La pérdida de la memoria histórica del
mexicano
Tribuna
Libre.- Para
el mundo prehispánico el tiempo era circular, cada determinando tiempo, la
gavilla de años que correspondía 52 años, término que representaba el fin del
ciclo, y la consumación o extinción del “fuego viejo” para dar paso al “fuego
nuevo”, los humanos debían destruir todos los enseres, casas, etc., que
representaba lo viejo para dar paso al nuevo ciclo del tiempo. Tenían una
visión de la posesión y la propiedad desapegada, por lo que deshacerse,
quemarlas, no representaba ningún sufrimiento, ningún dolor. En contraparte, la
apropiación (la conquista) instaló una visión del tiempo lineal, acumulativo,
con un origen en el legado de la tradición judeocristiana, que nos sitúa con un
tiempo abierto, misterioso, incluso peligroso, se sabe de dónde se viene, pero
no se sabe, a dónde se va, por lo que el apego a lo construidos, poseído,
amado, es doloroso. y ha creado un comportamiento egoísta, pues somos esos que
hemos acumulado y construido, podemos decir que el hombre occidental su
espiritualidad es “lo externo”, lo acumulado, lo poseído, no hay más.
El contraste entre el tiempo prehispánico,
cíclico, circular, particularmente del mundo de los aztecas, y el occidental,
heredado o impuesto por la colonización, nos deja ciertas lecturas desde donde
interpretar el comportamiento presente del hombre del nuevo mundo, incluso del
hombre en general.
Ese tiempo líneo forma parte de la teoría de
denomino, basado en la construcción de una consciencia temerosa ante el enigma
del tiempo, situándonos y obligándonos, ante el acto histórico de la
acumulación, un apego a lo material determinante para las pocas ganancias de
placer y de felicidad que tienen los seres humanos, es visión del tiempo
infinita nos deja siempre en una interrogación paranoica sobre el futuro, que
se puede clausurar repentinamente sin que podamos tener tiempo para darnos
cuenta del engaño, de la futilidad de nuestro ser que se entiende sólo no
siendo, ser en la muerte; por lo que el presente existe en la medida de lo
poseído, la acumulación de cosas, el futuro siempre será una interrogación maldita,
y diría fatalista, el pasado sólo tiene un origen, y se nos ha impuesto es
teológico judeocristiano, por lo tanto, tampoco existe, el presente es intentos
infructuosos de que la acumulación de cosas llene nuestra falta estructural, y
por lo tanto nos sitúa en una orfandad epistemológica, ontológica, siempre
cercado por la clínica.
El tiempo lineo interminable, y por lo
consiguiente, misterioso y peligroso, que va construyendo una memoria de
martirio y de un comportamiento obsesivo de acumulación de bienes materiales
para dar sentido a nuestras vidas, en contraste, el tiempo cíclico finito, y
por lo consiguiente, predecible, armonioso y confiado, que nos permite la
consciencia de finitud y mortalidad, perdida actualmente por el sentimiento de
continuidad inconsciente de lo humano, la promesa incumplida de un tiempo
infinito que nos deshace y sólo es una promesa, por lo que sin esa
espiritualidad material, coloca al mundo de los antiguos en un vertiente más
inteligente y liberadora. La esclavitud y la apropiación están del lado del
tiempo infinito, lineal.
Después que se consumó la apropiación, el
lavado de cerebro, la desmitificación del viejo mundo, por el nuevo mundo, hizo
del nuevo mundo viejo y enfermo, sufridor y zombi, y eso se dio por cambiarnos
nuestra visión del tiempo, por un tiempo misterioso, que nos hace pensar que la
desconocida es la muerte, por no deseada, por temida, el mundo que heredamos se
volvió contradictoria, y un hibrido que contraviene la condición de la memoria
histórica del pensamiento del tiempo lineo occidental propicio para hacer
promesas, vemos que ese hibrido mexicano no tiene memoria histórica, no tiene
un referente del pasado que refuerce la visión presente para intentar hacerla
mejor y liberadora. Solo así podemos explicar que en tan poco tiempo los
mexicanos, principalmente, dejaran de ver hacia atrás para darse cuenta que
toda esa crisis pública que vive sus pueblos e instituciones tienen un origen,
y no en el presente; sólo así podemos entender la ligereza de opinión sobre el
esfuerzo titánico que tiene ante sí, el buen intencionado presidente Obrador,
de rescatar la funcionalidad del estado mexicano, y provocar la conciencia de
comunidad perdida por más de 100 años de una cultura de la simulación y el
engaño.
