida, sólo se produjo cuando el
Movimiento Antorchista Nacional se acercaba ya a su adultez y, con ello,
también la maduración política como líder del antorchismo poblano del Ing. Juan
Manuel Celis Aguirre, hijo del matrimonio formado por el doctor Celis y Sarita
Aguirre. Fue entonces, hará unos 15 años tal vez, cuando pude tratar y conocer
de cerca al doctor y a toda la familia Celis Aguirre (son tres hermanos más
aparte de Juan Manuel Jr.: Héctor, ingeniero agrónomo como Juan Manuel,
Patricia y la escritora Claudia, todos ellos, obviamente, Celis Aguirre), y
pude apreciar de cerca la rica personalidad y el genio creador del doctor
Celis. Pude comprobar que no sólo era un médico y un cardiólogo eminente, sino
que era, además, un ser humano fuera de lo común, con un desarrollo integral
asombroso. Puedo decir, sin exagerar y sin mentir, que el doctor Celis resultó
ser la encarnación del ideal educativo y formativo que propone y persigue,
desde su nacimiento, el Movimiento Antorchista Nacional, el modelo del hombre
nuevo que nosotros perseguimos.
Para respaldar esta afirmación, diré que el
doctor Celis, además de un excelente deportista, destacado jugador de Squash
hasta que su salud se lo permitió, era un
buen conocedor de casi todos los deportes más comunes de nuestra época.
Pude escucharle, presenciando algún encuentro de cualquiera de ellos,
comentarios certeros, oportunos y difíciles de captar por un observador no
familiarizado con tales disciplinas deportivas. Era un excelente guitarrista a
quien escuché música popular y trozos clásicos de Chopin, de Bach o de de
Falla, trasladados a la guitarra; su repertorio popular, de música mexicana y
latinoamericana en general, era variado, muy escogido y él lo interpretaba con
elegancia, acierto y belleza, acompañándose él mismo con su instrumento. Era un
pintor con cierto dominio de la técnica, del dibujo, de la línea y el color,
así como de la luz y de la sombra. Conservo un ejemplar suyo que amablemente me
regaló alguna vez. Era un buen catador de vinos, a un nivel suficiente como
para impartir conferencias sobre este difícil arte a públicos entendidos en la
materia; y era también un gourmet, buen
conocedor de la cocina mundial y de la mexicana en particular. Finalmente, y
sólo como ejemplos escogidos, diré que era un conversador excelente que
incursionaba con tino y buena información en temas complejos y poco comunes en
nuestro medio. Repetiré, para cerrar esta semblanza torpe e incompleta, lo que
dije varias veces ante públicos antorchistas, con o sin su presencia personal:
el doctor Juan Manuel Celis Ponce es el hombre más inteligente, agudo y
cultivado que yo he tenido el privilegio de tratar en mí ya larga vida.
Pero no sólo por eso escribo estas líneas; ni
tampoco sólo por ser padre de un Antorchista muy destacado, el hoy diputado y
secretario de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, el Ing. Juan Manuel
Celis Aguirre, sino porque era también, junto con su esposa Sarita y su hija
Patricia, un antorchista firme, valiente y decidido, que dio la cara por
Antorcha, sin miedo ni vergüenza, en un medio muy hostil y prejuiciado en
contra de nuestra organización; que jamás negó su simpatía por el pueblo pobre
organizado en nuestras filas. Pocas veces tomó la palabra el doctor Celis ante
los antorchistas; pero cuando lo hizo, nos dio siempre una lección de valor,
serenidad y realismo; nos previno enfáticamente contra el triunfalismo fácil y
contra el optimismo anestésico y paralizante, advirtiéndonos del peligro
siempre agazapado en la sombra y del que nunca debemos desentendernos. Su fe,
su opinión y su convicción profunda sobre el antorchismo quedaron
indeleblemente expresadas en el himno nacional de nuestra organización, una
bella, marcial y entusiasmadora marcha triunfal, cuya letra y música son obra
del genio creador del doctor Juan Manuel Celis Ponce.
¡Salud y hasta siempre, mi querido doctor! Mi
deseo más hondo y sentido a raíz de la muerte de usted, es el mismo que
expresara el gran poeta argentino Arturo Capdevila en su poema “Pórtico de Melpómene”: que se cumplan
en usted el “sit tibi terra levis y
el requiescat in pace”. Y que algún día, pronto tal vez, podamos
volver a darnos la mano allá en la eternidad.