A
propósito de cómo limpiar la política
Lenin Torres Antonio | 27 junio de 2018
Tribuna Libre.- Imposturas aberrantes, hacerse parecer lo que
no son, sinónimo de incoherencia, desapego de lo real, o lo real sin signo,
extremos que se tocan, coludidos diálogos entre sordos, entre mudos,
consecuencia inevitable el deterioro del lazo social, lo que era fácil asir
como nuestro, los yo se alejan cada vez más en un vértigo interminable.
Risillas provocadoras por la incoherencia,
por lo absurdo del caso, movimientos que nos dejan mudos, eyaculación precoz
que nos avergüenza y nos hace olvidar que solamente somos imágenes suficientes
para hacernos gozar y repentinamente caer muertos en silencio y en el silencio.
Después viene la dialéctica, los posicionamientos tramposos, tendenciosos, que
van desde el juicio trivial al juicio intelectual, en medio, frases que tratan
de ser contundentes y convincentes, cada quien piensa que está haciendo lo
correcto, lo necesario para darle certeza a los principios rectores de la
viabilidad de lo social, su racionalidad y su sentido comunitario.
Por eso se hace indispensable defender la
democracia, urgente, vital para aspirar a tener una vida digna, una sociedad
donde todos tengamos trabajos bien pagados, salud, alimentos, viviendas, calles
pavimentadas, colectores pluviales y drenajes que eviten las inundaciones en
nuestras colonias en épocas de lluvia, escuelas y universidades gratuitas para
nuestros hijos, seguridad en nuestras calles y hogares, transporte urbano
limpio y barato, en otras palabras, justicia social.
Por lo que debemos impulsar un auténtico
cambio democrático, y acabar con la simulación y el engaño, más si se sabe que
nosotros tenemos la auténtica potestad para limpiar la política y la
democracia.
Por eso debemos ser verdaderos guardianes,
defensores de la democracia, y hacer que la política sea mandar obedeciendo, es
decir, lograr un poder obediencial hacia el que manda, gobierna o ejerce un
poder público.
Urge, pues la unidad patriótica de todos en
torno a este fin: limpiar la política, la democracia.
A partir de este escenario de disentimiento,
de desafección por lo político es fácil llegar a una situación de mediocridad
generalizada, de anestesiamiento de toda conciencia crítica y de un
aturdimiento de las facultades discriminatorias que desembocan en un fatalismo,
basado en el “todo va bien” del autocomplaciente pensamiento único o bien en un
nihilismo basado en la estética de la trivialidad. Como bien señala un buen
amigo filósofo, Miguel M Romera “debemos pensar la democracia en términos anti
dogmáticos, que desmantelen las mitologías surgidas de la propia razón moderna,
la causa de degeneración bien conocida históricamente. Apostar porque la democracia
(así como el entramado tecnocientífico) esté al servicio de una auténtica
emancipación del hombre; profundizar e introyectar en nuestro modo de pensar y
de actuar la constitutiva naturaleza polifónica –la diferencia- de la realidad democrática; asumir la
diferencia como motor de la dinamización y renovación constante de la propia
democracia. En definitiva, venir a pensar la política, particularmente la
democracia por venir más como un punto de partida que como una estación de
término clausurador de la historia y del tiempo; venir a pensar la democracia
es hacer lucido la práctica, es resignificar el poder y poner al hombre
humanizado en el centro del debate, venir a pensar la democracia es venir a
pensar la política y, en ese ejercicio de discernimiento, reflexión y análisis,
reconstruir el escenario de la razón desmitificada, y destacar el pensar como
el único autorizado para regenerar el poder, la abstracción mínima que haga
posible continuar unos frente a otros.”
Pero no basta el señalamiento desentendido,
ni la crítica vacía, urge la ejecución de actos que nos permitan movilizar el
debate y la reflexión sobre la política, dispuestos a poner en el centro el
bienestar y la dignidad del hombre.
Vivimos un escenario desacreditado de la
política que demanda volver a pensar la política, tener siempre presente que es
una responsabilidad de todos y todas, la reivindicación de la política, y
considerar que no puede haber tregua en los asuntos de la república -la cosa
pública-. Debemos tomar en cuenta la necesidad de buscar ciudadanizar la
reflexión sobre la política con el fin de recuperar la esencia de la política
que es producir ideas, y poner en el centro el bienestar y la dignidad del
hombre.
Poniéndonos a pensar la política es pensar en
nosotros mismo, en nuestro destino, es ver la política como ciencia, y no como
una vulgar lucha por el poder, complicidades y corrupción, es parar la profunda
crisis que atraviesan los partidos políticos, que han perdido la capacidad de
producir ideas, representar dignamente los intereses de los ciudadanos y formar
éticamente a los hombres que puedan gobernar con eficiencia y honestidad.
No debemos permitir esa cultura
institucionalizada del engaño y la diatriba, donde la política es el arte
sofista de hacer parecer como verdadera la falsedad, y ocultar lo esencial de
la política que es producir ideas, desafortunadamente, política electoral no
ciudadana.
Hoy los asuntos en crisis de lo públicos no
pueden verse desde una perspectiva ideológica partidista, ni desde una posición
de poder público, tienen que verse como cuestiones de intereses nacionales que
involucren a todos por igual, hoy el acuerdo plural es más importante que una
visión sesgada personal, y menos una ventaja electoral.
Los asuntos de la república están en riesgo
de colapsarse y sucumbir a la vorágine de la nostalgia por el poder de unos
muchos, o las perspectivas futuristas que en un tiempo posterior prometan la
solución efectiva a los temas de pobreza, marginación y violencia.
El hoy de los asuntos de la cosa pública es
un “hoy” muy presente y actual, es un ahorita que signifique ahora, no hay
tiempo por la práctica del ensayo y el error, ni el beneplácito de la
investigación científica a posteriori, porque la irresponsable actitud de un
“hoy posterior” implica suma de muertos y sufrimiento humano, acumulación de
decadencia, y es repetir la historia del fracaso de siempre de la política como
el único instrumento del cambio y la buena organización social que detenga la
entropía en que cabalga lo público, en suma estamos en la antesala de un
suicidio premeditado, asistido y perverso de la viabilidad de lo público que
significa la tolerancia de estar enfrente uno de otro, sin que esto signifique
un encuentro mortal y de exclusión como “hoy” se vive.