Parece que no pasó nada, que el que tenemos
enfrente debe pagar por “los platos rotos”, y esto no es así, hubo un origen de
ese “desmadre” que vivimos los mexicanos, que hizo que la política sirviera
únicamente para la lucha por el poder, no para hacer viable la vida pública,
una política electoral, y una clase política mediática y hecha para hacer
campaña electoral permanentemente, ahora lo vemos, no se dan cuenta que no
estamos en campaña, pero parece que es así, no entienden que ahora es tiempo de
comunidad política, y consciencia social y política, y que debemos aceptar que
por pasivo o activo todos fuimos responsable del deterioro de nuestras
instituciones pública, de que la política se convirtiera en un instrumento para
aupar al poder público a esa decadente clase política, sin esa consciencia
comunitaria política no será posible salir del grave problema de crisis social
y pública que vive la sociedad y el estado mexicano.
Una mirada al origen, una vuelta así sí
mismo, de uno y del otro, una clínica de lo social, una vuelta hacia las
concepciones que construyeron nuestra consciencia, un entender del ser del
mexicano, viene bien hacerlo, porque “el fuego nuevo” podría quedarse en una
chispa, en un conato traumatizante, y que “lo viejo”, “el fuego pervertido y
pusilánime” renazca para sumirnos otra vez en la penumbra y el uso de la
fuerza; el acto civilizador que implica ese “fuego nuevo”, su viabilidad está
construido desde lo más simple, que es hacer hogar alrededor del fuego,
reconstruir los elementos que marcaron la diferencia entre el animal llamado
hombre y los otros, el rescate del acto comunitario, en romper las barreras
egoístas e individualista que nos han hecho presa de la esclavitud de la
apropiación que aún existe por los nuevos colonizadores del mundo global y la
introyección que nos han hecho del hombre universal sin rostro, en situarnos
desde otra visión del tiempo menos temeroso, el tiempo cíclico.
En México la colonia fue más traumática por
la resistencia del imperio azteca, nuestros antepasados en la confusión
intentaron resistir al yugo y a la violencia, por lo que el proceso de
evangelización, y diría ahora de interiorizar el tiempo cíclico fue más cruel,
literalmente un genocidio, aceptamos las cosas a fuerza, pero filtramos lo
nuestros, nuestra espiritualidad diferente a los colonos, desfiguramos sus
templos, podemos dejar de creer en Dios y seguir creyendo en nuestra madrecita
“la virgen María”, aceptamos el tiempo lineal pero desde una consciencia de un
tiempo cíclico, por eso “nos vale madre”, aún hoy nos resistimos a esa nueva
colonización que intenta mantener a capa y espada el imperio.
Algunos han escrito sobre la psicología y la
filosofía del mexicano, el hombre que con una sola palabra es capaza de decir
muchas cosas, como bien lo describe Octavio Paz en la polisemia de “la
chingada”, el hombre que con un tiempo líneo deja de tener memoria histórica,
aunque peligroso, original, ahí está el acto libertario, nos hemos rebelado al
designio de la consciencia de dominio, de la culpa, pues sólo así han podido
mantener el sistema de explotación, cargándonos hasta la saciedad con la culpa
de la muerte de un hombre, Jesús Cristo, y con las pequeñas muertes que
permanentemente esa memoria histórica mantiene en su univoca narrativa de una
visión de lo bueno, verdadero y bello, pero ahora esa desmemoria histórica es
una arma de doble filo.
Vine bien hacer ahora memoria histórica,
aunque sea de forma temporal, más ahora que se abre un parteaguas determinante
para definir el destino de México, y que no hay muchas opciones para enfrentar
los exabruptos de esos más de 100 años que construyeron un rostro corrupto y
perverso del México posrevolucionario.
