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enero 22, 2020

Crónicas Ausentes… La Ciudad Arquetipo y el Rio


Lenin Torres Antonio | 22 enero de 2020
Tribuna Libre.- Benjamín me dio la buena nueva, me dijo que el sábado llegarías.
La espera ha sido tortuosa, pues desde hace mucho tiempo he querido escribirte, saber de ti, y principalmente verte, oírte, describirte, pensarte y fundirme con tu historia.
Ahora crees lo que te dije cuando nos conocimos, que nunca desistiría de tu gracia, que me fundiría contigo, y que mi amor por ti sería inmortal, que mi deseo tendría su objeto de amor en tu deseo y más temprano que tarde volveríamos andar por el mismo sendero.
Sé perfectamente que nunca creíste que nuestra presencia en este mundo sería una historia que se repetiría infinitamente, que nuestras vidas no tendrían un tiempo lineal que se perdiera en lo finito y nos hiciera mártires de la historia. Y que seríamos capaces de anular en nuestras almas las penas de la temporalidad, y robaríamos cual prometeos el fuego del silencio y el saber del oráculo para compartirlos con los hombres de buena voluntad.
No creas que me he olvidado que te aburrían estas pláticas, y que preferías buscar la felicidad hasta por debajo de las sabanas, donde realmente no buscaste, porque creías que era algo sublime que trascendía lo mundano, que podría ser tomado con el corazón en lugar de con las manos.
Preparé un nuevo discurso para continuar enamorándote, en el cual he puesto el verbo en consonancia con la lengua, los nervios con el alma.
¡Bienvenida!
Como me da alegría que vuelvas de donde nunca debiste haberte ido. Las cartas lo decían, la bola de cristal lo anunciaba, nuestros corazones unísonos suspiraban su destino, y dejaban vestigios por doquier. Exentos de toda culpa, liberados de la maldición de las lenguas rasposas que nos han hecho vivir presos de los fríos razonamientos de la modernidad, al fin, podemos ejercer nuestro derecho a la vida.
Las cosas han marchado bien, he dejado de holgazanear cual oso invernando, solamente lo hago de vez en cuanto, cuando me atraganto de ese delicioso platillo llamado “codillo Alemán”, que después del festín, me provoca una somnolencia y pesadez que no permite sostenerme en pie; forzosamente me veo obligado a echar una siesta;  pero la mayor parte del tiempo, me la paso en vela, pues no quiero que mi vida se me escape cuando ya no esté, quiero estar presente en mi muerte, y si es posible participar de una muerte digna y bullanguera, irónica y pública, quiero estar presente cuando mi cuerpo sea llevado en esa caja que se funde con la madre tierra, al respecto, pienso que deberíamos ser enterrados sin ropas, sin cajas, “como dios nos trajo al mundo”.
Así nos ahorrarían el trabajo de desvestirnos para entrar en fusión con nuestra esencia en común, la nada.
Te contaré la historia de un pequeño fantasma. Todo comenzó en el lugar donde nos conocimos, donde nos encontramos, Rinconada. Pasada la media noche, al cruzar por el pueblo, un menudo mocosuelo me hizo la parada, y me pidió que le diera un aventón.
Le pregunté a dónde iba a esa hora de la noche, y le dije que era muy peligroso que anduviera sólo; me dijo que le era urgente salir de ahí. Al ver que su cara reflejaba una gran preocupación, detuve mi arenga, y automáticamente le abrí la puerta del coche. El chaval no rebasaba los ocho años de edad. La verdad es que me dio lastima, y sin cuestionarme si había hecho bien, reanudé el viaje. Invisible entró y se sentó solemnemente, sin pronunciar palabra por el momento, se quedó persiguiendo con la mirada el espacio que alumbraba los faros del carro, claro que, por las altas horas de la noche, sólo veía asfalto y uno que otra luz de vehículos que nos rebasaban o que venían en dirección contraria. Cabizbajo intentaba ocultar su aflicción, sin embargo, algo se escabullía, lo delataba, era su lánguida mirada que reflejaba un gran pesar y una inmensa preocupación; le pregunté si estaba bien, y sin mediar palabra alguna, me contestó con un movimiento de cabeza, dándome a entender que sí. Tratando de saciar mi curiosidad por saber algo de él, le pregunté su nombre, y sólo logré que me respondiera con un sonido, porque lo que escuché no era en lo mínimo una palabra, parecía sonar “plash”, como el sonido que produce un objeto de metal al caer. A partir de ahí comencé a llamarle “Plash”.
