* Por
Renato Consuegra | 27 junio de 2018
Tribuna Libre.- En uno de sus bellos poemas amorosos Jaime
Sabines dijo algo que, hoy, cuando comienzo a escribir estas líneas para
explicarme y explicar la sucesión que viene, me repito: “Yo no lo sé de cierto.
Lo supongo”.
Supongo, pues, que todo comenzó en 1993
cuando Carlos Salinas de Gortari rompió las reglas no escritas del sistema
político mexicano, dictadas en 1929 por Plutarco Elías Calles, las cuales le
dieron estabilidad al país por más de 50 años. Pero en vez de continuar la
tradición de alternarse el poder entre los grupos dentro del PRI, como no pudo
cambiar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos para
reelegirse como presidente, Salinas buscó la reelección al finalizar la presidencia
de su incondicional Luis Donaldo Colosio.
Supongo también que los grupos dentro del
propio PRI tampoco lo permitieron y dos ocasiones le desecharon la posibilidad
en 1991 y 1992. Había que continuar la tradición para que no se volviera a
desatar el “México bronco”. El poder debía continuar dentro del mismo grupo,
pero en diferentes manos, dándole a todos la oportunidad de servirse con la
cuchara grande.
Así fue, supongo, la concertación entre los
jefes de los grupos. Debían continuar con el esquema tradicional de repartición
del poder y las riquezas del país y se hicieron las adecuaciones necesarias,
incluso dentro de la Constitución, para caminar en ese sentido, con un
ingrediente más: cumplir con los mandatos de la Comunidad Económica Europea,
que exigía a México la cláusula de gobernabilidad o bono democrático para
entablar relaciones comerciales a través de un Tratado de Libre Comercio.
Así pues, supongo, lo hicieron los grupos
encabezados en ese momento por Carlos Hank González, Luis Echeverría Álvarez y
sus apéndices fuera del PRI, además de Diego Fernández de Cevallos en el PAN
que se había hecho indispensable y una fuerza política. Crearon la obra maestra
del sistema político mexicano para hacernos creer a todos los mexicanos que,
finalmente, por fin se derrocó la bien llamada por Mario Vargas Llosa,
“dictadura perfecta” para dar paso a un verdadero régimen democrático.
Había que tener las tres opciones políticas
para vernos como una verdadera democracia en la obra “La alternancia mexicana”,
supongo, para seguir siendo el mejor ejemplo de gobernabilidad en el
continente, del Río Bravo para abajo. Derecha, izquierda y centro bien
representadas en sus distintos lapsos de gobierno.
Supongo también que habría de tener
personajes bien identificados para cada una de las distintas opciones e ir manejando
el proceso con sumo cuidado y redireccionándolo. Así, el primer paso habría
sido la llegada de Vicente Fox a la gubernatura de Guanajuato, donde desde el
mismo día en que tomó posesión, el guanajuatense utilizó como plataforma de
campaña. “Ahora vamos por la presidencia”, dijo en su discurso de llegada.
Habría que tener a un personaje de la
izquierda radical para representar muy bien al sector descontento de la
sociedad y por ese motivo “alguien”, desde dentro mismo del PRI o el gobierno,
entregó a Andrés Manuel López Obrador las cajas con las facturas originales de
los gastos de campaña de Roberto Madrazo, para que emergiera a partir de allí
el tercer candidato, supongo. Ahhhh, había que abrirle las puertas, también,
para llegar a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal sin haber cumplido
con el requisito de la residencia.
Y a ambos, supongo, habría que allanarles el
camino con candidatos grises, e incluso, jugar en su contra, como Zedillo lo
hizo con Francisco Labastida Ochoa en 2000, con el discurso de la “sana
distancia”.
Y a los indicados para llegar a la
Presidencia de la República había que posicionarlos en la mente de la gente a
través de los medios, por lo que Ernesto Zedillo tenía continuos
enfrentamientos mediáticos con Fox, mientras éste y su gobierno, supongo,
hicieron víctima mediática a López Obrador con el asunto del desafuero por la
expropiación del predio El Encino.
Supongo que todo iba bien. Mas no esperaban
que el “hijo desobediente” se impusiera en las internas del PAN e hiciera
alianzas con gobernadores priistas y Elba Esther Gordillo. Así, la transición
controlada sufrió un duro golpe y tendrían que unirse y recuperar el poder.
Todos y con todo contra Felipe Calderón, a quien le desestabilizaron el país
aún antes de que tomara posesión al soltar las amarras del narcotráfico, además
de la baja de tres secretarios de Estado y una gran campaña nacional, hasta que
finalmente dobló las manos y entregó el poder con una candidata como Josefina
Vázquez Mota. Entonces Calderón entendió que con la “familia revolucionaria” no
se juega.
Como también lo entendió la maestra Gordillo,
supongo, quien quiso jugar al gran elector, pero no pudo conseguir la alianza
en el Estado de México, desde donde se preveía la derrota del ya desde entonces
ungido candidato del PRI por el grupo Atlacomulco. Con la derrota del PRI en el
Estado de México por la alianza, Enrique Peña Nieto no hubiera sido el hoy
ocupante de Los Pinos, sino Marcelo Ebrard.
Varios sucesos ocupan la atención hoy.
Ricardo Anaya, poco conocido, fue posicionado a partir de una investigación por
presunto lavado de dinero aún no comprobada, para posicionarlo a nivel
nacional. Andrés Manuel López Obrador ha dicho que si hay un nuevo fraude les
dejará el tigre y se retirará.
No lo sé de cierto. Lo supongo. Que el
acuerdo de 1994 va más allá de nuestros alcances y es la ratificación del de
1929 cuando el nacimiento del PRI, pero controlado con aliados fuera del PRI.
Que los grandes acuerdos de la familia revolucionaria “se respetan”. Entonces,
que esta elección la ganará Ricardo Anaya. Y que Andrés Manuel López Obrador o
quien designe el grupo comandado aún por Luis Echeverría —a través también de
Cuauhtémoc Cárdenas—, deberá esperar su turno en 2024. El domingo lo sabremos,
supongo.
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Twitter: @renatoconsuegra
(*) Renato Consuegra es periodista, ganador
del X Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí y director de Difunet