Lenin Torres Antonio | 29 julio de
2019
Tribuna Libre.- Hay un mito que dice que vivir en sociedad
nos garantiza cierta seguridad, pese al precio que tenemos que pagar, la
represión de nuestros impulsos sexuales, y posponer nuestra satisfacción de
nuestros deseo.
Condenados a obedecer, presuponemos que esto
es mejor que exponernos a la ley del más fuerte, o la vorágine de la violencia
del otro, sin que exista la más mínima posibilidad de garantizar la
sobrevivencia más que en el enfrentamiento corporal, y no en el debate
racional, apostamos a cierta seguridad sin libertad auténtica, se impone una ética
pública por encima de la individual, Antígona tarde que temprano tiene que
renunciar al derecho de enterrar a su hermano y honrarle muerto.
Norbert
Elías, en su texto “el proceso de la civilización”, cuestiona la
facultad “racional” que tiene el hombre de planificar a largo plazo, un proceso
de civilización, a los más que ha llegado es a que unos cuantos monopolicen los
ingresos y la violencia, aunque esto no constituya, como lo estamos viendo, el
marco de referencia para hablar de ese grado de civilización que nos atribuimos
y que debe incluir el acuerdo, y los actos democráticos; en su lugar podemos
apreciar la imposición de un metalenguaje que hablar por encima y debajo del
lenguaje, lo que en el lenguaje vulgar se ejemplifica con lo que llamamos “valores
entendidos”, o el acuerdo fuera del proceso, en lugar de la verdad de la letra
escrita, la verdad de la fuerza, o como diría Foucault, la verdad de la
relación de poder.
Más allá de ese primer acercamiento para
explicarnos el estado de la cuestión de lo social, está la construcción de
nuestra subjetividad que tiene que ver, por una parte, con la consciencia de
sí, y por la otra, en cómo llegamos hacer eso que somos, eso que llamamos
naturaleza humana.
Freud en la segunda tópica nos permite una
respuesta a cómo operamos (nos comportamos) los hombres, cómo está estructurado
nuestra psique, en su texto “el yo y el ello”, comenta que el yo se precisa en
torno a sus funciones (potencias), y que este establece la categorización
temporal de los procesos anímicos y los somete al examen de la realidad,
además, mediante la interpolación de los procesos de pensamientos, consigue
aplazar las descargas motrices y gobierna los accesos a la motilidad, y que con
la ayuda del superyó, se nutre, de una manera todavía oscura, de la experiencia
de la prehistoria almacenada en el ello; de igual forma, nos habla de sus
sujeciones (servidumbres) peligrosas: de parte del mundo exterior, de la libido
del ello, y de la severidad del superyó.
Desafortunadamente, Freud, dice que el yo
tiene una posición parecida a la de un monarca constitucional sin cuya sanción
nada puede convertirse en ley, pero que lo piensa mucho antes de interponer su
veto a una propuesta del parlamento.
No obstante a esas servidumbres, a esa
posición incomodad donde tiene que conciliar, la cultura (la norma) con las
pulsiones, pervive un yo que aun avasallado por el mundo exterior (la
naturaleza), la libido del ello (la pulsiones agresivas y sexuales), y la
severidad del superyó (la cultura y civilidad), no deja de insistir en hacerse
escuchar, en apostar por esa conciliación, diría, en esa ilusión, aunque sólo
lo haga en exacerbaciones intelectuales que nada tienen que ver con lo real.
No deja parecernos los tiempos que vivimos,
ejemplos claros de esas formas en que estamos sometidos, por un lado al mundo
exterior, la naturaleza indómita, que al hacer su aparición no nos queda más
que la resignación, el abandonarnos a nuestro fatal destino, y encomendarnos a
nuestros dioses. Ese mundo exterior, hace su aparición menos afortunada para
nosotros, en forma de inundaciones, terremotos, tsunamis, tormentas.
Avasallamiento impredecible que nos hacen
situarnos en el límite de la existencia, la muerte y la enfermedad, aunque lo
saludable sea que los que sobreviven, retornan con un sentido más honesto de la
vida, y esta cobra su total significación y valor.
También constatamos hoy en día, que se impone
a la malograda racionalidad, la pulsión, el ello, ese apetito voraz y perverso
por someter al otro, queriendo tener siempre una ganancia de placer, por eso ya
no basta matar, ahora hay que dejar nuestro sello personal en un mensaje para
los adversarios, ya sean los internos como los externos.
La historia del hombre es la historia de sus
guerras, pero también es la historia de sus ilusiones, entre ellas las más
destacadas son la racionalidad y la civilidad, ante esto nos queda, o bien
reelaborar nuestra concepción que tenemos de nosotros mismos, comenzando por
buscarnos, como bien aconseja Nietzsche, quien dice cómo podemos encontrarnos
con nosotros mismos si nunca nos hemos buscado, nunca hemos sido nosotros
mismos, y mucho menos hemos tenido consciencia de sí, o bien, continuamos
creyendo que este es el mejor de los mundos posibles, como bien lo decía
Voltaire.
Aunque lo primero implicaría una ruptura
peligrosa, pues nos desvelaría como eso
que no queremos ser, exigiendo la muerte de lo que somos, una clínica de lo
social, que pone como condición esencial, nuestra renuncia a nuestra vida
anímica, a eso que hemos creído que era lo mejor; y lo segundo, la emergencia
del poder sin concepto, y desistir de todo concepto, es volver al origen, al
padre omnipresente de la horda primitiva, no por nada el capo de capo “Don José
Reyes", en la película “el infierno”, su medio de hacer operar lo social
es la acción, el poder, con una mínima verbalización: ¡chinguéenlos!, ¡Ya te
jodiste!, ¡denles en su puta madre!..., película que no cuesta mucho talento
histriónico, ni mucho menos, elementos de la imaginación, es lo real, lo que
enmudece, lo que convoca al silencio y al morbo, sólo nos falta, hacerlos en
escenarios como los coliseos romanos, donde ciertas barreras nos protegieran de
las fieras salvajes y de las lanzas de los sentenciados, conformémonos, ya algo
similar se hace a través del facebook.
Continuemos nuestras historias humanas entre
las balas y los malos humores de la phisis, que es lo mismo, lo que Freud
anunciaba, entre los avasallamientos del Yo.