Te confieso que me dio mucho trabajo hacerle hablar, pero lo logré e iniciamos un diálogo interesante.
Para mi sorpresa, Plash es su verdadero nombre, me dijo que era un nombre polaco, que no sabía lo que significaba; lo del origen polaco lo supo por su madre cuando la escuchó platicar con una vecina, quien le preguntó de dónde había sacado el nombre, ella le dijo que de una antigua leyenda polaca. 
Te transcribiré el diálogo que sostuvimos, pues afortunadamente recuerdo todo, hasta su desenlace inesperado, su desvanecimiento, su abandono:
Yo –
¿De dónde eres?
Plash –
De Tlaltetela, una pequeña comunidad, donde no hay tristeza, donde hay alegría, donde la gente todo el día anda riéndose, se ríen por todo, incluso de sus desgracias, como cuando alguien muere, el pueblo hace una auténtica fiesta y despide al difunto con una gran algarabía, sus familiares cantan, bailan, cuentan chistes, juegan, hasta los perros se contagian de ese ambiente, porque se ponen a ladrar como locos, creo que por un momento sus almas se vuelven humanas.
Un caudaloso río atraviesa mi pueblo, donde nunca las almas nobles se ahogan, en cambio las malas, aunque sepan nadar, son devoradas sin piedad por su furioso cause. Sus aguas son cristalinas e inmaculadas, parece que la gente cuando va a bañarse y se asoma en ellas, no puede ocultar nada de la esencia de sus almas, y todo lo dejan al descubierto, sus virtudes y sus defectos; por eso cuando percibe la maldad, se traga a esa clase de gente, en cambio, cuando detecta la bondad, transforma sus furiosas corrientes, en mantos protectores, en caricias, hasta el que no sabe nadar no es excluido de deleitarse de esos baños divinos, mágicos.
Con decirte que una vez, llevé al río a mi mascota preferida, un corpulento loro verde que se llamaba “Roque”; el río se lo tragó, creo percibió en su alma malignidad. Ese día comprobé que los animales tienen almas. El río es nuestro oráculo, el que todo lo sabe. La gente si quiere confesarse, en lugar de ir a una iglesia, va al río.
Fíjate que en mi pueblo el tiempo se detiene, parece que siempre estamos en el mismo tiempo, el tiempo de dar gracias a nuestros antepasados, el tiempo de nuestros dioses, el tiempo sin historia, porque la historia nunca se escribe, pues siempre los acontecimientos van precedidos de un culto al pasado, por eso creo que en mi pueblo reina la paz perpetua y la alegría de la eternidad.
Yo –
¿Cuéntame de tu familia?
Plash –
Es una familia como las que hay por doquier, somos cuatro: mi madre Lucero, mi padre Abraham, mi hermana Leticia y yo. Mi mamá dice que éramos cinco, con mi hermanito José, quien murió cuando tenía unos cuantos meses de haber nacido, fue sietemesinos, sus órganos no estaban desarrollados, aun cuando su espíritu si lo estaba; mi madre dice que los espíritus de los seres humanos se adelantan al cuerpo, es decir que razonamos antes de desear, el espíritu viene ya desarrollado y a veces el cuerpo no está preparado para recibirlo, como el caso de mi desafortunado hermanito. José antes de morir, se despidió de mi madre con una dulce y bondadosa sonrisa, parecía que nos decía: “den gracia aún por un minuto de vida”. Leticia apenas tiene dos años, todavía no nos trasmite sus pensamientos con conceptos, pero si con su penetrante mirada, tiene el poder de la telepatía, pues sin pronunciar palabras nos dice lo que quiere. Es muy vivaracha, cuando camina danza, mueve su cuerpo tan armoniosamente que forma figuras hermosas, la queremos mucho, es la alegría de la casa. Algún día va a hablar, y cuando lo haga, nadie la va a poder callar, creará con su verbo poemas bonitos, no dudo que sea una gran artista. Según el oráculo, en mi hermana reencarnó un espíritu romántico. Yo sí creo eso, porque nunca ha fallado nuestro río, Él sabe todo, cada evento de nuestras vidas las ha visto acontecer en su esencia imperceptible, su éter es fantástico nos cubre a todos con un halo divino, somos afortunados de tener un ser como Él.
