* Quiere callar al sacerdote de los migrantes
* Pastores evangélicos de la cuadra duartista * ¿Y si algo le ocurre a
Solalinde? * Nahle no puede gobernar Veracruz * Jesús Lastra ya
reportea en otros cielos * Su estilo, irritar; su compromiso,
informar * Petroleros y también aviadores
Mussio Cárdenas Arellano | 01 septiembre de 2015
Tribuna Libre.- ¿De qué es capaz
Javier Duarte? De todo. Increpa y hostiga a Alejandro Solalinde, con su voz y a
trasmano, con lodo suyo y con la visión distorsionada de un puñado de
pastorcillos evangélicos que pretenden reprimir y callar, o silenciar, al
sacerdote defensor de migrantes.
Ínfima su moral,
invoca el gobernador de Veracruz a un Dios que sabrá si oye a los impíos y le
pide que Solalinde canalice “todo ese coraje y resentimiento que expresa contra
las instituciones y lo pueda canalizar en contra de los verdaderos criminales”.
Llega el discurso
de Javier Duarte cuando Solalinde Guerra, el director del albergue Hermanos en
el Camino, tilda al gobierno estatal de Estado criminal que atenta contra los
periodistas, que recuerda que Veracruz es una fábrica de desaparecidos y que
aquí el crimen organizado toma a los indocumentados y los obliga a convertirse
en sicarios.
Le dice Javier
Duarte que ojalá pueda canalizar ese coraje contra “aquellos que tanto dañan y
lastiman a nuestra sociedad, incluidos los migrantes y los periodistas que han
sido afectados por ellos”.
Y luego diría: “Es
una pena que se quiera aprovechar de la desgracia de hermanos que han vivido
situaciones difíciles para sacar un provecho político al hablar de partidos y
organizaciones partidistas; eso definitivamente no se vale, eso es inmoral y no
es propio de una persona de Dios”.
Remata el
gobernador con sus lastres mentales, los fantasmas y el delirio: “Es un hombre
bueno —dice— que defiende una legítima causa, sólo que lamentablemente, hay
personas que se aprovechan de él para jalar agua a su molino”.
Una frase irónica
definió a un Javier Duarte que debe haber aprehendido teología en un curso por
correspondencia: “Que Dios bendiga al padre Alejandro Solalinde”.
Y algo más:
“Quienes buscan verdaderamente el bien común, deben ser factor de unidad, no de
enfrentamiento, debemos unirnos en un mismo fin y propósito”.
Dios es grande,
pero quizá no para atender el ruego de un artífice de la inseguridad y, con su
omisión, del baño de sangre en Veracruz, gobernador del Estado fallido, ahora
Estado criminal.
Día agitado para
Alejandro Solalinde. Se hallaba en el café La Parroquia de Veracruz. Habló y
convivió con jóvenes por la mañana. Luego saludó a un grupo que se hallaba a
metros de distancia. No era prensa ni seguidores. Era un grupo de pastores
evangélicos.
Uno de ellos,
Víctor Villalbazo Hernández, cuestionó la visión de Solalinde sobre Veracruz.
Le dijo: “Para mí, viene usted a dar un mal ejemplo. No hay una inseguridad
total. Hoy vemos en las calles más elementos de la Armada de México, del
Ejército Mexicano, los policías que vienen. Además sí hay libre tránsito y
existe libertad de expresión”.
Sin exaltarse,
cuestionaba al presidente de la Pastoral Social de Movilidad Humana Pacífico
Sur del Episcopado Mexicano:
“No vamos a decir
que es todo miel sobre hojuelas. Pero viene usted a hablar de Veracruz muy mal,
cuando en Oaxaca las cosas están peor”.
Solalinde se
acercó a su mesa. Los saludó. Se expresó con respeto. Recibió a cambio un
reclamo directo, cargado de falsedad. “No hay inseguridad total”, le dijo el
ministro Villalbazo. “Hay libre tránsito y libertad de expresión”.
Reviró Solalinde
con una felpa brutal: “Me da gusto conocer a una Iglesia agradecida. Qué
bueno que el gobernador sea su ídolo, pero yo hablo de Veracruz porque soy
mexicano. Jesús me envió para hablar de la verdad”.
Y remató:
“Usted por ejemplo
no habla de los periodistas desaparecidos, la persecución contra éstos, de los
desaparecidos, de la corrupción. ¿Usted qué está haciendo al respecto, qué ha
hecho usted? Qué pena que lo haya mandado el gobernador para decir eso. Yo
discutiría con usted cuando quiera hablar de la fe, pero no ahora que lo
mandan”.
