José Miguel Cobián | 28 mayo
de 2016
Tribuna Libre.- No puedo evitar
reír para mis adentros cada vez que escucho a alguna persona quejarse de lo que
sucede en su entorno. Incluso cuando alguien presume que es ciudadano y que por
eso tiene derechos, más risa me da, porque en México no tenemos idea de lo que
significa ser ciudadano. Ese término
acuñado primero en las ciudades estado griegas y que recupera la revolución
francesa, al grado que lo incluye en su himno nacional al inicial la primera
estrofa con una arenga: ¨A las armas ciudadanos!!!! Formen Batallones!!!¨
Se preguntará
¿porque considero que los mexicanos no somos ciudadanos? La respuesta es
sencilla. Porque no lo somos. Nosotros
no decidimos nada en las cuestiones de las ^polis^, las ciudades. Ingenuamente creemos que con votar ya
cumplimos con todos nuestros derechos y deberes ciudadanos. ¡¡Los políticos se han encargado de
engañarnos!! Dirán algunos, cuando en realidad nuestra propia apatía,
indiferencia e incluso irresponsabilidad son las que nos han llevado a
abandonar el ideal de ciudadanía, para convertirnos en simples habitantes.
Mire, se lo dejo
muy claro. Un ciudadano elige quien será el responsable de la seguridad en su
municipio. Consensua con el resto de los ciudadanos que porcentaje del gasto
público se va a utilizar en gastos como los de representación, viáticos,
nóminas, etc., y que porcentaje del gasto se va a utilizar para obra
pública. No sólo eso, el ciudadano
determinará que obras públicas son las que se van a realizar con SU dinero en
su municipio.
Si el alcalde
pretendiera viajar a algún lado, o enviar a sus subalternos a algún lugar con
los gastos pagados por parte del municipio, primero tendría que pedir
autorización a los ciudadanos. Esos
raros personajes (los ciudadanos) vigilarían que la calidad de la obra pública
fuera la ofrecida, y si encontraran deterioro prematuro no dudarían un segundo
en denunciar a quien autorizó dicha obra, a quien la realizó, a quien la
supervisó y a quien la aprobó. Pero no se conformarían con denunciar en las instancias
correspondientes, le darían seguimiento al caso, hasta que el daño fuera
reparado y en su caso, castigados quienes hayan actuado de mala fe.
Los ciudadanos no
permitirían ningún gasto superfluo. Tampoco actuarían de manera sumisa ante el
poderoso, llámese alcalde, gobernador o presidente de la República. A todos
ellos los consideraría como sus iguales, pero obligados a servir a la
población, pues resultar electo en las urnas sería considerado un gran honor, y
no un medio para resolver todos los problemas económicos.
Si hablamos de
México, ¿Cuántas veces ha visto usted que resulte electo una persona que ya ha
demostrado su incapacidad, o peor aún, su absoluta falta de ética para ejercer
el servicio público? Y sin embargo resultan electos una y otra vez. Incluso ahora, vemos a candidatos a
gobernador del estado que no tienen ni la mínima experiencia ni la mínima
preparación, y sin embargo se animan a ser candidatos, porque su líder los
invita. Pero eso no es lo más grave, lo peor de todo, es que la población
formada por habitantes, no por ciudadanos, pierde la capacidad de análisis y
piensa que alguien que no ha ejercido ningún puesto público es honesto (sin
haber puesto a prueba su honestidad). En
otros casos es peor todavía, el candidato no hace campaña en los medios, sino
el líder de su partido, y mucha gente piensa que va a votar por el líder del
partido (absoluta falta de ética al aprovecharse de la ignorancia de la gente),
cuando en realidad está votando por un candidato no preparado para el puesto y
desconocido.
Un ciudadano no
permitiría que una acusación en los medios de comunicación se perdiera en el
olvido. Vería que fuera investigada por
las autoridades correspondientes, y según el caso, que el servidor público
fuera sancionado con todo el peso de la ley, o el medio de comunicación que
transmite información falsa sufriera no sólo el repudio de la sociedad, sino
también sanciones acordes a su falta.
Un ciudadano
obligaría a sus representantes a aprobar las leyes anti corrupción, y de
ninguna manera permitiría que se convirtiera su aprobación en una lucha
política en la cual los partidos secuestran las iniciativas con el fin de
obtener beneficios político-electorales.
Un ciudadano
estaría informado de lo que pasa en su municipio, en su estado y en su país
(cuando menos), para tomar las decisiones adecuadas, y exigir que cada uno de
ellos tome el rumbo que más convenga a los propios ciudadanos, rumbo decidido
por los mismos ciudadanos, no por sus líderes.
Un ciudadano
estaría vigilante sobre la calidad de la educación de sus hijos. Jamás se
desentendería de los asuntos escolares y exigiría verificar –para mejorar- los
resultados de las evaluaciones nacionales.
Es más, exigiría evaluaciones de calidad y desempeño escolar cada año,
para cada grado escolar. Jamás
permitiría maestros chambones. De hecho
al defender sus derechos, no permitiría prestadores de servicios chambones, sea
cual sea la profesión que ejerzan. Y
tampoco permitiría abusos de instituciones públicas o privadas, y mucho menos
que las grandes empresas en contubernio con los gobernantes, abusen de posición
preponderante para comprar barato y venderle caro a los mexicanos.
Un ciudadano
tendría memoria. Sabría quien le ha cumplido y quien no. Exigiría la revocación
de mandato y la ejercería plenamente, evitando el control de quien ya está,
buscando sólo el beneficio de su sociedad.
Para ser ciudadano
primero debe de evitar la búsqueda del beneficio personal a favor del beneficio
colectivo. No ser corrupto, no ser ladrón, no ser ignorante, estar informado,
tomar decisiones, actuar, organizarse con otros ciudadanos, dedicarle tiempo y
dinero a los asuntos de todos, que son los asuntos de la política.
Creo que queda
claro que en México no hay ciudadanos, o quizá hay muy pocos habitantes dignos
de ser llamados ciudadanos. Pues siempre
permitimos que otros tomen las decisiones importantes que a la larga afectan la
vida y el desarrollo propios, de nuestras familias, de nuestro entorno
económico, del municipio, del estado y del país.