José
Miguel Cobián | 30 mayo de 2017
Tribuna Libre.- Los funcionarios públicos, de todos los
niveles y de todos los partidos políticos rechazan la crítica, y rechazan aún
más la investigación y el señalamiento que los pocos periodistas independientes
realizan y publican, acerca de las tropelías que realizan esos mismos
funcionarios públicos.
Cierto es que muchos periodistas que apenas sobreviven, se ven obligados
a aceptar gratificaciones por publicar tal o cual asunto que beneficia a su benefactor o perjudica a
los enemigos de quien hace el donativo.
Pero también es cierto que hay muchos periodistas que disfrutan de
informar la verdad, o cuando menos la parte de verdad que ellos perciben sobre
los asuntos públicos. Y es a esos en
particular a quienes los funcionarios les tienen más horror.
Esto sucede en todos los niveles de gobierno. Desde un humilde y soberbio secretario de un
ayuntamiento panista como es el de Córdoba, pasando por un gobernador que no
quiere escuchar lo que está haciendo mal como el de Veracruz, o un candidato a
la presidencia como AMLO que no acepta la mínima objeción a su verdad
alternativa. En México hay un ataque
masivo a la libertad de expresión. Con el fin de lograr que la realidad no sea
percibida como es, sino como los políticos y funcionarios desean que se vea.
Comencemos con el más pequeño, para explicar con el ejemplo: En Córdoba desde que inició la comuna actual
se han señalado una y otra vez los efectos de una mala administración. Resulta que el secretario del ayuntamiento,
recibe la encomienda (más allá de sus capacidades) de controlar políticamente
la ciudad y decide afirmar que quien señala y critica lo realizado por su
comuna, lo hace porque aspira a una gratificación para quedarse callado. Lo asume a tal grado, que se torna política
del municipio otorgar a miembros prominentes de alguna cámara o de la opinión
pública, contratos de obra pública y asignarles compras de bienes y servicios
sin mediar licitación alguna. Se trata
de comprar con dinero la opinión de quien debe señalar lo que está mal. Y así, los convierte en focas aplaudidoras
(término muy panista). Licitaciones
amañadas, obras carísimas, corrupción que no puede ocultarse aunque resulta más
difícil de probar y sobre todo, promesas incumplidas, cuando son señaladas
resultan en ataques a la persona, en lugar de modificar la conducta y hacer lo
correcto….
En
el caso estatal, vemos a un gobernador que no acepta la mínima crítica en
reuniones dónde se presenta. Que evita
invitar a quien pueda cuestionarle, y que si ya fue invitado, evita darle la
palabra. Un gobernador que no quiere
explicar porque su gobierno está paralizado, y asume que sus gobernados
aceptarán una y otra vez el pretexto de que recibió la casa en ruinas. Ruinas que no se percibe cuándo comenzarán a
levantarse. El rechazo a los periodistas
en su gobierno es generalizado, le tienen asco los funcionarios mayores y los
menores, cualquier señalamiento se percibe como agresión, y jamás existe la
mínima posibilidad de autocrítica. La
política de estas conmigo o estás contra mi, ya se refleja de una manera más
dura en el ambiente de los medios de comunicación. Se añoran los tiempos en que el medio de
comunicación reflejaba la opinión de la sociedad, y el gobernante en turno,
tomaba decisiones para atender lo que el ciudadano requiere o solicita.
A
nivel de Andrés Manuel la situación se torna peligrosa. Peligrosa porque las
hordas de seguidores no analizan lo que algún medio señala. Si el mensajero transmite un señalamiento en
contra de los inmaculados. Si el
periodista descubre un mal manejo de dinero público o síntomas de corrupción. Si el editorialista analiza un comportamiento
o actitud y ésta resulta francamente reprobable. En todos
los casos surge el fantasma del autoritarismo, el linchamiento público,
los ataques en redes sociales e incluso el propio Andrés Manuel acusa sin
fundamento. El extremo se acaba de dar
en la entrevista con Pepe Cárdenas, en la cual, cuando carece de argumentos don
Andrés, en lugar de tratar de responder una pregunta directa, se le va a la
yugular al entrevistador y lo acusa de parecerse al INE o a la FEPADE. Para Andrés Manuel la única realidad es la
suya, la única verdad es la suya, y si alguien trata de entablar un diálogo, si
trata de preguntar para conocer su opinión sobre un asunto espinoso, si
simplemente cumple su labor de tratar de saber el criterio de su entrevistado.
Inmediatamente sufrirá el ataque de ira, los señalamientos que no vienen al
caso, la desviación del tema, la salida por la tangente, y la
descalificación. Todo antes de expresar
la opinión sobre un asunto delicado, pues la opinión de Andrés podría
perjudicar a sus candidatos y a su proyecto.
Con Andrés Manuel se trata de creerle todo, aunque no presente
pruebas. De aceptar todo lo que diga,
aunque vaya en contra de la razón. De
someterse a los designios del candidato muy parecido a un tirano, aunque sus
propuestas no superen el mínimo análisis.
Y si la realidad dice algo diferente a lo que dice Andrés Manuel,
entonces la realidad está mal, y asunto arreglado.
Estos actos autoritarios son los que hacen temer a la población y
desconfiar a aquéllos que tienen cinco centímetros de frente. Si a nivel municipal la actitud prepotente
y ridícula de un secretario de ayuntamiento soberbio en su pequeñez resulta
anecdótica. Y si a nivel estatal la
negación de una realidad, o el interés de mantener a la población distraída
ante la imposibilidad de resolver lo que se prometió en campaña, no resulta tan
grave porque hablamos de dos años de gobierno nada más. A nivel federal la situación se torna
grave. El ataque sistemático y repetido contra
de quien disiente, contra de quien tiene una opinión diferente, nos muestra un
camino hacia la absoluta intolerancia, hacia la polarización del país y hacia
un sendero mucho más peligroso que en el que hoy la ineptitud y cleptomanía del
Presidente Peña y su círculo cercano nos llevan.
¿Será acaso que México no puede ser plural y
democrático? ¿Será que no hay capacidad de autocrítica, de mejoría en el
mexicano ocupando un puesto público?
¿Será que no entendemos todavía que los puestos públicos son para servir
a los demás y no para convertirnos en reyezuelos de zarzuela? ¿Será que no podemos entender la posición del
otro, y dialogar para encontrar puntos en común y soluciones? ¿Siempre trataremos de imponer nuestra verdad
a los demás?