José Miguel Cobián, Ver. | 17 mayo
de 2016
Tribuna Libre.- Los únicos que están entretenidos con las elecciones son aquéllos que
pueden resultar beneficiados si gana uno u otro candidato. Al resto de la
población le están pasando de noche. Por parte del ciudadano no hay un mínimo
interés en la mini gubernatura de dos años. Cuando por casualidad se entera
Juan Pueblo de alguna propuesta de cualquier candidato la escucha por respeto,
pero en su fuero interno sabe que difícilmente podrá cumplir en los dos años
alguna de las miles de promesas.
Juanito Pueblo sabe que en las campañas se promete todo, hasta resucitar
a la abuelita recién muerta, a cambio del voto, y una vez que llegan al poder,
es tal la dinámica (o el desinterés), que se olvidan de lo ofrecido y con ello
matan una vez más esa esperanza, que como el ave fénix, vuelve a renacer en la
siguiente elección.
Juan Pueblo sabe que gane quien gane, no va a mejorar su situación, y
menos con un gobierno de dos años. Sabe también que lo que prometen los
candidatos a diputado local está más allá de sus posibilidades de cumplimiento,
aunque finge con alegría y aplaude emocionado cuando su rol le indica que debe
emocionarse ante la oferta y promesa del discurso del momento. También Juanito Pueblo disfruta y mucho,
poniendo en aprietos al candidato en turno. Le pregunta de todo, de economía,
de ecología, de reglas, de leyes, de cómo resolverá el problema de los
jubilados y pensionados, como va a mejorar el nivel de vida de cada elector,
como va a mejorar los servicios médicos, dentales y hospitalarios, como va a
resolver el problema de la basura, el del agua, etc. La población goza preguntando y luego
comentando en privado lo ignorante que es el candidato en el tema específico de
la mosca de la fruta y su uso en la investigación genética, o en cualquier otro
tema. Disfruta convirtiendo al
candidato en un todólogo que no sabe nada.
Así la población exige un demagogo para otorgar su voto, requiere
alguien que le prometa, que le brinde esperanza, aún sabiendo que no podrá
cumplir lo ofrecido. En más de una
ocasión he escuchado a candidatos intentar decir la verdad sobre algún tema, y
recibir la rechifla del respetable. Muy
en corto pregunto a alguno de los indignados el porqué de su rechazo. Siempre
he recibido respuestas similares, del tipo de: ¨queremos que nos traiga
esperanzas, no que nos diga que no se puede. Así prefiero no votar por
él¨. Y cuando les comento que lo que
piden no es posible, o no entra dentro de lo que quien ocupe el puesto de
elección puede realizar, la respuesta es que no importa, que quieren vivir con
la ilusión de que ^su^ problema se va a resolver, aunque no sea cierto.
Eso me hace pensar que vivimos en un círculo vicioso. Muy pocos
votantes quieren escuchar la verdad. Menos aún tienen la capacidad de analizar
lo que es posible o no, dentro del ámbito del puesto de elección popular en
juego. Así que la mayoría de los aspirantes juega a la demagogia y a ofrecer de
todo con tal de obtener el voto, mientras que los votantes eso es lo que
esperan. Para que al final, se llamen engañados porque no les cumplieron, y se
dediquen a denostar a aquél por quien votaron, o cuando menos a aquél que
resultó electo.
En cuanto a los debates, mayor farsa no puede haber. Nadie puede expresar en dos minutos su
proyecto de trabajo, ya sea para gobernar un estado, o para legislar en el
congreso local o federal. Los debates
tal como se organizan en México están hechos para manejar percepciones, no para
que los potenciales votantes puedan definir qué candidato les ofrece una
solución acorde a su criterio en temas trascendentes para el propio votante.
Para empezar, son demasiados los invitados a un debate. Hay candidatos que todo mundo sabe que no
tienen la mínima posibilidad de ganar. Así que su participación lo único que
hace es quitar tiempo para escuchar las propuestas de los que sí tienen un mínimo
de posibilidad de ganar. La réplica y
contra réplica de un minuto, apenas alcanza para defenderse o para atacar, si
es el último participante, dejando al atacado indefenso, gracias a un formato
rígido y absurdo.
Todo esto conviene a los propios partidos políticos que son quienes
votan las leyes y quienes se ponen de acuerdo en los formatos de los
debates. En principio la participación
de la morralla (afortunado término utilizado por Mauricio Duck) los favorece,
pues cuando menos así la población se entera de la cara y de la voz de algunos
de los candidatos. A los partidos que
pueden ganar la elección los ayuda mucho más, pues les permite no comprometerse
en temas sustantivos para la población. Y así, el candidato se convierte en un
actor que vende una imagen y un producto, sin mostrar a la población los
beneficios o perjuicios de dicho producto.
Lo que conlleva al final, a votar por alguien que no sabemos qué va a
hacer, y que sabemos que prometió hacer lo que no podrá hacer.
Yo preferiría debates entre dos o tres candidatos como máximo,
pidiendo un mínimo de 15% de intención de voto para participar en el debate, de
acuerdo a una encuestadora seria y autorizada.
Y entonces sí, podríamos escuchar propuestas, y críticas fundadas,
además de la réplica a dichas críticas y sobre todo, una amplitud de temas, que
con participaciones de dos minutos simplemente no son tratados.
A la población muy poco le importan esos debates aburridos de dos
horas, en los cuales, nadie dice nada importante, salvo el morbo de ver quien
ataca a quien y con qué argumento. Lo peor es que ni siquiera presentan pruebas
contundentes, así que en muchos casos todo se queda en que fulano dijo, y
mengano lo contradijo. Es decir, creer a
los candidatos se convierte en cuestión de fe, y no en cuestión de analizar
datos duros para saber quién dice la verdad y quién miente. De hecho, a la población no le importa que
un candidato mienta, piensa que todos mienten, y que es irrelevante esperar
honestidad en cualquiera de ellos. Por
eso, si de por sí hay poca participación electoral de la población, esta
elección en particular, será aún menos concurrida que las anteriores.
Si usted hoy le pregunta a cualquier ciudadano que va a hacer tal o
cual candidato que aspira a la gubernatura en caso de ganar, sobre cualquier
tema, por ejemplo, saneamiento de ríos, forma de pagar a proveedores, obra
pública, aborto, estado laico, promoción de energías renovables, etc. Le aseguro que no habrá un solo ciudadano que
le pueda contestar una sola de esas preguntas.
Es decir, vamos a votar a ciegas, y lo mismo sucede en caso de los
candidatos a diputado local. Nuestro
sistema electoral está diseñado para que la gente piense que elige a sus
gobernantes, sin que entienda que los elige de entre una muestra ya elegida por
terceros, y sobre todo, sin saber que piensan hacer en temas sustantivos. Así se cae en la contradicción de votar por
alguien que está en contra de lo que el votante piensa, pero como el elector no
lo sabe, vota por sentirse importante votando totalmente a ciegas.