Primero, hay que reconocer ciertas verdades o
condiciones necesarias para la viabilidad de una transición hacía una
“democracia permanente y reactiva”, autocritica, y estos tiene que ver con
entender que por más de 100 años ese modelo post revolucionario de la dictadura
perfecta presidencialista construyó el México contradictorio, pobre,
desgastado, peligroso y sin orgullo que hoy vivimos; entender que la clase
política que ha gobernado el poder público en México hizo desaparecer la
funcionalidad legal y democrática del Estado mexicano a través de instalar una
cultura de la simulación y el engaño (dictadura perfecta), ¡no había Estado!, y
que ahora estamos viendo el intento de recuperar la funcionalidad del Estado
mexicano, y que eso no es suficiente para resolver los graves problemas de
pobreza, marginación e inseguridad que vivimos los mexicanos, que tienen que
ver con un rezago histórico; que no podemos continuar topándose con la pared:
con las falsas expectativas del mundo global, con la carencia de una identidad
de la mexicanidad, con una sociedad ajena a las responsabilidades de la res
pública, con la irresponsable y avariciosa oligarquía local y externa que es la
única que siempre sale indemne de estas crisis y cambios sociales, con el
acecho de los herederos insanos de la praxis política de la vieja clase
política, y con una clase política todavía decadente, con esa herencia maldita
de degeneración que nos dejó esa dictadura perfecta que hace que comencemos
literalmente de cero, sin una cultura de la legalidad y la paz, sin una
conciencia social que nos corresponsabilice de la construcción de nuestros
espacios públicos, sin un sistema de partidos moralmente correctos puesto que
sólo fueron educados para la lucha por el poder por el poder, con una sociedad
acrítica y pasiva; que no puede repetir la historia de la cultura de la
simulación y engaño que tanto ha gangrenado a México, por lo que tiene que
pensar que la participación política no termina en el sufragio, y que la
construcción del nuevo México no es cosa de los profesionales de la política, o
de un hombre por muy bien intencionado que sea; y que exactamente por esa
actitud de silencio, por no pensar, es por lo que ha ocurrido lo que ha
ocurrido; entender la obsolescencia de la política y la clase política, es
decir, que la política como la hemos venido practicado en México no ha servido
para hacer un mundo mejor para los mexicanos, en ese sentido podemos decir que,
¡la política no sirve!; entender que la única vía para transformar México de
forma pacífica es refundando al Estado mexicano; creer que, para ello, se
necesita una sociedad critica capaz de organizarse para relevar a esa vieja
casta de políticos que son causantes directos de la crisis pública y el
deterioro de nuestras instituciones; entender que para refundar al Estado
mexicano tenemos que convocar a un Nuevo Constituyente; que, si no se hace,
continuaremos destinado a la marginación, al hambre y a la muerte a miles de
mexicanos incluso aun sin haber nacido; y que, llego la hora de ciudanizar la
política y volver hacer comunidad.
Estas obviedades que parece que el sentido
común puede dar cuenta de ello, y que no se necesita intelectualidades para
reconocerlas que son verdades y condiciones para la viabilidad de la real
Transformación de México, se topan con la pobre memoria histórico del mexicano
y quizás, de los ciudadanos del Mundo, no sé si esos poderosos procesos de
alienación en que nos tiene sometido el Imperio, y los nuevos procesos de
colonización son las causas; o es una particularidad provocada por la
filtración espiritual del tiempo cíclico del mexicano antiguo en el tiempo lineo
occidental.
El escenario patético y pobre de los
analistas, intelectuales, y la farándula política confirman esa pérdida de
memoria histórica, en las tiras de opinión, en los artículos sobre actualidades
políticas, en el discurso de la pobre oposición política, incluso, en la
inocencia o ignorancia de los nuevos poderosos, en las tertulias de los ricos y
pobres, la narrativa se repite pobremente, como si no hubiera pasado nada, y es
cuestión de ver lo que está haciendo el gobernante en turno, las estadísticas,
los exabruptos mañaneros, los indicadores sociales y de seguridad; e insistir
que el que tenemos enfrente hay que pedirle que rinda cuentas, olvidando con
una ligereza pasmosa que lo que vive México es el resultado de una desviación
histórica, aunque albergo mi sospecha que el vecino del norte tiene algo que
ver en esto, puesto que siempre le ha convenido tener su patio trasero con un
vecino confundido y sin ambiciones.
Más allá de dar respuesta a esas
interrogantes de la temporalidad, lo cierto es que México padece una peligrosa
perdida de la memoria histórica, al no percatarse que lo que vivimos hoy es la
resistencia de ese “fuego viejo” de no extinguirse, y continuar haciendo
estragos en la vida pública del mexicano. Y hay que ponerle un alto, y
recuperar esa memoria histórica que nos permita construir un México prospero,
seguro y justo.
Diciembre de 2019