Mi padre es el carpintero del pueblo, no hay otro como él. En una ocasión un vecino quiso hacerle la competencia, pero fracasó; la gente siguió prefiriendo las obras de mi padre, auténticas obras de arte; incluso, me atrevo a decir, que van más allá del arte, son obras de creación divina, pues a cada una la impregna de una sabiduría, de una pulsión, de una voluntad de poder. Son tan especiales, que los hogares donde están, reinan la alegría y la paz, creo que mi papá deja una ventana invisible para que los espíritus de las cosas puedan andar libremente y transmitan la bienaventuranza. Mi padre es un hombre trabajador e inteligente.
Cuenta mi madre que cuando lo conoció era un muchacho muy valiente y con ideas raras, ella las llama raras porque no las entendía, lo que pasa es que mi padre fue un liberal que creía en todas esas teorías de la igualdad y en el mito del estado, todavía conserva muchos libros con esas ideas. Sin embargo, ahora, al igual que todos los del pueblo, profesa el misticismo.
Yo –
Se nota que amas a tu familia. Me alegra que así sea, comparto tu fidelidad. De seguro que eres un excelente alumno en tu escuela.
Plash –
En mi pueblo no hay escuelas, y los niños debemos solamente asistir una vez a la semana a un lugar que llamamos "La Ciudad Arquetipo”. Está a las afueras del pueblo, ahí todos los jueves de cada semana los niños nos reunimos, y el pueblo se queda en silencio, ni un ruido se escucha, los adultos tienen prohibido salir de sus casas, hasta que regresen sus churumbeles. A La Ciudad Arquetipo llegamos a las cinco de la mañana, cuando todavía no ha amanecido, y lo primero que hacemos es agarrarnos de las manos y esperamos la salida del Señor Sol. Cuando aparece, unísonos gritamos: ¡Buenos Días Señor Sol!  Él nos devuelve el saludo con bellos rayos de luz y energía, nos mira atento y a veces creo que se emociona tanto que se le desprenden lágrimas. Después le pedimos permiso para retirarnos e iniciar nuestras actividades, la señal de su consentimiento es la aparición de un arco iris refractando la luz y dejándonos contemplar sus bellos colores.
Posteriormente nos agrupamos por edad y cada grupo se retira a su sala de sesión, donde hay cojines para sentarnos. Antes de entrar nos quitamos los zapatos, después nos acomodamos cada cual en su cojín, aunque todos son iguales y del mismo color, todos sabemos cuál es el nuestro. Será que lo hacemos parte de nuestra persona o es el alma de cada cojín que hace familia con cada niño. Después de acomodarnos, se pasa a la elección de quién va a dirigir la clase ese día. Por lo regular, siempre hay más de un candidato, pues muchos tienen cualidades de líderes. La elección es muy sencilla, se elige a quien logre penetrar en lo más hondo de los corazones de los niños. Se les permite realizar cualquier cosa, decir un discurso, declamar una poesía, hacer una payasada, incluso no hacer nada; una vez gané sin hacer ni decir nada, solamente me paré enfrente y los miré largo rato; me acuerdo que mis oponentes, dijeron largos discursos, todos muy sabios y bien dichos; pero quien sabe por qué mis compañeros ese día me eligieron. Según mi madre fue porque a veces es mejor callarse y dejar que los demás decidan que sentimientos y pensamientos quieren que se les transmitan, es como ceder tu cuerpo a los deseos de los demás.