Días antes los
pastorcillos de Javier Duarte fueron vistos en la mesa del secretario de
Gobierno, Flavino Ríos Alvarado. Niegan que les diera línea. Admiten ese
encuentro.
A los periodistas
que atestiguaron el choque verbal, les queda claro que “no fue un encuentro
fortuito ya que su mensaje sonaba preparado”.
Sostienen los
pastores que Oaxaca, de donde viene Solalinde, está peor. No es así. Allá no
tienen 14 periodistas asesinados en cuatro años y medio como ocurre con el
gobierno de Javier Duarte.
Existe en Veracruz
libertad de expresión. No la usan los textoservidores, las plumas que se rentan
al duartismo, los cómplices del silencio, los aplaudidores a sueldo, un
ejército de inútiles que con nada, ni con el mejor de sus alaridos, podrían
revertir la debacle de imagen de Javier Duarte, propiciada por el desgobierno,
la crisis financiera, el rezago social y la violencia sangrienta.
Evidencian los
pastores, en voz de Víctor Villalbazo, la sumisión de sus iglesias a un
gobernante que dejó crecer al crimen organizado, que lo dejó pasar, que
incumplió su obligación de otorgarle seguridad a la sociedad, pues fue más
lucrativo que las instituciones terminaran siendo avalladas por la
delincuencia. Duarte es su ídolo.
Dice Javier Duarte
que Solalinde se expresa contra las instituciones de Veracruz. Falso. Alejandro
Solalinde no ataca a Veracruz ni a sus instituciones. Fustiga a quienes las han
pervertido, a quienes han dejado en la indefensión al pueblo, a quienes han ocultado
la dimensión real de la desaparición de personas y el cementerio clandestino a
lo largo de la entidad.
Solalinde no vive
en el resentimiento sino en la verdad. Exhibe la degradación de un gobierno
manchado de sangre, con muertos a diario, con levantones y secuestros, con
cuerpos que aparecen mutilados o con tiro de gracia, con ejecuciones a plena
luz del día.
En su paso por
Veracruz, Alejandro Solalinde cuestionó a la curia católica. Describió a un
grupo de obispos de vida cómoda, gente de bien pero sin asumir la defensa de
los veracruzanos.
Le responden con
un llamado a la prudencia, a cuidar sus palabras, a no llegar a casa ajena y
escandalizar.
Sin embargo, el
obispo de Córdoba, Eduardo Patiño Leal, lo secunda. Solalinde no sólo habla mal
de Veracruz, dice. No se tiene por qué callar una verdad si existe. De otra
manera –afirma—, “¿cómo se resolverán si tapamos ojos y oídos?”.
Lava, pues, Javier
Duarte sus lodos con afrentas, su lengua dispuesta para descalificar a quien
viene a develar la verdad de los migrantes, su terrible realidad, muchos
forzados a ser sicarios, otros al trasiego de droga, las mujeres a
prostituirse.
Usa lenguaje
provocador el gobernador de Veracruz, creído que Solalinde va a abdicar. Qué
poco conoce al sacerdote de los migrantes, enfrentado a poderes mayores en su
apostolado y en su misión por la dignidad, el rescate, la seguridad de quienes
sólo buscan un mejor lugar para enfrentar la pobreza, la marginación, el olvido
y la represión en sus países.
Mal tino el de
Javier Duarte. Confrontar así a Solalinde implica un riesgo superlativo. ¿Qué
pasaría si tras su violento discurso le ocurre algo al sacerdote de los
migrantes?
Seguro que no lo
pensó.
