José Miguel
Cobián | 23 abril de 2018
Tribuna Libre.- A muchos politólogos los ha tomado por
sorpresa el hecho de que en esta elección no funcionen de la misma manera los
ataques contra el puntero, como sí funcionaron en las dos anteriores
elecciones. Esos genios de la manipulación de masas, no han acabado de
comprender que hoy lo que busca el mexicano no es igual a lo que buscaba hace seis o doce años. Y por eso, sus campañas no han sido
efectivas. Siguen anquilosados en una
realidad que ya no es, que dejo de ser paulatinamente y ellos desde las alturas
de sus sillas gubernamentales, o desde las alturas de sus sillas de
intelectuales y sabios, no lo pudieron percibir pues su ego y soberbia no se
los permitieron.
AMLO ha resultado un verdadero enigma porque
los ataques dirigidos a su persona no han hecho efecto, al contrario, mientras
más se le ataca, más se habla de él y mejor es su posición en las
encuestas. A pesar de que todavía hay
un mercado de mexicanos que se puede asustar con publicaciones del tipo
Venezuela o Cuba, e incluso estar a favor de una cúpula de la iniciativa privada
que decide no discutir con el candidato puntero un asunto que litiga en medios
pero que no se atreve a pasar por el tamiz del escrutinio en una reunión
pública, escrutinio que puede implicar revisión de contratos amañados y
descubrimiento de grandes negocios que hoy sólo se sospechan a costillas del
patrimonio de todos los mexicanos.
Ni los opinólogos de siempre, ni las cúpulas
empresariales, ni los políticos que en otras épocas cimbraban a la nación con
declaraciones significan nada para el pueblo de México. Porque el pueblo ya cambió. Estamos hablando de 18 años de luchar por
una idea por parte de López Obrador, idea que se ha visto fortalecida por las
pugnas internas de los siempre aliados en las alturas del poder.
Hoy López Obrador no es para México un
aspirante más a la presidencia. Él lo ha entendido muy bien y por eso adopta
una postura visionaria acerca de su posición en la historia del país. Hoy por
hoy López Obrador representa lo que él mismo ha manejado una y otra vez en su
eslogan de partido, ¨La Esperanza de México ¨. Eso es lo que no han comprendido sus
adversarios y parece que ya es muy tarde para que puedan hacer mella en lo que
representa.
López Obrador dejó hace tiempo de ser un
candidato y se convirtió en una idea. La
idea de un cambio para bien, un cambio dónde se deje atrás el saqueo y la
corrupción que los gobiernos del PRI y del PAN han realizado, unidos, juntos,
apoyando el uno al otro en el saqueo de la Nación, siempre en beneficio de sus
miembros. Por eso no pueden combatir a
López Obrador con sus campañas tradicionales.
Al pueblo de México sólo le queda una opción
si busca un cambio. Quien desee salir de
los políticos corruptos habrá de votar por Morena. Sin importar que haya recibido en su seno a
algunos de esos políticos señalados como corruptos por la opinión pública. Hoy, el fin justifica los medios. Hoy el fenómeno es similar al del año
2,000. En aquél entonces se pensaba que
sacando al PRI de la residencia oficial de los Pinos, nuestro país iniciaría un
círculo virtuoso de crecimiento económico y bienestar para los mexicanos.
Pasaron doce años de gobiernos panistas y
dejaron al país peor de como lo tomaron. Tuvieron en sus manos excedentes
petroleros nunca vistos, los cuales se diluyeron en nada, ningún beneficio a
futuro para los mexicanos. Tuvieron la
oportunidad de acabar con la corrupción, y la perfeccionaron. Pudieron pacificar al país y entregaron
decenas de miles de muertos. El fracaso del panismo quedó a la vista de todos.
El pueblo de México se creyó la propaganda
contra López Obrador y le dio la oportunidad al supuestamente nuevo PRI de
regresar al poder. El resultado fue que
si los panistas perfeccionaron los métodos de saqueo de las arcas públicas, los
priístas lo convirtieron en arte. Como
si hubiera una competencia de quien se hace más rico, solo que con descaro y
sin la mínima discreción, mientras que los panistas desmantelaron los sistemas
de seguridad y justicia que medianamente existían, para lograr su propio
reparto del botín, pero de una manera más discreta, a pesar incluso de los
escándalos como el de la biblioteca Vasconcelos de Fox y la galleta inservible
en que convirtió Calderón el monumento conmemorativo de los 200 y 100 años de
independencia y revolución.
Así, López Obrador, con su hablar pausado,
con sus 12 años en la universidad, con sus muchas tonterías como el ¨No llegué
¨, se convirtió en la única opción para cambiar a México. Con muchas ventajas en su haber, como el
hecho de que ya ha sido candidato en dos ocasiones y no le han sacado trapitos
al sol, se ha vuelto mucho más moderado, ha agrupado a todos los sectores
descontentos bajo su manto, desde los más radicales hasta los más suaves, lo
conoce todo México y él conoce también todos los municipios de México.
López Obrador ha recorrido el país con un
fervor casi religioso ofreciendo un cambio milagroso. Y el pueblo de México está ávido de
milagros. El milagro de reducir la
corrupción, el milagro de reducir los agravios que el poder público le ha
infringido una y otra vez. El milagro de un salario digno que por cierto, hoy
sabe que fue política económica de esos gobiernos en los que confió, reducir el
poder adquisitivo del salario a niveles de subsistencia. El milagro de (aquí ponga usted lo que quiera).
La única opción que deja el sistema político
a ojos de la población para un cambio, se llama López Obrador, y ese es el
candidato del hartazgo, del desquite, del odio a una clase política que merece
cualquier epíteto con el que se le designe, una clase que traicionó a México y
a los mexicanos. Salvo correr el riesgo
de despertar al tigre de la desesperación y la violencia, López Obrador debe
ser el próximo presidente de México. Ese
tigre espera y busca un cambio pacífico.
Si no lo encuentra, si no se lo permiten, si percibe que una vez más le
roban su futuro y el de sus hijos….