Ya electo el niño médium, éste se acomoda en un promontorio que está al centro del salón, cierra los ojos y empieza a ceder su materialidad al reino de lo trascendental, miles de espíritus se agolpan queriendo utilizar el cuerpo del niño para hablar con nosotros, así es como de repente surge la voz de un alquimista que nos habla de sus conocimientos para transformar la tierra en oro, el odio en amor, las plantas en suaves fragancias, el agua en fieros rayos de luz, el fuego en alimentos celestiales; o la de un médico que nos enseña conocimientos sonadores, sentenciando siempre, que la salud del cuerpo está en consonancia con la salud del alma, que una alma sana tendrá siempre un cuerpo sano; o la de un humanista, que defiende el lado moral del hombre, y nos exalta a defender su concepción de que el hombre es el centro del universo, que la dignidad humana es una virtud fundamental que legitima todo Estado de Derecho, y a no dejarnos embaucar por la idea de un hombre preso de la ilusión del progreso, su lema es: ¡no al hombre-cosa!; o la de un profeta que pregona el advenimiento del nuevo Mesías que viene a salvar a los hombres que han hecho el bien, nos dice ¡Dios está en nosotros!, hagan de su persona el templo de Dios. Esa es nuestra enseñanza. Sin títulos ni honores. Sin maestros perecederos. Sólo las voces de hombres que han buscado la luz para vivir mejor en las sombras, que nos enseñan a vivir la vida y a vivir la muerte.
Todo iba bien hasta que le pregunté a dónde se dirigía, se puso nervioso y me dijo que más adelante se bajaría. Volvió a ponerse serio y a permanecer callado.
Me intrigaba su madurez emocional, pues no actuaba como un niño de su edad, realmente era un niño excepcional, sumamente inteligente, o por lo menos, un niño con una gran imaginación.
Justo al llegar a la autopista del Lencero-Xalapa, rompió el silencio y me dijo que se bajaba. El lugar que había escogido estaba despoblado, y a esa hora de la madrugada se encontraba sumamente oscuro, ni siquiera la luz de la luna le socorría. Detuve la marcha y aparqué. Antes de bajarse, Plash sin voltear a verme, me dijo que escuchara lo que había escrito, de la bolsa izquierda de su pantalón sacó una amarillenta hoja de papel toda arrugada, la apoyó en el muslo de su pierna izquierda e intentó desarrugarla, como no lo logró, se conformó con poder leer lo que había escrito:
“El viento se detuvo, el silencio penetró por donde jamás lo esperaban; el ego y la simplicidad de nuestras vidas, sus espacios y sus fuerzas, los instantes de sus voces se pautan y arremeten contra el ser del Uno, momentos inconmensurables, instantes que personifican al espíritu absoluto.
El viento se sintió triste.
Hojas de flores secas y ramas perdidas, tenue verde que nos da la vida, y todavía nos preguntamos.
¿Dónde quedó la risa del agua clara?
El viento arremetió contra todos los seres desnucados que osaron hacerse a la mar en plena luz del día, contra los que se robaron la risa del agua clara.
Ciencia que nos cuenta sólo una parte de la verdad de la vida, la otra se escabulle entre los ritos y elogios a la felicidad; la otra vida sigue esperando ser vivida.
Firmamentos de los bondadosos, cántico inmaculado de los dioses ausentes, sus altares resumen la historia de la humanidad.
¡Cantos al amor y a la ternura!
Lamentos y oraciones por lo perdido, lo más sagrado: las lágrimas, la desesperación, la pasión.
Hoy es el día, hoy nuestras almas deben dejar de reír, ponerse serias y aprender a amar más allá de la razón, más allá de la palabra amor.
Volverán los oscuros pensamientos, y el navegante sin remo llegará a cansarse y se ahogará.
Antes de irse nos cantará la canción de cuna que le cantaban los grillos, los saltarines verdes que se arremolinaban bajo su hamaca, y lo mantenían despierto todo el día.
Finalmente, nos enseñará a nadar en el océano de pasiones y diálogos sordos, nos restituirá el amor a la nada, al caos, y morirá para nuestras vidas, y vivirá para su mirada que es la que realmente le pertenece.
Volverán los vientos huracanados y cortarán nuestras cabezas para que aprendamos a pensar con los pies, y nuestras uñas sean las sílabas y las consonantes con las que haremos los versos de la resurrección.
