Edgar Hernández * | 08 septiembre de 2015
Tribuna Libre.- Ser universitario
en mis tiempos lo era todo… hoy también.
Orgullo de mi
familia, en donde solo tres de once pudimos llegar a la universidad ya que los
otros por cabeza dura o porque habían sido rechazados se quedaron con
empleos de media cuchara para el resto de sus vidas.
Estar o ser parte
orgullosa de una universidad pública, insisto, lo es todo.
¿Cómo olvidar,
para quienes egresamos, la más importante etapa de crecimiento escolar de
nuestras vidas? ¿Cómo tirar a la basura esos momentos en donde no traías un
centavo pero sí muchísima hambre mientras tu escuela no te regateaba nada?
La Universidad es
gratis. Lo seguirá siendo pese a las embestidas retrógradas.
Las cuotas de
inscripción eran y seguirán siendo mínimas con derecho al uso y usufructo de
todas las instalaciones, de ese ambiente inolvidable, de ese vivir en el
campus.
Ahí quedan tus
mejores recuerdos. Tus compañeros. Tus profesores que aun evocamos con
veneración. Tu novio o novia que ahí conociste y que te quedaste con muchas
ganas de casarte y formar una familia, pero ya sabes la novia del estudiante no
es la esposa del profesionista.
Odioso hablar en
primera persona, pero a este escribano la Universidad le dio todo: empleo,
familia, bienes, reconocimientos y respeto ante la sociedad. Acaso por ello los
casi 20 años que di clase en la facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la
UNAM, jamás quise aceptar un peso de salario. Todo lo doné a la institución.
Hoy ya pasados los
años, aun mis mejores amigos son los de la universidad y mis mejores
evocaciones son para la universidad porque, yo sí, a la universidad le debo
todo.
Actualmente en la
UNAM se le destina el 3 por ciento del presupuesto federal 37 mil 756 millones
de pesos anuales y eso que es una universidad autónoma y en la Asociación
Nacional de Universidades e Institutos de Enseñanza Superior de todos los
estados de la República el 33 por ciento se entrega a la educación, la superior
incluida.
¿Qué le debo a la
Universidad?
Los gobiernos
establecidos son depositarios del presupuesto que genera la sociedad civil vía
impuestos; la federación los reparte en tareas de educación, salud, seguridad,
desarrollo agropecuario, turismo, bienestar social y todas aquellas que van en
favor de los gobernados, educación superior incluida.
No es el dinero de
la bolsa que sale del gobernante –a donde más bien entra de manera sospechosa-,
así que bajo ninguna circunstancia puede ser objeto de reclamo o del “No le
debemos nada a la Universidad Veracruzana” (sic, JD).
La semántica no
funciona.
Y es que, en
efecto, hay convenios que en ese cuidado de formas evaden en estricto sentido
lo que es una obligación financiera, pero cuando la razón y la justicia social
se aplican, el simplismo termina.
Qué sería del
conglomerado social, de nuestra juventud misma, atenidos a las universidades
privadas en estricto acatamiento al silogismo de no te debo nada y los
documentos oficiales así lo establecen.
Dónde quedarían
las aspiraciones de los más, de los desposeídos que jamás tendrán para pagar
los 40 mil pesos que cuesta semestralmente la más modesta universidad privada.
Gobierno que
abdica a la “obligatoriedad” del pago de la educación superior es un gobierno
destinado al fracaso. Es el umbral de una dictadura de cara a una pretendida
democracia.
Es el hilo tan
delgado que la separa.
Es justamente la
actitud tiránica por mantener sin educación al pueblo., Someterlo a la
ignorancia, dejarlo a merced y supeditación de los grandes consorcios y
potencias trasnacionales que llevan de la mano a los mejores profesionistas.
Acaso por ello es
momento de rectificar posturas.
El tema no es
dinero. Es convicción. Es obligación para quien el pueblo le depositó llevar
los destinos de su gente a mejores estadios de vida. Es, ni más ni menos, el
mayor de los compromisos por encima de las tribulaciones económicas.
No se puede
olvidar que la educación es la base de todo avance democrático, ya que ¿Cómo
tener independencia y libertad si no estamos liberados del yugo de la
ignorancia?
Bien decían
nuestros ancestros que somos históricamente un pueblo identificado con la
libertad. Desde el recinto universitario hasta la plaza pública, en el taller o
en el surco donde el veracruzano lucha por su libertad.
Y la libertad está
justamente en el acceso a la educación.
¿Qué cuesta?..
Pues ¡que cueste!
Los veracruzanos
alzamos la voz, una voz de compromiso con la educación superior. A la
Universidad le debemos todo.
Hoy estamos en
libertad para exigir se respete a nuestra alma mater, su patrimonio educativo y
cultural que debemos de acrecentar porque sin ella perderíamos el rumbo y
equivocaríamos el cambio.
La educación, no
nos equivoquemos, es la primera condición del cambio. Los pueblos no pueden ser
libres en lo económico si no son libres en lo educativo.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo