Lenin Torres Antonio | 13 septiembre de 2019
Tribuna Libre.- Depositar en el Estado la capacidad y el
derecho de ejercer la violencia y el castigo, resulta fundamental para que una
sociedad funcione bien, en el entendido que las pulsiones agresivas y sexuales
son administradas por la cultura, entre ella el Estado como una parte de esa
cultura, para posibilitar la certeza de futuro y la fortaleza del lazo social.
Al final de cuenta la función de la cultura
consiste en reprimir esas pulsiones humanas, y a partir de esa represión
organizar a los individuos para la vida pública, construir el estado derecho
para el castigo al trasgresor que atente contra los intereses de la comunidad,
desarrollar sistemas de instituciones públicas y privadas para la
gobernabilidad y la sostenibilidad, y, por último, posibilitar las condiciones,
pese a esa represión, para lograr la felicidad de los individuos que habitan la
ciudad. Es en ese momento en que la Cultura posibilita la satisfacción de la
pulsión a través de la sublimación, la neurosis colectiva, la locura de dos,
cuando ocurre el acto comunitario como un acuerdo involuntario en el cual los
individuos aceptamos y transmitimos el respeto y el reconocimiento de la ley.
Las causas por las que una sociedad no
funcione bien, son multifactoriales, aunque, a decir verdad, un factor
determinante es la falta de evolución de los ideas y conceptos con que hemos
configurado en lo real éste mundo humano, o los que muchos llaman la res
pública (la cosa pública). En estos tiempos, seguimos aferrados al entramado
epistémico del mundo griego, particularmente al platonismo y al aristotelismo,
y al iluminismo, mitos con que seguimos insistiendo que son con los que debemos
continuar viendo y organizando , pese a saber que esos
mitos constitutivos, como la democracia, son espejismos que el poder (un
eufemismo para hablar de la pulsión) lo atraviesa permanentemente. Y otra, la
pérdida del acto comunitario, que es esencial para que la aceptación de la ley,
pese a la represión, introyectada viene a constituir el marco desde donde se
posibilita la administración que hace la cultura de nuestras pulsiones,
permitiendo sublimarlas, y la convivencia pacífica.
Mientras, como lo he dicho, viene una nueva
oleada de ilustrados que nos saquen de las cavernas inundadas de mitos y
sombras, aquí vale la metáfora platónica, aunque en ese entonces fuimos sacados
de las cavernas a un supuesto mundo real que resultó otras sombras y
espejismos, debemos revisar y analizar el fenómeno de lo público desde esa
multifactorialidad, debemos ir más allá del diagnóstico monotemático para
explicar y enfrentar el grave problema del deterioro de la vida pública y el
poder público, por lo que la solución ansiada tiene que tomar en cuenta
factores esenciales como son la demografía, la psicología, etc., así que el
análisis es mucho más riguroso ante el reto de revertir el deterioro de nuestra
vida público que resulta evidente y mortal.
Para ver la dimensión del reto, y la
complejidad de esos deterioros de la vida pública, que ameritan casi un
imposible ejercicio terapéutico de hacer clínica de lo social, o en su caso,
sentar al diván a la misma sociedad, traigo presente unos párrafos de un texto
que titule “Por una Clínica de lo social -versus- Modernidad. A propósito de la
pacificación de México” https://www.entornopolitico.com/columna/28054/lenin-torres-antonio/
, en el que sale a la luz esa misma complejidad:
“De una entrevista que el periodista Jacobo
G. García hace al líder de “Los Aztecas” en la cárcel de Ciudad Juárez,
publicada por el periódico español, en Internet, El Mundo, se desprenden
conceptos que hay que analizar y tener presente:
¿Cómo se ha llegado a la situación actual?
“Ahora se mata a los hijos, a la familia y se
le corta la cabeza. Es un grado muy alto de violencia y ya no es por poder, por
influencias o por negocio, se mata por gusto” (Líder de los Aztecas).
¿Por gusto? “Sí, la mitad de las muertes en
las calles son ya por gusto. Hay gente
cansada y enrabietada y cualquiera tiene un arma” (Líder de los Aztecas).”
Por lo que Matar por gusto tiene que ver con
una dimensión patológica que implica una ruptura con la normalidad, la ley es
forcluida, no hay mediación de poder ni riquezas, ni valores que distingan,
simplemente es “por gusto”. Ante esto, el marco simbólico se cae y queda la
caída violenta, el acto criminal.
Por eso viene bien más discursos que se
deslicen sobre la necesidad de sentarse a dialogar sobre la complejidad de tal
ruptura, y distinguir el acto violento provocado por la indefensión o la
impotencia, del acto criminal, en el sentido de la caída de la subjetividad, ya
que esto es grave, porque ahí no es tan fácil hallar motivos validos ni mucho
menos ingenuidades como el exhorto a la “institucionalizar la moralización” o
“el rescate de los valores”, estamos ante un acto criminal que implica el
“gusto”, es decir que hacerlo por placer es una dimensión que requiere hacer
clínica de lo social. Sumado a ello, creo que no sobra hablar en términos del
perdón o la amnistía.
Demos oportunidad de que se imponga el verbo,
la palabra plena, a la fuerza por la fuerza, como está sucediendo. Esto no
quiere decir renunciar al estado de derecho, sino permitir a quienes desean
asumir un estado común de intelección y de vida, demostrarlo, incluso hacerlos
nuestros aliados. Empecemos por algo desde esta posición de un ciudadano
preocupado por el futuro que les heredaremos a nuestros hijos, los convoco a reflexionar
desde otro lugar, desde otra perspectiva. Hay un síntoma, los otros quieren
hablar y entienden que hay que hacerlo, no nos queda otra, si no lo hacemos
seguirá hablando el silencio y la fuerza.
A todas luces falta un Proyecto de Nación
fundamentado en una nueva teoría política e ideológica, que sostenga el poder
público de forma consecutiva, es decir, que las acciones de la función pública
estén vinculadas con esta nueva teoría política e ideológica, teniendo la
garantía que ésta nueva teoría política e ideológica sea capaz de enfrentar y
resolver los graves problemas sociales, de certeza, económicos, educativos, y
de seguridad, entre otros, que vive la sociedad mexicana; considerando que no
debe entenderse como una posición puramente moral y ejemplar, sino como una
perspectiva de ética y de acción que involucre a la sociedad en general.
El problema somos todos, y todos debemos ser
la solución.
Septiembre de 2019