Aprenderemos a respetar a la primavera, y nos congratularemos de ver crecer los pastos entre los adoquines de las calles, ver nacer a los críos de las aves y darnos cuenta que no nos pertenecen, que sus vidas corren paralelas, indiferentes, aunque tratemos de patearlas para demostrarles que somos los amos, y sólo veamos sus cuerpos inertes que no nos escuchan.
Oídos que escuchan el diálogo solidario de las hormigas, ojos que se han quedado ciegos ante el resplandor de tu nacimiento, absolutamente en silencio, los diálogos de los elefantes se nos harán audibles, hablarán de nuestros prejuicios, de nuestro egoísmo, y sin que podamos evitarlo, seguiremos pensando que el reino de lo inteligible nos pertenece.
Confesaremos a nuestros padres, que nunca supimos superar el odio que nos heredaron, que continuamos cargándolo en nuestras espaldas, que el amor que les prometimos se perdió entre nuestras ciencias.
Volverán los días y las noches, bailarán y en sus danzas celestiales se confundirán las luces con las sombras, el calendario tendrá un solo día, un solo mes, un solo año, un solo siglo, un solo tiempo.
Tiraremos al tiempo por la ventana, y nos guiaremos por el olfato, y mediremos nuestras distancias con los nudos de nuestros pensamientos.
Sentiremos que hemos nacido y reverdeceremos en medio de un desierto que nunca fue más que una basura en nuestros ojos.
Los ojos de los ciegos volverán a ver, pero no el mundo de la levedad, si no el de la luz que guio a los locos a revelarse contra la unidad de la razón y de la moralidad.
Afectos intempestivos que oscilan entre el amor y el desasosiego, vendavales de significantes que petrifican la movilidad, y nos lanzan al mundo del azar, de la contingencia pura, reino de la muerte.
Así quedaremos después de descubrir que el amor tiene su vértice en la posibilidad de la imposibilidad de ser, cuerpos con dos almas que intentan ser una sola.
Repentinamente se harán presentes pensamientos sin misericordia, que salvajemente nos arrastrarán y resquebrajarán nuestra supuesta completud, quedaremos esparcidos en mil pedazos que se alejarán a espacios lejanos donde no sea posible que se toquen.
Si hay algo que se asemeje a morir en vida, será ese momento.
¿Qué es el amor?, la demanda de ser poseído por otro singular que nos rescate de la multiplicidad, que nos haga poesía por un instante y cosa toda la vida.
No tengamos la seguridad de esa vital confirmación, por el contrario, dudemos de ese encuentro, de ese instante en que podamos probar un poco de la eternidad; por eso nuestras almas se debaten en la ambivalencia, nuestros corazones insisten, nuestras razones claudican, y perversamente se burlan de nuestros deseos engañados.
Nunca olvidemos que nadie mirará con nuestros ojos, ni nuestros corazones compartirán la dicha de sus pasiones.”
Ahora que te escribo esta historia, me pregunto si todo esto no fue más que un sueño, porque me parece irreal la existencia de Plash, e inverosímil el contenido de su discurso. Pequeño trasgresor que contradice la etimología del vocablo “infante”, sin palabra; historia de un fantasma con verbo.
Antes de desvanecerse, de ensimismarse, de abandonarnos-me, Plash me dio este poema para ti:
“Junto a tu cause, que es el río que arrulla mi sueño.
Junto a la casa de madera que retiene la savia de la naturaleza.
Junto a tu recuerdo que agudiza mis sentidos.
Oídos que escuchan el diálogo solidario de las hormigas.
Ojos que se han quedado ciegos ante el resplandor de tu nacimiento”.
He de confesarte que la noticia de tu llegada, ha transformado mi vida, incluso mis actividades cotidianas resultan plenas y virtuosas, has hecho que las cosas que me eran indiferentes, sean objeto de mi atención y alabo. En suma, has hecho que mis pensamientos y acciones tengan dirección y sentido, ensoñaciones que me transportan al momento del origen. Las reflexiones llegan de partes desconocidas de mí ser, y como decía Sócrates, hay un genio que se adueña de nuestra lengua y habla por nosotros, ese otro liberado del mundo de la necesidad que puede razonar lo eterno, lo intemporal.

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