Archivo muerto
Morena sólo tiene
dos opciones: Manuel Huerta Ladrón de Guevara, diputado federal saliente por el
distrito II del DF, y Cuitláhuac García, diputado federal entrante por Xalapa
Urbano. A dos se ajusta la lista de los candidateables para Veracruz, las
cartas del Peje López Obrador. Manuel Huerta, xalapeño, con orígenes en
Naolinco, proviene de UCISV-VER, la organización demandante de vivienda de los
80 y 90, para luego pasar al PRD, alcanzando dos curules, una de 1991 a 1994 y
otra en el Congreso que está por fenecer, siendo el más crítico y contundente
legislador de la Legislatura federal actual. Quien no reúne el requisito legal
es Rocío Nahle García, ganadora de la diputación federal por Coatzacoalcos, y
ahora coordinadora del grupo parlamentario del Movimiento de Regeneración
Nacional en el Palacio Legislativo de San Lázaro, con un bagaje incuestionable
en su lucha contra el desmantelamiento de la industria petrolera, aunque
tormentosa en sus días en el perredismo. Dice la Constitución de Veracruz que
para ser gobernador se requiere ser veracruzano por nacimiento o hijo de padre
o madre veracruzano, aún habiendo nacido en el territorio nacional o en el
extranjero (artículos 11 y 43). Rocío Nahle es zacatecana, nacida en Río
Grande, el llamado Granero de la Nación. Su hermano es Arturo Nahle García,
priísta, perredista, priísta, colaborador de Marcelo Ebrard, de Jesús Murillo
Karam, secretario de gobierno con Ricardo Monreal en su estado natal, diputado
federal, procurador de Zacatecas y ahora subsecretario en la SEDATU de Enrique
Peña Nieto. Pudiera haber sido un as en la baraja de López Obrador para
Veracruz, pero Rocío Nahle es originaria de Zacatecas. Y la Constitución de
Veracruz le impide que lo gobierne, en el remotísimo caso de que Morena llegara
a ganar la elección de 2016... Rudo, perspicaz, a veces irritante, fustigaba a
preguntas Jesús Lastra a sus entrevistados cuando rehuían la verdad. Unos lo
evadían, otros admitían el reto, algunos más encontraban en el viejo periodista
el canal para exponer la protesta, para vaciar el dato revelador, para dar la
información precisa. Lastra, el callado Lastra, el bromista Lastra, el sociable
Lastra, era ácido al hablar del sector público, de los corruptos, de las
transas, de las fortunas malhabidas, del cinismo con que se roba el dinero del
pueblo, del atesoramiento del poder. Y de eso escribía, su pluma indoblegable,
donde cabía, donde le dieran cabida, donde lo aguantaran. Reporteó sin freno,
en Importante, en Contacto, en Sotavento, en Diario del Istmo, en Tribuna, en
Liberal, en Gráfico Sur, en Heraldo de Coatzacoalcos, en la radio, corresponsal
de Uno Más Uno y luego de La Jornada. En cuatro décadas hizo periodismo
crítico, aguerrido, sin dejar a un solo personaje que debiera ser confrontado
con su realidad y la realidad del pueblo al que deseara gobernar, al alcalde o
regidor, al diputado o gobernador o senador. Lo escuché quejarse de la viruta
que producen las universidades de periodismo, “chavos que no saben ni qué
chingaos preguntar”, me dijo en infinidad de veces. O “compañeros que nomás
están pa’ chingarse un chayote”, reclamó enchilado y divertido. “Bueno, que las
hagan pero con discreción”, y reía más. Fue periodista sin amor al dinero.
Publicaba aunque no hubiera pago. Lo hacía por las simples ganas de que no se
ocultara la verdad. Quiso ser un actor del presente. Pasó por el IFE como un
consejero electoral que no transigía ni burlaba la ley, que obligaba a que
partidos y candidatos, funcionarios y hasta a la sociedad, se apegaran a la
norma electoral. Jesús “Chucho” Lastra ya reportea en otros cielos. Se fue
cuando llegaba a los 71 de edad. Lo vi enfermo un día, a las puertas del Seguro
Social, su presión baja, sin perder su espíritu crítico. “Y el pinche doctor
quiere bajármela más, que porque me duele la cabeza”, me expresó. “Ha de ser
gobiernista y me quiere matar”, soltó entre risas. Lastra se fue este viernes
28, agobiado por la enfermedad, sin que se pueda borrar de la mente esas
entrevistas en que ponía a temblar al personaje público, que gozaban sus
compañeros de batalla y que irritaban a los textoservidores. Para su familia,
nuestra solidaridad. Para el periodismo de a de veras, una pérdida
irreparable... ¿Cómo así?, pregunta Jairo, el amigo colombiano. Que trabajan en
Pemex y cobran en la nómina del ayuntamiento de Coatzacoalcos. Les hace el
favor conocido personaje cuyo argumento es que ahí, en la ex paraestatal, ahora
empresa del estado, su clan de aviadores ganan una miseria y, por eso, sólo por
eso, hay que apoyarlos para que los niños puedan seguir en colegios
particulares, renovar la minivan de la señora, asegurar que cada año se den las
merecidas vacaciones a las que todo cobra-sin-trabajar tiene derecho. Pero no
hay dinero, dice la versión oficial...
twitter:
@mussiocardenas