Crónicas
Urgentes
Tribuna Libre.- He estado pensando sobre lo que somos, y mi
discurso vuelve al mismo lugar, intento entender cómo funciona eso que llamamos
naturaleza humana, y vuelvo a las mismas respuestas y a los mismos
planteamientos, a los binomios alma-cuerpo, extenso-inextenso, ser-no ser,
mente-cuerpo, al supuesto predominio de la razón, al supuesto predominio de los
instintos, de lo inconsciente que insiste en hacerse escuchar, a la voluntad
sometiendo a la lógica.
Dirijo mis pensamientos hacia la claridad, y
en un segundo, me encuentro en la oscuridad balbuceando una retahíla de
incoherencias, y digo que son incoherentes porque no logró sentir esos
pensamientos, hacerlos que me hagan sangrar, hacerlos los esclavos de los
cuerpos, y a los cuerpos sumisos pervertidores de los espíritus sanos, castos.
Pensamientos que no logran convencerme, y es cuando me doy cuenta que los
pensamientos deben ser sentidos por el cuerpo y por eso que llamamos alma,
espíritu; sentirse en el sentido de hacer que origine cambios en mi piel, en mi
postura física, en mis gestos, y fundamentalmente, cambios de humor, que me
alegre, que me enoje, que me indigne, sino es así, no funciona la vida anímica,
y muero, me vuelvo inerte, inmóvil, sin esperanza, triste.
Escribo, escarbo con mis palabras buscando un
lugar plenamente humano, y siempre me encuentro con las pasiones, con la
esclavitud del cuerpo, y el imperio del espíritu que no admite que nadie se entrometa
en sus delirantes formas y figuras lingüísticas, en sus formas sobrehumanas
solitarias que se apropian de todo lo que éste a su alcance, de la virginidad
de un niño travieso, del suspiro de un enamorado, del hambre de un excluido,
del grito de guerra de un loco revolucionario, y así se entretejen los
encuentros con los iguales, siempre anulando al que no confirme su existencia,
aun a costa de mirarse en el espejo y robarse su propia imagen, hablarse de él
mismo sin poder escuchar.
El abismo entre la cosa y la letra que se
abre por nuestros sentidos débiles, por nuestra dependencia del otro, del
extraño, aun cuando sea quien nos pare, quien nos cobije; siempre un extraño,
un otro aterrador, un amado, un amante, un otro desnudo, otro vestido, hecho letra,
sonido, gesto, un otro descalzo, de pie, gritando, un otro patético, orgulloso,
un otro que nos engulle, nos enaltece, nos anula, y siempre termina muerto por
nuestra singularidad; emergiendo huérfano aun de antes de ver su cuerpo muerto,
desaparecido.
Devoro mis pasos, me coloco del lado de los
desprotegido, y tan pronto se descuiden los acuchillo y les robo sus
pertenencias, sus miserias, sus ilustraciones.
Devoro mis ojos, no quiero ver, aunque casi
nunca duerma, y me mantenga contemplando la tierna carita de mi pequeño rufián
que me dice “tonto”, y me acaricia con su imagen distraída, absorta del mundo,
metido virtualmente en la imagen que le rebota una realidad de prisa, violenta,
repetitiva, que lo hace chocar, chocar y chocar con eso que es infinito, y que
paradójicamente, es contingente, aleatorio, y termina cuando la luz acaba y la
demanda vuelve, vuelve, y las experiencias de la primera experiencia de
satisfacción no logran darnos muerte, y nos hace deambular por la vida como
unos predestinados a la muerte violenta y cruel.
Hoy estoy en medio de un océano de posturas,
de deseos, de “ideales”, de o-dios, de locuras, de costumbres, de normalidades;
me ahogo, y al rato descubro que era un sueño, y al rato, vuelvo a darme cuenta
que el sueño era un sueño del sueño, y no despierto; me aterra estar esperando
el último capítulo, el último tiempo, el tiempo sin mí, sin mí y también sin
ti, ¿quién no sé quién es?, si es mi mano sin sangre, si es mi cráneo
destrozado, si es mi risa burlona, si mi es mi aliento manchado por los años de
pereza, de sabiduría ignorante, enferma, si es la gracia de aquella mañana
lluviosa, de turbulentos rayos y truenos, cuando me acurrucaba en tus enaguas
buscando no salir jamás, y aun hoy busco tus enaguas, busco no salir, y cuando
salgo me vuelvo una bestia resentida, un hombre extenuado, parlanchín, deseoso,
arrogante, mezquino, sin razón iluminado, sapiente de que sé que sé algo que
los demás ignoran, que sé que todo es simple, llano, plano, sin chiste, que
nuestro arte es ser simple, llano, plano y sin chiste.
Siempre negando que hay un a-dios, aquí mismo
me resisto a escribirlo con mayúscula, con respeto, con docilidad, siempre
pensando que estamos completamente solos, en guerra con nosotros mismo, con los
otros que se atrevieron a asemejarse a nosotros mismos.
Hace un rato salí después de una lluvia
ocasional, pequeña, y busqué los pilares de arena que emergían habitualmente de
la tierra, busqué que respiraras junto a mí la frescura del aire, la frescura
después de unos días calurosos, hartos, incomodos; busqué una imagen del pasado
que nunca llegó.
He insistido en escribir en el papel las
sentencias que predijeran el holocausto de las letras, del fin del imperio de
la razón y la locura, del miedo y la arrogancia, de la estupidez y el delirio
asertivo, y he de confesar que creo que he fracasado, porque todavía faltarán
algunos milenios para que llegue ese día, el día que termine éste lenguaje de
describirnos, que comencemos a aprender hablar y conectar los pensamientos con
los sonidos de nuevo, de sorprendernos por el ocaso del sol, o por la luz de la
mañana, por la erupción de una pasión desenfrenada por poseer todo lo que nos
rodea, por volver a inventar el vocablo “mío” sin que nos aterre decirlo,
leerlo, y la inocencia perdida se recupere.
Hoy he insistido en volverme un fascista
enalteciendo la selección natural y anulando la naturaleza humana, o
reduciéndola al imperio del fuerte fisiológicamente, al de la cima de la
pirámide, y pregonar que no hay alma, sólo cuerpo, que no hay humanidad, sólo
bestias descomunales dominantes que tardarán en extinguirse. Que tardarán en
dejar el lugar a los débiles, que la revuelta de los esclavos fracasó, y el
fuerte sigue siendo el fuerte, el poderoso, el dueño de todo lo que abarque con
su mirada inquisitiva y mortal.